Recurrir a la memoria como vía hacia el conocimiento suele ser un recurso rico y provechoso. Pero según y cómo puede acabar siendo lo más parecido a montar un caballo que galopa enloquecido por una pista llena de bifurcaciones que a primera vista parecen bien señalizadas ( y que por lo tanto son seguras), pero que muchas veces conducen a callejones sin salida o, lo cual es peor, a abismos en los que es fácil despeñarse.
Justamente por ello parece aconsejable tratar la memoria con la cautela y el respeto que merece toda arma de doble filo. Me apresuro a reseñar que no creo equivocarme al afirmar que en lo relativo a manejar los recuerdos con cautela y respeto Gonzalo Hidalgo Bayal es un consumado maestro. La trama de La escapada no puede ser más sencilla: un día cualquiera, un ciudadano llamado Gonzalo Hidalgo Bayal (nombre y apellidos del narrador en primera persona que no por casualidad coinciden con los del autor sin que ello autorice a hablar de obra autobiográfíca) se topa con otro ciudadano al que de pronto no reconoce pero que resulta ser un compañero que en los ya lejanos tiempos de estudiantes todos conocían como Foneto. Nada de grandes alegrías y efusiones por el encuentro. Respeto mutuo. Discreción. Cautela. Y curiosidad. Durante unas horas los dos antiguos compañeros de estudios, hoy jubilados ambos, pasean, hablan, visitan locales y lugares que ya frecuentaron entonces y al final se despiden, otra vez sin grandes alegrías ni efusiones. Y ni siquiera dejan constancia del convencimiento mutuo de que probablemente no volverán a verse nunca más.
De todos los sucesos que surgen a colación a lo largo de ese día que pasan juntos lo más parecido a una aventura es el relato de aquella vez que se adentraron en los barrios más miserables y deprimidos de Madrid a bordo de un seiscientos y la cosa casi se puso fea porque el coche se paró justo cuando se acercaban con aire poco amistosos unos tipos muy mal encarados y acompañados de unos perros poco amistosos. Pero ya digo que la cosa “casi” se puso fea porque en el último minuto el coche se puso en marcha y pudieron alejarse de aquellos tipos tan mal encarados como sus perros. Todo el resto de lo narrado va poco más o menos así porque Foneto no tarda en perfilarse como un ser tangible pero opaco y que ya en sus tiempos de estudiante eligió llevar “una vida en blanco, sin molestar, sin fastidio, sin ansiedad, sin desazón”.
Para decirlo de una vez, se trata de un hombre sin atributos con el que las preguntas directas sonarían como un cañonazo, o como una intolerable intromisión en su quizá minúscula intimidad. “¿Por qué no quisiste acabar la carrera?” “¿Has estado casado?” “¿Crees que haber vivido toda tu vida atrincherado en un quiosco de prensa ha colmado las expectativas que tenías cuando de joven parecía que ibas a ser un filólogo tan grande como don Ramón? “
Sin embargo el lector puede dedicarse a leer tranquilo porque esas y otras muchas cuestiones también transcendentes, y que Foneto oculta tras su aspecto anodino y opaco, acabarán siendo dilucidadas a su debido tiempo y de la forma más correcta. Revisitar el pasado, solo o en compañía, no es una simple exploración arqueológica porque implica, casi podría decirse que especularmente, poner en cuestión el presente. Y eso es lo que hacen con suma competencia el ciudadano Gonzalo Hidalgo Bayal con la inefable ayuda del Gonzalo Hidalgo Bayal narrador, aparte de la ayuda no solicitada del inefable Foneto. Que éste sea un objeto casi neutro permite justamente que las dudas, sospechas o ignorancias lanzadas sobre él no reboten distorsionadas por su propia operación de conocimiento. Según se avanza en la lectura va quedando claro que el verdadero sujeto de la narración es el nuevo ámbito de significación (llámelo realidad quien lo prefiera, o incluso verdad) que surge de la confrontación dialéctica presente–pasado. Unas veces la conclusión surge de forma seca y contundente como un disparo (“dejar de tomar una decisión también es tomarla”) aunque asimismo puede dar motivo a metáforas tan brillantes como la del quiosquero reconvertido en estilita moderno o el quiosco como símbolo de lo efímero. Incluso una trayectoria sentimental tan poco envidiable como la del pobre Foneto puede dar origen a unas espléndidas reflexiones sobre el amor y sus fatigas. Todo lo cual viene a demostrar una vez más que el buen narrador puede tener dormida en la cabeza una gran historia y que para despertarla no necesita viajar azarosamente al otro confín del mundo. Le basta con tener un encuentro fortuito con el Foneto que el algún momento ha formado parte de la vida de todos nosotros.
La escapada
Gonzalo Hidaldo Bayal
Tusquets editores