Javier Fernández de Castro
Si me pidieran que definiera esta novela con una sola palabra seguro que elegiría “sencillez”. Y si tan ociosa petición me pillara en un día particularmente obtuso, precisaría: “difícil sencillez”. Y conste que ocurren cosas tremendas. Ahí está esa madre tan ocupada en cuidarse la depresión que no solo ha dejado de hacer caso a su marido y a sus dos hijos de ocho y nueve años sino que al final los abandona sin despedirse apenas ni dejar una simple pista acerca de un posible regreso. “Dadme un beso”, les dice. “¿Vendréis a visitarme algún día?”. También está Victoria Roudideaux, una adolescente que por no hacer caso de las advertencias maternas y no tomar las precauciones debidas, se queda embarazada y la madre la pone en la calle sin más. “No puedes hacerme esto, mamá”, dice ella. Pero sí, de pronto se encuentra en la calle con dieciséis años, todavía en el instituto (es decir, sin un duro) y con un responsable de su gravidez que no quiere saber nada de responsabilidades y hasta pone en duda su posible paternidad. Más cosas tremendas: los niños, Iker y Bobby, presencian una degradante escena en la que otra adolescente es obligada por su novio a hacer el amor con su mejor amigo “porque yo se lo había prometido y no me vas a dejar mal ahora”. Haber sido testigos de tal humillación les cuesta ser dolorosamente humillados a su vez por el ofensor y su amigo, castigo que les es infligido para que vean lo que puede pasarles si van contando cosas por ahí. Más adelante presenciarán una espeluznante (y muy detallada) autopsia al caballo de uno de ellos, muerto en circunstancias bastante dramáticas.
Todo ello se cuenta con la ya mencionada sencillez, aunque también cabría hablar de naturalidad. Son simples episodios cotidianos que no perturban la anodina existencia de una minúscula localidad del condado de Holt, en Colorado. Cosas que pasan, contadas además en secuencias muy breves (los capítulos raras veces sobrepasan las dos páginas) y que parecen compuestas a base de frases muy cortas y sin más elementos ni adornos técnicos que el recurso al sujeto, verbo y predicado repetidos hasta el final. Claro que no por casualidad el título original de la novela es Plainsong, es decir, canto llano o gregoriano, una composición de la liturgia cristiana monofónica y sin acompañamiento musical.
Lo curioso es que, en contra de cuanto pueda parecer, Kent Haruf se las apaña estupendamente para transmitir las emociones y los encontrados sentimientos de los personajes (abandono, dolor, miedo, frustración, desamparo, etc) sin necesidad de recurrir a la tragedia ni el tremendismo. En parte ello se debe a la existencia de otros personajes que, con la misma sencillez, se encargan de contrarrestar las puntas de brutalidad y desgarro que se van sucediendo. Y ahí está sin ir más lejos Maggie Jones, una madura profesora del instituto, compañera del padre de Iker y Bobby y (por alguna razón se adivina desde el primer encuentro entre ambos) su futura compañera sentimental. A esa mujer, por otra parte perfectamente sensata, se le ocurre la idea de recurrir a los hermanos McPheron, dos ganaderos solterones y entrañablemente huraños, para que se hagan cargo de la embarazada adolescente “sólo hasta que tenga el niño”. La reconversión de ese par de patosos y gruñones ganaderos en los abnegados protectores de una parturienta primeriza es de una ternura ejemplar. Cuando la chica se queja a la maestra de que los dos hermanos no hablan nunca, ni con ella ni entre sí, la maestra les aborda en un supermercado y les dice que hagan el favor de comportarse y tratar a su protegida como es debido. Y los hermanos, compungidos, deciden enmendar su error y le dan un curso completo del comportamiento de los precios de los productos agrícolas en el mercado. La escena es genial.
Quienes se enganchen con la difícil sencillez de esta novela están de enhorabuena porque en realidad forma parte de una trilogía que bien podría ser tomada como ejemplo de hasta qué punto es posible practicar el buenismo (o se prefiere, no ser solamente un cronista de lo peor y más abyecto del comportamiento humano) sin caer en la cursilería.
La canción de la llanura
Kent Haruf
Traducción de Agustín Vergara
Literatura Random House