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Propietarios

Por 26 de febrero de 2007 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

He tenido mi primera reunión de propietarios. Mi estudio es tan pequeño que apenas me corresponde un 3% de las decisiones y los presupuestos del edificio, pero igual asistí, orgulloso de formar parte del selecto club de los terratenientes urbanos, con ganas de conocer a mis colegas, discutir temas inmobiliarios y defender nuestros intereses de clase.

Yo era el menor de los seis propietarios ahí reunidos, y con solo entrar supe que algún día sería como ellos: gordo, calvo y de sesenta años. Estreché sus manos, me senté con cara de seguridad y me dispuse a participar de nuestras cruciales decisiones. Solemnemente, uno de ellos abordó el primer punto del orden del día:

-El torpedo de la puerta peta -anunció.
-¿Peta? –preguntó otro.
-Ya lo he visto yo –dijo un tercero-. Y se va al de al lado.

Y todos empezaron a comentar apasionadamente el torpedo que peta y se va al de al lado. Realmente parecían saber de qué hablaban. En algún momento, me miraron en espera de algún comentario al respecto. Y yo dije:

-Es que si peta… mala cosa.

Todos se dieron por satisfechos con mi intervención y pasaron al siguiente punto, que el mismo propietario de la vez anterior proclamó.

-El predio está catalogado.
-¿Qué va a estar catalogado? –dijo uno que comía pipas en un rincón.
-Está –defendió el primero-. Pasa por patrimonio.

Y se desencadenó una nueva discusión de la que, una vez más, no entendí absolutamente nada. Durante un momento sospeché que quizá estaban hablando catalán medieval, pero luego, por los pronombres y los artículos, reconocí que era español. Sólo que para mí era como si estuvieran hablando chino.

A lo largo de la hora siguiente fueron sucediéndose los temas. Alguna vez, creía entender. Por ejemplo, cuando uno mencionó la necesidad de pagar una multa por los balcones que no estaban restaurados. Entonces yo, feliz de haber comprendido una oración entera, dije:

-Yo no tengo balcón, así que esa multa no me corresponde.

Y otro dijo:

-Le corresponde a usted también. Los balcones son propiedad de la comunidad.

Y aunque representaba una afrenta para el sentido común suponer que el balcón de un apartamento es propiedad de todos sus vecinos, descubrí que no tenía cómo defender mi posición: no sabía a qué reglamento recurrir ni en qué basarme. Para mi desgracia, no entendía de toda la reunión ni siquiera las partes que sí entendía.

Pero lo peor fue el último punto de la agenda: la elección del nuevo presidente de la comunidad de vecinos. Los propietarios discutieron acaloradamente, y decidieron que el hombre más indicado era… yo. Por mi parte, estaba tan abatido que no tenía fuerzas para resistirme.

Desde ese día, cada vez que llego al edificio, me cruzo con algún vecino que me informa de que “el boroidor de la tubería está plasma” o “la butrefa del cuelifactor no condensa”. Yo finjo comprender para ser un presidente digno y voy a sus casas a arreglarlo. Según me parezca, saco una llave de tuercas o un destornillador y doy algunas vueltas en alguna caja de la pared. Ya he recibido tres descargas eléctricas y sufrí una caída desde el segundo piso. Pero puedo garantizar que, desde que yo soy el presidente de esa comunidad de vecinos, el colarómetro de la fonticia funciona estupendamente.

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