Javier Rioyo
Como una película de verdad, pero casera y con mala leche. ¿Mala leche? No, no era eso. Era, es, otra cosa. Desde luego no es complaciente, ni inocente, ni convergente. El espectáculo, la película teatral, el recital con palabras, canciones y vídeos o lo que queramos pensar de esa puesta en escena de Albert Pla no me defrauda. Y eso que soy un prehistórico seguidor de este raro, extravagante, lúcido, ácido y sin embargo tierno personaje. Creo que el que canta, el que actúa se parece al verdadero Albert Pla.
Se presentó en Madrid, en el teatro del Círculo de Bellas Artes y allí estábamos muchos de los que ya no nos escandalizamos por casi nada. Allí estaba su amigo, y sin embargo maestro de músicas y letras, Javier Krahe. Y allí estaban muchos de los clásicos de la provocación y la ironía, muchos de los habituales que frecuentan los circuitos de Pla y sus maneras. No son muchos, pero molestan bastante.
Albert Pla -y su excelente compañera, además de guapa, Judit Farrés- nos hizo pensar que era posible decir casi todo en un escenario. Felizmente, estamos en esta parte del mundo donde es posible la blasfemia, la mofa de los poderes, la invitación al insulto, la burla de los enfermos, de los mayores y de los pequeños. Todo es motivo de un inteligente descrédito. No hay lugares intocables. No hay nada que no se puede decir. Volvemos a los tiempos más libres, a aquellos viejos, viejísimos. Tiempos en que un escritor podría decir, escribir y publicar: “El asesinato como una de las bellas artes”.Ver el espectáculo de Pla, más allá de otros juicios sobre la obra, es una feliz demostración de la madurez de un país. Somos capaces de burlarnos de todo. Incluso de lo más sagrado, por ejemplo del Barça. Incluso de los más débiles, por ejemplo, los enfermos. Me alegra que exista Pla. Que se puedan comprar sus discos. Que se puede ver su espectáculo. Como él canta al final, tierna y religiosamente, como el monje perverso y simulador que es: “gracias a la vida”. ¡Ay, si Lola Flores levantara la cabeza!…Y sin embargo…ahí está, como la Puerta de Alcalá, en pleno centro de Madrid.
El espectáculo no está autorizado para la inmensa mayoría de los políticamente correctos. Aunque debería estar permitido que se colaran y no pudieran salir todos esos que andan por las teorías de la conspiración. En fin, haya películas.