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Escrito por

Félix de Azúa

Félix de Azúa nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Ha publicado los libros de poemas Cepo para nutria, El velo en el rostro de Agamenón, Edgar en Stephane, Lengua de cal y Farra. Su poesía está reunida, hasta 2007, en Última sangre. Ha publicado las novelas Las lecciones de Jena, Las lecciones suspendidas, Ultima lección, Mansura, Historia de un idiota contada por él mismo, Diario de un hombre humillado (Premio Herralde), Cambio de bandera, Demasiadas preguntas y Momentos decisivos. Su obra ensayística es amplia: La paradoja del primitivo, El aprendizaje de la decepción, Venecia, Baudelaire y el artista de la vida moderna, Diccionario de las artes, Salidas de tono, Lecturas compulsivas, La invención de Caín, Cortocircuitos: imágenes mudas, Esplendor y nada y La pasión domesticada. Los libros recientes son Ovejas negras, Abierto a todas horasAutobiografía sin vida (Mondadori, 2010) y Autobiografía de papel (Mondadori, 2013)Una edición ampliada y corregida de La invención de Caín ha sido publicada por la editorial Debate en 2015; Génesis (Literatura Random House, 2015). Nuevas lecturas compulsivas (Círculo de Tiza, 2017), Volver la mirada, Ensayos sobre arte (Debate, 2019) y El arte del futuro. Ensayos sobre música (Debate, 2022) son sus últimos libros.  Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

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El viajero recuerda su patria

Durante toda la mañana un viento racheado riza las aguas del Sena y mueve a cámara rápida jirones de nubes de poniente a levante. En los sauces tiemblan ya los primeros brotes, apenas una sombra verde. En los magnolios asoman las yemas del futuro candelabro rosado que alumbrará el concierto de primavera. El meteoro se acelera. La población se agita más agobiada que de costumbre.
En la biblioteca de mi barrio, la de Beaugrenelle, adonde acudo para recoger un volumen sobre los Goncourt, me engancho a un anciano que tararea artísticamente en la sección de música, mientras carga en sus brazos todo lo que encuentra sobre Liszt. Luego le veo bajar la rampa hacia el río en su bicicleta, dando tumbos como una barquilla en plena galerna, los gruesos volúmenes sujetos al chasis con una goma elástica. Sortea hábilmente a un barbudo que le amenaza con el puño. Da un frenazo para evitar morir arrollado por un autobús. Sale disparado hacia el puente de Mirabeau cantando como un mirlo.

Los parisinos están nerviosos. La primavera ha llegado con un mes de adelanto, algo inadmisible en este país de protocolos implacables. Las elecciones están al caer y cada día la guillotina se precipita sobre algún candidato. Hoy es un sospechoso piso de Sarkozy lo que salpica de sangre la mañana.
Sin embargo, la prensa francesa es muy profesional; toma partido, pero no es sectaria. En consecuencia, hoy los diarios abren con la crisis de la compañía Airbus. Cierran cuatro factorías. Despiden a 10.000 empleados. Es una catástrofe para la población pobre. Merece la primera plana.
¡Alto! ¡Sapristi! ¿No era ese el lugar adonde quería ir a trabajar Pasqual Maragall, según declaró al abandonar la Generalitat catalana? ¿A Airbus, nada menos? ¡Vaya ojo! El contraste con los sólidos, eficaces, aplomados profesionales franceses es tan poderoso que me sube una cálida ola de simpatía y afecto hacia los políticos españoles: son tan fantasiosos, tan mediterráneos, tan rematadamente ajenos a la realidad... Lo nuestro no es política, es poesía lírica.

Artículo publicado en: El Periódico, 3 de marzo de 2007

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3 de marzo de 2007
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Mira que os lo tengo dicho

Uno de los pocos directores de orquesta que nuestra cantera ha dado al mundo es Josep Pons, actual batuta de la Orquesta Nacional de España. Antes de conquistar ese podio fundó una de las formaciones musicales más notables de la música actual: la Orquesta del Teatre Lliure. Por desgracia tuvieron un gran impacto en Europa, se interesaron por ellos músicos serios de países civilizados, grabaron discos elogiados por la crítica internacional, ganaron premios… y eso supuso su inmediata destrucción por parte de las autoridades catalanas.

En una interesante entrevista concedida el miércoles pasado al diario de la burguesía barcelonesa, decía Pons:

“Barcelona está cada vez más cerrada en sí misma en lo cultural; sólo se conoce e importa lo que pasa aquí. Se presta poca atención a lo que ocurre fuera, sobre todo en el resto de España, y, al tiempo, lo que sucede aquí tiene cada vez menos trascendencia, menos repercusión exterior. Barcelona ha perdido irradiación cultural”.

Os lo vengo diciendo desde hace muchos años. El amor a lo regional no debería eliminar el interés por lo universal. A menos de que no sea amor, sino lucha de las cabezas de ganado por un rincón en el abrevadero. ¡Es tan pequeñito! Y cada vez será más pequeñito, porque cada vez son más las cabezas que se rompen la crisma por un trago. En vista de lo cual, las mejores cabezas se largan en busca de abrevaderos más cómodos. Y a fe que los encuentran al instante, porque sólo los audaces, los menos sumisos y mediocres, renuncian a la limosna, la pereza y el enchufe.

Hace unos días se anunciaba el paso de Ferran Mascarell a la empresa privada. Hasta sus peores enemigos han reconocido que con él se va la única persona que tenía alguna idea del significado de la palabra “cultura” en el poder catalán, o sea en el PSC-ER-IC. Una testuz muy necesitada le dio tamaño cabezazo que lo dejó a la intemperie. Sin duda, Mascarell encontrará de inmediato un lugar más adecuado para su talento que ese abrevadero en el que han convertido la cultura de nuestro país. Y las testuces, tan contentas.

Artículo publicado en: El Periódico, 24 de febrero de 2007

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26 de febrero de 2007
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Un abrazo para un futuro perfecto

Me ha emocionado la escena. Me he sentido conmovido por esos dos emigrantes perfectamente integrados en la sociedad catalana, que se funden en un solo cuerpo y muestran su íntima solidaridad.

Veinte horas antes, me había yo temido lo peor. Cuando el camerunés se encaró con los chicos de la prensa y lanzó aquello de "si tiene cojones, que me lo diga a la cara", creí estar viendo una película de Robert de Niro sobre jugadores de baloncesto, aprendices de pistolero o pequeños traficantes; en fin, la panoplia de los héroes actuales. Y pensé: en la próxima escena, un desgraciado accidente lo va a dejar sin rodilla. O bien: va a sufrir un insólito secuestro y no podrá llegar a la final. O bien: la policía va a pillarle con una menor y no jugará nunca más.

Nada de eso ha sucedido. El desafío del inmigrante ha sido debatido, seguramente, por las dos poderosas familias y han decidido echar tierra sobre el asunto en lugar de echarla sobre el inmigrante. Por esta vez, pase, parecen haber pactado. Que se abracen. El guardaespaldas ha dado la orden de que se abracen. La prensa ha sido convocada. Los inmigrantes se han abrazado.

Sin embargo, no creo yo que esto se repita. La primera vez pilla a los padrinos por sorpresa y deben reaccionar al instante sin calcular las consecuencias. Ahora ya deben de estar cavilando qué hacer con el próximo inmigrante que se les suba a las barbas.

Porque una cosa es el escándalo en espacios tan iluminados como los estadios de béisbol, y otra muy distinta que la insurgencia tenga lugar en oscuros rincones del barrio viejo barcelonés, en los alpendres agropecuarios de Lérida, en campamentos clandestinos de las montañas de Gerona, en el reseco almendral tarraconense. Allí la insurgencia se paga muy cara. Allí si alguno de estos cameruneses o brasileños comete la imprudencia de gritar "si tiene cojones que me lo diga a la cara", se ha buscado la vida. Porque, en efecto, tiene cojones. Y se lo dice a la cara. O a la espalda, da lo mismo, porque a partir de ese momento el insurgente ya no tiene ni cara ni espalda.

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19 de febrero de 2007
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Longevidad del resentimiento

Recuerdo perfectamente con qué ferocidad despreciábamos a Adolfo Suárez. El plural se refiere a la izquierda de aquellos años. Ni siquiera le odiábamos, era demasiado insignificante. Un burócrata que sólo suscitaba el sarcasmo, un trepador cuyas contradicciones podían facilitar la insurrección proletaria. Es cierto que le había votado una mayoría de la población, pero ya se sabe: los españoles son franquistas, borregos, rancios. Supongo que eso es lo que piensan de Zapatero muchos nacionalistas.

Luego pasamos a despreciar a González. Algunos habían sido compañeros suyos en la Universidad de Sevilla: un chisgarabís, un pelmazo del que huía la gente. Los sarcasmos contra Suárez se hicieron más virulentos contra González. Basta con releer lo que escribían las grandes plumas de la izquierda sobre la entrada de España en la OTAN.

Ahora, cuando el país va regresando inexorablemente al Ruedo Ibérico, nos percatamos de que Suárez y González fueron una bendición inmerecida para una casta intelectual fatua y microcéfala. Un par de políticos inteligentes, prudentes, hábiles, que nos libraron de nosotros mismos. Si hubieran triunfado los míos, por ejemplo, Cataluña habría sido una república popular maoísta. Nunca se lo agradeceré suficientemente a Suárez y González.

Éramos jóvenes y en ese periodo amorfo llamado "juventud", que en España dura hasta los cuarenta años, está permitido ser un majadero y que sin embargo te haga caso la prensa. Pero ahora, cuando se reproduce el viejo estilo del rencor y el resentimiento, ya nadie es joven, ni siquiera los jóvenes son jóvenes. Los "jóvenes" nacionalistas vascos patean las tumbas de los asesinados por sus padres. Han nacido viejos.

El mes pasado, escribía Muñoz Molina en estas mismas páginas su desaliento ante el delirio en el que ha caído la casta dirigente. Era el grito espantado de alguien que, por vivir fuera, se percata de lo asombrosamente inútil que llega a ser la elite española. El delirio de la oposición, perpetuamente encadenada a sus tráficos vaticanos, a su ética momificada, ese espíritu de bronca tan compatible con la codicia. El delirio de los periféricos, reduciendo sus fortalezas regionales a siniestras aldeas endogámicas cada vez más hormigonadas. El delirio del actual gobierno, convencido de poder dialogar con los nacionalistas, desde los más presentables hasta ETA, y proponiendo alianzas con el Islam. Vaya panorama.

Hace unos días tuve ocasión de hablar con una persona excepcional. Ha conocido la esclavitud verdadera, la de las mujeres que se pudren en los países islámicos. Ha vivido en Somalia, Etiopía, Arabia Saudita, Kenya... Sabe que en este momento no hay mayor injusticia que el islamismo explotador de una mitad de la población condenada por su sexo. La miseria del proletariado en la época de Marx era un privilegio comparada con la miseria de millones de esclavas (laborales, familiares, sexuales) que se ocupan de la totalidad del trabajo de la aldea mientras los hombres se dedican a pavonearse rifle en mano y a rezar. No podía concebir que alguien como Zapatero, con mando en un país europeo, hablara de "alianza de civilizaciones". ¿Qué civilizaciones? Si a sus hijas les hubieran cortado el clítoris y cosido los labios externos quizás no fuera tan frívolo.

Suárez dialogó con gente que le despreciaba, pero que estaba deseando salir de la cloaca. Es cierto que los comunistas seguían persuadidos de que no había nación en la tierra que pudiera compararse con la URSS (¡la de Breznev!), y que nuestros jefes hablaban en verso sobre Rumania y sobre la portentosa inteligencia de Ceacescu. Estos majaderos, sin embargo, ya no creían en sus propias mentiras y por lo tanto se podía dialogar con ellos. Suárez lo hizo y consiguió que entraran en el orden democrático al que juzgaban un modo de explotación más peligroso que el fascismo. Suárez dialogó porque lo que tenía delante era un fantasma que al oír el primer ring de monedas se esfumó como Drácula y se dedicó a proteger a las focas.

No es ese el caso de ETA, ni el de los islamistas que con tanta precisión describe una y otra vez Antonio ElorzaNi siquiera es el caso del PNV. Quizás Esquerra Republicana esté más cerca de la lucidez: por lo menos ya se les ha producido una escisión y eso indica que puede haber pensamiento incluso en una nevera. Ley de oro desde Maquiavelo es que no puedes dialogar con quien está persuadido de que tú eres débil y él es fuerte. Que Alá está de tu parte, o que están contigo Dios y las cajas de ahorro vascongadas más algún sindicato para que el amo no esté solo.

Nuestro presidente dice que hay que dialogar con los opresores. Parece que no haya dialogado en su vida con alguien que le toma por bobo. La quiebra de esos diálogos imposibles conduce a callejones sin salida. Los callejones sin salida generan frustración. La frustración es la madre del resentimiento. Hemos regresado a la política del resentimiento, la continuación del franquismo. El gobierno no piensa en los ciudadanos, el gobierno sólo piensa contra la oposición. Un gobierno que le tiene tal pavor a la oposición como para no abrir la boca sin mencionarla (¡mamá, mamá, mira lo que ha hecho Rajoy!), es un gobierno de una debilidad incompatible con cualquier diálogo. La consecuencia ha sido el fracaso del "proceso de paz", mal planteado desde su bautismo con esos términos episcopales.

¡Qué nostalgia de Suárez y González! El uno y el otro hubieron de vérselas con enemigos mucho más peligrosos que los que lidia Zapatero. Suárez con los franquistas, es decir, con la totalidad del poder económico, o sea el poder madrileño, vasco y catalán que era el único que había. González, con sus propias huestes, cabras locas, conspiradores del ochocientos. Ambos, con una ETA que en aquel momento no sólo era infinitamente más fuerte, sino que recibía el apoyo de toda la izquierda del país. Y sin embargo pudieron imponer su diálogo, es decir, meter en vereda a los inválidos morales en menos que canta un gallo.

¿Por qué entonces Zapatero no puede con unos adversarios desdentados como los del PP, y una ETA a la que ya sólo apoyan los caseríos y ni siquiera todo el PNV? Porque no logra convencer de su poder, es decir, el poder del Estado. Y cuando el Estado muestra su debilidad, el rencor, el resentimiento y el oportunismo ocupan la escena.

Si alguien desea conocer el desarrollo de una conciencia política racional y no visceral, lea la estremecedora autobiografía de Ayaan Hirsi Ali (Mi vida, mi libertad). Verá cómo la inteligencia unida al coraje puede vencer a la esclavitud en las condiciones más opresoras. Ayaan Hirsi es en verdad una revolución viviente porque dice aquello que todo el mundo sabe, lo evidente. Aquello que los islamistas ocultan, niegan, disimulan, disfrazan, porque amenaza el dominio que ejercen sobre la mitad de la población. Y lo dice sin rencor, sin odio, sin resentimiento hacia sus torturadores. Sabe que no hay posibilidad de diálogo, ni alianza que valga, hasta que millones de mujeres se persuadan de su poder. Por eso dialoga con las oprimidas, no con sus opresores. Será lento, pero no hay otro camino.

Aplíquese el cuento aquel que desee dialogar. Haga como Ayaan Hirsi, apueste por lo evidente sin rencor ni resentimiento. Utilice el poder del Estado para ayudar a los ciudadanos oprimidos, no para sumirlos en una mayor opresión dialogando con sus opresores. Y olvídese de la oposición. Está ahí para evitar el monólogo gubernamental.

Artículo publicado en: El País, 12 de febrero de 2007

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14 de febrero de 2007
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A la caza de la primera página

Por una cruel casualidad, la primera novela escrita por los hermanos Goncourt debía aparecer a la venta el mismo día en que tuvo lugar el golpe de estado de diciembre de 1851. Cuentan en sus Diarios la desesperación con la que ambos corrían jadeantes por las calles buscando en los muros el anuncio del editor con la noticia de su novela. Pero todos los muros de París estaban empapelados con los edictos del directorio y los panfletos y arengas del nuevo régimen. Volvieron a casa vencidos, derrotados, maldiciendo la revolución. Ese día, hundidos y desesperados, juraron odio eterno a Napoleón III.

Los Goncourt, gente irónica y de muy notable inteligencia, eran conscientes de su vanidad, de su frivolidad adolescente, de la profunda estupidez que delata dar mayor importancia a un éxito personal efímero que a una convulsión social que iba a transformar la vida de Francia durante décadas. En sus Diarios, los Goncourt se burlan de sí mismos.

No creo que los actuales jefes de partido, de gobierno, de gabinete, tengan esa ironía. Me los imagino cada mañana lanzándose como frenéticos hermanos Goncourt al recorrido histérico de la prensa en busca de su miserable triunfo cotidiano y desesperados porque los periódicos traen la foto de De Juana Chaos, de una explosión en algún barrio de Barcelona, de una matanza en Bagdad, o las declaraciones de un botarate que quiere legalizar la coprofagia. Y luego, abatidos, derrotados, entregando el dossier al jefe y jurando odio eterno a quien les disputa la primera página.

Me los imagino como adolescentes insensibles a todo lo que no sea el iris de su burbuja narcisista. Me los imagino perfectamente ajenos a lo que está malbaratando nuestras vidas y la de centenares de miles de personas a las que sus triunfos personales nos traen sin cuidado y en cambio observamos horrorizados la decrepitud de una democracia que no tiene ni medio siglo de vida.
Y me los imagino incapaces de entender que a todos los demás nos dan náuseas sus carteles, cuando finalmente aparecen.

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12 de febrero de 2007
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Presentación de “Ciudad propia” (Editorial Artemisa), Francisco Ferrer Lerín

Ayer, 8 de febrero, por la noche, un grupo de lectores de Paco Ferrer Lerín presentamos en la librería La Central su volumen de poesía reunida recién editado. Como muchos seguidores del blog conocen al mítico escritor y estudioso de las carroñeras, he pensado que quizás les divierta leer la mía. A pesar de la lluvia que caía, al acto acudió tal cantidad de gente que la sala quedó pequeña y más de la mitad hubo de oír las intervenciones desde el exterior. No me extraña. La poesía de Paco es original, personalísima, sin relación con las distintas escuelas habituales, es sarcástica y narrativa, algo surrealista y muy elegante. Y está interesando cada vez más a los jóvenes, como subrayó otro presentador, Javier Ozón.

¿Qué se puede decir de la poesía, un arte en extinción si no ya extinguido totalmente? Nada. Ni falta que le hace. Pero sí podemos hablar de algunos especimenes supervivientes que, como el lince de Doñana, aún se mueven entre nosotros.

Para su desdicha, el poeta Ferrer Lerín (a partir de aquí “Paco”), no tiene biólogos, ecólogos y naturalistas que vigilen sus pasos para evitar que le aplaste un cuatro por cuatro, no está tutelado, ni protegido, ni recibe subvenciones. Tampoco le facilitan los apareamientos, lo que seguramente él agradece.

Sin embargo hay que pensar que el lince tiene otra clientela, como por ejemplo sus compañeros de vida salvaje. Algunos están ahí para ser devorados, como los conejos. Otros, para darle compañía. Hoy nos hemos reunido para darle compañía, aunque corramos el riesgo de acabar devorados.

Puede parecer extraño que alguien de la tribu silvestre, pero de especie más abundante, común, de menor categoría, un zorro, un gato montés, o incluso un meloncillo (Herpestes Ichneumon), haga el panegírico del lince, pero de eso se trata y allá voy. Este es el panegírico de un lince en boca de un meloncillo.

Creo haber dicho en varias ocasiones que los poetas, a diferencia de la restante gente de letras, tienen la obligación de llevar una vida ejemplar. No pueden contradecirse. O bien están perfecta y perpetuamente locos, como Panero, y no se convierten de la noche a la mañana en profesores de literatura. O bien son colosalmente cuerdos y, como Eliot o Stevens, se mantienen toda la vida petrificados en la figura egipcia de un burócrata bancario o un agente de seguros.

Habría sido lamentable que de repente Eliot se hubiera dejado crecer unas largas guedejas y vestido con apretados pantalones de tweed y se hubiera unido al alegre grupo de los chicos de Isherwood. La poesía de Eliot habría aparecido a una luz totalmente distinta y seguramente “Miércoles de ceniza” se habría interpretado como una reunión de fumadores de porros.

Muy escasos son los poetas verdaderos que pueden contradecirse biográficamente: se es lince de una vez por todas, o se produce una enorme confusión y aquello no era lince sino chihuahua. Vean el caso ejemplar de Rimbaud que cuando decidió cambiar de vida y dedicarse al contrabando abandonó para siempre la poesía.

Paco era lince ya a los 18, cuando le conocí, y creo que hoy, ya talludito, nadie lo confundiría con un chihuahua. No hay un momento de su vida que niegue al anterior. Dado lo difícil que es hoy juzgar la poesía, es su coherencia vital lo que la garantiza. De muy joven, ya el lince espiaba a los buitres desde su madriguera y así sigue en la actualidad. Ha pasado la vida entera mirando hacia arriba. En general, los poetas, como los niños, miran hacia arriba.

¿Quiere esto decir que ha dedicado todos estos años a escribir poemas? En absoluto. Estoy persuadido de que les habrá dedicado, haciendo la media, un cuarto de hora al año como mucho. Pero es suficiente porque él ha vivido poéticamente y sus escrito son tan sólo breves documentos de su experiencia. Eso es lo que suelen ser los poemas verdaderos, el testimonio de una experiencia que la mayoría de los humanos nunca tendremos. Otro poeta verdadero del género loco, Hölderlin, decía que los poetas son pararrayos. Creo que muy pocos de entre nosotros habrán tenido esa experiencia, recibir directamente el fuego del cielo sobre el occipucio es algo reservado a personas de mucho fuste.

Perdonen que insista en la comparación, pero los biólogos saben que hay linces y que gozan de buena salud porque van dejando deposiciones aquí y allá, a veces rellenas de huesecillos animales y otras veces de simiente frutal. Esto me lo enseñó el propio Paco en nuestras primitivas excursiones. También me enseñó palabras poéticas como “egagrópila”. Los poetas saben palabras que parecen pertenecer a una lengua ancestral.

Pues bien, mal que nos pese, los poemas vienen a ser esas señales orgánicas que dan fe de vida. No estoy siendo soez. Recuerden que la obra de arte que inaugura el arte contemporáneo, la Mona Lisa del arte actual, es un urinario.

Así que la vida del poeta Ferrer Lerín no tiene nada que ver con la vida habitual de los ciudadanos, aunque siendo Paco hombre de exquisita educación, lo disimule y lleve una vida aceptable para la guardia civil y para el Ministerio de Hacienda. Sin embargo, lo que él ha podido ver, lo que sabe de esta vida nuestra incomprensible, no tiene relación alguna con lo que nosotros hemos visto o sabemos. Pertenece a otro orden, a un saber que sólo se adquiere dedicando una vida completa a mirar hacia arriba y a soportar el fuego celeste.

Y como estamos entre amigos, voy a contarles la última vez que Paco tuvo la generosidad de compartir conmigo un poema. Fue hace pocos meses. Estábamos agazapados unos cuantos lectores de su poesía entre los árboles de un monte de la jacetania, que viene a ser el Macondo de Paco, a la espera de que bajaran los buitres para devorar unas piltrafas que antes habíamos extendido por una planicie a unos 50 metros de distancia.

Les ahorro la descripción de una nube de buitres cubriendo el sol hasta hacernos creer que había llegado el crepúsculo a mediodía, y cayendo luego en picado a pocos metros de nuestros ojos. Lo que en esa ocasión me descubrió Paco no fue la épica de las carroñeras, que la tiene, sino la lírica del vuelo y de la caída. Cuando los buitres estaban ya a punto de precipitarse, Paco susurró casi para sí mismo, “el ruido, el ruido”.

En efecto, lo sobrecogedor no es el acto mismo del ave precipitada sobre la carroña, sino el estruendo de cien alas de tres metros cada una cayendo sobre la tierra como los ángeles condenados por su soberbia. Es una música atronadora y fúnebre. Un redoble colosal que parece anunciar la decapitación de un monarca.

Ese fue el último poema que he compartido con Paco. Por fortuna, hay en este libro muchos otros poemas, esta vez escritos, que permiten al lector atento vivir experiencias inusitadas, capaces de transformar nuestras vidas terrestres en algo más próximo a la vida solar y de hacernos mirar hacia arriba aunque sólo sea durante unos minutos.

Porque los poemas de Paco imitan con gran exactitud la música de los buitres. El sonido de la caída. El himno de los condenados. Nuestro himno.

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9 de febrero de 2007
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Elogio del manual de autoayuda

Acabo de ver en los telediarios las imágenes del lendakari Ibarretxe entrando en los juzgados arropado por el PNV en pleno y unos cientos de fieles risueños y aplausivos. Gente de edad avanzada, bien trajeados, en fin, burguesía vascongada. El mensaje era: "No hay más justicia que la que dicte el Jefe". Anima mucho. Porque la cuestión no es si debe o no debe ese señor reunirse con quién le dé la gana, sino que está de presidente gracias a un sistema legal que dice no admitir. A mi me alegra tanto como que Imma Mayol esté "contra el sistema", porque eso nos va arrimando al momento más brillante de la historia de España: el del anarquismo. Y yo, como todos los gandules, soy anarquista.

Es conocida aquella escena en la que un filósofo, preguntado sobre si creía en Dios, respondió que no, pero que ya no recordaba por qué. Los creyentes tienen graves problemas para creer que alguien no cree. Y los que no creemos ni en dioses ni en patrias, al final nos olvidamos de las razones por las que consideramos religión y nacionalismo unos sentimientos que jamás deben impregnar la vida pública y aún menos las leyes. Este olvido es, en parte, aburrimiento, porque tratar de razonar con los creyentes es un ejercicio extenuante. Puedes repetir mil veces el razonamiento. Da lo mismo: ante la ausencia de argumentos, el creyente se bunkeriza. Es como aquel falangista con quien dialogaba un progre de la universidad y que acabó aullando con rostro amenazador: "Mira, más vale que te calles porque me estás convenciendo y te voy a dar una hostia".

Como no es fácil recordar los argumentos irrebatibles por los que el nacionalismo es una ideología reaccionaria y nadie de izquierdas puede ser nacionalista, Félix Ovejero, que es rojo, acaba de publicar Contra Cromagnon (Montesinos), una guía que contiene los razonamientos imprescindibles, bien ordenados y a la mano. Hay que llevarlo en el bolsillo y cuando nos topemos con un creyente altivo y pendenciero decirle: "Espera un momento". Y desenfundar el Ovejero. A su sola vista, el creyente huirá espantado.

Artículo publicado en: El Periódico, 3 de febrero de 2007

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5 de febrero de 2007
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La universidad y el geriátrico

Comienzan a plantearse jubilaciones anticipadas en las universidades catalanas. Un plan que se aplica desde hace años en otras regiones españolas. No todas las universidades lo han aceptado. La mía, por ejemplo, se lo está pensando. Puede parecer un plan para privilegiados. Nada de eso. En la universidad clásica, el contacto entre alumnos y profesores no superaba la barrera de los quince años, la frontera generacional. Los viejos catedráticos se dedicaban a la investigación y supervisaban a los ayudantes. No porque un humano de 60 años carezca de vida intelectual, sino porque tiene demasiada. Es como usar un camión para transportar un paquete de tabaco.

Y hay un segundo problema. Dada la velocidad de cambio de las sociedades mediáticas, el sistema de referencias y valores se transforma de modo inexorable cada quinquenio. Los estudiantes de 20 años son ya viejos para los de 15. Los profesores, en cuyas clases es decisiva la capacidad de hacerse entender y el riesgo de parecer marcianos, tienen serias dificultades para averiguar cuáles son los referentes (familiares, formativos, mediáticos, culturales, lúdicos o religiosos) de los recién llegados. Este conflicto es menor en una clase de química o de estadística, pero es letal en aquello que suelen llamarse "humanidades". Aunque hay matices.

Un amigo mío, profesor de la Politécnica y en una clase técnica, puso una analogía para explicar la ironía de algunas arquitecturas minimalistas: dijo que eran "como películas de Buster Keaton". Notó una inquietud entre los estudiantes. Se miraban unos a otros y trataban de ver cómo había escrito ese raro nombre el compañero. Averiguó, no sin sorpresa, que ni un solo alumno había visto jamás una película de Buster Keaton. Mi amigo tiene 40 años.

Me dirán que es un detalle trivial. No lo es. El conjunto de símbolos que forman nuestra imaginación es nuestra identidad. No hay otra. Eso es lo que somos. El diálogo entre dos memorias sin contacto es un diálogo de sordos. La universidad española se está convirtiendo en un geriátrico para sordos.

Artículo publicado en: El Periódico, 27 de enero de 2007

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29 de enero de 2007
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Nuestro ángeles custodios

La primera columna que envié a este diario trataba sobre la okupación de pisos y lo incómodo que debía de sentirse el consejero de gobernación, Joan Saura, aplicando leyes que le disgustan. No podía yo imaginar entonces que el asunto iría subiendo de temperatura hasta que su esposa, la concejala Imma Mayol, propusiera la semana pasada despenalizar la okupación al tiempo que se declaraba “antisistema”. ¡Qué buenos sueldos cobran en Cataluña los antisistema!

En realidad se suele producir una confusión entre lo que escribimos los opinadores y nuestros profundos deseos. Podía parecer que por denunciar las contradicciones entre la política real y la ideología de partido lo que estaba diciendo es que sólo tienen derecho a vivienda los ricos. Ya me gustaría a mí que nadie se quedara sin casa y que ningún ser humano sufriera el invierno en la calle. Pero la cuestión no es esa sino la confusión entre trabajo e ideología.

Es lógico que tanto Joan Saura como su esposa, ambos crecidos políticamente en el colectivismo totalitario, guarden resabios contra la propiedad privada. Es posible que esos resabios sean moralmente admirables, pero su trabajo no consiste en imponer su ideología sino en hacer cumplir la ley. Con el tipo de políticos que han acabado por tomar la escena, a veces se hace difícil clarificar algunos principios democráticos básicos. Por ejemplo: que el ejecutivo ejecuta, pero no legisla. Y que el legislativo legisla, pero no ejecuta. La tremenda chapuza nacional tiende a cruzar legisladores, ejecutivos y jueces, pero nada sería más urgente que clarificar este panorama cuyos embrollos nos acercan cada vez más al modelo italiano.

El clásico reparto de poderes quiere decir que cuando Imma Mayol pide la despenalización de los okupas, siendo así que eso sólo es posible si lo aprueban los legisladores porque es un recorte de las garantías jurídicas del propietario, sus palabras son interpretadas inmediatamente como un alegato a favor de la okupación. Es como si hubiera dicho: “Apoyaremos la okupación hasta que logremos cambiar la ley”. Barcelona, que ya es la capital de un sinfín de grupos la mar de simpáticos pero perfectamente estériles, puede convertirse en el centro mundial de la inseguridad jurídica. Y conste que me encanta la idea.

Lo digo porque la despenalización de los okupas no es sino una posibilidad, simpática, chula, guay, entre muchísimos otros posibles actos de okupación. En mi columna ponía como metáfora la okupación de plumas estilográficas, pero les aseguro que más de una vez y a la vista de los cientos de miles de motocicletas que corren por Barcelona he pensado en proponer un “uso social de la moto”. O sea, despenalizar su okupación. Las motos no deberían permanecer en las aceras quietas como muertas impidiendo el tránsito de los ciudadanos que puedan necesitar en cualquier momento un rápido traslado. ¡Cuántas veces no hemos tropezado con doscientas motos perfectamente inútiles! En esos instantes de conciencia social se me acude que las motos habrían de dejarse abiertas, sin llave de encendido, y que todos deberíamos poder usar la que nos cayera más a mano. ¡Tantas veces hemos tenido que acudir urgentemente a algún lugar de esta ciudad en la que el transporte público es, por decirlo educadamente, una boñiga de vaca y no hemos podido coger la moto que yace sin uso al lado mismo de nuestro portal! Un uso social de la motocicleta debería ser el siguiente paso de Imma Mayol.

Subamos un escalón. Alguien quizás haya reparado en la cantidad enorme, desmesurada, de automóviles que se arrastran por las calles de un modo asombrosamente asocial. En mi barrio, que es un campo de concentración escolar, pasan constantemente unos tremendos cuatro por cuatro ocupados por una señora y una especie de guisante sonriente que desde el asiento trasero agita sus manitas camino de la escuela. ¿No hay en este ámbito una importantísima labor para sosegar la conciencia antisistema de Imma Mayol? ¿Por qué emperrarse en la vivienda? A nadie molesta tener por vecino un piso vacío. Sin la tele a todo trapo, sin las peleas a gritos, sin los tocadiscos de los nenes, sin competidores a la hora de coger el ascensor… En cambio, el uso asocial del automóvil que soportamos actualmente (francamente fascista) crea una mortal nube de veneno, representa un despilfarro monumental, y causa una destrucción de la vida pública, tanto urbana como rural, equivalente a cinco bombas atómicas. Y encima le estamos dando todos los beneficios a las compañías más salvajes del globo, a los consorcios más cínicos y gangsteriles, a los países más tiránicos y genocidas.

Un poco de cabeza, queridos colectivistas de Iniciativa. Empezad por lo que hace más daño: las motos y los automóviles. Dejad para el final lo fácil, esas casas vacías como las que tenéis en Mallorca y en Cadaqués. De todos modos, si os empeñáis en despenalizar a los okupas barceloneses, lo primero será convencer a los legisladores, para lo cual vuestro partido tendrá que incluirlo en su programa para las municipales. Ya estoy viendo el logo: “Barcelona, kapital mundial de la okupación”. Os hacéis con el ayuntamiento en un plis plas.

Artículo publicado en: El periódico, 26 de enero de 2007

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26 de enero de 2007
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A ver si me explico

Leí hace poco la entrevista que el director del Institut Ramon Llull, Josep Bargalló, concedió al diario de las clases acomodadas barcelonesas. Era muy interesante. Yo creía que el Llull nació como fotocopia del Instituto Cervantes, pero me equivocaba. Dice Bargalló que el Llull es “el instrumento para que el mundo reconozca la existencia de un país”. Es de agradecer. Tal y como está el mundo le vendrá bien conocer la existencia de un país satisfecho de sí mismo. Servirá de ejemplo.

El problema es que no será fácil que lo reconozcan si atendemos a las explicaciones de su director, porque luego dice: “Hay un proyecto de país por parte del catalanismo político”, y añade: “un país primero necesita serlo y, después, ser reconocido”. De modo que el mundo primero debe reconocernos como proyecto y luego reconocernos. ¿Con qué méritos cuenta Bargalló para lograrlo?: “Mi experiencia de acuerdos con el gobierno del PP en Baleares, el alcalde de Perpiñán, el partido liberal de Andorra y el alcalde de l’Alguer”, dice. “Con Valencia no”, añade compungido. Por algún sitio hay que empezar.

Quizás el problema mayor es que tampoco está claro el proyecto de país que el mundo debe reconocer porque a las preguntas sobre quién se va a llevar la pasta en la Feria de Frankfurt, Bargalló se arma un lío fenomenal. Será difícil que lo entiendan los suecos o los coreanos. Primero dice que “Vázquez Montalbán es cultura catalana, pero pertenece a la literatura castellana” (no hay pasta), Pere Calders cuando escribe en castellano “es cultura mexicana”, toma castaña, pero pertenece a la literatura catalana (hay pasta), y naturalmente Vila Matas o Mendoza se quedan sin la pasta.

No es esto lo más lioso de explicar a un japonés, sino lo de la “cultura” porque Bargalló asegura que lleva a Frankfurt el cuadro flamenco de Miguel Poveda “sin complejos de ningún tipo”. No queda claro si los complejos los tiene él o Poveda, pero los que lo tendrán seguro son los rusos que traten de entender el proyecto de país que propone Bargalló.

Artículo publicado en: El Periódico, 20 de enero de 2007

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20 de enero de 2007
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El Boomeran(g)
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