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Escrito por

Jean-François Fogel

Jean-François Fogel Periodista y ensayista francés, trabajó para la Agencia France-Presse, el diario Libération, el semanal Le Point y el mensual Le Magazine Littéraire. Ha vivido una parte de su vida en España donde empezó una segunda carrera como asesor para empresas de prensa. Fue asesor del director del diario Le Monde, desde 1994 a 2002, y sigue trabajando en la concepción y la remodelación continua del sitio Internet creado por el vespertino. Es maestro y presidente del Consejo Rector de la Fundación Gabo. Ha publicado varios libros sobre literatura francesa y sobre América Latina, entre los que destaca  un ensayo sobre el periodismo digital, Una prensa sin Gutenberg (Punto de Lectura, 2007).

En 2010 se dedicó a renovar los seis sitios de los diarios del grupo francés SudOuest, donde continua siendo asesor de la estrategia digital. En los últimos años, se encargó de la creación de una plataforma de información digital para el grupo France Televisions, una de las tres más importantes de Francia. Asesora a varios medios en Europa y América Latina tanto en la concepción de sitios, como en la organización de la producción digital. Es director del Executive Master of Media Management, del Instituto de Estudios Políticos de Paris (Sciences Po).

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¿DOS O MÁS?

Jorge Castañeda publica en Foreign Affairs un balance impecable de lo que pasó en la política de América Latina en los últimos diez años. Conocemos a Castañeda, su capacidad para comunicarse con audiencias en varios idiomas, su visión de universitario, su experiencia de militante en sectores cercanos a Cuba, su experiencia como ministro de Fox, sus libros (sobre la izquierda y el Che).

En su artículo entrega un análisis del giro de América Latina hacia la izquierda que se parece al que propuso en Venezuela Teodoro Petkoff, el candidato que, después de pasar por la guerrilla y por puestos de ministro, tomó este fin de semana la decisión valiosa y agobiante de desafiar a Chávez en la próxima elección presidencial. Petkoff publicó un libro que se titulaba Las dos izquierdas, para hacer campaña sin hacerlo de verdad. Castañeda propone “un cuento de dos izquierdas” (a tale of two lefts), aprovechando una fórmula de Dickens, pero ambos caminan en caminos parecidos.

Castañeda se ubica aparte en un punto: condena a una de las izquierdas. Habla de una izquierda correcta y de otra errónea (right and wrong). La segunda, dice, es irresponsable y merece un tratamiento específico por parte de los países occidentales. No voy a discutir ni cómo, ni dónde, ni si se debe hacer esto. Lo que me interesa es cómo podemos mantenernos en una lectura tan pobre de un continente. Cada día se publica una nueva síntesis de este tipo que intenta repartir el abanico político: Bachelet, Lula, Chávez, Castro, Morales, Humala, etc. América Latina es mucho más compleja. Lo voy a recordar con la anécdota que viene al principio de Fathers and son, las memorias de Alexander Waugh, nieto de Evelyn e hijo de Auberon. Cuenta que silbaba al subir la escalera para visitar a su padre tendido en la cama de una habitación y esperando su muerte.

- Qué maravilla, dijo su padre, un pájaro ha venido a visitarme”.
- No, papá, contestó Alexander, soy yo. Me has confundido con un pájaro porque iba silbando”.
- Es un poco más complejo de lo que crees”, dijo su padre al pronunciar lo que fue su última frase.

Creo que lo real en América Latina es un poco más complejo de lo que vamos leyendo. Primero porque no hay que creer lo que cantan sus líderes. Tal como lo dice Castañeda, existe una tradición retórica y una dependencia emocional de Cuba que genera siempre una categoría de discursos más extremistas que la práctica que viene después.

En segundo lugar, no hay que olvidar que la euforia de las izquierdas se basa en una visión muy fácil de vender: hay plata por la subida de los precios de las materias primas; aquella plata es para el pueblo. Nadie puede detener una retórica como ésta en países con desigualdades aplastantes.

Tercer y último punto: no puedo comprar la idea de las dos izquierdas porque me parece que hay una fragmentación enorme de las sociedades, entre  generaciones, entre ciudad y campo, entre conexión o no conexión a la red, entre los que tienen remesas y los que no, entre sonido de Miami y música todavía folklórica, entre las fiestas colectivas y la soledad del locutorio cibernético. El auge de los latinos en EE. UU. no es una dinámica aislada de una evolución cultural que la contradice.

Lo sentí, hace unos meses, al asistir a un pequeño concierto en Caracas frente a un centro comercial. En el escenario, había canciones chavistas, saludos al “comandante Che Guevara” y cosas de lo que Castañeda califica de mala izquierda. Pero veía cómo ciertos jóvenes pasaban de la audiencia donde participaban y cantaban, a las tiendas de Morgan, Gap o Zara. ¿A cuál izquierda pertenecían? A la de las viejas ideologías o a la que no se aparta del gran mercado de pacotilla y de las marcas. Basta de hablar de política, tenemos que leer a América Latina en su nueva e indescifrable sociología cultural.

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25 de abril de 2006
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¿DÓNDE?

Hay días en que la sola lectura de las noticias basta para preguntarse si se mantiene el planeta tal como lo conocemos o si nuestros dirigentes intentan crear otro mundo. ¿Dónde estamos?

1. Hugo Chávez anuncia que Venezuela se retira de la comunidad andina de naciones. Le parece que los esfuerzos de los vecinos para mejor su entorno no tienen sentido y propone a su país no cambiar su entorno sino cambiar de vecinos. Como lo pregunta el editorial del diario El Nacional: “¿Quién le dijo al Presidente que queremos ser sureños y no andinos?”.

2. El presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, recibe al primer cosmonauta brasileño que viaja al espacio, el teniente coronel Marcos Pontes.
Vestido con su traje de astronauta, el brasileño es condecorado en una ceremonia especial. Por favor: no leer ceremonia espacial, aunque uno se pregunta cuál es el espacio que más interesa al poder brasileño, que ahora quiere involucrarse en la industria del espacio aunque no sabe cómo traer comida al noreste.

3. Evo Morales dice a José Miguel Insulza, secretario general de la OEA, que si no sabe donde están las playas bolivianas en el pacífico, su país encontrará el camino para llegar a ellas.

Cuando parece que todo lo que es América Latina hace un giro político hacia la izquierda, existe una especie de pérdida compartida de la burbuja geopolítica. Es un movimiento doble en que se suman los sueños o las viejas aspiraciones que nunca fueron atendidas y las renuncias a trabajar en los problemas reales. América Latina es una tierra que consiguió a la vez su independencia y el fracaso de cualquier cooperación internacional. Si se quiere modificar el curso de la historia es lo que hay que hacer de verdad. En lo que tiene que ver con geografía, es una tierra ubicada entre desigualdades y despilfarro. Esto también se puede atender pero de manera seria, fuera de las posturas retóricas. Al leer las noticias, tengo la sensación de que viene otro futuro fenomenal para las novelas de dictadores. Conocemos la pregunta del caudillo: ¿Qué hora es? Y la broma para responder: La hora que usted quiera mi general. Ahora descubrimos la afirmación de los presidentes electos: “He soñado que mando en otro país, hay que crear este país, ya”.

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24 de abril de 2006
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GLOBALIZACIÓN LITERARIA

Hago una lectura por la mañana de un artículo de Alex MacGillivray. Es un buen sitio que podemos calificar de izquierda iluminada. El artículo no es nada genial pero encuentro una verdad elemental: la globalización no es un destino, es, dice el autor, únicamente un proceso. MacGillivray ha escrito mucho sobre América Latina y sobre Asia y no camina cargado de verdades que quiere imponer al resto del mundo. En lo que dice de la globalización, por lo menos en lo que tiene que ver con la literatura, tiene toda la razón.

La globalización es un estado extremo pero no es un equilibrio estable, por lo menos en lo que tiene que ver con la literatura. Nunca los libros han circulado como ahora. Nunca se han publicado tantos libros (y esto vale para cada país en el mundo). Nunca el negocio de los libros ha sido tan bueno como en nuestra época digitalizada. Pero al final, a pesar de la globalización de los mercados, cada uno escribe y lee en su casa. Si volvemos al libro genial (hago una utilización muy limitada de este adjetivo), verdaderamente genial de Franco Moretti, Atlante del romanzo europeo 1800-1900, que se tradujo a muchos idiomas, vemos una influencia física del Quijote o de las novelas de Balzac a través de sus traducciones, pero nunca, por una especie de incipiente “globalización”, podemos pensar que el mundo literario se reduce o pierde sus matices internos cuando los libros empiezan a ser difundidos de manera amplia fuera de su idioma inicial.

En realidad la globalización literaria es un concepto que no existe. Sé que existe el Código Da Vinci pero la figura de Dan Brown pertenece a la retórica del éxito, nada más. ¿Quién cree que Dan Brown influye en el mundo con lo que escribe? Hace unos años se publicó en Francia un estudio titulado La république mondiale des lettres (Le Seuil). Su autor, Pascale Casanova, intentaba entender cómo funciona la fama y el éxito a nivel mundial entre los escritores. A pesar de su éxito y de las traducciones (en español está publicado por Anagrama bajo el título La república mundial de las letras) el libro no me ha convencido de la existencia de una globalización de la literatura. Demuestra con suma eficiencia que es mejor escribir en inglés que en español o en zulú para ser traducido y tener una audiencia internacional. Pero no llega, de ninguna manera, a demostrar lo que establece Franco Moretti: que cada país europeo, es decir cada cultura, tiene una identidad formada por sus propios escritores. En este proceso, el viaje de los libros no es el síntoma de la globalización; más bien es la entrega de unas hojas más para el gigantesco palimpsesto que es cualquier obra.

Lo voy a decir de manera brutal: creo que no se puede creer a la vez en la globalización como fenómeno ineludible de nuestra época y en la existencia de la literatura. Hace unos años, un cómico francés que hablaba en la radio frente al ultra-derechista Le Pen empezó su intervención diciendo: “Hola, amigos del fascismo y de la justicia”. De dos cosas una…

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21 de abril de 2006
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SIBERIA

Me encanta leer las aventuras de Mijail Jodorkovski en su cárcel de Siberia. No tengo ninguna simpatía por el ex magnate ruso del petróleo. No hay dudas de que cometió los delitos de estafa y evasión de impuestos. Tampoco se puede negar que era un tiburón más en la lucha de los empresarios que robaron Rusia por completo en lo que fue el final de la Unión Soviética. Única diferencia entre él y sus compañeros: no ha querido o no ha sabido mantener una buena relación con Vladimir Putin. He leído suficiente literatura rusa como para saber lo que pasa cuando alguien molesta al zar. Si se le da un tratamiento suave (caso de Pushkin) vive un destierro de unos años en una aldea hundida en el infierno del invierno. Si se le da el tratamiento normal va a Siberia. Entonces todo es posible desde el punto de vista de la literatura. Puede morir pero también puede volver siendo un genio tal como lo hicieron Dostoievski en el siglo XIX y Solzhenitsyn en el siglo XX.

Jodorkovski, quien al parecer recibió hace poco una herida en el rostro después de vivir otros acontecimientos peligrosos para su vida, vive en una cárcel cerca de la frontera China. Por el momento, no existen indicios de su futuro como escritor. Esto es lo que me preocupa. Putin no cambia la tradición del poder ruso. Su modo de actuar es despótico, arbitrario, imposible de entender para los demócratas de Occidente. Nosotros (los amantes de la literatura) lo podemos entender: Rusia sigue siendo Rusia. Pero parece que cada vez que leemos algo sobre su víctima Jodorkovski comprobamos una pérdida definitiva para la literatura. El nuevo poder es tan vulgar, tan lejano de Dios y tan cercano a las divinidades del mercado y del hampa mafiosa que jamás, nunca, volverá a producir, por el milagro del mero rechazo, los genios del pasado.

Para hacerme entender basta citar a la poeta Anna Akhmatova. Su papel bajo Stalin, sus amigos encarcelados en el Gulag, sus encuentros: Rilke, Modigliani, y hasta Brodsky, un Josef Brodsky joven, al final de su vida, son testimonios de lo que puede un poder absoluto en el mundo eslavo. Vivir en un territorio donde se distingue de manera obvia el bien y el mal, el mundo de la vida normal y el mundo del exilio interno es una ayuda tremenda para los escritores. Pero ¿qué es lo que diferencia a un Jodorkovski? Que es tan tiburón como Putin. Si un escritor incipiente le encontrara en su cárcel del oriente no sería un encuentro que le ayudaría más que una entrevista con un mafioso en una cárcel de EE. UU.

No fue el caso de Dostoievski que escribió una obra de demonios después de vivir los diez años que cuenta en su libro Memorias de la casa de los muertos. Hace diez años, cuando J.M.Coetzee, caminando hacia su Premio Nobel, publicó El maestro de Petersburgo, la experiencia de Siberia que su héroe, el propio Dostoievsky, llevaba en sí mismo no necesitaba ser descrita. En la novela, cuando Anna Segueyevna le dice «you were in Siberia» (fuiste en Siberia) no se añade ni una palabra y ya entendemos de qué se trata, de la tormenta que aguanta una persona. De la tormenta que nos ha dado después la potencia de Alejandro Solzhenitsyn contando, en Un día en la vida de Iván Denisovich, un día en la vida de un detenido en la cárcel compartida por todos que no se llama tanto Siberia sino vida humana. (Es una cárcel si queremos que sea cárcel…).

Cada vez que leo las aventuras de Jodorkovski, recuerdo un día en Londres con el escritor Bruce Chatwin en los años ochenta. Era un almuerzo cerca de Green Park donde fuimos a pasear después de comer. Bruce me hablaba de Ossip Mendelstam, otra alma cercana a Ana Akhmatova, y me aseguraba: «en el último testimonio que tenemos, Ossip hablaba de Virgilio a otros detenidos que se acercaban como podían al pequeño fuego que tenían para calentarse». No sé si la anécdota es cierta, pero tengo serias dudas de que Jodorkovski, ex hombre más rico de la nueva Rusia, hable de Virgilio en su cárcel del Oriente.

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17 de abril de 2006
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BECKETT Y LA CONTRATACIÓN

No me gustan los aniversarios. En la prensa, son síntomas de la voluntad de mirar hacia atrás en lugar de contar lo que viene hacia nosotros. El centenario del nacimiento de Samuel Beckett sería una buena prueba de esto, con artículos que salieron en toda la prensa francesa, como si Francia no hubiera  vivido también este lunes el desenlace extraño de una crisis de dos meses. Después de monstruosas manifestaciones que contaban con muy pocos jóvenes desempleados, Jacques Chirac, que según informaciones fidedignas sigue siendo el Presidente de la República francesa, anunció la muerte del CPE (Contrato de Primer Empleo) que pretendía ayudar a los jóvenes sin formación a encontrar su primer trabajo.

No es necesario analizar otro episodio que pinta a Francia como un hombre oligofrénico dentro de Europa (si uno quiere entender la crisis se puede echar un vistazo a lo que dice el New York Times. Me parece mejor, de verdad, pensar en Beckett. Era Irlandés, vivía en París, escribía en francés y me parece, al escuchar la pésima intervención de Chirac, que Becket es lo más francés que hemos tenido. Este país vive esperando a Godot. Un Godot que se llama un día CPE, y otro día reforma, y que nunca llega.

Esperando a Godot, la obra de teatro, fue creada en París en 1953, bajo el título En attendant Godot, en un pequeño teatro del barrio de Montparnasse, el «Théatre de Babylone». No hay que creer lo que se cuenta ahora: no gustó a la crítica, para nada, y tampoco al público que salía confuso frente al espectáculo de vagabundos diciendo boberías de cada día en una indefinida espera. Pero el público seguía llenando el teatro. “No tengo idea sobre el teatro. No sé nada del teatro. Nunca voy al teatro”, había escrito Beckett poco antes a un amigo suyo. He leído estas frases varias veces, la última vez hoy en el sitio de un diario de Toronto, y me parece que tenemos por fin la clave de la relación de los franceses con la política. Es como En attendant Godot. Los políticos dicen boberías, no se puede esperar nada de ellos pero ofrecen un espectáculo fascinante: el espejo de lo que es Francia, país conservador, el más conservador de Europa, que finge siempre, desde la Revolución Francesa, esperar un acontecimiento que cambiará el panorama.

Es lo que se debe entender para rematar el miserable caso del CPE que llegó a ocupar tanto la prensa francesa: Chirac y Villepin, su primer ministro, son Vladimir y Estragon, los dos mata-hambre de Becket que dicen: «Rien ne se passe, personne ne vient, personne ne s’en va, c’est terrible». (No pasa nada, no viene nadie, nadie se va, es terrible.) Es Francia.

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11 de abril de 2006
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EL EVANGELIO DE LA TRAICIÓN

Lo que hago es peligroso pero la tentación es tremenda. Desde el anuncio hecho por The National Geographic del descubrimiento de un manuscrito del siglo III que cuenta el Evangelio de Judas añoro el momento en que por fin se podrá leer el texto. La presentación en el sitio de la revista americana es sumamente irritante. Es un despliegue pretencioso con un fondo negro, feo, y una navegación compleja. Pero sobre todo es una presentación frustrante: solo se entregan extractos del texto, lo que, tengo que reconocerlo, estimula el interés por la revista. Por fin, otra versión de la historia de Jesús, la del apóstol malo que lo vendió a los romanos por unas monedas (el manuscrito no dice el precio exacto).

El interés es peligroso, ya lo he dicho. Ha habido tantos fraudes en relación a la historia religiosa que uno tiene que tomar cualquier noticia con sumo cuidado (el fraude más grande es el Código Da Vinci, no por ser la copia de otro libro como lo decidió un tribunal de Londres la semana pasada, sino por ser una fraude literario: una novela cuya escritura supera todo en la falta de gracia).

Parece que todas las pruebas científicas posibles demuestran que este Evangelio de Judas es un objeto de suma credibilidad: el papiro y la tinta son del siglo III. Y la prueba literaria, quiero decir la prueba a través de la lectura del texto, la confirma por el momento.  En el texto del evangelio, Jesucristo dice a Judas: "Tú superarás a todos ellos". Le dice también "serás maldito" y le propone, mejor dicho, le ordena su tarea: "Vas a sacrificar al ser humano que es mi vestido".

Claro que la entrega de estas palabras no es sencilla. Debemos imaginar que Jesús habló en arameo a Judas. El evangelio, como tantos primeros textos cristianos, fue escrito en griego clásico. El manuscrito descubierto es una traducción al copto. El National Geographic entrega otra traducción en inglés. Y, finalmente, soy un francés que lo pasa a una audiencia hispanohablante. A pesar de todo, el texto me parece válido. Quiero decir: de vivir una vida de hijo de Dios (lo que por el momento no es el caso) y tener que estimular a uno de mis discípulos para que me traicione, creo que la relación mía con este señor habría sido esta: escoger al mejor, nada menos, y tratarle como tal, pues no voy a utilizar al más blando para destrozarme.

El tema no es nuevo. Norman Mailer le ha dado un tratamiento al publicar El evangelio según el hijo. Era una novela mala que contaba el nuevo testamento según Jesucristo pero planteaba el problema del punto de vista, en el sentido que Henry James da a estas palabras: la visión de una historia desde un punto preciso, en este caso desde la mente del profeta. En la novela de Mailer, Jesucristo decía: "Amo a Judas. Lo amo incluso más de lo que amo a Pedro". Creo que no podía ser de otra manera. Jesús podía prescindir de Pedro: sobra la gente dispuesta a organizar un nuevo culto, lo podemos comprobar cada día, pero traidores, traidores de gran tamaño (hablamos de traicionar al hijo de Dios, no de robar plata en la Costa del Sol en un negocio inmobiliario) no son fáciles de encontrar.

En su edición del domingo, The New York Times le quita mérito a Judas. Escribe que por no estar disponible Judas, se habría encontrado otro malo para la película del cristianismo. Me parece que se equivoca el Times. La traición es un gran arte que requiere grandes artistas. Nada supera lo que se consigue con la falta de lealtad, por lo menos en la literatura. El novelista Graham Green lo reconoció en un discurso que para mí sigue siendo la clave de su obra. Era el 6 de junio de 1969, hablaba al recibir el Shakespeare Prize en la Universidad de Hamburgo y su conferencia se titulaba The virtue of Disloyalty  (La virtud de la deslealtad). Decía: "Loyalty confines you to accepted opinions; forbids you to comprehend sympathetically your dissident fellows. Disloyalty encourages you to roam through any human mind: it gives the novelist an extra dimension of understanding". ("La lealtad lo limita uno a las opiniones compartidas por todos; impide entender y acercarse al otro. La deslealtad lo anima a uno a pasear por la mente del otro: da al novelista una dimensión extra para entender"). Así es: por ser el que le traicionó, Judas era el apóstol que más sabía de Jesucristo. Por lo menos es mi evangelio.

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10 de abril de 2006
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MALDITO PRINCIPITO

Es lo único que faltaba a la pobre Francia. Tenemos huelgas, un presidente prejubilado que no puede mandar, un primer ministro rehén del ministro de interior que es también presidente del partido mayoritario, la economía es una tortuga que no sabe ni puede acelerar y ahora viene el Principito. Basta leer Le Figaro para entender lo que hoy se publica, se dice, se muestra: Francia celebra el sesenta aniversario de la publicación de El Principito de Antoine de Saint-Exupéry.

Como siempre en Francia hay algo callado: no es el sesenta aniversario de la publicación del cuento. El libro se publicó en Nueva York hace sesenta y tres años. Lo que celebra Francia es el desembarco de una criatura que no es lo mejor de la literatura francesa pero que sigue funcionando como producto de exportación.

No voy a esconder mi opinión: desde el capítulo dos todo va mal en el cuento; para mí, un cordero no se vincula con la idea de un dibujo. Mucho más con la idea de una carne asada. No puedo entender como Saint-Exupéry, que siempre fue tratado muy bien en Argentina, se equivocó tanto en la utilización de un cordero. Todo su libro es un error insoportable: finge escribir un cuento para los niños para entregar una verdad a los adultos. “Todas las personas mayores fueron primeros niños” dice Saint-Exupéry en su dedicatoria, pero al final, se hunde en un océano de boberías y de humanismo barato. En un país que posee una tradición del cuento filosófico desde el siglo XVIII, el Principito representa un proceso mayor de involución que hay que denunciar sin cansarse. Cada vez que veo una tienda de “Zadig & Voltaire”, la empresa francesa que vende ropa muy de moda, pienso que quizás Francia podrá reestablecer una jerarquía normal con Voltaire por encima de Saint-Exupéry. Pero, por el momento, hay que aguantar al Principito.

En el sitio oficial de Saint-Exupéry vemos hoy una muestra de lo kitsch del libro: un desfile de candelas frente a la cara del Principito para manifestar la magia de un aniversario insoportable. Vale la pena ver el sitio para entender lo que tenemos que aguantar en Francia: en todas partes hay vajillas, estatuas, papel de escribir, relojes, muñecas y no se qué más con la imagen del rubiecito con su bufanda. Por lo menos, estas baratijas ayudan a entender que no se trata de literatura, sólamente de una marca para promover productos de exportación. Ver en Internet el abanico completo de lo que se puede conseguir me puso de muy mala leche. Aún peor, descubrí un sitio canadiense con una versión mixta (en francés y en español) de la obra. ¡El Principito hablando castellano en Canadá! Qué desorden en nuestra planeta.

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6 de abril de 2006
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RESPUESTAS SOBRE LA GUERRA DE UN BLOGUERO MALO

Soy de los blogueros malos. Los buenos cuidan las reacciones a lo que escriben y dialogan con su audiencia. No lo hago. Me explico: he vivido muchos años en la prensa escrita donde las cartas al director u otras tribunas son un supuesto espacio de expresión de la audiencia. En realidad, a través de la selección de lo que se publica y la posibilidad de añadir unas líneas después de una contribución de un lector, la redacción siempre tiene la última palabra. El blog es el fin del monopolio de los periodistas y me gusta por esto, aunque…

Aunque hoy, ¡ay!, voy a responder a lo que dice Enea cuando anota que Francia tuvo un mayo del 68 en lugar de una guerra civil. De esto se trata cuando se hacen comentarios sobre la situación política en Francia. Puede ser, de verdad puede ser que ayer tres millones de personas hayan caminado por las calles. Pero interpretar este hecho es muy difícil. Es donde tocamos el mismo tema que cuando se habla de Sartre y de los intelectuales. Existe en Francia, desde las memorias del Cardenal de Retz en el siglo XVII, una postura consciente en el discurso político. Es un discurso que se expresa con la conciencia de realizar un acto para ubicarse en un campo político e histórico sin atender a la realidad. Con el “Club des Jacobins”, cuña del éxtasis en la utilización política de la guillotina durante la Revolución Francesa, aquel discurso llegó a ser la apuesta maximalista como mínimo. Se trataba siempre de ser más revolucionario, más absoluto que la competencia. Al final, se creó el teatro del poder donde todos los franceses participan (sin guillotina) dos siglos después y que es más teatro que mundo real.

De esta cultura política teatral existen dos interpretaciones. Si leemos al ensayista Jean Baudrillard, opinamos que el teatro ganó por completo: la realidad política no es más que un simulacro. No vamos tampoco a desesperarnos pues podemos gozar de la ironía de las masas que se burlan de los que pretenden gobernar. Pero si, otra opción, leemos al historiador François Furet, vemos la responsabilidad histórica de los intelectuales que mantienen en el discurso político contemporáneo el olvido del mundo real que inventó la Revolución Francesa de 1789. La Revolución, dice Furet, “inaugura un mundo donde las representaciones del poder son el centro de la acción y donde el circuito semiótico es el maestro absoluto de la política” (es una cita de Penser la Revolution Française).

Hay que recordar lo que explica el historiador Alexis de Tocqueville: al destrozar el papel político de la aristocracia sin formar otra clase directiva, la Revolución Francesa ha permitido a los escritores establecerse como sustitutos de aquella clase directiva. Claro, asumen meramente el discurso del poder sin atender a las consecuencias de su discurso.

Quizás esto explica mi recelo en el momento de entrar en un discurso extremista. El discurso revolucionario francés, que tanto inspiró al resto del mundo, fue una plaga para todos los que intentaron e intentan mejorar su país. “The word is mighter than the sword” dicen los ingleses, lo que significa que se daña mas con palabras que con espadas. Cuando Bruce (nombre magnífico que nos recuerda a Chatwin) nota que hablo de Argentina en mi blog pero que no he dicho nada, el 24 de marzo, sobre el treinta aniversario del golpe de estado militar, me encuentro, nos encontramos, frente a la pregunta clásica: ¿para qué sirven las palabras, para mejorar la realidad o sólo para asegurar el status del hablador? ¿Queremos tomar una postura al hablar en público y no cambiar nada a Argentina en este caso, o queremos cambiar de verdad un país cuyo sistema político, para dar un ejemplo, no se cura de la corrupción en la clase alta y de la pobreza en las clases populares? Condenar una junta militar es un discurso conformista y obvio para mí. Si entramos en las condenas, no hay que olvidar a nadie, pero después, ¿qué? Por ser francés, sé que no vale la pena entrar al “Club des Jacobins” tanto en Francia como en Argentina.

Cruzamos los Andes para buscar un ejemplo en otro golpe de estado. Nadie, absolutamente nadie, puede dudar ahora de lo que fue el general Pinochet como persona. Era un cobarde. Se aprovechó del golpe militar promovido por otros oficiales para enriquecerse en el poder y promover atentados en contra de los militares que discrepaban con su acción. Pinochet es una figura miserable, ya, frente a la historia. Y los cambios positivos en la economía que provocaron su régimen en Chile no van a modificar su pesada imagen. Pero no lo voy a denunciar ahora. Hacerlo supondría recordar también que Salvador Allende, en su primer discurso después de llegar a la presidencia, declaró que no sería el Presidente de todos los chilenos. Hay palabras que son prolegómenos de una guerra civil. A veces, uno pasa del teatro de la política a la realidad sin darse cuenta. Por supuesto Ricardo Lagos y Michelle Bachelet eludieron el error de Allende. Tanto él como ella prometieron en su primera intervención después de su elección ser Presidente y Presidenta de todos los chilenos. Sabiendo esto, no quiero hablar más del 24 de marzo en Argentina que del 11 de septiembre en Chile.

Sí, existe un teatro de la política en Francia, Enea, y como francés, Bruce, llevo la historia de una Revolución que me obliga a limitar el uso de las palabras de condena.

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5 de abril de 2006
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BISHOP Y BRASIL

La publicación de un libro de Elizabeth Bishop, Edgar Allan Poe & the juxe-box, provoca una intensa polémica en EE.UU. A la obra de la poeta, que publicó no más de noventa poemas en toda su vida, se añaden ahora ciento veinte textos (que no puedo describir pues no he leído el libro, aunque ya lo he pedido). Otra vez, la pregunta sin respuesta definitiva: ¿Se debe publicar después de su muerte lo que un autor no llevó a su editor durante su vida?

En una obra mayor como la de Bishop ningún texto puede ser menor para los lectores. Tarde o temprano, alguien abre sus cajones. No hay manera de detener el afán de leer. Soy un lector de Bishop o mejor dicho un relector del pequeño libro verde suyo que tiene como título The collected prose y una acuarela de su autora en la tapa. Representa una casa miserable, más bien una tienda donde se venden piedras para tumbas. En el primer plano, hay un gran flamboyante. Mi diccionario de lexicografía dice que se puede escribir también flambloyán o flamboyant, pero no importa; lo que quiero decir es que para mí, con el árbol grande y la casa miserable de la acuarela, este libro es Brasil, pues mi deuda con Bishop, aparte de sus poemas, es la revelación de un libro mágico Minha Vida de Menina.

Bishop vivió muchos años en Brasil con su gran amor Lota de Macedo Soares. Fue así como se enteró de la existencia de aquel extraño libro que cuenta en unos episodios discontinuos la historia de una chica brasileña en los últimos años del siglo XIX en la ciudad de Diamantina. No seré el loco que resuma un gran libro de la literatura de Brasil. Más bien voy a decir el placer que saco de la relectura renovada del texto que Bishop dedica al pequeño libro. Para mí solo hay una palabra para describir este texto: generosidad.

En la época en que Bishop vivía en Brasil, también estaba allá el escritor francés Georges Bernanos que igualmente, en su exilio, se interesó por el mismo libro. Tenemos testimonios sobre sus compras de ejemplares para regalar a sus amigos. Bernanos mandó una carta a la autora. Pero Bishop hizo mucho más. Se dedicó a viajar a Diamantina para entender el lugar donde se ubica el libro y consiguió encontrar a su autora, una mujer ya madura, la Senhora Augusto Mario Caldeira Brant, esposa del presidente del Banco de Brasil. No se puede resumir la humildad de Bishop en el momento de hablar con la autora casual que tuvo en su adolescencia la gracia de hablar a sí misma en el papel. Tampoco se puede describir el anhelo de Bishop por entender lo que es el milagro de la emoción auténtica en un libro.

Hay muchas maneras de ser generoso. Dar es la más obvia. Pero me parece que entender, a veces, es aún más difícil. Fue lo que hizo Bishop. Al final, fue la traductora de este libro. Se llama en inglés El Diario de Helena Morley. Lo descubrí en este idioma, tal como descubrí varios poetas brasileños gracias a la misma generosidad de Bishop, capaz de interesarse en la obra de los otros. Esto explica mi primera reacción al comprar en Internet aquel Edgar Allan Poe & the juxe-box. Ya podía adivinar la polémica pero no me importaba. Ahora espero al cartero, para saber si por casualidad, otra vez, Bishop me trae algo de Brasil.

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4 de abril de 2006
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MACHACANDO A SARTRE Y A BARTHES

Hoy me pongo pesado; es decir, francés, sumamente francés para hablar de un libro de casi ochocientas páginas: Exercices de lecture (Ejercicios de lectura) de Marc Fumaroli, publicado por Ediciones Gallimard. Se trata de la recopilación de diecinueve estudios sobre obras o autores de la literatura francesa cuyas vidas abarcan desde el siglo XVI hasta el siglo XIX. Ya conocía varios textos. Se nota un enfoque grande en los hermanos Goncourt y en el siglo XVII que es la gran especialidad de Fumaroli.

Hay que suponer que este libro enorme (también por su tamaño), nunca se va a traducir al inglés y tampoco al castellano. Fumaroli es, hoy en día, el gran crítico francés, miembro del Collège de France y de la Académie Française, editorialista en Le Monde. Ocupa una posición de poder insuperable. La merece pues cualquier persona que lee el francés encontrará en este libro un estudio sobre la tragedia Phèdre de Racine que da mucho para pensar que no hay otro lector de tanta calidad en Francia.

Pero lo que quiero comentar no es el contenido del libro sino la introducción donde Fumaroli justifica su título: el uso de los sustantivos “ejercicios” y “lectura”. Fumaroli resucita la palabra “acedia” que se utilizaba en la edad media para describir la locura triste amenazando a los monjes atrapados en la vida contemplativa de un monasterio. Necesita aquella palabra para recordar que todo lo que ocurre en Francia, y en muchos casos sale muy mal, viene de la catástrofe de la Primera Guerra Mundial (fin de Europa) y de 1940 (derrota francesa frente a las tropas alemanas y victoria final no de Francia sino de EE. UU.). Según Fumaroli, Bataille y Blanchot, dos críticos mayores, constituyen dos casos de “acedia”. Y basta decir esto para entender hacia dónde vamos. Se cita a Bataille y a Blanchot, no a Sartre o Barthes; ya viene la polémica.

Fumaroli habla de Sartre, sí, pero vale la pena traducir unas valoraciones de su obra en el campo de la crítica literaria: es “un comisario” en “un ministerio terrorista”, el “dictador filosófico de la Letras”, tiene el mérito de nunca haber disimulado su condición de “sepia emitiendo interminables y cegadoras nubes de tinta”, tenía la “autoridad de un usurpador del imperio literario” dedicado a la “movilización general y permanente en contra de los cabrones” (aquí tengo una duda, no sé si la palabra francesa “salaud” corresponde más a cabrón o a canalla, manera sartriana de pintar a la burguesía en la literatura). Barthes recibe mejor tratamiento: Fumaroli no lo nombra pero es claro que la persona que pone el concepto de “escritura” por encima de todo para satisfacer su odio hacia la literatura es el autor del Grado cero de la literatura.

Lo que me fascina de este ataque, que pertenece a una denuncia justificada del daño hecho a la literatura en Francia por los dos maestros, es que se puede publicar ahora, algo impensable hace diez años. Prueba de esto La diplomatie de l’esprit (La diplomacia del espíritu), otro libro de recopilación que publicó Fumaroli en 1995. Es un libro magnifico donde el autor nos ayuda a entender el momento, a final del siglo XVI y principio del XVII, en que la literatura francesa contribuye a la creación de un sentimiento nacional y, a la vez, empieza a dar mas importancia a la prosa que a los versos. En la introducción Claudel y Tocqueville son citados por Fumaroli, que concluye con una frase clásica: “nuestro destino está colgado a la inteligencia de nuestra prosa”. Era un manifiesto a favor del clasicismo pero que no se atrevía a denunciar a los bárbaros del existencialismo y del post-estructuralismo. Uno tiene la sensación de que por fin se cierra el paréntesis abierto por Barthes cuando se dedicó a denunciar los libros de Gustave Lanzón de fines del siglo XIX (Histoire de la littérature française – Hachette) que se utilizaba todavía en la Universidad francesa después de la Segunda Guerra Mundial. Vamos bien. Solo un siglo perdido.

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3 de abril de 2006
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El Boomeran(g)
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