Félix de Azúa
Uno de los pocos directores de orquesta que nuestra cantera ha dado al mundo es Josep Pons, actual batuta de la Orquesta Nacional de España. Antes de conquistar ese podio fundó una de las formaciones musicales más notables de la música actual: la Orquesta del Teatre Lliure. Por desgracia tuvieron un gran impacto en Europa, se interesaron por ellos músicos serios de países civilizados, grabaron discos elogiados por la crítica internacional, ganaron premios… y eso supuso su inmediata destrucción por parte de las autoridades catalanas.
En una interesante entrevista concedida el miércoles pasado al diario de la burguesía barcelonesa, decía Pons:
“Barcelona está cada vez más cerrada en sí misma en lo cultural; sólo se conoce e importa lo que pasa aquí. Se presta poca atención a lo que ocurre fuera, sobre todo en el resto de España, y, al tiempo, lo que sucede aquí tiene cada vez menos trascendencia, menos repercusión exterior. Barcelona ha perdido irradiación cultural”.
Os lo vengo diciendo desde hace muchos años. El amor a lo regional no debería eliminar el interés por lo universal. A menos de que no sea amor, sino lucha de las cabezas de ganado por un rincón en el abrevadero. ¡Es tan pequeñito! Y cada vez será más pequeñito, porque cada vez son más las cabezas que se rompen la crisma por un trago. En vista de lo cual, las mejores cabezas se largan en busca de abrevaderos más cómodos. Y a fe que los encuentran al instante, porque sólo los audaces, los menos sumisos y mediocres, renuncian a la limosna, la pereza y el enchufe.
Hace unos días se anunciaba el paso de Ferran Mascarell a la empresa privada. Hasta sus peores enemigos han reconocido que con él se va la única persona que tenía alguna idea del significado de la palabra “cultura” en el poder catalán, o sea en el PSC-ER-IC. Una testuz muy necesitada le dio tamaño cabezazo que lo dejó a la intemperie. Sin duda, Mascarell encontrará de inmediato un lugar más adecuado para su talento que ese abrevadero en el que han convertido la cultura de nuestro país. Y las testuces, tan contentas.
Artículo publicado en: El Periódico, 24 de febrero de 2007