Tiene que pasar toda una vida
para poder, por fin, intuir
que la verdadera obra maestra,
aquella que justifica los años transcurridos,
es la realización del bien.
Cualquier acto anterior, cualquier esfuerzo
queda empalidecido por este acontecimiento,
una herida de luz en el cuerpo de la tiniebla.
Antes de ese instante -vanidosos, falsos-
nos creemos poseedores de derechos:
hemos sido elegidos para saquear la existencia.
Así caminamos de infierno en infierno,
siempre ávidos de atesorar nuevos errores.
Hasta que, revelada la verdad,
sentimos que solo somos poseedores de un deber.
Y ese deber nos guía al paraíso.
