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Escrito por

Javier Rioyo

Javier Rioyo (Madrid, 1952) es licenciado en Ciencias de la Información. Periodista, escritor, director y guionista de cine, radio, televisión y dramáticos. Dirigió y presentó el programa semanal de libros Estravagario en TVE 2, con el que obtuvo el Premio Fomento a la Lectura 2005, concedido por la Federación del Gremio de Editores de España. También ha sido responsable de cultura y libros en el programa diario Hoy por hoy de la cadena SER. Es colaborador habitual de El País (escribe para el suplemento semanal Domingo) y de la revista Cinemanía. En televisión, Rioyo ha presentado el programa "El Faro" del canal Documanía y ha obtenido dos premios Ondas en Radio y uno en Televisión. Ha sido guionista de numerosos festivales de música para Canal+, así como de los premios Goya, y de diversos programas de radio y televisión. También coordinó los guiones para la serie Severo Ochoa. Ha dirigido y participado en cursos de Comunicación y Cultura en diversas universidades españolas. Formó parte del Comité Asesor de Alfaguara y ha sido jurado de festivales de cine y premios literarios en varias ocasiones. Es autor del libro Madrid: casas de lenocinio, holganza y malvivir (Espasa Calpe, Premio 1992 Libros sobre Madrid); y de La vida golfa (Aguilar, 2003). En 2005, con su productora Storm Comunicación, realizó la producción ejecutiva y el guión de Miracolo Spagnolo, un documental para la RAI sobre la llegada de José Luis Rodríguez Zapatero al gobierno y su primer año de legislatura. También dirigió y produjo Alivio de luto, un vídeo documental en el que entrevista a Joaquín Sabina; así como Un Quijote cinematográfico. En 1994 fundó la productora Cero en conducta, con José Luis López-Linares, con la que tuvo a su cargo el guión y la dirección de Alberti para caminantes (2003); y la producción ejecutiva y el guión del largometraje Un instante en la vida ajena (2003), que obtuvo el Premio Goya al mejor documental; así como de Tánger, esa vieja dama (2002). También ha codirigido con José Luis López-Linares el cortometraje Los Orvich: Un oficio del Siglo XX (1997), y los largometrajes Extranjeros de sí mismos (2001), nominado al mejor documental en la XVI edición de los Premios Goya; A propósito de Buñuel (2000); Lorca, así que pasen cien años (1998), nominado a los premios Emmy 1998; y Asaltar los cielos (1996), nominado a los premios Goya al Mejor Montaje, y ganador del Premio Especial Cine, de los Premios Ondas 1997.

En 2011 fue nombrado director del centro del Instituto Cervantes de Nueva York en sustitución de Eduardo Lago.​ Ocupó el cargo hasta septiembre de 2013, cuando fue sustituido por Ignacio Olmos.​ En 2014 fue nombrado responsable del centro del Instituto Cervantes en Lisboa.​ En febrero de 2019 deja el cargo y pasa a dirigir el centro de Tánger de la misma institución.

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LA REMOVIDA

Cuando pasó aquello me pilló de mudanza. Esa tendencia al desacierto. No seguir los consejos, aunque sean buenos. Así “la movida” llegó cuando yo estaba en otra parte. Quiero decir en otra parte mental. Porque tengo que reconocer que fui vocero, altavoz y colaboracionista. También tengo otros pecados pero no me confieso. Lo que no me exculpa de haber sido convicto, de haber participado en lo que se llamó la movida. Pero nadie podrá decir que comulgué. También para aquello me faltaba fe.

Es un problema haber visto- y oído- algunas cosas de cerca. Saber te mata. Lo que les pasaba a algunos amigos con Madrid, a los más interesantes de entonces. Es verdad que aquella ciudad se supo  poner cachonda y suelta en los años 80. Pero también tan excesiva, tan insomne que, ciertamente, Madrid les mataba. Nos mataba. Algunos nos salvamos, fuimos supervivientes y ahora podemos asistir un tanto perplejos a un intento de renacimiento de aquellos polvos.

Fue un tiempo en que nos relajamos, nos reímos y pasamos muchos días, muchas noches, en desmadre controlado, en busca y captura de unos tiempos que parecieron divertidos porque tuvieron una adecuada dosis de banalidad. Pero, después de la juerga, después de la pompa y circunstancia del “Sol”, después de unas noches acompañados de risas y cuerpos que ya  no reconocemos, después de todo aquello, la llamada movida había sido lo mismo de antes pero con más pijos. Tenían su punto. Sí, aquellos tiempos de “pijolandia” y macarras modernos de provincias que se vinieron a vivir en un Almodóvar, podías pasar la noche en nocturna conversación, o inspiración, con quién aguantara hasta el amanecer. Aquello parecía un cambio. Quitaba peso a los años más ideológicos. Y había un alcalde insólito, que hablaba mejor latín que francés. Al menos eso dijo Patricia Highsmith. ¿O era inglés en lo que intentaron hablar el alcalde Tierno y la rara Patricia? Es igual, el profesor que siempre vestía con tres piezas y que gustaba de mirar a las chicas, era un excéntrico divertido, siempre que no tuviéramos que juzgar lo arbitrario, maligno, que era en otras cosas.

Ahora estos subvencionadotes de festivales solidarios, de diversiones controladas, de exposiciones prescindibles y de otras cosas del montón- ¡todo vale!- se han empeñado en rescatar a los restos de aquellos fuegos de artificio. Hoy todo queda un poco al estilo “mira quién baila”. Cuando me contaron que uno tan listo, tan superviviente y encantador Oscar Ladoire participaba en aquello, me pareció que la historia sólo se repetiría como esperpento. Más o menos como  cuando ahora nos convocan a bailar con las mismas músicas de aquellos años. Ya sabía yo que acabaríamos moviéndonos con esa música para camaleones. Una noche de estas me escapo al Sol… Gran ganga, gran ganga, soy de Teherán, calamares por aquí, boquerones por allá.

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19 de enero de 2007
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FOTOS ROBADAS

Me gustaban los besos robados. Aquellos de Truffaut y otros con nuestra firma. Era un juego adolescente, tenía morbo y un poco de peligro. Nada muy arriesgado, ningún gran castigo y un gran placer. No se por qué los he recordado pensando en las fotos robadas. En esas fotos del alcalde de Madrid -el ausente de la manifestación del sábado- en que amablemente saluda, y parece ser saludado, por el actor Tim Robbins. El alcalde de Madrid sabe tratar muy bien a la izquierda. Le gusta mantener relaciones con esa parte de la población que no le vota. No me parece mal, yo mismo tengo una distante pero cordial relación con él. Me podían haber fotografiado unas cuántas veces. Pero yo sé quién es y sé con quién me quiero o dejo fotografiar. Lo de Tim Robbins es otra historia.

El bueno de Robbins, chico listo, crítico con los conservadores de USA, opuesto a ese presidente llamado Bush, buen actor, discreto director y, sobre todo, marido de una tipa tan fascinante como Susan Sarandon, parece que no se enteraba de nada cuando se hacía fotos en Madrid y con el alcalde. Se enteró y no le gustó nada hacerse una foto con un alcalde que no tiene tiempo para estar presente en una manifestación por la paz.

No sabía nada ayer, los del festival me habían mandado información y las fotos del alcalde con Robbins. Todo me parecía raro. Un festival llamado de “Cine solidario”-¡como si el cine fuera bueno por ser solidario o por ser insolidario!- que además estaba subvencionado por la concejalía de Ana Botella. Me desentendí. Pensé que Robbins no era tan listo, ni tan majo como la Sarandon. Pensé en preguntarle a Coixet, pero como es muy suya, me estuve quieto.

También pensé que el tal festival, con esos patrocinadores más bien se debería haber llamado del “Cine caritativo”. No es caridad a lo que se dedican esas señoras del entorno de la señora Botella. No sé. Yo tengo un lío con eso de juntar peras con manzanas.

En fin que las fotos robadas no salen siempre bien. Aunque la verdad que le quiten lo bailado. Al festival -como a tantos que se han creado a golpes de talón y falsedad- no va casi nadie, pero la foto de inauguración no hay quién se la robe. ¡Qué pena que Tim Robbins no fuera mudo! Una buena lección también para Universal y esas majors que traen a Madrid a sus estrellas unas horas y perfectamente desinformados.

¿Quién se lo lleva calentito?... Busquen a los intermediarios. Eso me daría para un rato….y me voy. Hoy tengo Alban Berg, Wozzeck y Calixto Bieto. Uno que quiere estar tranquilo.

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17 de enero de 2007
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HORA ESPAÑOLA

Siempre he sido muy poco patriota. Me encontraba del lado de Julio Ramón Ribeyro y de sus prosas apátridas. Después me di cuenta que Ribeyro, tantos años de exilio, tantos flaneos parisinos y seguía siendo muy de Lima, muy del Perú, muy de su patria negada. Creo que me pasa un poco lo mismo pero sin exilio. Desde luego nunca elegiría vivir en la patria que dibujan, reivindican, chulean y secuestran todos esos antinacionalistas, todos esos tan españoles, que han sido, que siguen siendo dueños de las esencias patrias, de las tierras, los negocios y los ladrillos. Tendré que convivir con ellos. Incluso tendré que ser gobernado por ellos, pero no seré de ellos.

Acabo de escuchar al llamado líder de la oposición. Por alguna razón masoquista me he quedado escuchándolo. Incluso he visto sus gestos. Sus inflexiones y su discurso de cerril. De españolismo primario. Siento mucho haber dejado durante demasiado tiempo la novela de Darío Jaramillo -La voz interior- y los pensamientos sueltos del diario del ayer citado José Carlos Llop. Tiempo perdido escuchando a esos que todavía tienen la idea de una hora española pasada por confesonarios. ¿No estábamos ya en otra hora?

Otra hora española me encuentro en la poesía de Mercedes Cebrián. Siempre es un placer la lectura de esta joven tan aguda -quise mucho su anterior libro, El malestar al alcance de todos- y sigo queriendo el nuevo, este Mercado común que también está en la editorial que Constantino Bértolo pensó para entrar o salir de la ciudad sitiada, Caballo de Troya. En el libro de Cebrián hay mucho acercamiento a otras horas españolas: “La hora española es la hora/ indudable, la que nos clava/ en la edad indudable. Hora y edad/ están emparentadas. Hora y duda también…”

Yo dudo de todos los patriotas. Aunque lo sea a mi manera. A esa manera que me haría estar cerca de Baroja, como cerca de Ribeyro, de Jaramillo, de Cebrián o de Llop. La patria de a los que les gusta leer. Con esa patria me basta. Luego tengo mi hora española. Que no es la de la oposición, ni la del Gobierno, pero que podría convivir con unos y no con otros. “El nacionalismo se fundamenta en el quiénes somos para evitar preguntarse quién soy yo”, eso dice Llop. Yo creo que debe ser algo más complicado. Yo me pregunto quiénes somos y no sé decirlo. Pero me pregunto quién soy yo y estoy mucho más perdido.

Todavía tiemblo con algunos que usan mucho el nombre de España. Recuerdo aquellos versos de León Felipe: “¡España, España!/ Todos pensaban/ -el hombre, la Historia  y la fábula-/ todos pensaban que ibas a terminar en una llama… y has terminado en una charca”.  No quiero olvidar quiénes son los herederos de la construcción de España como charca.

Buscaré compañeros para estas horas españolas. Para estas muchas horas españolas que espero me sigan quedando.

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16 de enero de 2007
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SILENCIOS COMO GRITOS

Estuve en la manifestación del sábado en Madrid, como otros miles, muchos miles de ciudadanos bastante tranquilos y bastante cabreados. Caminábamos lentamente, en silencio o casi en silencio. A mi lado estaban amigos y conocidos del mundo cultural, del cine, de la música. Yo marchaba con un grupo que no era cabecera de nada. En anónima solidaridad, al lado de Ángel González, de José Manuel Caballero Bonald  de otros muchos poetas, escritores o esa tropa rara que son los periodistas culturales. Un buen tramo fui charlando con mi amigo, editor, lector y columnista, Manuel Rodríguez Rivero. Nos lamentábamos de las ausencias, de tantos escritores o periodistas a los que no les gusta verse mezclados con una masa de ciudadanos hartos de las anormalidades de un país que no se merece algunas cosas. Tampoco nos extrañaba demasiado. Conocemos el percal. Yo recordé unos textos que acababa de leer en el inteligente y lúcido diario de José Carlos LLop, La escafandra: “Hay periodistas que confunden una página de periódico con una pistola”. E inmediatamente después hace otra reflexión -por cierto, antes que de periodistas, habla de burdeles- que me hizo reír por su doble mala leche: “El político es un periodista que ha evolucionado. Por eso el periodismo es necesario para neutralizarlo”. Nada mal visto.

Yo que soy periodista, gracias a Tintín, sigo viendo las cosas con demasiada ingenuidad aunque el aumento de mi escepticismo es más alarmante que mis transaminasas. No fui como periodista a la manifestación- en realidad casi nunca voy como periodista a ningún lado- pero sí puedo contar que los gritos que no fuera contra ETA o por la paz fueron pocos. Es cierto que no se pudo evitar que algunos, muchos, se preguntaran dónde estaba el alcalde. O dónde esos obispos que tanto animaron otras manifestaciones. Preguntas al viento.

A mi lado Caballero Bonald decía que no había que gritar nada. Había que saber guardar silencio. El mejor grito posible, un silencio de cientos de miles. No fue así, pero los gritos fueron tan respetuosos como muchos silencios. No todas las manifestaciones son iguales.

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15 de enero de 2007
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¿HAY QUE SEGUIR COMPRANDO LIBROS?

Yo sigo comprando libros. Otros, muchos, me llegan sin tener que comprarlos. Es algo parecido a una enfermedad. Una vieja enfermedad que convive conmigo hace ya muchos años. Una enfermedad que de momento, y por los síntomas, no parece tener cura. Algunos seguimos aumentando la biblioteca, contra el espacio, contra el tiempo y contra la realidad. Ya tenemos, hace mucho, muchos más libros de los que nunca podremos leer. Y sin embargo seguimos comprando. Seguimos acumulando la posibilidad de lecturas. Conozco algunos escritores que supieron terminar con esa enfermedad, con el viejo rito de acumular libros, de construir una biblioteca que no tiene fin. Por ejemplo, Manuel de Lope, apenas tiene en casa unos centenares de libros. Dice que no le hacen falta. Incluso para algún dato, para alguna consulta, ni acude a internet ni espera encontrar la solución en su casi inexistente biblioteca. Llama a un amigo que, ese sí, tiene el viejo vicio de guardar los libros y además saber usarlos. De Lope, compra y pide un libro, lo termina y prescinde de su presencia. Él es así.

Vargas Llosa, sí era partidario de tener una amplia biblioteca. Al menos lo era de joven. Creo que ahora mantiene que con tener dos mil libros ya puedes dar por satisfecho tu afán por tener lo esencial. Dicen que Gabriel García Márquez era poco partidario de conservar los libros, de hacer una gran biblioteca y que incluso le gustaba mostrar un cierto desapego al libro. Si su mujer y él estaban leyendo el mismo libro, no le importaba cortar las hojas para que su mujer pudiera seguir leyendo casi al tiempo. Yo creo que ahora cuidará más los libros. Tendrá una biblioteca de libros completos.

Bryce Echenique, en uno de sus traslados de casa, de ciudad o de las dos cosas, decidió no abrir las cajas de los libros trasladados. Ahí los dejó, encajados, escondidos, hasta que un día decidió regalarlos. Huir de su tentación. También prohibió a las editoriales que le mandaran libros a casa. Tiene los que compra o los que no puede evitar que le regalen los amigos, conocidos o saludados. ¡Otra lacra!

El que tenía bastantes libros, revistas, fotos y otros fetiches culturales era Guillermo Cabrera Infante. Al menos así le pareció a su amigo el actor, Alan García. Cuando una vez estuvo en la casa londinense de Guillermo, preguntó eso que muchas veces te preguntan algunos que se cuelan en tu biblioteca: ¡Cuántos libros! ¿Los has leído todos? Cuando su querido amigo también le hizo esa pregunta, Guillermo se quedó unos segundos en silencio, pero terminó contestando: solamente una vez.

Canetti, como tantos, se murió sin haber leído la mayor parte de los libros que su biblioteca contenía. Pero no dejó de comprar hasta el último día, siempre tenía la esperanza de leerlos algún día.

¿Y que pasa  con nuestros libros? ¿Los quieren como nosotros los quisimos nuestros herederos? Pues no es lo más normal. Lo normal de esas bibliotecas que son parte de la vida de las personas, de esos espacios que tanta información da de nosotros, acabe en algún saldo, en algún librero de viejo. Ese es un digno destino. Los hay peores, los hay vendidos al peso. Incluso expulsados sin misericordia del lugar que ocuparon en nuestras vida.

Esto se me estaba ocurriendo cuando quería reflexionar sobre un texto que he leído hace poco: Contra el ignorante que compraba muchos libros, un rescatado texto de Luciano por el editor, librero y bibliófilo Chus Visor, traducido del griego por Manuela García Valdés. De ese libro hablaré el lunes. Ahora me voy a poner orden, a buscar espacio a los libros que han llegado en estos días.

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12 de enero de 2007
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NABOKOV

Cuando leo a Nabokov me dan ganas de vivir exiliado, en buenos hoteles, con alguna mujer encantadora, tener una edad razonable, una edad en la que al menos se conserve  el vigor suficiente como para desear y ser deseado. También me gustaría jugar al ajedrez al terminar la tarde, ser capaz de levantarme temprano para intentar cazar alguna rara mariposa, recorrer los pueblos europeos en un viejo y cómodo coche o bien hacer una ruta de moteles confortables cruzando aquellos Estados Unidos de los años 50, casi en los 60. Terminar la noche, razonablemente leído y bebido, como para soñar con alguna nínfula de las muchas que se cruzaron en las carreteras de mis deseos. No siempre estoy leyendo a Nabokov. Muchas veces pierdo mi tiempo y mis lecturas. Es verdad que hay otros. Que los hay mejores, más emocionantes, menos inteligentes y de mayores desgarros pero siempre estará la seguridad de que ahí, en mi biblioteca, al lado estará algún libro de Nabokov.

Ahora, después de tantos años, estoy con la otra parte de la biografía elaborada por Brian Boyd, Los años americanos, tan minuciosa, entretenida y sagaz como aquella primera de sus años rusos. Las biografías de Boyd no impiden el placer de volver de vez en cuando a la muy querida autobiografía de Nabokov, Habla memoria.

La memoria habla de manera singular. Hablando, leyendo la biografía de Nabokov recibí la noticia del Premio Nadal a Benítez Reyes. Recordé su pasión “nabokiana”, una vez la llamó “un complicado capricho de la Naturaleza”. Algo de eso tiene sin duda la diáfana complejidad de Nabokov. Busqué el libro de Benítez Reyes en que habla de Nabokov, de la minuciosa primera parte de esta biografía que ahora estoy leyendo. Y allí el escritor de Rota hace una merecida alabanza a la minuciosa entrega del biógrafo estilo Boyd, capaz de recordar los mínimos detalles de la vida cotidiana, capaz de captar los reflejos, los espejismos de la realidad de una vida. Le gustaba a Benítez Reyes que en la biografía se nos informara de la familia o de la marca de las bicicletas que tuvo Nabokov. Parecerán banalidades, pero son parte de lo anecdótico que se convierte en lo importante de nuestra pequeña y minuciosa existencia. De esas pequeñeces también estamos fabricados.

Me gusta leer cómo se relatan con minuciosidad hasta las historias que ya conocemos, que ya nos habían contado. Por ejemplo el famoso té que bebió en el programa de Pívot, que era naturalmente un whisky. Un programa con un público cómplice que supo reír la única vez que Nabokov se salió de su propio guión para hacer un comentario sobre lo fuerte de aquel té.

Una extraordinaria biografía en la que acompañamos a un Nabokov al que, después de muchos libros y muchos años, la fortuna literaria -también la otra- le sonríe a pesar de las prohibiciones y mojigaterías. ¿O quizá por esas mismas prohibiciones? Sin duda, tantas veces, una publicidad sin costes.

Si gustan de Nabokov, no se pierdan esta biografía. Si no les gusta Nabokov, también les puede gustar. Ya verán cómo leyendo su biografía les entran  ganas de volver a Nabokov, es como volver a región pero distinto.

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11 de enero de 2007
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MANERAS DE GANAR

Me gusta la gente que sabe ganar. Saber perder es mucho más fácil. Al menos si eres más o menos aficionado al fútbol y tu equipo es el Atlético de Madrid. Me imagino que también sirve con otros equipos que no tengan el historial del Barça o del Real Madrid, aunque últimamente ya no sean lo que fueron. Saber perder es saber supervivir, adaptarse, disimular, mentir o fingir. Saber perder es saber vivir, que quizá no es poco mérito, pero es lo que nos pasa hasta que deja de pasarnos. Vivir perdiendo cosas, gentes, paisajes, recuerdos, tiempo… eso es algo que sabemos hacer mejor o peor casi todos los animales perdedores. Nuestra especie de animales lectores, incluso nuestros semejantes no lectores.

Maneras de perder se llama una colección de relatos, de cuentos de supervivientes, del escritor Felipe Benítez Reyes. Ahora le toca ser ganador del Premio Nadal. Otra vez  con una novela paródica. La parodia es un conocido tránsito literario de Benítez Reyes. Ahora en ésta que se titula, Mercado de espejismos, hace una mirada  sobre los thrillers con fondo histórico que tanto éxito de ventas tienen desde hace ya unos códigos. Estoy deseando leerla.

No disimulo mi afición ya antigua a la poesía y la prosa de Benítez Reyes. Desde hace ya bastantes años me reconocí “felipista”. Es un escritor de un humor y una ironía que muchas veces hay que buscar sus referencias en autores de que no son de este tiempo o de este país. Felipe es un cosmopolita de pueblo. Un universal de Rota. No es cualquier pueblo ese pueblo de Cádiz. Pueblo de playa popular que le hubiera dado envidia a Fellini. Cercano al liberal Cádiz, al señorial y decadente Jerez y a otros espacios tan razonables para vivir que uno entiende al escritor que sigue viviendo en ese centro de la periferia más agradable. También en Rota estuvo, está, la Base Americana. Y eso, que hoy más que ayer, parece un anacronismo, hace años representó la llegada de la modernidad, la coca-cola y el rock. Que se lo pregunten a Silvio. Más bien que no se lo pregunten, porque hace años está sin posibilidad de respuesta. Silvio fue uno de aquellos futuros roqueros que escuchaban la última música americana en la radio de la Base de Rota. Un tinglado ese pueblo de la Bahía, tan cerca de los americanos y tan cercanos al mundo de Camarón. Un buen refugio de señoritos y desempleados. Un lugar que se lleva bien con la queja y la alegría.

De esa Andalucía viene Benítez Reyes, ajeno al señoritismo, pero con una elegancia para saber ganar como sólo mantienen algunos muy elegantes en la vida y la literatura. Nunca quiso dejar de vivir en Rota -ni cuando las tentaciones, los premios y los amigos empujaban a ello- y allí sigue viviendo. Lo explica: “Vivo en Rota por dos razones bien insignificantes: porque he nacido en ese sitio y porque me gusta demasiado escribir como para poder disponer de tedio suficiente para escribir”. Desde Rota, desde sus aires difíciles, desde ese mundo que también es ya el mundo de toda una tribu de novelistas, poetas y cantantes, desde la Rota de Benítez Reyes, se pueden contar todos los mundos. Solo hay que saber escribir.

Me alegro que un premio como el Nadal, tan querido, tan importante en nuestras vidas lectoras, recupere  los mejores aires, aunque sean aires difíciles de nuestra literatura. Benítez Reyes, es un excelente premio Nadal. Una elegante manera de ganar. Lo hizo desde su periferia el pasado año Eduardo Lago -con una de las mejores novelas del año en castellano- y estoy deseando que con Benítez Reyes nos ocurra lo mismo. El saber ganar no hay quién se lo arrebate.

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10 de enero de 2007
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LIBROS QUE ME REGALARÉ

El primer libro que me he regalado, y si no he sido yo lo podría haber sido, en estas fiestas de tanta liberalidad económica, en estos días en los que todos somos menos roñosos con nosotros mismos, es un libro que me acompaña desde pequeño, Viajes de Gulliver, del que tengo unas cuantas ediciones y del que no me importa seguir acumulando nuevas. Ahora he sumado la ilustrada por Guillermo Pérez Villalta -tiene algo ese pintor que siempre me ha parecido un tanto kitsch, un estilo que funciona muy bien con este relato que lleva entreteniendo a niños y no tan niños, desde las primeras décadas del siglo XVIII. Esos viajes de Jonathan Swift son mucho más apetecibles que esos otros de los que hablábamos ayer cuando hicimos los viajes al Purgatorio. Es este entonces el primer hermoso libro que me regalo.

También me regalo otro, con ilustraciones, El festín de Babette. Un cuento muy propio para leer en estos días de tantos excesos. Un cuento con una de las mejores comidas que uno haya visto en el cine. Sí, para mí, primero fue cine; después ha sido este espléndido relato publicado ahora en una edición hermosa. La opípara cena que prepara la deliciosa Babette a esa pandilla de sobrios, de aburridos seguidores de un Dios tan castrador, tan ajeno a la felicidad, que dan ganas de salir corriendo -y que demuestra que, como dijo nuestra mística santa, Dios también está en los pucheros-, es perfecta para ser leída en estos días de excesos. Es un libro de Isak Dinesen, lo han editado los de Nórdica, que también han rescatado a un olvidado -para mí desconocido- escritor irlandés, Flann O’ Brien. Un gran libro policíaco, y algo más, que encantó a Joyce y Becket (no eran malos lectores), y que me ha permitido descubrir a un gran escritor.

Me he seguido regalando, pero tampoco hay que pasarse. Lo que sí les digo es que en mi maleta se han venido los Orwell que ha editado Turner, que nunca decepciona. Y el catálogo, ejemplar cuidado de Luis Muñoz, de la Residencia de Estudiantes sobre y para Juan Ramón Jiménez. Tan contento estoy con mis regalos a mí mismo. Mañana esperaré los demás; espero que no todos sean libros.

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5 de enero de 2007
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UN PURGATORIO COMO BURGOS

¿A dónde el Purgatorio, tú que has estado? Eso se me ocurriría preguntarle a Dante. Pero él ya lo contó, ya lo escribió. Muchos piensan que el Purgatorio, a no ser por la obra de Dante, ya habría desaparecido. Que ya no tiene crédito ni entre los fieles, ni entre los infieles. Ni siquiera entre los burócratas del Vaticano. Casi nadie tiene fe en el Purgatorio. Pero su espacio, su lugar entre bueno y malo, entre el horror y la esperanza, se mantiene vivo gracias a la literatura. Gracias a Dante. Yo de vez en cuando viajo a ese lugar del Dante. Lo hago con mi tomo de la Divina Comedia, en esa edición que ilustró Miquel Barceló, traducida y anotada por Ángel Crespo. Una edición como para regalarse, es del año pasado, o del anterior, pero cualquier rey más o menos mago merece la pena. Abro el Purgatorio, y no puedo evitar una suerte de desazón, de agobio de difícil definición: “La barca de mi ingenio, por mejores/ aguas surcar, sus velas iza ahora/ y deja tras de sí mar de dolores; / y cantaré a la tierra purgadora/ del alma humana, que hacia el cielo es vía/ de la que se hace de él merecedora…”

Ay!, el Purgatorio. Ahora he vuelto a otro purgatorio. Uno que se parece a la ciudad de Burgos en los primeros momentos de la Guerra Civil. El camino al Purgatorio ya estaba anunciado en la primera novela de esta trilogía de Oscar Esquivias. Ya hablé de él, de esa novela en que el paraíso es Burgos en los días veraniegos y tranquilos inmediatamente anteriores al 18 de Julio de 1936. Ya se sabía, leyendo aquella novela, que unos cuantos civiles, militares, aventureros y fugados se disponían a viajar al Purgatorio. Unos por escaparse de la guerra, otros por encontrar al fallecido General Sanjurjo y otros por amor a la aventura. El purgatorio ha llegado con su segundo tomo, La ciudad del Gran Rey, un viaje realmente dantesco, también disparatado, a ese lugar del Purgatorio donde todo se parece demasiado a un Burgos que ha dejado de ser un lugar tranquilo para pasar el verano… Lean a Esquivias aunque hayan leído a Dante. Su purgatorio es otra cosa, pero también reconocemos ese lugar al que no quisiéramos ir… Menos mal que es una mentira literaria. Qué inquietante el Purgatorio.

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4 de enero de 2007
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BUSCANDO PARAÍSOS (Y 3)

Ya les prometo terminar este paraíso a plazos. Después del paraíso les hablaré de un purgatorio. El purgatorio inventado entre Oscar Esquivias y un tal Dante. Mientras tanto sigamos en nuestro parcelado paraíso:

“Fuentes de información pública: libertad absoluta de prensa, pero los diarios y revistas aparecen con diez años de retraso, que es el tiempo mínimo que requiere un acontecimiento para resultar de verdad interesante.

Monumentos: Fuentes con figuras mitológicas, erigidas todas por un rey ilustrado del siglo XVIII.

Diversiones públicas: Cine una noche por semana -las películas no se proyectan hasta diez años después de filmadas y son preferentemente mudas-. Reuniones de bebedores los sábados. Carnaval y verbenas varias veces al año. Solemnes liturgias de Semana Santa para los niños”.

Estos son los espacios, los que he contado, copiado, durante estos tres días de vacaciones y lecturas en un lugar de Babia. Me gusta estar en esos sitios. Mucho más que esos paraísos e infiernos que nos acompañan desde niños en estas mitologías que estos días son tan celebradas. Otra cosa, no mejor, es el purgatorio. Pero de eso hablaré mañana. Ahora me voy al infierno, que hace mucho frío en estas Babias.

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3 de enero de 2007
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El Boomeran(g)
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