Jean-François Fogel
La gran exposición del momento en París es la del pintor Pierre Bonnard en el Museo de Arte Moderno de París. Sus noventa pinturas atraen muchedumbres que superan lo que se ve en Beaubourg y, aún más impresionante, la gente que se ve en almacenes como “Les Galeries Lafayettes” o “Le Printemps”. Pero este éxito no dice nada sobre el estado real de la cultura en Francia. Acabo de encontrarme con una persona que me explica, lo cual es cierto, que Bonnard se pasaba el tiempo pintando a su mujer en la bañera. Mi error fue hacer una pregunta tonta, abierta: “¿Y entonces?”, pregunté. “También hay fotografías y con las pinturas se ve muy bien cómo era el cuarto de baño en su época”.
Ver a Bonnard como historiador de la higiene doméstica es una lectura legítima aunque limitada de una obra. No dice nada sobre el dominio de los colores pero tampoco se puede negar la validez de aquella visión del pintor. Lo pienso mucho al terminar la lectura de una reseña de Nuestro GG en La Habana de Pedro Juan Gutiérrez, en el numero 39 de “Encuentro de la cultura cubana”. Ya hablé de la revista (excelente) y del libro, así que puedo limitarme a seguir el análisis de Eduardo Béjar, autor de una lectura que me despista. GG en la novela es Graham Greene, pues el autor inglés es protagonista de la novela. Pero Para Eduardo Béjar, GG es mucho más el G2, el servicio del estado cubano dedicado a las tareas de contra-inteligencia.
Basta pensar esto para resucitar en seguida a Jim Wormald, el maldito vendedor de aspiradores de Nuestro hombre en La Habana, la obra del autor inglés. La lectura se va por un camino de espionaje y de paranoia que me parece tan válido como la que fue mi visión inicial: un homenaje a Greene en un texto que utilizaba referencias, sin voluntad de construir las explicaciones necesarias en una obra cerrada.
¿Quién tiene la razón? Según el contexto elegido por el lector, la percepción de una obra cambia por completo. El amante de Lady Chatterley es también un documento sobra las diferencias sociales en el campo en la Inglaterra de principios del siglo veinte. En busca del tiempo perdido es un testimonio sobre los trastornos del insomnio. Lo doloroso no es saber que nos quedan tantos libros por leer sino descubrir que no podemos agotar las lecturas de cada uno. Todo esto, hoy, me desanima, aunque puedo escribir con certeza que Bonnard pintó algo más que cuartos de baño. Por favor.