Por decirlo como lo diría Thomas Mann, Palos de ciego es la novela de una novela. Muchos años atrás el narrador en primera persona conoció una historia espeluznante (aunque, tratándose de un suceso ocurrido en pleno estalinismo, cualquier calificativo capaz de expresar horror resulta inevitable): al parecer, unos centenares de lirniki fueron convocados en la ciudad de Járkov para celebrar un congreso. Los lirniki eran miembros de las clases ucranianas más desfavorecidas y que al quedar ciegos por la falta de higiene y de medios para curarse las infecciones en los ojos, su única posibilidad de supervivencia era echarse a los caminos para hacer de juglares. Su repertorio eran fundamentalmente canciones populares y religiosas, pero también poemas que cantaban las hazañas de los ancestrales héroes ucranianos en su lucha contra el invasor ruso. Como Stalin se encontraba en plena construcción del hombre soviético, cualquier exaltación nacionalista le parecía nociva y, por no faltar a su costumbre, ordenó el fusilamiento de los juglares ciegos y de los chicos que les hacían de lazarillo.
Por causas muy diversas, pero que fundamentalmente estaban relacionadas con la juventud e inexperiencia del autor, la novela en su inicio titulada Borrón no solo no terminó de cuajar sino que fue dando lugar a fragmentos y esbozos (aquí se reproduce uno de ellos, por cierto que espléndido) y, sobre todo, a una investigación exhaustiva y que se prolongó durante años y en el curso de la cual fueron examinados documentos históricos, testimonios de otros historiadores y relatos procedentes de fuentes muy diversas. Una de dichas fuentes es un librotitulado Testimony: The Memoirs of Dimitri Shostakóvich (1979), escrito por el musicólogo ruso Simon Volkov y publicado en inglés por Harper & Row cuatro años después de la muerte del compositor. Son bien conocidas las angustiosas relaciones del dictador y el músico, permanentemente amenazado de muerte o deportación para ser ensalzado a continuación como el mejor representante de la música del realismo social antes de verse nuevamente en una lista negra. No es de extrañar que al ver la luz el libro, tanto Volkov como Shostakóvich fuesen vapuleados sin piedad y acusados de tergiversar la verdad. Según Volkov, en sus memorias Shostakóvich hacía referencia al fusilamiento de los juglares y sus lazarillos.
Uno de los muchos problemas surgidos a lo largo de los años era que pese a sus prolongados esfuerzos el narrador/investigador no lograba dar con datos que corroborasen de forma fehaciente la muerte de esos cantores a los que él pretendía prestar la voz que les fue tan brutalmente silenciada. Ciertas fuentes fiables incluso negaban que hubiese tenido lugar el fusilamiento. Pero mientras tanto, el relato de cómo no se pudo escribir la novela original, y de las búsquedas fallidas, van dando origen a estos adecuadamente titulados Palos de ciego.
En paralelo, y como si fuera una más de las muchas peripecias ocurridas mientras se va novelando la novela, surge otra historia que en principio no parece tener relación con lo ocurrido en Ucrania, pues se narra que el autor tuvo un hermano también llamado David (David Torres, por supuesto) nacido poco ante que él en la Clínica San Ramón de Madrid, y que vivió apenas veinticuatro horas. Poco a poco, y con saltos hacia adelante y atrás e incursiones en otras historias (como las circunstancias en que fue contada otra de sus novelas, titulada Nanga Parbat y que en contra de lo que parece no va tanto de montañismo como de un amor desgraciado) la historia, o la no historia, del hermano muerto va cobrando entidad porque el primer David Torres nació y murió en una clínica que más tarde se hizo famosa por el siniestro tráfico de niños vendidos bajo mano. Aunque las autoridades han hecho lo posible por no profundizar mucho en esa siniestra historia, se calcula que fueron un mínimo de 60.000 los niños, al principio hijos de mujeres republicanas a quienes las autoridades franquistas no consideraban aptas para criar a sus hijos, que fueron arrebatados y vendidos a familias cristianas. Más tarde el tráfico ya no obedeció a razones ideológicas sino al puro negocio. Parece ser que para convencer a las madres de la muerte de su hijo recién nacido, en la clínica guardaban congelado el cadáver de un bebé que era presentado como prueba una vez descongelado.
Palos de Ciego es como un mosaico descrito con gran agilidad, eficacia y una prosa muy cuidada. Al lector le cabe la tarea de ordenar las piezas que se van sumando desordenadas para completar el relato, pero no hay posibilidad de confusión o pérdida porque, a lo mejor en sus comienzos David Torres II no disponía de los recursos necesarios para contar la novela que imaginó la primera vez que conoció la suerte de los lirniki y concibió la idea de darles voz. Pero tantos años después dispone de suficiente experiencia como para crear unas corrientes subterráneas capaces de relacionar unas historias con otras y, de paso, darle voz al hermano tan prematuramente desaparecido y del que solo queda un simple nombre en el libro de familia.
Palos de ciego
David Torres
Círculo de Tiza