Marcelo Figueras
No sé si echarle la culpa al Nick Hornby de High Fidelity, o a la reciente revisión de Manhattan, donde el personaje de Woody Allen compone una lista de aquellas cosas por las que vale la pena vivir. O si responsabilizar al cantante James Blunt, que en una entrevista concedida a la revista Rolling Stone eligió a Hallelujah, de Leonard Cohen en versión de Jeff Buckley, como su canción favorita. Lo cierto es que me encontré preguntándome cuál es la música por la que siento que esta vida vale la pena. Concuerdo con Blunt, el Aleluya cantado por Jeff Buckley figuraría en mi Top Ten de Canciones que me llevaría a una isla desierta. Debería haber algo de Los Beatles, inevitablemente. Algunas de las canciones de amor más simples, como Madera noruega o Tienes que esconder tu amor; pero imagino que, en el estado entre apocalíptico y nostálgico que me invadiría en la isla, lo más lógico sería quedarme con A Day in the Life, o Strawberry Fields Forever. Tampoco faltaría una canción de The Smiths, o de Morrissey como solista: digamos The Boy With the Thorn in His Side. Charly García también quedaría representado, quizás con Inconsciente colectivo, o tal vez Canción de Alicia en el país, de su época con Serú Girán. De U2 me llevaría All I Want Is You. (No tengo dudas, estos días de U2-manía en la Argentina me obligaron a revisar todas las canciones del repertorio de los irlandeses.) Not Dark Yet, de Bob Dylan. (Ante la imposibilidad de elegir una sola canción de Dylan de acuerdo a un criterio racional, se impone dejar libre al instinto.) Thunder Road, de Bruce Springsteen. ¿Cuántas van? Me quedan tres… Algo de Peter Gabriel, por supuesto: Red Rain, por ejemplo. O Here Comes the Flood, en la versión a solas con el piano. R.E.M. tiene que figurar, sí o sí. La elección es difícil, pero me quedo con Nightswimming. Lo cual me deja con tan sólo un puesto más…
Lo divertido de estas elecciones es cuán reveladoras son respecto del alma de uno: una perfecta radiografía. Cualquiera que lea mi listado comprenderá a simple vista que soy una criatura criada al calor del rock, y que privilegio los estados de ánimo que van de la melancolía y lo elegíaco hasta los himnos asertivos, casi religiosos que U2 y Springsteen ejecutan tan bien. También es evidente que prefiero el rock cantado en inglés; debería ser un tanto más correcto en lo político y elegir algo más en español, pero ¿a quién le importa ser políticamente correcto en una isla desierta?
Imagino que si hiciesen el mismo ejercicio se encontrarían con un espejo de sus propias personalidades, que en algunos casos hasta podría sorprenderlos. En muchos casos las músicas que elegimos tienen un valor extra, porque las vinculamos a momentos particulares de nuestra vida, y por ende las convertimos en parte de nuestra historia; dejan de ser canciones a secas, para convertirse en canciones que nos cuentan.
Se me ocurrió elegir algo de Sinatra para el puesto que me quedaba, pero esto de la historia modificó mi mano a último momento. Me llevaría Para la libertad, el poema de Miguel Hernández musicalizado por Serrat.
Y creo que con eso lo he dicho todo.