Javier Rioyo
Para conocer una ciudad visito los mercados. Allí permanecen los olores esenciales de la ciudad. También allí se conserva el habla popular. Incluso allí se perciben los cambios. Me gustan los mercados, aunque sean unos espacios en extinción. Nada que ver con lo práctico, útil y aséptico de algunos modernos y excelentes supermercados de grandes superficies. Cumplen con el objetivo, pero son otra cosa.
Con ese espíritu de mirón de mercados, de observador de mercaderes me fui a ARCO en el primer día, en las primeras horas. Son unas horas de mucha actividad, de mover dinero, de paseos de las instituciones, los millonarios, los banqueros y los inversores en general. Dicen que son los días para los coleccionistas. Así será, pero sobre todo es el momento de saber dónde y cómo invertir. Muchas de las obras que se compran están apalabradas antes, están decididas de antemano, por amistad, por indicación del intermediario o por buena posición en “el mercado” del artista y de su galería.
Lo pasé bien. Era como asistir desde cerca de un intercambio de abalorios. Llegan los conquistadores a las tierras indígenas, les quieren cambiar el oro por unos espejos, por una espada o por un fusil…Los indios se hacen los tontos, no saben, no están, no contestan, entonces llegan los intermediarios, los galeristas. Ellos son de la misma raza de los compradores. Son finos, encantadores, hablan idiomas y saben cómo va el mercado. La rareza del artista, del indígena, del buen salvaje queda domesticada con el intercambio favorable. El indio se lleva su parte. Le gusta que sus juguetitos les gusten a esos señores. Mañana harán más. Se ponen a buscar, incluso a veces encuentran.
Los compradores se van contentos. Hace muchas décadas ya se dieron cuenta que un mingitorio, una mierda seca, el aire de una habitación, la sangre coagulada, un hierro de toneladas, un cartel de un pobre, una foto de los abuelos con un antifaz, unos esqueletos, un insulto… todo está en el mercado. Todo es arte. Todo vale. Todo se puede comprar. Lo malo es que no te devuelven nada cuando no te gusta la compra al llegar a casa. Y es que ARCO, todavía no es “El Corte Inglés”, todavía no es perfecto. Hoy vuelvo. Me gusta este supermercado, es casi tan emocionante como el “Parque de Fieras” del Retiro. Es como volver a los años de la plastilina. ¿Tuve yo plastilina?