A nadie le gusta que lo manipulen. (A nadie que no sea norteamericano, quiero decir.) ¿O no detestamos, por norma, a quienes tratan de obtener una respuesta mediante malas artes, apelando a nuestra ignorancia, nuestras emociones, nuestros miedos? Odiamos a los jefes manipuladores, a los compañeros de trabajo manipuladores, a las madres manipuladoras, a los políticos (no uso aquí el adjetivo para no redundar), a los amigos manipuladores, ¡y qué decir de nuestras parejas cuando pretenden manejarnos!
Pero esto es en la vida real, claro. Cuando consumo ficción, adoro que me manipulen.
El lunes pasado empezaron a emitirse en América Latina las nuevas temporadas de las series Lost y 24. De arranque me pusieron nervioso por el simple hecho de emitirse a la misma hora del mismo día. ¿Cuál veo en directo? ¿Cuál grabo? ¡Ya estaban alterando mi vida incluso antes de estrenarse!
Por lo demás, la perspectiva es tan sólo placentera: serán varios meses de someterme a la deliciosa tortura de no saber nunca qué ocurrirá, quién vivirá, quién morirá y quién revelará ser algo distinto de lo que simulaba. Los mundos descriptos por Lost y 24 son universos en los que nada es lo que parece, y donde las reglas de juego se modifican constantemente. Y dado que están resueltas con endemoniada habilidad, uno se entrega por completo a su juego. La ficción entraña un pacto de confianza entre el autor y el lector, entre el autor y el espectador. Si aquel que nos presenta el juego lo hace con arte, aceptamos suspender nuestra incredulidad sin dudarlo un instante.
Esto ocurre con toda ficción, literaria o visual, sea el género que sea: adoramos meternos de lleno en la fantasía (¡aun cuando es realista!) que nos propone un creador talentoso. Por lo general lo hacemos ya sin darnos cuenta, es una segunda naturaleza para nosotros; nos desdoblamos para empezar a vivir en un universo hipotético durante algunas horas. Pero cuando se trata de series, libros o películas que juegan el juego de estar jugando el juego, como el mago que nos anticipa su truco, el placer se multiplica. Recuerdo mi primera visión de The Usual Suspects, mientras me preguntaba quién era Kayser Soze y a la vez me decía: ¡cómo estoy disfrutando de este misterio! Uno comprende que está siendo manipulado, pero a la vez descubre que la operación del engaño está siendo ejecutada con tanta elegancia que no puede sentir sino gozo.
¿Quién traicionó a Jack Bauer? ¿Qué demonios es esa isla? Adoro vivir en ascuas, pero insisto: tan sólo en la ficción. En este mundo tan digno de Matrix que nos ha tocado en suerte, donde los poderes han elevado la manipulación a la categoría de arte, se ha vuelto difícil percibir la diferencia entre lo ilusorio y lo real –en especial desde que se recurre con tanta frecuencia a una ilusión con el objetivo de modificar lo real–. ¿O no le debemos una guerra interminable, sangrienta e injusta a unas Armas de Destrucción Masiva que en realidad no existieron nunca, salvo en la imaginación de algunos funcionarios?
