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Escrito por

Javier Rioyo

Javier Rioyo (Madrid, 1952) es licenciado en Ciencias de la Información. Periodista, escritor, director y guionista de cine, radio, televisión y dramáticos. Dirigió y presentó el programa semanal de libros Estravagario en TVE 2, con el que obtuvo el Premio Fomento a la Lectura 2005, concedido por la Federación del Gremio de Editores de España. También ha sido responsable de cultura y libros en el programa diario Hoy por hoy de la cadena SER. Es colaborador habitual de El País (escribe para el suplemento semanal Domingo) y de la revista Cinemanía. En televisión, Rioyo ha presentado el programa "El Faro" del canal Documanía y ha obtenido dos premios Ondas en Radio y uno en Televisión. Ha sido guionista de numerosos festivales de música para Canal+, así como de los premios Goya, y de diversos programas de radio y televisión. También coordinó los guiones para la serie Severo Ochoa. Ha dirigido y participado en cursos de Comunicación y Cultura en diversas universidades españolas. Formó parte del Comité Asesor de Alfaguara y ha sido jurado de festivales de cine y premios literarios en varias ocasiones. Es autor del libro Madrid: casas de lenocinio, holganza y malvivir (Espasa Calpe, Premio 1992 Libros sobre Madrid); y de La vida golfa (Aguilar, 2003). En 2005, con su productora Storm Comunicación, realizó la producción ejecutiva y el guión de Miracolo Spagnolo, un documental para la RAI sobre la llegada de José Luis Rodríguez Zapatero al gobierno y su primer año de legislatura. También dirigió y produjo Alivio de luto, un vídeo documental en el que entrevista a Joaquín Sabina; así como Un Quijote cinematográfico. En 1994 fundó la productora Cero en conducta, con José Luis López-Linares, con la que tuvo a su cargo el guión y la dirección de Alberti para caminantes (2003); y la producción ejecutiva y el guión del largometraje Un instante en la vida ajena (2003), que obtuvo el Premio Goya al mejor documental; así como de Tánger, esa vieja dama (2002). También ha codirigido con José Luis López-Linares el cortometraje Los Orvich: Un oficio del Siglo XX (1997), y los largometrajes Extranjeros de sí mismos (2001), nominado al mejor documental en la XVI edición de los Premios Goya; A propósito de Buñuel (2000); Lorca, así que pasen cien años (1998), nominado a los premios Emmy 1998; y Asaltar los cielos (1996), nominado a los premios Goya al Mejor Montaje, y ganador del Premio Especial Cine, de los Premios Ondas 1997.

En 2011 fue nombrado director del centro del Instituto Cervantes de Nueva York en sustitución de Eduardo Lago.​ Ocupó el cargo hasta septiembre de 2013, cuando fue sustituido por Ignacio Olmos.​ En 2014 fue nombrado responsable del centro del Instituto Cervantes en Lisboa.​ En febrero de 2019 deja el cargo y pasa a dirigir el centro de Tánger de la misma institución.

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Otros maestros, otras lecciones

 

 

Volvemos a Juan de Mairena, nos colamos en su clase de Retórica y Poética, por ese libro tan vivo de sentencias, donaires, apuntes y recuerdos de un profesor apócrifo que publicó en 1936, un poco antes del principio de la tragedia. Después nada fue igual, las pistolas valieron más que las plumas.

Decía Juan de Mairena: "La verdad del hombre empieza donde se acaba su propia tontería. Pero la tontería del hombre es inagotable. Dicho de otro modo: el orador, nace; el poeta se hace con el auxilio de los dioses.

Y sigue hablando de Dios:

"-Dios existe o no existe. Cabe afirmarlo o negarlo, pero no dudarlo.

  • - Eso es lo que usted cree"

Y sigue: "Un Dios existente- decía mi maestro- sería algo terrible. ¡Que Dios nos libre de él"

Todo esto venía por el principio del machadiano libro del maestro Mairena, esencial maestro de los maestros de la literatura escrita y oral que se citan en Santillana.   El singular profesor de los escritores en nuestra lengua pasados, presentes y futuros, comienza así su libro:

"La verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero.

  Agamenón.- Conforme.

  El porquero.- No me convence"

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24 de junio de 2010
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De Santillana a Sabina

 

 

 

 Carlos Monsiváis, uno de los grandes escritores en periódicos en nuestro idioma, un verdadero maestro clásico y moderno, murió el mismo día que José Saramago. No fue una decisión acertada, la sombra de Saramago impidió mayores recuerdos, mayores espacios para uno de las personalidades más ricas, cultas e irónicas que uno ha conocido.

La noticia nos llegó en Santillana del Mar, al principio de los encuentros "Lecciones y maestros". La primera lección de este año venía con las palabras de Héctor Aguilar Camín- al que no conseguí oírle decir nada de su compatriota Monsiváis quizá por estar ocupado en narrar su propia crónica- al que siguieron la cordura juvenil así que pasen los años de Rosa Montero. Una excéntrica que se ordena y controla escribiendo excentricidades tan cercanas. Y cerraba las jornadas Manuel Vicent, con su sagacidad a cuestas- porque no puedo decir por montera- y con la inteligencia suficiente de haber creado "discípulos" como David Trueba.

Tres escritores, tres estilos diferentes, tres maneras de contradecir aquello que decía Albert Camus: "Si escribes claro tendrás lectores; si escribes oscuros tendrás comentaristas y discípulos". Camín, Montero y Vicent, tres claros escritores, convocaron a su alrededor una pequeña corte de comentaristas y discípulos. No pude estar en el encuentro de Vicent, presentado por Trueba, por razones de amistad: quería estar en las Ventas y con Sabina. Era su anunciada última salida al más importante de sus ruedos, al lugar de la gloria y la tragedia en la Plaza de Madrid. No me lo creo, pero no hubiera querido perdérmelo. Y eso que soy un especialista en pérdidas. Gran concierto lo niegue Agamenón o su porquero.

No escuché la lección mañanera de Vicent pero tuve la suerte de disfrutar del amigo y del escritor hasta altas horas de la noche en lugares menos serios, menos televisados, menos visibles y expuestos al ojo que todo lo ve. Escuchar a Vicent en compañía de una buena barra, y otras agradables compañías, compensa los viajes de ida y vuelta a un lugar de campaña.

Felices encuentros cantabros, pasados de halagos, compensados por las "maldades" que se dicen fuera del foro oficial, dónde no hay lugar para la trascendencia, ni la declaración admirativa. Cuando los escritores, periodistas incluidos, se encuentran sin testigos, ni cámaras, ni informadores, dicen cosas muy distintas a sus medidas palabras en los foros públicos. Hay que callar lo que no se puede contar.

Entre partidos de futbol, guerras dialécticas, sucias o legales, entre cánticos y silencios, volvimos a comprobar que Sabina tiene corazón y un chorrito de buena voz en ronquitud permanente. Que sabe ser claro, que tiene seguidores y que no está por la formación de discípulos.

También volvimos a darnos cuenta que, como decía el apasionado por  gatomaquias y otras animaladas de las tribus humanas, los periodistas son "inquilinos de las vanidades de la vida, seres que mezclan el ánimo romántico con el cinismo, que se entusiasman con lo que no se publica y se aburre con lo que sí se imprime". Vanidades, rarezas que también atacan a los escritores. Sean los maestros o sus comentaristas. 

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23 de junio de 2010
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Saramago y Pilar

 

 

Cuando terminé de leer "El año de la muerte de Ricardo Reis" quise conocer a José Saramago. Llegué a Lisboa desde el sur portugués y en compañía de Teresa Madruga, la deliciosa protagonista de la película "La ciudad blanca". Nos despedimos y yo oculté el lugar de mi alojamiento: el hostal Braganza, en uno de los callejones de la Baixa. Pedí una habitación concreta. Estaba libre. No era cómoda, ni bonita pero para mi tenía historia. Era la misma habitación que Ricardo Reís ocupaba en la novela de Saramago. Desde allí se oían las voces de los prostibularios, de las mujeres que se alquilaban y se veía la ciudad que miraba y escribía Reís.

Después conocí a Saramago. Se quedó muy sorprendido de mi periplo. Y le extrañó que yo me quedara a dormir en un lugar dónde nunca pudo dormir alguien que solo existió en la imaginación de Pessoa y en la suya propia. Han pasado veinticinco años. Han pasado muchas cosas. Aquél caballeroso y serio escritor se casó con una española, con una amiga y compañera llamada Pilar. Siguió escribiendo entre la lucidez y la desnudez. Nos admitió muchas veces a su lado aunque no compartiéramos algunas de sus ideas esenciales. Le disfrutamos entre sonrisas y sentencias, con su seriedad y su humor, con su amable y firme manera de ser él mismo. Ganó el premio Nobel. Y siguió siendo ese hombre educado, discutidor y mordaz ser humano que escribió para mejorar a los hombres y al mundo.

He seguido sus obras, su capacidad para decir cosas muy serias cargadas de ironía. Desde aquella primera lectura de "El año de la muerte de Ricardo Reis" a su reescritura del viejo testamento, "Caín", he sido un lector casi sin intermitencias. La noticia me llegó en Granada, la ciudad dónde creció Pilar del Río. Y el día anterior, por el fútbol recordé a Pessoa. Por Pessoa pensé en Saramago.

Hoy, desde Santillana del mar, dónde hace años compartimos días y noches con ellos, volveremos a recordar a ese ser humano que creció sin libros, entre animales y buena gente, cerca de un río, en un pueblo llamado Azinhaga dónde hoy volarán sus cenizas como si fuera aquél niño descalzo y libre. Mañana, parte de él, se irá con su amor a la isla del viento, a ese lugar de Lanzarote dónde Saramago y Pilar supieron ser felices y compartir su felicidad. Se fue diciendo Pilar como si dijera agua.

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20 de junio de 2010
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Perdiendo con Pessoa

 

 

Empezamos perdiendo. Me acordé de Ángel González, algo bastante frecuente, le echo de menos. De los partidos de España vistos entre amigos poco patrioteros en los que él siempre se ponía a favor del otro. Quizá fuera una pose pero parecía alegrarse de las derrotas. Así era su  peculiar manera de ser español. El español que se opone, que juega a la contra, que dice no y  camina contracorriente. Algunos de los mejores han sido así. En mi generación, en los años de luchas juveniles, ser español tampoco nos gustaba. Era una fatalidad que se aceptaba. Nos robaron la capacidad de alegrarnos con sus himnos,  sus emblemas y desde luego con sus mandatarios. El fútbol era otra cosa. El fútbol era capaz de unir a los contrarios. Con el fútbol todos, menos los angelesgonzález, estábamos con nuestro equipo, primero, y después con la selección. Algunos nunca tuvimos la posibilidad de muchas celebraciones, ni con el equipo, ni con la selección. Ahora parecía que soplaban otros vientos. Veremos si todo ha sido una alucinación colectiva y pasajera. El sueño de unas noches de verano. Jugamos como nunca, perdimos como siempre.

Como dice Javier Marías en su excelente y recuperado libro de amores, opiniones y recuerdos sobre esa pasión tan compartida: "el fútbol es la recuperación semanal de la infancia". El libro se llama "Salvajes y sentimentales", ahora reeditado por razones obvias, y contiene algunos artículos que por el arte de Javier o porque quizá no cambiamos tanto, están llenos de vigencia. Aunque algunos no disimulen su nostalgia de tiempos en los que nos conmovían las cosas del fútbol. Ahora, cuando más. Nos divierten. Necesitamos esas raciones de "pan y circo", vino y toros o champagne y fútbol. De momento el descorche puede esperar.

Dice Marías que los futboleros tenemos una adicional manera de medir el tiempo que no tienen los no aficionados, los cuatro años que separan un Mundial de otro. Cuatro años en los que a muchos se nos olvida lo mal que estuvimos, las ilusiones frustradas y la decepción que madrugó tanto. Ahora, con nuestros años que pesan aunque sean contados de cuatro en cuatro, como dice mi tocayo "lo más insoportable de todo es que los Mundiales pasen tan monótona e inadvertidamente como cuatro años transcurren a veces en la plena vida adulta".

No sería nada bonito que nos olvidáramos tan pronto del año del mundial en un lugar del sur de África. Curiosamente comenzamos perdiendo en la "otra" ciudad de Pessoa.  Fernando Pessoa, ese que fue educado, que creció, estudió y despertó a tantas cosas, a sueños y derrotas, en la ciudad de Durban. El lugar de nuestra derrota. No importa, siempre lo podremos empeorar. Y no es todavía el momento de abrir ese libro tan nuestro. No leeremos, de momento, "el libro del desasosiego".

 

 

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17 de junio de 2010
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Libros, bibliofrenia y Carmen Laforet

 

 

 

Fin de Feria del Libro. Ayer domingo volví por esos pasos. Comprobé que las colas siguen en su sitio, es decir al lado de algunos de nuestros "clásicos". Y con la incorporación de sorpresas de la temporada. Nada muy nuevo bajo el sol y la sombra. Algunas veces coinciden las ventas con los méritos pero no es necesario.

No desprecio  las colas, ni los que firman muchos libros. Nunca lo haría porque recuerdo las colas de antaño para que Cortázar nos pusiera eso tan original de "afectuosamente" o cosas por el estilo. No importa, guardo sus libros firmados como si de verdad nos hubiera unido algo más que unos segundos en aquella Feria. O esos minutos de unos años después en el Hotel Palace.

Reconozco a los mitómanos. Son mis hermanos, mis semejantes. Ya no hago colas. Tengo relaciones cercanas con muchos escritores y, la mayoría de las veces, sin solicitarlo me envían sus libros dedicados. Me alegro porque dedicados valen más en el mercado de los libros de viejo. Eso me lo enseñó mi amigo, el añorado crítico, el querido maestro, el cercano de tantas comidas y bebidas, Rafael Conte. Me encontré en algunos puestos de Moyano que en vida de Rafael estaban circulando algunos libros que le habían dedicado con cariño. Le quitó importancia. Y me aseguró que ya no  arrancaba la dedicatoria porque así lo valoraban más los buscadores y los libreros. De momento no venderé los libros que un día me dedicó. Sobre todo porque su dedicatoria es mucho más cariñosa y cercana que la de Cortázar.

Por la Feria del Retiro no desfilan los bibliofrénicos salvo rarezas. Los que por allí pasean son familias que compran antes una bolsa de chuches a sus hijos que un libro, pero algunos caen en las tentaciones y se acercan a ver esos animales domesticados que firman al lado de la vieja Casa de Fieras. La lista de las ventas de la Feria da una buena aproximación a las banalidades que se leen de manera mayoritaria. Aunque siempre se cuelen algunos libros de mérito.

Para los bibliómanos, para los que soportan la pasión desatada por los libros, les recomiendo el leve paseo por libros, bibliotecas y lectores que escribió  Joaquín Rodríguez y que pone prólogo el profesor Fernando Rodríguez de la Flor- que luego me dicen que no doy datos- en la pequeña e interesante editorial "Melusina". Una delicia llamada "Bibliofrenia".

Si ampliamos el público lector yo aconsejo el libro que más he comprado y regalado en estos días de Feria. La minuciosa biografía, la apasionante historia de esa mujer en fuga que fue Carmen Laforet. Escrita por Anna Caballé e Israel Rolón, es un paseo por los exteriores e interiores de una de las más interesantes escritoras de nuestro siglo veinte. Es también un paseo por la España de la cultura, el periodismo, los premios, los editores, las grandezas y mezquindades, las sexualidades y represiones de nuestra clase burguesa y sus conocimientos y lagunas culturales. Una apasionante lectura sobre los españoles, sus demonios, sus dioses, desde la vida contada de una mujer de tantos silencios. Está en RBA y se lee como la novela de una vida.

 

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14 de junio de 2010
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Vidas y reaccionarios

 

 

Se me está quitando el miedo a ser reaccionario. Al menos ser reaccionario a tiempo parcial. Eso me sucede cuando leo a Nicolás Gómez Dávila. Escritor casi secreto, bogotano, reeditado, redescubierto entre nosotros por la editorial Atalanta- dirigida por el acomodado, inquieto y libre editor que es Jacobo Siruela- que hace un año publicó sus "Escolios a un texto implícito", obra mayor del pensamiento, del estilo y del castellano. El que se quiera enterar que se entere y no me culpe de no dar los datos. Tampoco me importa ser ese culpable que no incluye la ficha de lo que lee, creo que con algunas pistas es suficiente para contar los caminos que a uno le gusta transitar.

He sido "razonablemente progresista" tantos años que no me importa reconocerme en la edad madura en textos, escritos, pensamientos de reaccionarios tan auténticos como los de Gómez Dávila. No está sólo, hay muchos reaccionarios que me implican en su lectura. Aunque después sea un mal seguidor de sus pensamientos.

Vuelvo a Gómez Dávila, el libro que más he recomendado en estos días finales de Feria del Libro. Segundo de sus libros. Publicado hace casi cincuenta años con el título de "Textos", inencontrable, inclasificable e inmejorable. La edición contiene un regalo: la recuperación de un texto perdido llamado "El reaccionario auténtico". Genial y breve panfleto que debe hacer mover el culo de los cómodos asientos dónde instalamos nuestras ideas.

Cómo pálidos reflejos de su verdadero ser, y sin permiso de nadie, copiaré algunos pensamientos bien peinados y muy extractados de Gómez Dávila.

 

"Nuestro terrestre aprendizaje es un desposeimiento minucioso. Cada atardecer nos desnuda. Nuestra ambición persigue decrecientes pequeñeces. Vivir no es adquirir, sino abdicar"

 

Texto para reconfortarme con mis continuas peleas con la técnica, esa amante tan infiel desde hace tantos años:

 

"La técnica no es producto democrático, pero el culto a la técnica, la veneración de sus obras, la fe en su triunfo escatológico, son consecuencias necesarias de la religión democrática. La técnica es la herramienta de su ambición profunda, el acto posesorio del hombre sobre el universo sometido. El demócrata espera que la técnica le redima del pecado, del infortunio, del aburrimiento y de la muerte. La técnica es el verbo del hombre-dios"

 

Para ser reaccionarios, al menos para no desdeñarlo:

"....El reaccionario no se abstiene de actuar porque el riesgo lo espante, sino porque estima que actualmente las fuerzas sociales se vierten raudas hacia una meta que desdeña..."

"Ser reaccionario es defender causas que no ruedan sobre el tablero de la historia, causas que no importa perder"

"El reaccionario no es el soñador nostálgico de pasados abolidos, sino el cazador de sombras sagradas  sobre las colinas eternas"

Pues eso, así estamos esta tarde. Si no les gustan mis ideas, tengo otras

"La vida es un valor. Vivir es optar por la vida"

"Vida es lo que se tiende, absorto, ciego, consagrado, hacia un fin sin meta"

Ahora mi meta sería estar esperando la puesta del sol con un gin tónic en un lugar de Galicia. Llegaré.

 

 

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9 de junio de 2010
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Signo de Azúa, nuestro signo

 

El último libro de Félix de Azúa está tocado por la gracia de la falta de fe. Extrae luz de nuestras viejas pero no enterradas tinieblas. Félix nos devuelve al primer plano esa imagen no deseada, ese símbolo que nos persiguió desde la infancia,  siguió en la juventud y todavía se resiste en la edad madura. De vez en cuando se nos aparece esa universal "marca"  en forma de Crucificado. Estaba por todo occidente, se colaba en algunos orientes, pero en pocos lugares como en España triunfó en tantos sitios, tanto tiempo y tantas gentes. Entre nosotros se convirtió en un negocio que dura ya muchos siglos. Irremediable icono que presidía las aulas, las casas, los dormitorios, las puertas, hospitales, bibliotecas, comisarías, universidades, hasta mercados o plazas públicas tomadas por esa cruz. Esa tardía invención de un movimiento económico/social/ cultural que llaman cristianismo. El catolicismo es solo una de sus empresas.

Nunca nos pudimos liberar de esa  trágica marca, de esa amenazadora manera de recordar que somos descendientes culturales- a nuestro pesar- de la invención de una tragedia que se sigue representando con éxito en teatros abiertos o cerrados de nuestra vida pública. Demasiados siglos de compañía con ese severo signo. Como dice Azúa, la imagen del Cristo crucificado, no es como esas otras de la pagana Andalucía, "con sus innumerables  vírgenes y santos protectores aún cargados de carnal vivencia y voluptuosidad". No, el Crucificado, "la fría abstracción de la cruz, en tanto que un signo de un poder sin contenidos, no había substancia, sólo vacío y espanto: la presencia obsesiva de una muerte violenta, impuesta desde la sinrazón y la vileza como cifra de nuestras propias muertes. Los actuales escolares serán, quizá, los primeros niños españoles para quienes el signo de la cruz ya no sonará como el redoble del tambor que anuncia la guillotina."

Azúa, inteligente, catalán a pesar acosos diversos, español irónico, amante de perros ajenos y de mujer propia, enamorado, melómano, gustador del arte y poco lector de la narrativa española, lleva un optimista de la voluntad y un pesimista de la razón que pasean juntos en su mismo cuerpo. En su misma cabeza no borradora. Un español pensante, sonante que acaba de publicar un os de los libros más inteligentemente didácticos sobre una vida que no es la suya, ni la nuestra, pero que es un poco, bastante, la de muchos que nos sabemos de memoria cantos, ritos y mitos que no nos abandonan. Jamás, jamás? Dígase cantando.

Ayer, en el amplio territorio cristiano hispano, se celebró el Día del Corpus. Ya no es, salvo excepciones, un jueves que reluce ahora vale cualquier día para hacer caja de paseantes, contribuyentes, que siguen con esas viejas salmodias. Eso sí, en compañía de civiles, militares, poderes públicos, demócratas de los partidos confesionales, confesos populares, inconfesos y no mártires de los socialistas. Todos detrás de la procesión del Cuerpo de Cristo. Del Crucificado. Honrado desde los balcones privados, desde el lugar de los público. ¿Quién dijo que España había dejado de ser católica?. No confundir Azaña, con Azúa. A cada uno su agnosticismo. Y su derrota. Gracias por el libro.

 

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7 de junio de 2010
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Mentiras y escritores

 

 Decíamos ayer que soy un  impostor. Soy uno que no está convidado a estas fiestas en las que estoy. Presentaciones, festivales, encuentros en los que solo quiero estar para escaparme. Sigo aumentando el catálogo de mundos que no están en los míos. Lugares en los que ni se me espera, ni quiero llegar aunque siga dejándome caer en la tentación provocada por mi incontrolada curiosidad. Y por mi culpa, por mi grandísima culpa.

Algo hace que me sienta atraído por las vidas y los lugares, que habitaron escritores que me interesan. Algunos de ellos pasaron tiempo en las islas del Golfo de Nápoles. En Capri, Neruda se escondió con su amante, escribió nuevos versos enamorados y siguió bebiendo el vino que era el mismo de las tabernas. También allí hizo algunos poemas de uno de esos libros "polémicos" del poeta más ideologizado. En compañía de "Los versos del capitán", crecieron algunos poemas de "Las uvas y el viento". El poeta enamorado era un convencido stalinista: "...Stalinianos. Llevamos ese nombre con orgullo./ Stalinianos: Es ésta la jerarquía de nuestro tiempo!/ Trabajadores, pescadores, músicos stalinianos!/ Médicos, calicheros, poetas stalinianos!/ Letrados, estudiantes, campesinos stalinianos!/ Obreros, empleados, mujeres stalinianas, salud en éste día. No ha desaparecido la luz, / no ha desaparecido el fuego, sino que se acrecienta! la luz, el pan, el fuego y la esperanza/ del invencible tiempo staliniano!"

 Se equivocaron como palomas- creyeron que "el norte era el sur, que la calor la nevada, que su espalda era su risa"- se equivocaban  con esa ilusión de un mundo nuevo. Un mundo falso como un paraíso, un mundo como un infierno del Dante. Y no lo quisieron ver los poetas, no lo quisieron ver tantos escritores que se dejaron llevar por los ismos y sus mentiras. Siguieron ciegos en sus complejidades, en sus vidas, sus fugas, sus versos o sus novelas. Siguieron viviendo como extraños en un paraíso. La pesadilla de Stalin nunca llegó a Capri. Pero sí estaba por allí el espíritu del maestro, del padre ideológico, Lenin, el burgués revolucionario sí estuvo en la isla.

 Ya no seguimos siendo los leninistas- que nunca fuimos- y podemos practicar aquello de dos pasos adelante y uno atrás ¿O era al contrario? También Lenin supo mentir desde ésta isla. Aquí construyó parte de sus falsos paraísos. De sus principios, de sus verdades que con el tiempo se convirtieron en enormes mentiras. Mi amigo Pau Arenós- escritor, gastrónomo, periodista y gran observador- se divierte con la paradoja de que para llegar a la estatua de Lenin en Capri haya que cruzar un calvario de tiendas, pijos de toda la vida, horteras de isla mediterránea, paseantes de una tarde, estables de la jet y todo tipo de diabólicos  vestidos de  "Prada". El diablo viste como quiere en Capri, sabe bailar entre la progresia y la tontería.

No reconozco, entre esos escaparates de la moda y el limoncillo, el espíritu de uno de sus más significados residentes, uno de los más grandes escritores de los tiempos de los excesos ideológicos, Curzio Malaparte. Quise llegar a su casa, `pasear por esa terraza, recordar al escritor de "La piel"- ya que Valcorba recuperó en "El acantilado" la imprescindible "Kaputt"- y a su manera libre y sin retóricas de explicar la derrota de los suyos en la guerra mundial democrática. De la Europa que sufre bajo los nazis a la que disfruta con la "liberación" por los americanos. También las mentiras se ponen guapas como las mujeres de Prada. Menos mal que nos queda la verdad literaria de Malaparte. Y su hermosa casa, en ese acantilado, allá por donde los farallones de una isla que fue refugio de brutas y hermosas mentiras.

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1 de junio de 2010
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ritos del lujo

 

En Capri el tiempo transcurre lentamente, como el Internet en mi habitación de un hotel de lujo que no pagaré. Por suerte, profesión y oficio, de vez en cuando me cuelo en esta vida de los ritos del lujo. Siempre me siento un impostor aunque no me arrepiento de mi impostura. Entre el mundo de los ricos hay que saber disimular algunas cosas y soportar su gusto convencional. Además de disimular su mala, o al menos extraña, educación.

En la isla, en las islas del Golfo de Nápoles, han vivido muchos de los escritores que me han conmovido, emocionado o que he podido admirar. La mayoría eran invitados por amigos ricos, por mecenas, que querían disfrutar de sus sensibilidades, de su compañía con la intención de que algo "se les pegara". No suele suceder. Los unos seguían en sus riquezas; los otros en sus complejidades, sus versos o sus novelas.

Ahora, a los periodistas, a los escritores, nos llevan en pequeñas manadas. Nos dejan asomarnos por unos días en las vidas lentas de tiempos más lentos que conocieron aquellos que fueron Auden, Neruda o Montale. Ahora los mecenas son políticos del turismo en la Italia de Berlusconi, firmas de perfumes o cámaras de comercio. Los tiempos no siempre cambian para ser mejores. La nostalgia es inútil. Y decir la verdad, tampoco ahora merece la pena. La verdad es peligrosa, o como decía nuestro querido jesuita, el esencial y preciso, el culto cínico llamado Gracián: "Decir la verdad es como hacer una sangría en el corazón".

Sigo en Capri, es pronto y no estoy para muchas verdades. Prefiero hermosas mentiras.

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26 de mayo de 2010
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VUELTA AL RUEDO

 

He vuelto al ruedo. Una forma de no salir del "ruedo ibérico". Una manera de seguir acercándonos a nuestro esperpento. En la fiesta de los toros se conserva esa España que puede ser mirada como esperpéntica. Algunos somos los penúltimos asistentes a una historia que muere: la tauromaquia.

Hace no muchos años escribía, con su gracia y su verdad, Joaquín sabina un artículo que se llamaba  de "purísima y oro". Y contaba algo que nos pasaba a muchos de los que habíamos tenido la suerte de ver a Curro Romero, Rafael de Paula o Antoñete, un tremendo hastío generalizado ante las corridas de toros. Algo que nos hacía estar más cerca de "pedir el carné de la sociedad protectora de animales" que de volver a las plazas. Es verdad que, de vez en cuando algún destello, alguna cosa de Morante de la Puebla- hoy lo veremos en Madrid- y de algunos toreros ibéricos o franceses nos hacía salir de nuestro sopor. Poca cosa. Hasta que llegó José Tomás. Y todo volvió por el lugar de los mejores momentos. El muchacho de Galapagar, ese serio artista, "más místico que épico", nos devolvió la verdad y la emoción de un olvidado arte.

Vuelvo al ruedo, aunque no creo que este año podamos ver a José Tomás, con la ilusión rebajada y con la mirada puesta en una única esperanza: el regreso de José Tomás.

Menos mal que nos queda la literatura. Los poemas, los ensayos, las reflexiones, los artículos y algunos textos dispersos que hacen grande un arte. Algo así como evocaciones de un mundo que se extingue. Y estoy hablando del excelente libro recopilado, inventado, por el poeta Carlos Marzal. Lo llama "Sentimiento del toreo". Con dibujos de los mejores- de Gaya a Benítez Reyes- y con textos de toreros, periodistas, poetas o narradores que alguna vez han sentido esa emoción que pasa en alguna rara tarde de toros.

Un libro para los amantes de la literatura y de los mundos en extinción. Algunas explicaciones sobre lo inexplicable de un juego que se convirtió en arte.

 

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21 de mayo de 2010
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El Boomeran(g)
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