Rafael Argullol
Una vez estuve en Afar,
allá en el Cuerno de África,
quizá en el infierno.
Cincuenta grados a la sombra.
Las mujeres, ágiles y esbeltas,
siempre muy erguidas,
llevaban vestidos de colores chillones
y enormes bultos en la cabeza.
A su lado, los niños desnudos
tenían la barriga de la malnutrición.
Los hombres cargaban y descargaban
bidones de agua en viejas camionetas,
o preparaban los sacos de sal
para la caravana de dromedarios
que tenía que partir hacia Yibuti.
Y entre todos ellos deambulaban los espíritus,
ajenos ya al hambre y a la guerra,
satisfechos de habitar una tierra
que ningún dios había creado
y que ninguna mente se había atrevido a concebir.
Una vez estuve en Afar,
y no estoy seguro de que fuera en sueños.