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Escrito por

Javier Rioyo

Javier Rioyo (Madrid, 1952) es licenciado en Ciencias de la Información. Periodista, escritor, director y guionista de cine, radio, televisión y dramáticos. Dirigió y presentó el programa semanal de libros Estravagario en TVE 2, con el que obtuvo el Premio Fomento a la Lectura 2005, concedido por la Federación del Gremio de Editores de España. También ha sido responsable de cultura y libros en el programa diario Hoy por hoy de la cadena SER. Es colaborador habitual de El País (escribe para el suplemento semanal Domingo) y de la revista Cinemanía. En televisión, Rioyo ha presentado el programa "El Faro" del canal Documanía y ha obtenido dos premios Ondas en Radio y uno en Televisión. Ha sido guionista de numerosos festivales de música para Canal+, así como de los premios Goya, y de diversos programas de radio y televisión. También coordinó los guiones para la serie Severo Ochoa. Ha dirigido y participado en cursos de Comunicación y Cultura en diversas universidades españolas. Formó parte del Comité Asesor de Alfaguara y ha sido jurado de festivales de cine y premios literarios en varias ocasiones. Es autor del libro Madrid: casas de lenocinio, holganza y malvivir (Espasa Calpe, Premio 1992 Libros sobre Madrid); y de La vida golfa (Aguilar, 2003). En 2005, con su productora Storm Comunicación, realizó la producción ejecutiva y el guión de Miracolo Spagnolo, un documental para la RAI sobre la llegada de José Luis Rodríguez Zapatero al gobierno y su primer año de legislatura. También dirigió y produjo Alivio de luto, un vídeo documental en el que entrevista a Joaquín Sabina; así como Un Quijote cinematográfico. En 1994 fundó la productora Cero en conducta, con José Luis López-Linares, con la que tuvo a su cargo el guión y la dirección de Alberti para caminantes (2003); y la producción ejecutiva y el guión del largometraje Un instante en la vida ajena (2003), que obtuvo el Premio Goya al mejor documental; así como de Tánger, esa vieja dama (2002). También ha codirigido con José Luis López-Linares el cortometraje Los Orvich: Un oficio del Siglo XX (1997), y los largometrajes Extranjeros de sí mismos (2001), nominado al mejor documental en la XVI edición de los Premios Goya; A propósito de Buñuel (2000); Lorca, así que pasen cien años (1998), nominado a los premios Emmy 1998; y Asaltar los cielos (1996), nominado a los premios Goya al Mejor Montaje, y ganador del Premio Especial Cine, de los Premios Ondas 1997.

En 2011 fue nombrado director del centro del Instituto Cervantes de Nueva York en sustitución de Eduardo Lago.​ Ocupó el cargo hasta septiembre de 2013, cuando fue sustituido por Ignacio Olmos.​ En 2014 fue nombrado responsable del centro del Instituto Cervantes en Lisboa.​ En febrero de 2019 deja el cargo y pasa a dirigir el centro de Tánger de la misma institución.

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GIBRALTAR, THE ROCK

Hoy día de Andalucía he estado en Gibraltar. Ese lugar del sur andaluz que desde hace más de trescientos años es un encalve británico. Una de esas rarezas geográficas, históricas y políticas que han dado mucho que hablar y mucho que escribir.

Recuerdo mi primera vez frente a esa roca, frente a esa ciudad en la que ondeaba la bandera británica, en el lado español de la verja y en compañía de otro montón de adolescentes que gritábamos cosas absurdas contra aquella “afrenta”, contra aquellos perversos británicos que habían robado un trozo de España y no querían devolverlo. El mayor del grupo, el manipulador de nuestras ignorancias nos propuso una meada grupal para demostrar nuestro desprecio. Hoy, Día de Andalucía, con la verja abierta, el aeropuerto comunicado con España, con pocos trámites fronterizos, cruzaban esa peculiar frontera centenares, miles de andaluces del otro lado para pasar el día festivo en ese lugar andaluz que tiene una reina con una película con un Oscar.

Cuando yo era adolescente, también mucho después, incluso algunos ahora, aseguraban que el español que no sentía el problema de Gibraltar como una herida patriótica no era buen español. Pues vale, no lo seré. No lo seremos muchos que no encontramos un problema, al menos no un problema que nos preocupe especialmente, más bien poco tirando a nada, en que Gibraltar sea lo que desean que sea sus habitantes. Que no nos hablen de viejos tratados. Ni de orgullos patrios.

Hace tiempo que me di cuenta de que no era un buen español. Al menos no lo era a la manera de aquellos gritones patrioteros. Ni siquiera a la manera de los de mejores modales. Después de aquellas vergonzantes escenas ante la reja, muy poco después llegaron a  nuestras vidas “The Beatles”. Llegaron los otros, los Rolling. Y llegaron todas aquellas chicas con minifalda. Y también llegó aquella bandera que no parecía un icono pop. Uno más de algún lugar llamado “Carnaby Street”. Lo británico era algo mucho más cercano a nosotros que los himnos para recuperar Gibraltar. Todavía lo sigue siendo. Y eso a pesar de algunas fotos de las Azores, de algunos sombreros y de otras historias de esa excéntrica monarquía.

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28 de febrero de 2007
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ALGUNOS DE LOS NUESTROS

Casi toda la noche transcurrió como estaba previsto en el guión de las sospechas. Si acaso una sorpresa, un infiltrado, un premio de más para uno de los nuestros. Si la película ganadora hubiera sido la pequeña, genial y vitriólica, Pequeña miss Sunshine, la gala, la noche, los premios hubieran sido casi perfectos. Cuando digo perfectos me refiero que hubieran sido casi como los había deseado. No hay galas perfectas, ni premios perfectos solamente los hay que se acercan o no a nuestros gustos. Es verdad que Scorsese se merece hace ya unas décadas un oscar. Vale pues le damos un “Oscar” como director, pero otro como mejor película, para una de sus más endebles películas, para una menos arriesgada e inteligente que “miss Sunshine”, eso es ya ser equivocadamente generosos. En fin yo recolocaría esos premios.

También hubiera dado el Oscar, por las mismas razones que se lo han dado al Scorsese director, al enorme actor Peter O’toole. Porque es grande, porque lo es hace todavía más décadas, porque se morirá en una borrachera, sí, pero sin dejar de interpretar y porque lo merece tanto o más que un buen actor por muy negro o afro americano que sea. Forrest Whitaker, que está muy bien como dictador ugandés, tiene todavía muchos años y muchas películas por delante para sumar estatuillas. Y seguramente era la última oportunidad de un papel protagonista para O´toole. Y nos hemos perdido un momento elegante al no poder ver al gran actor inglés agradecer un premio que no fuera de consolación. En fin, no hay noches perfectas.

Y muy bien repartidos lo premio de la noche “hispana”, alguno más le podrían haber dado a esa rareza excelente que es El laberinto del fauno. Yo no me alegro por la derrota de Babel porque creo que han sido justos, después de haber sido excesivos con la cantidad de nominaciones. Una película que, según mi opinión, está valorada por encima de sus méritos.

En fin una noche que mereció la pena no dormirla. Se pasearon unos cuantos mitos por nuestra pantalla. Y unas cuántas hermosas. Y otro año más, uno de los rostros, cuellos y espaldas mejores de la ceremonia tiene procedencia española, esa hermosa, rápida y simpática presentadora que se llama Cristina Tera. Un placer esos minutos previos con tantos famosos repitiendo lugares comunes en esa famosa alfombra roja. Todo queda muy bien, demasiado bien, pensando que el lugar de la ceremonia está en el interior de un gran centro comercial. Así está el espectáculo. En un lugar de los centros comerciales. 

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26 de febrero de 2007
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CENSURA ILUSTRADA

Soy partidario de la censura. Al menos de la censura ilustrada. Incluso, de alguna censura sin ilustración. Por ejemplo, la censura del cine en tiempos franquistas mejoró algunas películas de Berlanga. Les obligó a él y Azcona a realizar un peculiar ejercicio de la imaginación que no hubieran realizado sin tener que dar esos rodeos. La burla del censor les hizo más imaginativos. También la censura mejoró el final de la película Viridiana de Buñuel. El censor no permitía que Paco Rabal se quedara solo con la ex monja que interpretaba Silvia Pinal y propuso un final con mesa camilla y juego de cartas, pero con una carabina, con otra mujer que interpretaba Margarita Lozano, servidora y amante de Rabal. Una perversa idea de menage a trois que no se le había ocurrido a Buñuel y que se debe al censor.

¿Y qué es la censura ilustrada?...No tengo ni idea, pero yo también soy censor y, con perdón, más o menos ilustrado. Una vez me preguntaron a quién no llevaría al programa de televisión Estravagario. Muy correctamente democrático dije que a nadie censuraría, que me gusta hablar con mis contrarios, con mis oponentes éticos o estéticos… Lo pensé un poco más sinceramente y confesé que sí censuraría al algún personaje que- a mi juicio- no merece ser llamado escritor, y menos historiador. Di un nombre, el de Pío Moa y podría haber dado alguno más. ¿Para qué llevar a televisión, a las páginas de un periódico o a la radio a alguien que sabes que es manipulador de la historia? ¿Para qué invitar a televisión a insultadores, ventajistas, marrulleros, mentirosos, manipuladores y falsarios? ¿Para qué hacer más famosos a los que se hicieron ricos y famosos con las peores artes de la escritura o del periodismo? ¿Por qué soportarles en una televisión pública?

¿Es eso censura? Puede ser, será, pero es lo que yo llamo censura ilustrada. En este blog se sorprendía de mi optimismo el amigo Filemón Pi porque aplaudía vivir en un país donde no se censura a provocadores tan inteligentes como Albert Pla. También me congratulo de que se puede representar con normalidad, y en un teatro público, el muy vitriólico y extraordinario montaje de Marat Sade, un Peter Weis, versionado por Alfonso Sastre e interpretado por “Animalario”. Tampoco les gustará a los bien pensantes, a los lectores de Pío Moa, a los oyentes de la COPE o a los nostálgicos de algún comunicador de deportes. Se siente, tuvieron su tiempo, sus dictadores, sus censores y sus púlpitos. No es lo mismo callar a un falsario que a un hombre libre, aunque sea el marqués de Sade. Con él nos iríamos al infierno, pero ni un paso más. Con los otros no me voy ni al paraíso un fin de semana. Será censura, pero tendrá sentido. Por eso lo que hizo la otra noche la televisión pública me pareció un acto de sinceridad y de buen gusto. No dejar insultar. Entre otras cosas.

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23 de febrero de 2007
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EL MALO DE LA PELÍCULA

Como una película de verdad, pero casera y con mala leche. ¿Mala leche? No, no era eso. Era, es, otra cosa. Desde luego no es complaciente, ni inocente, ni convergente. El espectáculo, la película teatral, el recital con palabras, canciones y vídeos o lo que queramos pensar de esa puesta en escena de Albert Pla no me defrauda. Y eso que soy un prehistórico seguidor de este raro, extravagante, lúcido, ácido y sin embargo tierno personaje. Creo que el que canta, el que actúa se parece al verdadero Albert Pla.

Se presentó en Madrid, en el teatro del Círculo de Bellas Artes y allí estábamos muchos de los que ya no nos escandalizamos por casi nada. Allí estaba su amigo, y sin embargo maestro de músicas y letras, Javier Krahe. Y allí estaban muchos de los clásicos de la provocación y la ironía, muchos de los habituales que frecuentan los circuitos de Pla y sus maneras. No son muchos, pero molestan bastante.

Albert Pla -y su excelente compañera, además de guapa, Judit Farrés- nos hizo pensar que era posible decir casi todo en un escenario. Felizmente, estamos en esta parte del mundo donde es posible la blasfemia, la mofa de los poderes, la invitación al insulto, la burla de los enfermos, de los mayores y de los pequeños. Todo es motivo de un inteligente descrédito. No hay lugares intocables. No hay nada que no se puede decir. Volvemos a los tiempos más libres, a aquellos viejos, viejísimos. Tiempos en que un escritor podría decir, escribir y publicar: “El asesinato como una de las bellas artes”.Ver el espectáculo de Pla, más allá de otros juicios sobre la obra, es una feliz demostración de la madurez de un país. Somos capaces de burlarnos de todo. Incluso de lo más sagrado, por ejemplo del Barça. Incluso de los más débiles, por ejemplo, los enfermos. Me alegra que exista Pla. Que se puedan comprar sus discos. Que se puede ver su espectáculo. Como él canta al final, tierna y religiosamente, como el monje perverso y simulador que es: “gracias a la vida”. ¡Ay, si Lola Flores levantara la cabeza!...Y sin embargo…ahí está, como la Puerta de Alcalá, en pleno centro de Madrid.

El espectáculo no está autorizado para la inmensa mayoría de los políticamente correctos. Aunque debería estar permitido que se colaran y no pudieran salir todos esos que andan por las teorías de la conspiración. En fin, haya películas.

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22 de febrero de 2007
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ELEGÍA DE LA CANCIÓN

Seguimos amando esas canciones que no fueron las nuestras cuando entonces. No, para nosotros, hablo de la generación que cuando se quiso enterar de “aquello” del 68, ya se había terminado. Mis canciones, mis músicas de la edad inmadura, era más anglosajonas, más de la costa oeste, aunque otras muchas pasaran por el Canet Rock o por el San Juan Evangelista, el “Jhonny” madrileño donde nos bebimos el jazz y otros acordes flamencos…Pero, en esas, no se bien cómo ni por quién, nos llegaron las canciones francesas. Esas canciones que habían sido tan queridas por la generación de nuestros poetas del alcohol, por nuestros poetas de los cincuenta.

Seguramente gran parte de la culpa la tiene la mirada de Jaime Gil de Biedma y su poema “elegía y recuerdo de la canción francesa”. Cuando a aquellos jóvenes, apenas niños de la guerra, que se encuentran con las esperanzas rotas de la posguerra europea, después de que este país se normalizara, se democratizara, les llega la canción francesa que apareció como “una rosa de lo sórdido”, como una “manchada creación de los hombres, arisca, vil y bella”.

Una canción que llegó para cantar la “heroicidad canalla, el estallido de las rebeldías, igual que llamaradas, y el miedo a dormir solo, la intensidad que aflige al corazón”…Ellos, los de entonces, la quisieron enseguida, les pareció un eco lleno de “nostalgias de rebelión”. Después, poco después, ya nadie esperaba ninguna revolución. Entonces nos llegó a nosotros, los que no éramos los de entonces, y también fue capaz de ilusionarnos con su paganismo, con su vitalidad para cantar al amor. Aunque fuera al amor de un día, de unas horas de encuentro en un cuarto de hotel. Nos aprendimos sus intensidades y sus ironías, sus burlas y sus derrotas. Y es verdad que nosotros, que no éramos “los de entonces, ya no somos los mismos, aunque a veces nos guste una canción”.

La otra noche, y no por azar, tuve la fortuna de ver, de escuchar y aplaudir, a la última de ese tiempo, de esas canciones, a la última gran interprete que mantiene esa manera tan hermosamente canalla de decir aquellas canciones, de aquellos poetas. Se llama Juliette Greco. Fue la novia de los existencialistas. Aunque no dejó de acostarse con Miles Davis. Es un mito. Viva, vivaz, descarada y sentimental, hizo un inolvidable concierto en “Le Chatelet”. Yo estuve allí. Me hubiera encantado que me acompañaran los jóvenes de la generación de poetas que nos enseñaron a querer a esas músicas, a esas musas. Unas canciones que se nos parecen.

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21 de febrero de 2007
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TINTÍN, OTRA VEZ

La excusa de la escapada a París naturalmente no era una misa, era encontrarme con uno de los más viejos y queridos amigos, Tintín. Para muchos que crecimos con sus historias, que por sus lecturas recorrimos el mundo y nos dimos cuenta que el siglo XX estaba lleno trampas, espías, aventuras, guerras, engaños y otras derrotas. También por él supimos que la amistad merecía la pena, que había gente como Haddock, compañeros como Milú, sabios como Tornasol, bibliotecas y casas como la que está tras los muros de Moulinsart. El mundo era divertido, peligroso y ancho. Faltaban cosas, faltaban sobre todo mujeres, chicas, sexo, novias- porque la Castafiore era otra cosa, otro género- pero el resto estaba bastante bien. Y el futuro, si se arreglaba eso de la compañía amorosa, se presentaba bastante bien. Muchas historias vividas y una buena biblioteca para el reposo del reportero. No era un mal modelo. De mayores queríamos ser Tintín. No ha sido así, hemos sido otra cosa. Pero algo, quizá bastante, de lo que somos se lo debemos a Tintín.

Hergé, su creador, hubiera cumplido cien años. Se acaba de terminar una exposición recordando la creación de su principal criatura en el Centre Pompidou. La exposición bastante pobre, no se preocupen los que no la hayan visto, es mejor el catálogo que la exposición. Aún así, miles, decenas de miles, de ciudadanos de todas edades,  todas culturas y toda condición, esperaban largas colas para ver crecer a ese niño-hombre que fue Tintín. Que sigue siendo. Han pasado muchas generaciones y todavía sigue divirtiendo o inquietando a los niños de la generación de la “red”.

Tintín, aunque una vez se empeñaron en discutir en la Asamblea francesa en tres sesiones si era de derechas o de izquierdas, es de todos los que hemos creído que el mundo tenía esas posibilidades de ser vivido como si se tratara de una aventura con final feliz. Tintín es la parte mejor de nuestra inocencia, de nuestros deseos de ser otros, de estar mejor diseñados. Sin duda, muy mejorables, pero no estuvo mal para empezar. Tintín fue un buen modelo de adolescentes.

Una vez le dijo Charles de Gaulle a André Malraux: “Tintín es el único que puede hacerme la competencia”. Ahora espero, deseo, que Tintín sepa estar en su sitio. Que no se fíe de los políticos como Sarkozy. Ni de sus amigos en otros idiomas, en otros montes, otros valles.

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19 de febrero de 2007
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ARTE Y MERCADO

Para conocer una ciudad visito los mercados. Allí permanecen los olores esenciales de la ciudad. También allí se conserva el habla popular. Incluso allí se perciben los cambios. Me gustan los mercados, aunque sean unos espacios en extinción. Nada que ver con lo práctico, útil y aséptico de algunos modernos y excelentes supermercados de grandes superficies. Cumplen con el objetivo, pero son otra cosa.

Con  ese espíritu de mirón de mercados, de observador de mercaderes me fui a ARCO en el primer día, en las primeras horas. Son unas horas de mucha actividad, de mover dinero, de paseos de las instituciones, los millonarios, los banqueros y los inversores en general. Dicen que son los días para los coleccionistas. Así será, pero sobre todo es el momento de saber dónde y cómo invertir. Muchas de las obras que se compran están apalabradas antes, están decididas de antemano, por amistad, por indicación del intermediario o por buena posición en “el mercado” del artista y de su galería.

Lo pasé bien. Era como asistir desde cerca de un intercambio de abalorios. Llegan los conquistadores a las tierras indígenas, les quieren cambiar el oro por unos espejos, por una espada o por un fusil…Los indios se hacen los tontos, no saben, no están, no contestan, entonces llegan los intermediarios, los galeristas. Ellos son de la misma raza de los compradores. Son finos, encantadores, hablan idiomas y saben cómo va el mercado. La rareza del artista, del indígena, del buen salvaje  queda domesticada con el intercambio favorable. El indio se lleva su parte. Le gusta que sus juguetitos les gusten a esos señores. Mañana harán más. Se ponen a buscar, incluso a veces encuentran.

Los compradores se van contentos. Hace muchas décadas ya se dieron cuenta que un mingitorio, una mierda seca, el aire de una habitación, la sangre coagulada, un hierro de toneladas, un cartel de un pobre, una foto de los abuelos con un antifaz, unos esqueletos, un insulto… todo está en el mercado. Todo es arte. Todo vale. Todo se puede comprar. Lo malo es que no te devuelven nada cuando no te gusta la compra al llegar a casa. Y es que ARCO, todavía no es “El Corte Inglés”, todavía no es perfecto. Hoy vuelvo. Me gusta este supermercado, es casi tan emocionante como el “Parque de Fieras” del Retiro. Es como volver a los años de la plastilina. ¿Tuve yo plastilina?

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15 de febrero de 2007
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UN SEDUCTOR

Estoy leyendo unos cuentos escritos por Georges Moustaki. No están mal, pero nunca serán como sus canciones. Algunas de sus canciones tienen ya casi 50 años, “Milord” sigue viva, sobre todo en la voz de la Piaf. Que no sólo cantó algunas canciones del joven de Alejandría sino que fue su amante durante unos años. Moustaki debía ser un joven hermoso. La primera vez que me encontré con él, yo era muy joven, me pareció un maduro interesante. Ya tenía el pelo bastante blanco, conducía una moto, le acompañaba una mujer hermosa, vestía de cuero negro y se metía en un cine de arte y ensayo. Todo según el guión que uno espera de los mitos de aquellos años. Algunas de sus canciones me acompañan desde quinceañero. Algunas no las olvidaré nunca.

Pero ahora, cuando pienso en él, recuerdo algo que no viví pero que me contaron. Algo que da su imagen de seductor. Y también la nuestra de seducidos por el aura de la fama, creo.

Una amiga mía, muy hermosa, además de pelirroja, estaba citada para una rueda de prensa con el cantante. Han debido pasar diez o doce años. Ella tendría 30 y él más de 60. Estuvo encantador, cercano, amable…y en un momento, se acercó a mi amiga, le dio su  número de habitación y la invitó a subir. Todavía quedaban dos horas para el concierto. Mi amiga se quedó un tanto paralizada. No sabía qué hacer. Dudaba entre sus deseos, su curiosidad, su feminismo, su orgullo o su oportunidad. Estuvo dudando media hora… y subió a su habitación. Después, el concierto y nunca más se supo. No lo olvida. No sé si por tan memorable como historia de sexo, sino por el sujeto del encuentro.

¿Qué hubiera hecho si no hubiera sido famoso?... Es verdad que es un hombre hermoso, un maduro seductor, pero si hubiera sido un guapo o rico desconocido, ¿se hubiera encontrado con él durante una hora en una habitación de una ciudad mediterránea? Creo que no. Me lo contó mi amiga. Sentí envidia, no por Moustaki, sino pensando que nunca me pasaría eso con… digamos Francoise Hardy o Marie Laforet. Vamos, ni con Emma Suárez. Una de las buenas cosas de ser famoso es que te pueden pasar cosas como esa. Es posible que también haya que hacer hermosas canciones, tener unos ojos azules y una voz subyugadora. En fin, que no todos nos llamamos Moustaki.

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14 de febrero de 2007
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EL CLUB DE LOS FALTOS DE CARIÑO

Es mi club, creo que es también el club de mucha gente, pero ante todo nada de quejas. No se admiten quejas, ni plañideros. En el club, aunque no haya muchos motivos, se tiene que estar dispuesto a espantar la melancolía con cualquier excusa. No me hago de ningún club, ya recuerdan aquello de Groucho Marx, pero me siento sentimentalmente vinculado a éste que creó Manu Legineche hace 40 años y un día. Y dice que él sigue en el club. Que sigue creciendo, los últimos en ingresar han sido una gata llamada Muki y un pato, llamado Toribio. Todos residentes en Brihuega, provincia de Guadalajara. Allí se refugió hace años el añorado Manu, entre las ruinas de su inteligencia, en un viejo palacio que llaman “la casa del gramático”. Muchas veces le recuerdo. No tuve un trato muy cercano con él pero siempre me gustó lo que escribía, lo que contaba, sus amigos y su manera feliz de disimular la soledad. Ahora acaba de publicar un libro, un diario o algo parecido, que está lleno de inteligencia y de sensibilidad nada sensiblera. Ha puesto nombre a sus árboles. Pio Baroja al nogal, Miguel Delibes al ciprés, a un laurel Unamuno, al pino Azorín, a la higuera Hemingway y a un ciruelo Joseph Pla. Algunos nombres están claros, a otros habría que verlos para entenderlo.

El libro, repito, es una delicia se abra por donde se abra. Por ejemplo yo les voy a copiar un poco de la voz dedicada al jardín.

“El jardín.

”Naces en la aldea y vuelves a ella. Como Homero, prefieres la pequeña isla de Aarón a las cien ciudades de Creta. En el fondo todos somos exiliados de nosotros mismos. En este jardín cabe entero el ‘Cántico’ de Jorge Guillén…

”No temas si vacías tu fragante copa, pues hay una taberna allende el claro del río. Lo que crece, el árbol -dice Yutang- es siempre más hermoso que lo que se construye”.

Está más en alza lo que se construye, como sea, donde sea, que lo que crece. El goce de los pinos para el sabio chino representa el silencio, la majestad y el desasimiento de la vida. El pino lo comprende todo, pero no habla y en ello radica su misterio y su grandeza. El ciruelo simboliza para los hijos del Imperio de Centro la pureza de carácter. Es la flor del poeta. El sauce hace sentimental al hombre e invita al chirrido de las cigarras. Las rosas invitan a las nubes, los pinos al viento, los bananeros llaman a la lluvia. Las flores hay que bañarlas cuando están dormidas….

La auténtica felicidad es barata, o tiene que serlo, si bien entiendo que haya quienes sigan la recomendación del arquitecto Frank LLoyd Wrhight: “Dadme el lujo y renuncio a la necesidad”

Hoy me había levantado más Leguineche, pero, sinceramente, me gustaría saborear eso que pide LLoyd Wrhight. No debe saber mal.

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9 de febrero de 2007
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CÍNICOS Y PERIODISTAS

Desde luego Kapuscinski era un maestro, un referente, una “rara avis” en el mundo del periodismo. Y lo era, no por escribir bien, si no muy bien y a veces excepcionalmente bien (hay unos cuántos que también son grandes escritores y se dedican a esta profesión), lo cual ya le sitúa en un lugar diferente de la mayoría. Pero no era eso lo que hacía de él un periodista sin muchos semejantes; lo que hacía de él algo extraordinario es que unía ese talento, esa genialidad en su escritura con la forma en que ejercía el periodismo. Su preocupación por los lugares desprotegidos, dominados, deprimidos, desolados  del mundo y atender y entender lo que allí pasaba no porque fuera la guerra de moda, ni el conflicto más llamativo. Él era capaz de hacernos llegar lo que tantas veces no es visible en el peculiar mundo de la información. Además, Kaspuscinski, tenía la insólita manía de vivir dentro de los mundos de los que escribía. Y una rara capacidad para vivir inmerso en ellos por más incómodos o duros que fueran esos mundos. Pero no era perfecto, era un ingenuo. Además casi nadie le hacía caso. Leerlo, eso sí lo hicieron bastantes en el mundo, y después olvidar lo que nos contaba.

Hoy lo he recordado porque una vez más he comprobado que no era verdad esa frase suya: “los cínicos no sirven para este oficio”. Qué ingenuo. Los cínicos son los más populares, los más famosos y los mejor pagados de este oficio. Vale, es posible que Kapuscinski no considerara de los suyos a algunos que dicen ser periodistas. No los consideramos, pero lo son.

Hoy lo he recordado al ver, por accidente de zapping, las informaciones que estaban dando algunos que ejercen ese oficio desde el lado del periodismo de sociedad, de corazón o de lo que sea eso. No he podido soportar cómo se referían a la muerte de una mujer joven, de una madre separada, de una señora que tenía un trabajo y tenía, como tantos problemas. No he podido soportar la injerencia en la vida, en la muerte y sus conjeturas de Erika Ortiz Rocasolano. No lo podía admitir desde lo que me queda de periodista, de no querer ser cínico con algunas cosas y de ser más respetuoso con el dolor de una familia. Ella no era pública, no era princesa, no era actriz, ni escritora, ni daba exclusivas de su vida o de la vida de su familia. Una mujer joven ha muerto antes de lo razonable.

Compañeros no me sean canallas. No sean tan cínicos. Ya sé que casi ninguno podemos, ni queremos ser Kapuscinski, pero de verdad hay que elucubrar sin saber, sin datos y sin pudor sobre la vida y la muerte de alguien a quien no conocieron.

Me gustaría que fuera verdad que los cínicos no valen para este oficio. Y si no valen que sean otra cosa. Que se llamen de otra manera. Yo no soy de los míos, pero desde luego de unos más que de otros. Al menos es lo que uno desearía, no ser como vosotros.

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8 de febrero de 2007
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El Boomeran(g)
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