Rafael Argullol
La sinfonía urbana cesó de repente:
el rugido del tráfico,
las vibraciones de los aires acondicionados,
los vómitos de las tuberías enroscadas en los edificios
como los tentáculos de un pulpo gigantesco.
Los músicos de hierro enmudecieron,
desacostumbrados a la derrota.
Entonces, rasgando el bochorno del mediodía,
se oyó el canto de un ruiseñor.
Tímido al principio, luego ya suelto
en la exhibición del virtuosismo.
Y pareció que la Edad de Oro
se había instalado de nuevo sobre la Tierra,
mientras los hombres despertaban perezosamente
con el alivio de dejar atrás las pesadillas.