Javier Rioyo
Cuando pasó aquello me pilló de mudanza. Esa tendencia al desacierto. No seguir los consejos, aunque sean buenos. Así “la movida” llegó cuando yo estaba en otra parte. Quiero decir en otra parte mental. Porque tengo que reconocer que fui vocero, altavoz y colaboracionista. También tengo otros pecados pero no me confieso. Lo que no me exculpa de haber sido convicto, de haber participado en lo que se llamó la movida. Pero nadie podrá decir que comulgué. También para aquello me faltaba fe.
Es un problema haber visto- y oído- algunas cosas de cerca. Saber te mata. Lo que les pasaba a algunos amigos con Madrid, a los más interesantes de entonces. Es verdad que aquella ciudad se supo poner cachonda y suelta en los años 80. Pero también tan excesiva, tan insomne que, ciertamente, Madrid les mataba. Nos mataba. Algunos nos salvamos, fuimos supervivientes y ahora podemos asistir un tanto perplejos a un intento de renacimiento de aquellos polvos.
Fue un tiempo en que nos relajamos, nos reímos y pasamos muchos días, muchas noches, en desmadre controlado, en busca y captura de unos tiempos que parecieron divertidos porque tuvieron una adecuada dosis de banalidad. Pero, después de la juerga, después de la pompa y circunstancia del “Sol”, después de unas noches acompañados de risas y cuerpos que ya no reconocemos, después de todo aquello, la llamada movida había sido lo mismo de antes pero con más pijos. Tenían su punto. Sí, aquellos tiempos de “pijolandia” y macarras modernos de provincias que se vinieron a vivir en un Almodóvar, podías pasar la noche en nocturna conversación, o inspiración, con quién aguantara hasta el amanecer. Aquello parecía un cambio. Quitaba peso a los años más ideológicos. Y había un alcalde insólito, que hablaba mejor latín que francés. Al menos eso dijo Patricia Highsmith. ¿O era inglés en lo que intentaron hablar el alcalde Tierno y la rara Patricia? Es igual, el profesor que siempre vestía con tres piezas y que gustaba de mirar a las chicas, era un excéntrico divertido, siempre que no tuviéramos que juzgar lo arbitrario, maligno, que era en otras cosas.
Ahora estos subvencionadotes de festivales solidarios, de diversiones controladas, de exposiciones prescindibles y de otras cosas del montón- ¡todo vale!- se han empeñado en rescatar a los restos de aquellos fuegos de artificio. Hoy todo queda un poco al estilo “mira quién baila”. Cuando me contaron que uno tan listo, tan superviviente y encantador Oscar Ladoire participaba en aquello, me pareció que la historia sólo se repetiría como esperpento. Más o menos como cuando ahora nos convocan a bailar con las mismas músicas de aquellos años. Ya sabía yo que acabaríamos moviéndonos con esa música para camaleones. Una noche de estas me escapo al Sol… Gran ganga, gran ganga, soy de Teherán, calamares por aquí, boquerones por allá.