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Mañana tendremos otros nombres

Javier Fernández de Castro

Dar noticia de una ruptura sentimental, o narrar la crónica de un desamor, nunca  ha sido una  tarea fácil, ni tampoco  grata. Sin ir más lejos,  y sólo  por un legítimo deseo de llegar al fondo de tan doloroso desgarro,  se puede terminar oficiando de forense,  y conste que en el texto se alude sin rodeos a tan escasamente apetecible posibilidad: “[…] quizá toda historia de amor termina siendo una investigación, o mejor, una autopsia”.

Consciente de la posibilidad de caer en ese o en cualquiera de los otros muchos peligros que aquejan y afean al género (autocompasión, despecho y afán de venganza, el malo es el otro, ahora resulta que no sé a quién he amado la mitad de mi vida, etc.etc.) Patricio Pron se ha valido con muy notable acierto de unos recursos narrativos que no son en absoluto habituales y que pueden desorientar al lector, aunque ello ocurre únicamente hasta que  se  entienden las reglas de juego. Que resultan ser fascinantes porque le han permitido ir mucho más allá de un simple y desgraciado caso particular.

De entrada, las dos voces encargadas de llevar el peso de la narración son Él y Ella, es decir, nada que ver con aquellos personajes a los que el autor se encargaba de proporcionar cuanto antes unos rasgos físicos y un comportamiento moral  que permitían la inmediata identificación del lector, solidarizándose con unos y rechazando a otros  como ocurre en la vida misma. Tal despersonalización choca al principio  porque, encima, cuando empiezan a entrar en juego los demás personajes  ninguno de ellos recibe más rasgo identificador que la inicial (D., E., A., M., Bg. J., F.). Y lo mismo pasa con los padres de todos ellos, que son solo eso, padres innombrados, o con los jefes del despacho de arquitectos  en el que trabaja Ella, y a los que en todo caso se les da el tratamiento de jefe principal, jefe menos jefe, etc.

Si se tratase de una película podría decirse que toda ella ha sido rodada en planos medios, esto es, sin panorámicas que permiten una visión comprensiva y conjunta de la escena pero  también sin los primeros planos de los que se valen los directores  para resaltar un aspecto fundamental de la narración. Tampoco hay flash-backs (y los que hay son meros apuntes referidos al pasado), tampoco hay recurso al plano y contraplano ni  a todo el resto de triquiñuelas cinematográficas que permiten acelerar o retardar la acción o crear ilusiones  engañosas, así como tampoco hay apenas saltos  temporales o bifurcaciones elípticas. En absoluto. El flujo narrativo se mantiene inalterable mientras las cosas pasan porque tenían que pasar: al principio de conocerse El y Ella se van a vivir juntos porque así tenía que ser, y al cabo de unos años se separan porque quién se opone a la fatalidad. En algún momento Ella dice: “[…] nunca elegimos, solo vivimos en lo que es, lo  que no es existe sólo como idea, y como toda idea no puede ser habitada. Permanece a la espera, mientras uno cree que decide algo”.

Ese mundo de ideas no habitadas, y por lo tanto ese mundo deshabitado y a la espera de tomar una decisión, se complementa con otras  muchas intuiciones que suelen apuntarse siempre a  modo de tentativa. Por ejemplo: “[Él] siempre había pensado en la identidad como un punto de llegada, nunca como uno de partida”. Y de ahí, lógicamente,  que mañana vayamos a tener otros nombres, y unas vidas determinadas por el momento de la llegada y nunca al partir.

Porque, en definitiva, lo que Patricio Pron va construyendo con la tenacidad del tallador que esculpe lo que quizá acabará siendo el Mausoleo de Halicarnaso, es una clase de cotidianidad que  les resultará totalmente ajena e incomprensible a quienes se estén acercando al final de su trayectoria vital (viejos). A los propios protagonistas les pasa un poco  lo mismo porque también ellos están en plena exploración, pero si el lector ya veterano  cree de pronto reconocer una propuesta — por ejemplo si se trata de resolver los sempiternos problemas de la vida en pareja con el conocido y nunca exitoso recurso a lo que ahora los cursis de los reality show llaman “poliamor”— de inmediato se sentirá excluido al ver que lo que se pretende es “optimizar” la relación con la “adquisición” de un tercer actor. Lo mismo ocurre con la (casi siempre calamitosa) búsqueda de pareja acudiendo a los medios sociales, o las relaciones interpersonales mediante mensajes con los que se rompe un noviazgo, se propone una vida en común o se anuncia un cambia de piso o trabajo, expresado todo ello en tiradas de no más de 120 palabras. Entremezclados en un flujo narrativo que surge como un poderoso chorro continuo,  van apareciendo rasgos superestructurales  (las leyes del mercado, las imposiciones de la genética, las corrientes sociales, la precariedad laboral, etc) que conforman  y determinan unas vidas inmersas en la vieja pelea entre el deseo y la realidad. Y si dar noticia de un desamor nunca ha sido fácil ni grato, crear  a su alrededor un ámbito de significación inteligible (lo que la crítica de antes llamaba un universo narrativo) es una ambición  hercúlea que Patricio Pron ha resuelto con  brillantez y acierto porque, por encima de  todo, su novela es una apasionante tentativa encontrar un lenguaje capaz de dar cuenta de una realidad exterior que se está conformando ahora, o para decirlo más directamente, cómo dar noticia de que está surgiendo un mundo nuevo y que no puede ser reflejado mediante las técnicas narrativas de antes. Nada menos.   

 

Mañana tendremos otros nombres

Patricio Pron

Premio Alfaguara de novela 2019

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Javier Fernández de Castro

Javier Fernández de Castro (Aranda de Duero, Burgos, 1942- Fontrubí, Barcelona, 2020) ejerció entre otros los oficios de corresponsal de prensa (Londres) y profesor universitario (San Sebastián), aunque mayoritariamente su actividad laboral estuvo vinculada al mundo editorial.  En paralelo a sus trabajos para unos y otros, se dedicó asiduamente a la escritura, contando en su haber con una decena de libros, en especial novelas.

Entre sus novelas se podrían destacar Laberinto de fango (1981), La novia del capitán (1986), La guerra de los trofeos (1986), Tiempo de Beleño ( 1995) y La tierra prometida (Premio Ciudad de Barcelona 1999). En el año 2000 publicó El cuento de la mucha muerte, rebautizado como Crónica por el editor, y que es la continuación de La tierra prometida. En 2008 apareció en Editorial  Bruguera,  Tres cuentos de otoño, su primera pero no última incursión en el relato corto. Póstumamente se ha publicado Una casa en el desierto (Alfaguara 2021).

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