Javier Rioyo
He vuelto al ruedo. Una forma de no salir del "ruedo ibérico". Una manera de seguir acercándonos a nuestro esperpento. En la fiesta de los toros se conserva esa España que puede ser mirada como esperpéntica. Algunos somos los penúltimos asistentes a una historia que muere: la tauromaquia.
Hace no muchos años escribía, con su gracia y su verdad, Joaquín sabina un artículo que se llamaba de "purísima y oro". Y contaba algo que nos pasaba a muchos de los que habíamos tenido la suerte de ver a Curro Romero, Rafael de Paula o Antoñete, un tremendo hastío generalizado ante las corridas de toros. Algo que nos hacía estar más cerca de "pedir el carné de la sociedad protectora de animales" que de volver a las plazas. Es verdad que, de vez en cuando algún destello, alguna cosa de Morante de la Puebla- hoy lo veremos en Madrid- y de algunos toreros ibéricos o franceses nos hacía salir de nuestro sopor. Poca cosa. Hasta que llegó José Tomás. Y todo volvió por el lugar de los mejores momentos. El muchacho de Galapagar, ese serio artista, "más místico que épico", nos devolvió la verdad y la emoción de un olvidado arte.
Vuelvo al ruedo, aunque no creo que este año podamos ver a José Tomás, con la ilusión rebajada y con la mirada puesta en una única esperanza: el regreso de José Tomás.
Menos mal que nos queda la literatura. Los poemas, los ensayos, las reflexiones, los artículos y algunos textos dispersos que hacen grande un arte. Algo así como evocaciones de un mundo que se extingue. Y estoy hablando del excelente libro recopilado, inventado, por el poeta Carlos Marzal. Lo llama "Sentimiento del toreo". Con dibujos de los mejores- de Gaya a Benítez Reyes- y con textos de toreros, periodistas, poetas o narradores que alguna vez han sentido esa emoción que pasa en alguna rara tarde de toros.
Un libro para los amantes de la literatura y de los mundos en extinción. Algunas explicaciones sobre lo inexplicable de un juego que se convirtió en arte.