Sergio Ramírez
Un caso de tercera en el tercer mundo, que salta a veces a las primeras planas si se trata de una fotografía en la que un enmascarado dispara el cañón de un mortero casero hacia las ventanas del hotel Holiday Inn en Managua, como la que apareció hace poco en la portada del Wall Street Journal en ocasión de los disturbios callejeros protagonizados por turbas al servicio del partido oficial, porque se trata de un icono sagrado, igual que los restaurantes McDonald o los almacenes Wal-Mart.
Estas agresiones, orquestadas desde los ámbitos del poder para hacer valer la imposición inconstitucional de Ortega de prolongar la permanencia de magistrados de la Corte Suprema de Justicia a quienes se habían vencido sus períodos, se han repetido cada vez que se las juzga necesarias para dar la impresión, cada vez menos creíble y desgastada, de que el pueblo está en las calles en respaldo de medidas revolucionarias de interés popular. Y cuando dejan de ser necesarias, cesan, para volver a repetirse según conveniencia.
El alejamiento que hay fuera de Nicaragua del verdadero sentido de estos mecanismos inspirados en la idea de imponer el terror, mientras la policía es obligada a permanecer pasivamente al margen, hace que en las oficinas de los organismos internacionales, empezando por la OEA, y en no pocas cancillerías, incluyendo el Departamento de Estado, se llegue a la tranquilizadora conclusión de que se trata nada más de disturbios aislados, después de los cuales todo regresa otra vez a la normalidad.