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SIBERIA

Por 17 de abril de 2006 Sin comentarios

Jean-François Fogel

Me encanta leer las aventuras de Mijail Jodorkovski en su cárcel de Siberia. No tengo ninguna simpatía por el ex magnate ruso del petróleo. No hay dudas de que cometió los delitos de estafa y evasión de impuestos. Tampoco se puede negar que era un tiburón más en la lucha de los empresarios que robaron Rusia por completo en lo que fue el final de la Unión Soviética. Única diferencia entre él y sus compañeros: no ha querido o no ha sabido mantener una buena relación con Vladimir Putin. He leído suficiente literatura rusa como para saber lo que pasa cuando alguien molesta al zar. Si se le da un tratamiento suave (caso de Pushkin) vive un destierro de unos años en una aldea hundida en el infierno del invierno. Si se le da el tratamiento normal va a Siberia. Entonces todo es posible desde el punto de vista de la literatura. Puede morir pero también puede volver siendo un genio tal como lo hicieron Dostoievski en el siglo XIX y Solzhenitsyn en el siglo XX.

Jodorkovski, quien al parecer recibió hace poco una herida en el rostro después de vivir otros acontecimientos peligrosos para su vida, vive en una cárcel cerca de la frontera China. Por el momento, no existen indicios de su futuro como escritor. Esto es lo que me preocupa. Putin no cambia la tradición del poder ruso. Su modo de actuar es despótico, arbitrario, imposible de entender para los demócratas de Occidente. Nosotros (los amantes de la literatura) lo podemos entender: Rusia sigue siendo Rusia. Pero parece que cada vez que leemos algo sobre su víctima Jodorkovski comprobamos una pérdida definitiva para la literatura. El nuevo poder es tan vulgar, tan lejano de Dios y tan cercano a las divinidades del mercado y del hampa mafiosa que jamás, nunca, volverá a producir, por el milagro del mero rechazo, los genios del pasado.

Para hacerme entender basta citar a la poeta Anna Akhmatova. Su papel bajo Stalin, sus amigos encarcelados en el Gulag, sus encuentros: Rilke, Modigliani, y hasta Brodsky, un Josef Brodsky joven, al final de su vida, son testimonios de lo que puede un poder absoluto en el mundo eslavo. Vivir en un territorio donde se distingue de manera obvia el bien y el mal, el mundo de la vida normal y el mundo del exilio interno es una ayuda tremenda para los escritores. Pero ¿qué es lo que diferencia a un Jodorkovski? Que es tan tiburón como Putin. Si un escritor incipiente le encontrara en su cárcel del oriente no sería un encuentro que le ayudaría más que una entrevista con un mafioso en una cárcel de EE. UU.

No fue el caso de Dostoievski que escribió una obra de demonios después de vivir los diez años que cuenta en su libro Memorias de la casa de los muertos. Hace diez años, cuando J.M.Coetzee, caminando hacia su Premio Nobel, publicó El maestro de Petersburgo, la experiencia de Siberia que su héroe, el propio Dostoievsky, llevaba en sí mismo no necesitaba ser descrita. En la novela, cuando Anna Segueyevna le dice «you were in Siberia» (fuiste en Siberia) no se añade ni una palabra y ya entendemos de qué se trata, de la tormenta que aguanta una persona. De la tormenta que nos ha dado después la potencia de Alejandro Solzhenitsyn contando, en Un día en la vida de Iván Denisovich, un día en la vida de un detenido en la cárcel compartida por todos que no se llama tanto Siberia sino vida humana. (Es una cárcel si queremos que sea cárcel…).

Cada vez que leo las aventuras de Jodorkovski, recuerdo un día en Londres con el escritor Bruce Chatwin en los años ochenta. Era un almuerzo cerca de Green Park donde fuimos a pasear después de comer. Bruce me hablaba de Ossip Mendelstam, otra alma cercana a Ana Akhmatova, y me aseguraba: «en el último testimonio que tenemos, Ossip hablaba de Virgilio a otros detenidos que se acercaban como podían al pequeño fuego que tenían para calentarse». No sé si la anécdota es cierta, pero tengo serias dudas de que Jodorkovski, ex hombre más rico de la nueva Rusia, hable de Virgilio en su cárcel del Oriente.

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Jean-François Fogel

Jean-François Fogel Periodista y ensayista francés, trabajó para la Agencia France-Presse, el diario Libération, el semanal Le Point y el mensual Le Magazine Littéraire. Ha vivido una parte de su vida en España donde empezó una segunda carrera como asesor para empresas de prensa. Fue asesor del director del diario Le Monde, desde 1994 a 2002, y sigue trabajando en la concepción y la remodelación continua del sitio Internet creado por el vespertino. Es maestro y presidente del Consejo Rector de la Fundación Gabo. Ha publicado varios libros sobre literatura francesa y sobre América Latina, entre los que destaca  un ensayo sobre el periodismo digital, Una prensa sin Gutenberg (Punto de Lectura, 2007).

En 2010 se dedicó a renovar los seis sitios de los diarios del grupo francés SudOuest, donde continua siendo asesor de la estrategia digital. En los últimos años, se encargó de la creación de una plataforma de información digital para el grupo France Televisions, una de las tres más importantes de Francia. Asesora a varios medios en Europa y América Latina tanto en la concepción de sitios, como en la organización de la producción digital. Es director del Executive Master of Media Management, del Instituto de Estudios Políticos de Paris (Sciences Po).

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