Marcelo Figueras
Pocos días atrás volví a ver Mala sangre, una película de Leos Carax a la que no veía desde su estreno en 1986, cuando fui a París por primera vez. Me la había comprado meses atrás, cuando después de revolver concienzudamente cada estante de un Corte Inglés la encontré perdida entre otras tantas películas inhallables. Me senté a verla con cierta trepidación: uno teme que esas películas “modernas” que le volaron la cabeza cuando era tan joven se hayan convertido ahora en pastiches pretenciosos e invisibles. La agradable sorpresa fue que Mala sangre sigue siendo una bella película, llena de momentos preciosos e inolvidables –como la carrera de Denis Lavant en plena calle, mientras suena a tope Modern Love, de David Bowie. También había olvidado la presencia de mi admirado Hugo Pratt, el autor del Corto Maltés, que debe haberse divertido mucho actuando como un típico heavy de película. Mala sangre es, además, el filme en que descubrí a las por entonces jovencísimas Juliette Binoche y Julie Delpy, y a esa máscara increíble de Denis Lavant, a quien recién volví a encontrar veinticinco años después en la también maravillosa Beau Travail, de Claire Denis.
La pregunta inevitable era: ¿qué fue de la vida de Leos Carax, un director tan obviamente talentoso? Mi último recuerdo era el de la debacle de Les amants du Pont Neuf, una película carísima para su momento (Carax llegó a reconstruir el Pont Neuf en las afueras de París) que para peor no tuvo éxito comercial, y el escándalo de Pola X, que decía estar inspirada en Pierre, o las ambiguedades de Herman Melville y tenía escenas de sexo hardcore. Mi buceo en las profundidades de Google no arrojó nada que no supiese: después de Pola X –a la que nunca vi, como tampoco vi Les amants-, a Carax se lo tragó la tierra.
Mi desconcierto se trasladó a Jean-Jacques Beineix, otro de los directores franceses a quienes yo adoraba a fines de los 80: es el de Betty Blue, una de mis películas favoritas de todos los tiempos. (Ah, Beatrice Dalle: ¡una fuerza de la naturaleza!) Pues bien, lo de Beineix es todavía más flagrante que lo de Carax: en las distintas versiones de Wikipedia los datos sobre su vida y su obra son mínimos. Todo lo que pude averiguar más allá de lo que ya sabía es que en el año 2001 volvió a filmar, un título protagonizado por el querido Jean-Hugues Anglade del que nunca oí hablar, siquiera: Mortel transfert. Supongo que si quiero saber su versión de los hechos deberé conseguir el libro de sus memorias, Les chantiers de la gloire, cuyo primer tomo se editó en Francia durante 2006. O en todo caso, como esto de que Beineix cuente su historia en más de un tomo me produce un cierto escalofrío, lo más probable es que me limite a rever Betty Blue por enésima vez (en DVD hay editada una versión del director que como suele pasar es peor que la estrenada comercialmente, por suerte conservo el VHS francés original) y a aguzar los sentidos para encontrar las películas de Beineix que se me escaparon en su momento, como La lune dans le caniveau y Roselyne et les lions.
El hecho de que Carax y Beineix hayan brillado tan brevemente me produce una cierta tristeza. No descarto, por cierto, la posibilidad de que regresen con gloria. Pero de todas maneras lo suyo no es para quejarse: con Mala sangre y con Betty Blue, estos dos han hecho esa clase de películas de las cuales yo estaría orgulloso aún cuando no pudiese filmar nunca más. Historias de amor truncado, ambas, con mucho de amour fou. (Creo haber robado algo de Betty Blue para mi novela La batalla del calentamiento, pero por favor no lo divulguen.) Pasionales y ambiciosas y también originales. Tumbado boca arriba, miraba anoche las estrellas que abundan en el cielo de Pilar y me preguntaba si los antiguos de esta tierra –los indígenas originales, los colonizadores- habrían contemplado lo mismo que yo estaba viendo. Ahora que pienso en Carax y en Beineix, me digo que aunque ellos ya no brillen sus filmes siguen brillando, como aquellas estrellas a las que seguimos viendo incluso después de haberse apagado. ¿Qué otra cosa puede pretender un artista?