Jean-François Fogel
Jorge Castañeda publica en Foreign Affairs un balance impecable de lo que pasó en la política de América Latina en los últimos diez años. Conocemos a Castañeda, su capacidad para comunicarse con audiencias en varios idiomas, su visión de universitario, su experiencia de militante en sectores cercanos a Cuba, su experiencia como ministro de Fox, sus libros (sobre la izquierda y el Che).
En su artículo entrega un análisis del giro de América Latina hacia la izquierda que se parece al que propuso en Venezuela Teodoro Petkoff, el candidato que, después de pasar por la guerrilla y por puestos de ministro, tomó este fin de semana la decisión valiosa y agobiante de desafiar a Chávez en la próxima elección presidencial. Petkoff publicó un libro que se titulaba Las dos izquierdas, para hacer campaña sin hacerlo de verdad. Castañeda propone “un cuento de dos izquierdas” (a tale of two lefts), aprovechando una fórmula de Dickens, pero ambos caminan en caminos parecidos.
Castañeda se ubica aparte en un punto: condena a una de las izquierdas. Habla de una izquierda correcta y de otra errónea (right and wrong). La segunda, dice, es irresponsable y merece un tratamiento específico por parte de los países occidentales. No voy a discutir ni cómo, ni dónde, ni si se debe hacer esto. Lo que me interesa es cómo podemos mantenernos en una lectura tan pobre de un continente. Cada día se publica una nueva síntesis de este tipo que intenta repartir el abanico político: Bachelet, Lula, Chávez, Castro, Morales, Humala, etc. América Latina es mucho más compleja. Lo voy a recordar con la anécdota que viene al principio de Fathers and son, las memorias de Alexander Waugh, nieto de Evelyn e hijo de Auberon. Cuenta que silbaba al subir la escalera para visitar a su padre tendido en la cama de una habitación y esperando su muerte.
– Qué maravilla, dijo su padre, un pájaro ha venido a visitarme”.
– No, papá, contestó Alexander, soy yo. Me has confundido con un pájaro porque iba silbando”.
– Es un poco más complejo de lo que crees”, dijo su padre al pronunciar lo que fue su última frase.
Creo que lo real en América Latina es un poco más complejo de lo que vamos leyendo. Primero porque no hay que creer lo que cantan sus líderes. Tal como lo dice Castañeda, existe una tradición retórica y una dependencia emocional de Cuba que genera siempre una categoría de discursos más extremistas que la práctica que viene después.
En segundo lugar, no hay que olvidar que la euforia de las izquierdas se basa en una visión muy fácil de vender: hay plata por la subida de los precios de las materias primas; aquella plata es para el pueblo. Nadie puede detener una retórica como ésta en países con desigualdades aplastantes.
Tercer y último punto: no puedo comprar la idea de las dos izquierdas porque me parece que hay una fragmentación enorme de las sociedades, entre generaciones, entre ciudad y campo, entre conexión o no conexión a la red, entre los que tienen remesas y los que no, entre sonido de Miami y música todavía folklórica, entre las fiestas colectivas y la soledad del locutorio cibernético. El auge de los latinos en EE. UU. no es una dinámica aislada de una evolución cultural que la contradice.
Lo sentí, hace unos meses, al asistir a un pequeño concierto en Caracas frente a un centro comercial. En el escenario, había canciones chavistas, saludos al “comandante Che Guevara” y cosas de lo que Castañeda califica de mala izquierda. Pero veía cómo ciertos jóvenes pasaban de la audiencia donde participaban y cantaban, a las tiendas de Morgan, Gap o Zara. ¿A cuál izquierda pertenecían? A la de las viejas ideologías o a la que no se aparta del gran mercado de pacotilla y de las marcas. Basta de hablar de política, tenemos que leer a América Latina en su nueva e indescifrable sociología cultural.