Javier Fernández de Castro
Siguiendo su hercúleo propósito de editar las Obras Completas de Don Ramón del Valle-Inclán la Biblioteca Castro presenta ahora el Tomo IV, dedicado al teatro. O por mejor decir, a la primera mitad de su producción teatral porque la segunda mitad y el conjunto de su obra poética, aparecerán próximamente en el Tomo V y último.
Dado el carácter polémico, provocador y aparentemente desenfadado de Valle-Inclán (y digo aparentemente desenfadado porque sus bromas solían ser lo más parecido a dardos afilados y dirigidos directamente al corazón del beneficiado), tratar de poner orden y ofrecer una visión coherente de su obra es, además de hercúleo, un propósito casi imposible porque, como ya se dijo con motivo de la publicación de los Tomos I, II y III, Valle-Inclán entendía la escritura como un proceso de creación continuo y que no se terminaba cuando el manuscrito era llevado a la escena o aparecía en formato de libro o de revista (folletón). Lejos de ello parece como si Valle-Inclán se complaciese en confundir a sus seguidores introduciendo entre una entrega y otra cambios muy notable y que podían afectar al concepto mismo de la naturaleza de la obra.
Como señala a modo de ejemplo en la Introducción Margarita Santos Zas, coordinadora y máxima responsable de esta edición, en su afán por infringir los códigos genéricos convencionales en nombre de la invención y la experimentación, Valle-Inclán transgredía sistemáticamente incluso los fronteras entre teatro y novela. Aunque no pase de ser un detalle más arbitrario que estructural, es bien sabido que en el momento de su aparición en la revista España Nueva, la obra Águila de Blasón llevaba como subtítulo Novela en cinco jornadas, mientras que al aparecer como libro se llamaba igual, Águila de Blasón, pero su denominación había cambiado a Comedia bárbara dividida en cinco jornadas. Lo mismo cabe decir de La Cabeza del Bautista o La Rosa de papel, editadas conjuntamente como Novelas macabras y más adelante rebautizadas como Melodrama para marionetas.
Claro que, a lo mejor para llevar el equívoco hasta sus últimas consecuencias, pese a tener en su haber una veintena larga de obras teóricamente teatrales, Valle-Inclán siempre negó categóricamente ser un autor teatral y, otra vez para demostrar en la práctica lo que parecían simples provocaciones callejeras, no solía tener la menor consideración con los actores, directores y empresarios que osaban llevar alguna de sus obras al escenario. Se podrían poner decenas de ejemplos, pero para no dispersar en exceso la atención, me limito a abrir al azar las Comedias Bárbaras y no tardo en preguntarme cómo se las arreglará un director de teatro para desarrollar a la vista del público una escena precedida de una acotación como esta, que por cierto es la que abre la Jornada primera de Cara de Plata:
Alegres albores, luengas brañas comunales en los montes de Lantaño. Sobre el roquedal la ruina de un castillo, y en el verde regazo, las Arcas de Bradomín. Acampa una tropa de chalanes al abrigo de aquellas piedras insignes (…). A la redonda los caballos se esparcen mordiendo la yerba sagrada de las célticas mámoas. En las alturas una vaca montesa embravecida muge por el vitelo que se lleva a la feria un rabadán.
O qué decir de personajes como: Pichona la Bisbisera, el Ciego de Gondar, la Hija Bigardona y el coro de Crianzas, Fuso negro el Loco o Ludovina la Ventorrilla. Y si se trata de hacer las veces de coro ahí están Clamor de mujerucas, una Voz en la chimena, Salmodia de Beatas o Reniegos y Espantos.
También debe de tener su miga encontrar el tono para un diálogo que tiene lugar después de una acotación en la que se presenta al Abad de Lantañón entre “un tumulto de voces que quiebra el verde y aldeano silencio”. Y sobre el patín de la Rectoral aparece una dueña pilonga, muy halduda, que con la rueca en la cinta tuerce el gesto y escupe en el dedo. Es Doña Jeromita, la hermana del abad:
DOÑA JEROMITA.-¡Jesús con las voces!¡Pues aunque estuvieseis en la puerta de un ventorrillo!¡No habléis todos, selváticos!¡Hermano, ponga paz!
EL ABAD.-No me sale del bonete.
DOÑA JEROMITA.-¡Ave María!
EL ABAD.-¡Mi tonsura ha sido ultrajada por un carajuelo!
DOÑA JEROMITA.- ¡Jesús mil veces!
Pero lo mejor de todo es que a pesar de un lenguaje muchas veces barriobajero y en gran parte inventado, pese a lo disparatado de muchas situaciones y aunque sea manifiesta la imposibilidad de pone en escena lo que se dice en el texto, de pronto el lector cae en la cuenta de que está escuchando el tono de voz inequívoco de Shakespeare. Y eso que todavía no hemos llegado al tomo de los esperpentos, en los que la apuesta por lo imposible parece como si diese todavía más sonoridad al diálogo shakesperiano.
OBRAS COMPLETAS, IV. Teatro
Ramón del Valle-Inclán
Edición de Margarita Santos Zas
Biblioteca Castro