Marcelo Figueras
La semana pasada, haciendo uso de su potestad de enviar comentarios al blog, alguien llamado polly magoo me trató de imbécil. No pretenderé que no me dolió. Fue la frutilla en la torta de una semana negra. Mientras asimilaba el golpe pensé que me habían llamado muchas cosas a lo largo de mi vida, pero nunca imbécil. De todos modos el agravio en sí no me asustó, en la medida en que asumo que en efecto, existe en mí una parte imbécil. Es una característica que comparto con la inmensa mayoría de la especie humana. Porque los hombres somos criaturas complejas, y no es común que exista alguien, por sabio o lúcido que sea en variadas ramas de la experiencia, que no se comporte una y más veces como un tonto: no existe nadie completamente inteligente. Einstein debía tener su costado imbécil, más allá de su innegable genialidad. ¿O por qué creen que se peinaba de esa forma?
Pero después releí el comentario (soy un tanto imbécil, ya quedó demostrado) y recién entonces saqué la cuenta de la cantidad de cosas que polly magoo había probado en tan sólo dos frases: “¿Cómo puede ser que este imbécil comparta blog con Feliz (sic) de Azúa? ¿Es que en Alfaguara Argentina se han vuelto tontos del todo?” En primer lugar había arrojado un insulto liso y llano a una persona con nombre y apellido, desde la protección de lo que asumo (me puedo equivocar, ¡ya se sabe cómo soy!) es un seudónimo. En segundo lugar sembraba cizaña entre los colaboradores de este blog; si yo fuese Félix, correría a revisar los textos de este imbécil para asegurarme de que polly no esté en lo cierto y me estén obligando a compartir espacio con un impresentable. (Yo me siento honrado de formar parte de este espacio, Félix, pero eso es tan obvio que hasta polly lo daba por sentado.) En tercer lugar amenazaba una fuente de trabajo, porque le estaba sugiriendo a la gente de Alfaguara Argentina (que por cierto no tiene nada que ver con mi presencia aquí: ¡ellos son inocentes!) que había hecho mal en contratarme. En cuarto lugar embarraba también a la gente de Alfaguara Argentina al sugerir que se habían “vuelto tontos del todo”, lo cual sugiere que ya lo eran en parte.
Pero lo sorprendente fue el texto que puso furibunda a polly: colgó su comentario después de mi felicitación a Roncagliolo por haber ganado el premio Alfaguara. ¿La habrá enfurecido que lo felicite? ¿La soliviantó que lo haya hecho tan informalmente, diciendo a lo argentino: aguante Roncagliolo? Porque si me hubiese dicho imbécil a causa de una idea que no compartía, y que en consecuencia rebatía con argumentos, lo habría comprendido. ¡Pero el texto tan sólo expresaba mi deseo de felicitación!
Lo único que queda claro es que polly tiene un enorme talento para la síntesis. Ya querría yo conseguir tanto (en este caso: tirar la piedra y esconder la mano, promover enemistades, sugerir despidos, ofender a inocentes…) en apenas dos frases: ¡polly habría hecho una carrera brillante en la Rusia stalinista, o en los tiempos de McCarthy!
Mi imbecilidad es un hecho que no puedo más que asumir, es parte de la tarea cotidiana del ser humano. Lo que también me preocupa a diario es el hecho de ser fiel a la mejor parte de mi naturaleza; Dios me libre de insultar a alguien, o de generar discordias sin fundamento, o de dejar a alguno sin trabajo. Y ya que estamos, que también me libre (¡pecado entre los pecados!) de la posibilidad de perder la elegancia.