Javier Rioyo
Decíamos ayer que soy un impostor. Soy uno que no está convidado a estas fiestas en las que estoy. Presentaciones, festivales, encuentros en los que solo quiero estar para escaparme. Sigo aumentando el catálogo de mundos que no están en los míos. Lugares en los que ni se me espera, ni quiero llegar aunque siga dejándome caer en la tentación provocada por mi incontrolada curiosidad. Y por mi culpa, por mi grandísima culpa.
Algo hace que me sienta atraído por las vidas y los lugares, que habitaron escritores que me interesan. Algunos de ellos pasaron tiempo en las islas del Golfo de Nápoles. En Capri, Neruda se escondió con su amante, escribió nuevos versos enamorados y siguió bebiendo el vino que era el mismo de las tabernas. También allí hizo algunos poemas de uno de esos libros "polémicos" del poeta más ideologizado. En compañía de "Los versos del capitán", crecieron algunos poemas de "Las uvas y el viento". El poeta enamorado era un convencido stalinista: "…Stalinianos. Llevamos ese nombre con orgullo./ Stalinianos: Es ésta la jerarquía de nuestro tiempo!/ Trabajadores, pescadores, músicos stalinianos!/ Médicos, calicheros, poetas stalinianos!/ Letrados, estudiantes, campesinos stalinianos!/ Obreros, empleados, mujeres stalinianas, salud en éste día. No ha desaparecido la luz, / no ha desaparecido el fuego, sino que se acrecienta! la luz, el pan, el fuego y la esperanza/ del invencible tiempo staliniano!"
Se equivocaron como palomas- creyeron que "el norte era el sur, que la calor la nevada, que su espalda era su risa"- se equivocaban con esa ilusión de un mundo nuevo. Un mundo falso como un paraíso, un mundo como un infierno del Dante. Y no lo quisieron ver los poetas, no lo quisieron ver tantos escritores que se dejaron llevar por los ismos y sus mentiras. Siguieron ciegos en sus complejidades, en sus vidas, sus fugas, sus versos o sus novelas. Siguieron viviendo como extraños en un paraíso. La pesadilla de Stalin nunca llegó a Capri. Pero sí estaba por allí el espíritu del maestro, del padre ideológico, Lenin, el burgués revolucionario sí estuvo en la isla.
Ya no seguimos siendo los leninistas- que nunca fuimos- y podemos practicar aquello de dos pasos adelante y uno atrás ¿O era al contrario? También Lenin supo mentir desde ésta isla. Aquí construyó parte de sus falsos paraísos. De sus principios, de sus verdades que con el tiempo se convirtieron en enormes mentiras. Mi amigo Pau Arenós- escritor, gastrónomo, periodista y gran observador- se divierte con la paradoja de que para llegar a la estatua de Lenin en Capri haya que cruzar un calvario de tiendas, pijos de toda la vida, horteras de isla mediterránea, paseantes de una tarde, estables de la jet y todo tipo de diabólicos vestidos de "Prada". El diablo viste como quiere en Capri, sabe bailar entre la progresia y la tontería.
No reconozco, entre esos escaparates de la moda y el limoncillo, el espíritu de uno de sus más significados residentes, uno de los más grandes escritores de los tiempos de los excesos ideológicos, Curzio Malaparte. Quise llegar a su casa, `pasear por esa terraza, recordar al escritor de "La piel"- ya que Valcorba recuperó en "El acantilado" la imprescindible "Kaputt"- y a su manera libre y sin retóricas de explicar la derrota de los suyos en la guerra mundial democrática. De la Europa que sufre bajo los nazis a la que disfruta con la "liberación" por los americanos. También las mentiras se ponen guapas como las mujeres de Prada. Menos mal que nos queda la verdad literaria de Malaparte. Y su hermosa casa, en ese acantilado, allá por donde los farallones de una isla que fue refugio de brutas y hermosas mentiras.