¿Será cierto que vuelve a ser necesaria la “lucha contra el infame” que popularizó Voltaire? Durante el último medio siglo, el regreso de las fábulas religiosas y políticas (placebos para mitigar el miedo y la desesperación) parece imposible de detener y se multiplica a velocidad de rata. En su Tratado de ateología (Anagrama), Michel Onfray propone la relectura de Kant y en especial de su célebre opúsculo ¿Qué es la Ilustración? para percatarse de que el proyecto kantiano de salvar a los humanos de la minoría de edad es más urgente que nunca. Ni una sola de las metas propuestas en este escrito de 1784 se ha alcanzado. Y a veces olvidamos que sin los valores de la razón ilustrada la democracia es un fraude. No son únicamente los movimientos fundamentalistas de los EEUU o del Islam, los que dominan o agreden a la mayoría de la población mundial, son también las doctrinas totalitarias emergentes, los etnicismos, los mitos de la tierra, de la sangre, de la lengua, los nacionalismos, los que están arrasando la razón común con la colaboración de unos medios de masas que han encontrado en ellos el filón para llenar millones de horas de programación que ya no admitían más deportes o marranadas sentimentales. El sentido común, la razón, la ilustración, vuelven a ser bienes escasos y de combate contra el oscurantismo y la superstición, como antes de la Revolución Francesa. En esta nueva batalla del entendimiento contra los delirios de la fantasía, no hay izquierdas ni derechas. A un lado están los soldados de Dios, de la Patria, del Amo, muchas veces con la pretensión de ser “de izquierdas”. Al otro quienes combaten las mentiras envueltas en banderas y perfumadas con incienso. Que las últimas superventas de librería sean narraciones místico-históricas como el Código Da Vinci nos hace añorar aquellas novelas comerciales pero descreídas, escépticas, implacables e irónicas que se llamaban “novela negra”. ¡Quién pillara un Chandler o un Hammett de nuestros días!
