Marcelo Figueras
Mar del Plata no es Cannes, pero su festival de cine depara emociones de las buenas. La ceremonia de apertura fue el jueves 9 por la noche, coronada por la proyección de la última locura de Werner Herzog, llamada The Wild Blue Yonder. El viernes 10 a mediodía fue el inicio de las llamadas "master classes", con dos figuras que, en efecto, sentaron cátedra: Tim Robbins y Susan Sarandon, que parafraseando al César, vinieron, vieron y vencieron. Fueron unas sesiones encantadoras, con Tim Robbins recordando sus inicios teatrales y sus dificultades para estrenar en los cines la adaptación de Embedded Live, la última -y muy política- incursión en los escenarios; su proyecto de filmar en breve como director una nueva adaptación de 1984, el clásico orwelliano, en un mundo ya no evidentemente totalitario sino idéntico al actual, en que el Gran Hermano es tan sólo una instancia de autocensura dentro de la cabeza de cada hombre y de cada mujer; de su experiencia con Clint Eastwood durante el rodaje de Río Místico ("Es un maestro zen. ¡Hace tan sólo una toma por cada escena, así que más vale ir preparado al set!") y de la forma en que el gobierno de Bush, al que define como "el peor en toda la historia de los Estados Unidos", es en su ceguera un aliciente para todo tipo de creación artística.
Su esposa, la actriz Susan Sarandon, derramó carisma, lucidez y buen humor sobre los centenares de personas que colmaban la sala del Hotel Hermitage. Explicó por qué vive en Nueva York y no en la obvia Los Angeles ("Me gusta caminar. Me gusta que mis hijos vayan a escuelas normales con personas normales. Y me gusta ir al supermercado sin maquillar y vistiendo pantalones de gimnasia. Si fuese así a un supermercado en Los Angeles, sin duda alguna perdería muchos trabajos") y se explayó sobre la falta de información que existe en los Estados Unidos respecto del resto del mundo en general, y de América Latina en particular. (Tim Robbins también dijo algo espectacular al respecto: "Nosotros nos enteramos de noticias sobre ustedes no cuando luchan por una causa, sino cuando sufren motines"). Durante su breve estadía en la Argentina, que visitaban por primera vez, no dejaron de impresionar a nadie por su sencillez y por su deseo de conocer cómo se vive aquí. Para los cineastas argentinos, su insistencia en que el cine que se hace aquí llena los vacíos de la (des)información tan propia de los medios norteamericanos, fue un aliciente más en la tarea cotidiana.
Pero sin duda la nota más emotiva del viernes fue el homenaje a los veinte años de La Historia Oficial, el film de Luis Puenzo que obtuvo el Oscar a la Mejor Película Extranjera. Estaba Puenzo, por cierto, y Marcelo Piñeyro (hoy cineasta, pero por aquel entonces productor), y la guionista Aída Bortnik, y hasta la actriz que fue la niña en el film y que hoy tiene veinticuatro años. Pero también estaba Estela Carlotto, la presidenta de las Abuelas de Plaza de Mayo, una institución que en aquel momento colaboró cuanto pudo con la realización de la película. (De hecho, algunos de los álbumes que el personaje de Norma Aleandro revisa en el film, llenos de fotos de desaparecidos, son los álbumes reales que las Abuelas compilaban). Pero el momento más intenso fue aquel en el que se reveló que entre los asistentes al homenaje estaba la abuela del nieto recuperado número 82, para más datos oriundo de esta ciudad, Mar del Plata. La emoción fue tan grande, que Luis Puenzo ya no pudo hablar. Y los que también nos quedamos en silencio, con la garganta hecha un nudo, recordamos entonces las palabras de Tim Robbins y pensamos cuántas veces, incluso dentro de nuestro propio país, el cine nos mostró aquello que el poder y que la prensa se empeñaban en tapar.