Javier Fernández de Castro
A la mayoría de nosotros la palabra “frontera” nos evoca una barrera física (por ejemplo una alambrada) que parte nítidamente en dos un territorio que muchas veces era uno solo…hasta que alguien tuvo la ocurrencia de dividirlo. El paradigma podría ser ese aborrecible Muro de Berlín que Donald Trump parece querer emular ahora para impedir la llegada de sus aborrecidos hispanos. Pero frontera también puede referirse a un territorio inmenso, de límites físicos imprecisos y abierto a los cuatro vientos, razón por la cual está expuesto a la irrupción de toda clase de pueblos, culturas e ideologías que pugnarán por imponerse a las demás, generalmente por la fuerza del arma.
En el caso de Europa su frontera oriental (Asia) es una gigantesca franja que va de Siberia al Mediterráneo y cuya delimitación ha costado incontables y ancestrales conflictos bélicos, con el agravante de que ni siquiera han podido fijarse todavía sus límites de forma estable. La zona norte de esa inmensa frontera, es decir Rusia y los territorios que integraban la extinta Unión Soviética nos resultan menos conocidos debido a la lejanía y a la proverbial renuencia de las autoridades soviéticas a dar noticia de sus conflictos internos, aunque si alguno de ellos ha salido a la luz pública (pongo el caso de Chechenia, sin ir más lejos) las noticias que llegan desde allí suelen ser atroces.
Tradicionalmente, los conflictos ocurridos en la zona sur de la frontera euroasiática han tenido como epicentro los Balcanes y sus vecinos más inmediatos: Bulgaria por el norte y Grecia y Turquía al sur. La autora de Frontera, Kapka Kassabova nació en la esquina de Bulgaria donde confluyen también Grecia y Turquía, ocupando esos tres países un territorio conocido en la Antigüedad como Tracia. En 1989, cuando debido a la caída del Muro de Berlín se desmoronaron las URSS y el entramado de países que formaban el llamado Telón de Acero, los padres de Kapka Kassabova aprovecharon para emigrar a Nueva Zelanada, aunque más adelante ella se trasladaría a Escocia. Al cumplir los 30 años Kapka Kassabova decidió que había llegado el momento de regresar al escenario de su infancia y aprovechar la actual libertad de desplazamiento para conocer las zonas situadas al otro lado de las fronteras con Grecia y Turquía y que tantas vidas y sinsabores les había costado a quienes trataron de traspasar clandestinamente esas barreras.
El presente libro es el resultado de los vagabundeos de la autora por aquellos parajes. Casi sin proponérselo, pues más que un ensayo histórico formal es el recuento de incontables horas pasadas en cafés, posadas, carreteras que no llevaban a ninguna parte o incursiones por bosques impenetrables, la autora recrea en las conversaciones con unos y otros los paisajes y las vidas de cuantos le van saliendo al paso. Y el recuento es alucinante porque sus interlocutores (taberneros, pastores, guardias fronterizos, poetas o viajantes de comercio), tienen casi todos una característica común: son como náufragos que han quedado varados en pueblos deshabitados debido a la descabellada política étnica llevada a cabo por las autoridades de los tres países vecinos. A veces eran antiguos pueblos búlgaros que por aquello de la redefinición de fronteras pasaron a pertenecer a Turquía y fueron obligados por las autoridades de su nuevo país a regresar a su origen, con el agravante de que al no acomodarse en su nuevo asentamiento porque los consideraban turcos, al tratar de volver a sus casas se encontraban que éstas habían sido ocupadas por “griegos” de origen búlgaro también expulsados de sus hogares. Pero como los intercambios forzosos de unos territorios a otros ha sido una práctica habitual, el resultado es que la autora nunca sabe lo que va a encontrar a uno u otro lado de las fronteras, aunque casi todos tienen otra característica común: suelen aferrarse a su lengua y sus tradiciones y creen fervorosamente en los mitos y supersticiones de sus ancestros porque parece como si tales señas de identidad fuesen la única certeza que les cabe en una vida sin esperanza de mejora y que transcurre al límite de la miseria. Incluso se encuentra con una pareja acomodada y propietaria de una buena casa que tienen en venta porque sueñan con poder instalarse algún día en Marbella. Es alucinante la capacidad del ser humano para infligir dolor y asumir las consecuencias de sus desmanes.
Frontera
Kapka Kassabova
Traducción de Cristina Lizarbe
Arma/enia.