Jean-François Fogel
Hago una lectura por la mañana de un artículo de Alex MacGillivray. Es un buen sitio que podemos calificar de izquierda iluminada. El artículo no es nada genial pero encuentro una verdad elemental: la globalización no es un destino, es, dice el autor, únicamente un proceso. MacGillivray ha escrito mucho sobre América Latina y sobre Asia y no camina cargado de verdades que quiere imponer al resto del mundo. En lo que dice de la globalización, por lo menos en lo que tiene que ver con la literatura, tiene toda la razón.
La globalización es un estado extremo pero no es un equilibrio estable, por lo menos en lo que tiene que ver con la literatura. Nunca los libros han circulado como ahora. Nunca se han publicado tantos libros (y esto vale para cada país en el mundo). Nunca el negocio de los libros ha sido tan bueno como en nuestra época digitalizada. Pero al final, a pesar de la globalización de los mercados, cada uno escribe y lee en su casa. Si volvemos al libro genial (hago una utilización muy limitada de este adjetivo), verdaderamente genial de Franco Moretti, Atlante del romanzo europeo 1800-1900, que se tradujo a muchos idiomas, vemos una influencia física del Quijote o de las novelas de Balzac a través de sus traducciones, pero nunca, por una especie de incipiente “globalización”, podemos pensar que el mundo literario se reduce o pierde sus matices internos cuando los libros empiezan a ser difundidos de manera amplia fuera de su idioma inicial.
En realidad la globalización literaria es un concepto que no existe. Sé que existe el Código Da Vinci pero la figura de Dan Brown pertenece a la retórica del éxito, nada más. ¿Quién cree que Dan Brown influye en el mundo con lo que escribe? Hace unos años se publicó en Francia un estudio titulado La république mondiale des lettres (Le Seuil). Su autor, Pascale Casanova, intentaba entender cómo funciona la fama y el éxito a nivel mundial entre los escritores. A pesar de su éxito y de las traducciones (en español está publicado por Anagrama bajo el título La república mundial de las letras) el libro no me ha convencido de la existencia de una globalización de la literatura. Demuestra con suma eficiencia que es mejor escribir en inglés que en español o en zulú para ser traducido y tener una audiencia internacional. Pero no llega, de ninguna manera, a demostrar lo que establece Franco Moretti: que cada país europeo, es decir cada cultura, tiene una identidad formada por sus propios escritores. En este proceso, el viaje de los libros no es el síntoma de la globalización; más bien es la entrega de unas hojas más para el gigantesco palimpsesto que es cualquier obra.
Lo voy a decir de manera brutal: creo que no se puede creer a la vez en la globalización como fenómeno ineludible de nuestra época y en la existencia de la literatura. Hace unos años, un cómico francés que hablaba en la radio frente al ultra-derechista Le Pen empezó su intervención diciendo: “Hola, amigos del fascismo y de la justicia”. De dos cosas una…