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Materias pendientes

Por 11 de abril de 2006 Sin comentarios

Marcelo Figueras

El tema de los mejores guiones de la historia elegidos por la Writers Guild of America generó algunos comentarios que no me gustaría dejar pasar. Por una parte creo, dado que la información me llegó de segunda mano (me la envió mi amigo José Artemio Torres, desde Puerto Rico), que el Guild eligió los mejores guiones de su cine, y no del cine mundial. Es cierto que los estadounidenses tienden a confundir su parte con el todo, como ya lo demuestra el hecho que hablen de sí mismos como americans y de que nos obliguen, por ende, a distinguirnos como southamericans. Y también es verdad que son los dueños de la pelota: ellos han desarrollado el cine hasta convertirlo en lo que hoy conocemos, no sólo como lenguaje sino también como industria internacional. Pero no creo que haya que ignorarlos, o hacer como si no existiesen, tal como sugería el Jevi-llano. Lo más recomendable sería, más bien, aprender lo que se pueda de nuestros competidores u ocasionales adversarios. Y a este respecto, Hollywood y su historia ofrecen muchas lecciones que nos vendría bien aprender.

Por ejemplo en la defensa de la producción cultural. (Habría que decir, aunque suene paradójico: una defensa agresiva, con los dientes apretados.) Los estadounidenses son conscientes de que su producción artística ha sido vital no sólo para otorgar trabajo a los miembros de sus gremios específicos, sino para exportar además un modo de vida y todos los consumos que de él se derivan. El cine, la música y la TV de USA nos han impuesto la omnipresencia del inglés, un modo de concebir la acción política, modas y modismos, productos alimenticios, el culto al automóvil e infinidad de otros usos que hoy nos resultan cotidianos e inseparables de nuestra propia cultura; en este sentido, la cultura de USA funcionó como el Caballo de Troya de USA. Esta es hoy nuestra realidad, de la que no podremos desembarazarnos de un sablazo cual si fuese un nudo gordiano. Lo que sí podemos hacer es, en primer lugar, proteger nuestras democracias para que sus procesos no vuelvan a verse interrumpidos como lo han sido repetidas veces durante el siglo XX: es imperativo que no volvamos a empezar de cero cada vez sino que avancemos, aunque sea con pasos pequeños. Y una vez establecida la velocidad crucero, imaginar cómo hacer para establecer políticas culturales agresivas que nos permitan no sólo desarrollar una industria del cine y de la TV, sino también venderle al mundo los productos que fabricamos o fabricaremos. Nuestros gobiernos necesitan entender que el arte popular no es un artículo suntuario, sino más bien la mejor de las campañas de prensa y difusión posibles. El talento lo tenemos. Lo que precisamos ahora es conducción política con visión de futuro, sagacidad… y paciencia.

Mi amigo Pepe Verdes bromeaba ayer por mail después de haber visto Good Night, and Good Luck, la película de George Clooney que recrea la lucha del periodista Edward Murrow contra el psicótico de Eugene McCarthy. Pepe mencionaba la capacidad de los estadounidenses para convertir sus propios dramas en cine, y se preguntaba si el mismo conflicto de Irak no sería obra del Writers Guild. Esta es otra de las cuestiones que deberíamos aprender de nuestros vecinos del norte: a hacer más fluido el tránsito entre nuestra vida y nuestro arte. Todo indica que los latinos somos más morosos, o bien más holgazanes, para lidiar con las cuestiones que nos presenta la existencia. Los muchachos de USA, en cambio, tienen entrenado el instinto para objetivar sus propias cuestiones –históricas, sí, pero también culturales, pasando por todos los tópicos: el racismo, la homofobia, la corrupción política y mucho más- y plasmarlas en la pantalla. Quizás por eso los mejores críticos de Estados Unidos hayan sido y sean norteamericanos: porque una de las vertientes de su cultura es iconoclasta y autocuestionadora, y ha contribuido en mucho a la vitalidad de su nación. Mientras tanto nosotros, que vivimos en una de las zonas del planeta más ricas en drama de todo tipo, tendemos a utilizar estos temas con la topicalidad de una película para TV; por lo demás, al menos a juzgar por buena parte del cine y de la literatura, parecemos provenir de una provincia condenada a siesta eterna.

A riesgo de abusar de la imagen, mi querido Jevi-llano, creo que este asunto bien puede ser descripto como una tortilla: porque se han roto muchos huevos para prepararla, y porque inevitablemente tiene dos lados. En este asunto puntual, ignorar o ningunear al otro lado de la tortilla sólo resultaría en un provincialismo mental parecido al que sesga la visión que algunos líderes de USA tienen del resto del mundo.

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Marcelo Figueras

Marcelo Figueras (Buenos Aires, 1962) ha publicado cinco novelas: El muchacho peronista, El espía del tiempo, Kamchatka, La batalla del calentamiento y Aquarium. Sus libros están siendo traducidos al inglés, alemán, francés, italiano, holandés, polaco y ruso.   Es también autor de un libro infantil, Gus Weller rompe el molde, y de una colección de textos de los primeros tiempos de este blog: El año que vivimos en peligro.   Escribió con Marcelo Piñeyro el guión de Plata quemada, premio Goya a la mejor película de habla hispana, considerada por Los Angeles Times como una de las diez mejores películas de 2000. Suyo es también el guión de Kamchatka (elegida por Argentina para el Oscar y una de las favoritas del público durante el Festival de Berlín); de Peligrosa obsesión, una de las más taquilleras de 2004 en Argentina; de Rosario Tijeras, basada en la novela de Jorge Franco (la película colombiana más vista de la historia, candidata al Goya a la mejor película de habla hispana) y de Las Viudas de los Jueves, basada en la premiada novela de Claudia Piñeiro, nuevamente en colaboración con Marcelo Piñeyro.   Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País.   Actualmente prepara una novela por entregas para internet: El rey de los espinos.  Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País. Actualmente prepara su primer filme como director, una historia llamada Superhéroe.

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