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Zuleijá abre los ojos

Javier Fernández de Castro

Todo cuanto se narra en esta novela es tan desgarrado y brutal, y resulta  tan ajeno a la experiencia vital del lector medio que incluso la descripción de cómo se tomaba un baño en la Rusia campesina del siglo pasado resulta una experiencia fascinante. Claro que las condiciones ambientes eran extremas porque en una isba tanto la letrina como la caseta de baños (muy similar a la actual sauna nórdica) se encontraban fuera de la casa, lo cual, teniendo en cuenta que las temperaturas podían alcanzar bastantes grados por debajo del cero, imponía la obligación de empezar por limpiar la nieve que cubría el sendero entre la casa y el baño; allí había que encender el fuego para calentar la estancia y el agua, hecho lo cual se podían efectuar la abluciones: la descripción de las prendas que era necesario vestir para no morir congelado durante el traslado desde la casa es otro ejercicio de estilo casi surrealista.

Y en general pasa un poco lo mismo con el resto de una narración centrada en Zuleijá, la esposa tártara que va a sufrir un inmisericorde proceso de reeducación moral resumido en el título bajo el eufemismo de “abrir los ojos”. Visto desde fuera, las condiciones de vida de una mujer perteneciente a una etnia minoritaria  y considera inferior eran tan miserables y cercanas a la esclavitud (un marido ruso brutal y maltratador, una suegra viperina y sin más ocupación en la vida que martirizar a su nuera y un régimen de trabajo doméstico que empezaba al amanecer y no terminaba hasta bien entrada la noche) que no podían ser peores si por aquellas cosas de la vida era acusada de ser una kulak y deportada a Siberia junto con otros miles de terratenientes y campesinos ricos que además de ser desposeídos de sus bienes eran hacinados en vagones de transporte de ganado y enviados a remotos campos de trabajo para su reeducación. Pero sí, resulta que en esta vida siempre  se puede ir a peor.

Aunque de religión musulmana, con todas las cargas que esa fe impone a la mujer, en el inicio de la narración Zuleijá vive con intensidad las  creencias heredadas de sus antepasados tártaros, en especial la convivencia con espíritus como el basu kapka iyase, encargado de evitar que los malos espíritus traspasen los límites del pueblo y  al que se puede comprar con golosinas para que interceda ante el zirat iyase, el guardián del cementerio. Pese a los duros castigos que puede costarle su acto, Zukleijá comete la osadía de robar alimentos en casa de su marido para comprar al guardián y asegurarse el bienestar de sus cuatro hijas, muertas al poco de nacer y enterradas en ese cementerio. Y tiene un gesto que resulta enternecedor porque una vez ante sus tumbas se ocupa de cubrirlas bien de nieve para que las niñas “descansen abrigadas y en paz hasta la llegada de la primavera”. 

Cabe imaginar lo doloroso que le va a resultar el proceso que se inicia cuando, volviendo del bosque  en compañía de su  esposo, éste resulta muerto a manos de Ignatov, el jefe del destacamento gubernamental encargado de requisar los bienes de los campesino ricos y agrupar a estos y sus familias en la cárcel de Kazán, capital de la república tártara, para su posterior traslado a un destino desconocido. Zuleijá, fue entregada a su esposo cuando tenía 15 años y como no ha salido nunca de su aldea no alcanza ni a imaginar que pueda haber otra vida más allá de su horizonte doméstico. Le avergüenza ser vista en la calle con la cabeza descubierta, jamás ha mirado directamente a los ojos a un hombre y por nada del mundo se dejaría palpar el vientre por una mano masculina incluso si se tratara de un ginecólogo. Y sin embargo, de la  noche a la mañana se va a encontrar encerrada en un vagón atestado y en el que habrá de hacer sus necesidades a la vista de todos levantando la tapa de una trampilla que da sobre la vía. Eso entre otras muchas vicisitudes  que van a forjar como a martillazos el proceso de apertura de Zuleijá a la realidad del mundo exterior y, sobre todo al conocimiento de sí misma, especialmente cuando debe reconocer por qué tazón toda ella se hace miel (así lo describe la autora,  Guzel Yájina), cuando se encuentra a solas con Ignatov, sí, el hombre que mató a sangre fría a su esposo.

Un aspecto muy de agradecer, es que pese al tono despiadado y bestial que predomina en la narración (y cómo podría ser de otro modo si se están describiendo las  peores purgas de Stalin)  Gucel Yájina, la joven autora, no olvida que está hablando de personas, es decir seres capaces de las peores atrocidades y también de conservar sentimientos que los ennoblecen: generosidad, compasión, empatía o cariño, aunque es innecesario señalar que todo ello se prodiga más entre las víctimas que entre  los verdugos.

Otro aspecto impagable de esta novela es que ocasionalmente la autora deja la narración en manos de personajes tan logrados  como el profesor Wolf Karlovich Leibe, un eminente maestro y cirujano al que la naturaleza le ha borrado piadosamente la consciencia y por lo tanto no se ha enterado de que la Revolución le ha despojado de todos sus cargos, honores y bienes y que de milagro no ha sido fusilado porque las autoridades soviéticas le consideran un espía alemán. Para culminar su acto de bondad, la naturaleza no le ha privado también de su saber y su actividad como médico será una bendición para los deportados cuando él también sea enviado a  Siberia. Zuleijá abre los ojos enlaza con naturalidad con la gran tradición de la novelística rusa, pero con unos toques de modernidad muy positivos.

 

Zuleijá abre los ojos

Guzel Yájina

Traducción de Jorge Ferrer

Editorial Acantilado    

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Javier Fernández de Castro

Javier Fernández de Castro (Aranda de Duero, Burgos, 1942- Fontrubí, Barcelona, 2020) ejerció entre otros los oficios de corresponsal de prensa (Londres) y profesor universitario (San Sebastián), aunque mayoritariamente su actividad laboral estuvo vinculada al mundo editorial.  En paralelo a sus trabajos para unos y otros, se dedicó asiduamente a la escritura, contando en su haber con una decena de libros, en especial novelas.

Entre sus novelas se podrían destacar Laberinto de fango (1981), La novia del capitán (1986), La guerra de los trofeos (1986), Tiempo de Beleño ( 1995) y La tierra prometida (Premio Ciudad de Barcelona 1999). En el año 2000 publicó El cuento de la mucha muerte, rebautizado como Crónica por el editor, y que es la continuación de La tierra prometida. En 2008 apareció en Editorial  Bruguera,  Tres cuentos de otoño, su primera pero no última incursión en el relato corto. Póstumamente se ha publicado Una casa en el desierto (Alfaguara 2021).

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