Jean-François Fogel
No me gustan los aniversarios. En la prensa, son síntomas de la voluntad de mirar hacia atrás en lugar de contar lo que viene hacia nosotros. El centenario del nacimiento de Samuel Beckett sería una buena prueba de esto, con artículos que salieron en toda la prensa francesa, como si Francia no hubiera vivido también este lunes el desenlace extraño de una crisis de dos meses. Después de monstruosas manifestaciones que contaban con muy pocos jóvenes desempleados, Jacques Chirac, que según informaciones fidedignas sigue siendo el Presidente de la República francesa, anunció la muerte del CPE (Contrato de Primer Empleo) que pretendía ayudar a los jóvenes sin formación a encontrar su primer trabajo.
No es necesario analizar otro episodio que pinta a Francia como un hombre oligofrénico dentro de Europa (si uno quiere entender la crisis se puede echar un vistazo a lo que dice el New York Times. Me parece mejor, de verdad, pensar en Beckett. Era Irlandés, vivía en París, escribía en francés y me parece, al escuchar la pésima intervención de Chirac, que Becket es lo más francés que hemos tenido. Este país vive esperando a Godot. Un Godot que se llama un día CPE, y otro día reforma, y que nunca llega.
Esperando a Godot, la obra de teatro, fue creada en París en 1953, bajo el título En attendant Godot, en un pequeño teatro del barrio de Montparnasse, el «Théatre de Babylone». No hay que creer lo que se cuenta ahora: no gustó a la crítica, para nada, y tampoco al público que salía confuso frente al espectáculo de vagabundos diciendo boberías de cada día en una indefinida espera. Pero el público seguía llenando el teatro. “No tengo idea sobre el teatro. No sé nada del teatro. Nunca voy al teatro”, había escrito Beckett poco antes a un amigo suyo. He leído estas frases varias veces, la última vez hoy en el sitio de un diario de Toronto, y me parece que tenemos por fin la clave de la relación de los franceses con la política. Es como En attendant Godot. Los políticos dicen boberías, no se puede esperar nada de ellos pero ofrecen un espectáculo fascinante: el espejo de lo que es Francia, país conservador, el más conservador de Europa, que finge siempre, desde la Revolución Francesa, esperar un acontecimiento que cambiará el panorama.
Es lo que se debe entender para rematar el miserable caso del CPE que llegó a ocupar tanto la prensa francesa: Chirac y Villepin, su primer ministro, son Vladimir y Estragon, los dos mata-hambre de Becket que dicen: «Rien ne se passe, personne ne vient, personne ne s’en va, c’est terrible». (No pasa nada, no viene nadie, nadie se va, es terrible.) Es Francia.