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Escrito por

Eduardo Gil Bera

Eduardo Gil Bera (Tudela, 1957), es escritor. Ha publicado las novelas Cuando el mundo era mío (Alianza, 2012), Sobre la marcha, Os quiero a todos, Todo pasa, y Torralba. De sus ensayos, destacan El carro de heno, Paisaje con fisuras, Baroja o el miedo, Historia de las malas ideas y La sentencia de las armas. Su ensayo más reciente es Ninguno es mi nombre. Sumario del caso Homero (Pretextos, 2012).

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Singularidades

Una leyenda herodotea narra que el faraón Psamético se preguntó cuál era el lenguaje más antiguo del mundo y él mismo concluyó que el frigio era anterior a todos, porque un niño, al que nunca se había hablado, emitió espontáneamente un sonido semejante a “bekos”, que en frigio significaba “pan”. 
Aparte del antecedente de Rousseau y Chomsky que parece latir en semejante indagación, quizá valga la pena preguntarse por qué tenía el faraón ese miramiento y consideración por la lengua frigia.
El egipcio, la lengua del faraón, tenía escritura propia. El asirio, lengua del imperio más poderoso, tenía escritura propia. Y el griego, la lengua de los inquietos viajeros y comerciantes a los que el faraón permitió fundar Naucratis en el delta, tenía escritura propia. El frigio, en cambio, no tenía escritura propia, pero adoptó el alfabeto griego. 
El rey de Frigia, como el faraón Psamético, fue simpatizante de los griegos, se alió con ellos contra los asirios, envió presentes a sus dioses, acogió a sus poetas y favoreció la fundación de sus colonias. No por azar, la Cipríada y la Ilíada “suceden” en Frigia.
El faraón Psamético se sabía cómplice y continuador del rey de Frigia: sin el trigo egipcio, Mileto no habría resistido frente a Lidia, y tampoco habrían existido el foco intelectual jonio, ni el alejandrino.
De las singularidades, más allá de los autores, que han sido necesarias para que haya esta literatura y no otra, o ninguna, la primera sería el milagro griego, que imprimió carácter a la literatura y el pensamiento conocidos hoy, y se debió al patrocinio de dos soberanos bárbaros.
También fueron importantes las minúsculas latinas inventadas en la corte carolingia. Esa novedad trajo la redacción de corrido y facilitó la mecánica escribidora, aquel muñequeo aplicado que conocimos antes del teclado. Sin la escritura ligada, la literatura habría sido otra.
  Y qué diremos de la ley. El grabador Hogarth impulsó y consiguió la aprobación de una ley que vinculaba a las copias con el autor, cosa que hasta entonces se pasaba por alto, porque las copias eran cosa del editor. Esa ley hizo que se redactaran los primeros contratos modernos entre autor y editor. El modelo no tardó en aplicarse al libro. Desde Licurgo, que prohibió a los actores escribir morcillas en los textos originales e inventó el depósito legal, nadie hizo tanto como Hogarth por la legislación literaria.
Ahora, yendo al origen mismo de la literatura, es preciso recordar que el hígado era la primera víscera y principal en todas las culturas. Luego, a lo largo del siglo XVI, se empezó a hablar del cerebro, al principio lo hacían solo algunos médicos visionarios. Desde entonces, la literatura es una producción del hígado que se finge cerebral.


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1 de febrero de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Los protocolos de Heidegger

El mes que viene salen los tres primeros volúmenes de los Cuadernos negros, un diario de pensamientos que Heidegger escribió durante cuarenta años y dejó ordenado que se publicase al final de la edición completa de sus obras, copiosa empresa que se inició en 1975, cien tomos nos contemplan. Ahora vienen mil trescientas páginas en tres volúmenes, con los pensamientos madurados entre 1931 y 1941.
 
Lo sensacional, aunque poco novedoso, es que Heidegger creía  en los Protocolos de los sabios de Sión, la falsificación decimonónica que narra de manera folletinesca una gran conjura judía para dominar el mundo. El libro tuvo gran difusión en la Alemania de los primeros años 20 y Hitler lo menciona en Mein Kampf como uno de los fundamentos de su antisemitismo. Así comentaba la obra Joseph Roth en el periódico Der Drache el 25 de marzo de 1924:
 
Probablemente es la lectura privada de muchos jueces y, en todo caso, influye en la justicia pública de Alemania. Quizá sus expresiones básicas fundamentarán la redacción del nuevo código de leyes burgués. Hitler lo ha anunciado. El libro está en las mesillas de noche de las mujeres alemanas. Juntamente con el gorro de dormir y los irrigadores forma parte de los aparatos más imprescindibles de todo hogar alemán. Es un álbum familiar espiritual. Una biblia aria. El libro de mayor éxito del siglo junto a la “Decadencia” de Spengler. Aún no se ha introducido en las escuelas, pero sólo porque los niños ya lo leen en casa.
 
Es notable, casi un siglo después, la cantidad de cumbreras que se han revelado creyentes en los protocolos sionistas, la de grandes autores —amén de prestigiosas corrientes pensativas— cuyos tópicos en lo tocante a judíos dependen de esa obra: Baroja, Heidegger, Sloterdijk, Grass, han mostrado la patita protocolar.
 
Del antisemitismo de Heidegger había noticia por varias anécdotas, quizá el testimonio de Jaspers haya sido el más conocido, pero es que ahora la publicación de los primeros cuadernos muestra que era cierto hasta un extremo insospechado. La judería internacional es para Heidegger un poder que controla y encarna el capitalismo, el liberalismo, la modernidad y, por lo tanto, el esquema existencial desarraigado y antipatriota, es un poder supeditado a la técnica que pretende frustrar el papel protagonista y conductor de “lo alemán” en el destino de la filosofía occidental. 
 
Es de temer que ahora se vea cómo Heidegger se basa en los “Protocolos” para fundamentar su crítica a la cháchara y superficialidad de ese hombre moderno que no está en el mundo como es debido. Encima, el cuaderno negro correspondiente a 1942-45 es propiedad privada y el dueño no se lo deja ver a nadie, seguramente por temor a la gran conjura.
 
Como no ignoran los expertos, Heidegger vivió hasta los años 70 del siglo pasado. Ya para entonces se sabían muchas cosas, casi todas, del Holocausto. Con todo, dejó ordenado que estos cuadernos se publicaran tal cual los escribió, con todas sus mandangas antisemitas. Alguien caritativo dirá que pretendía mostrarnos hasta que punto el desatino puede condicionar la decisión filosófica, pero lo patente es que estaba tan persuadido de estar en lo cierto que no dudó del advenimiento de una época donde acabarían dándole la razón, siquiera en Teherán.


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9 de enero de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Elocuencia del olor

Muchos lectores sólo saben de Proust lo de la magdalena, y es probable que no lo lean jamás. Pero también ellos debieran saber que en ese pasaje de la más aparente trivialidad, Proust analiza por primera vez un universal: un olor trae un mundo. Se trata de un rasgo esencial de los mecanismos de la memoria humana, que opera con más rapidez y precisión que cualquier deducción lógica. 
En la Oratoria de Quintiliano hay una frase famosa donde contrapone el hablar rústico y el urbano: verba omnia et vox huius alumnus urbis oleant "que todas las palabras y su acento recuerden al hijo de la ciudad". O sea, que suenen, anuncien, traigan a la memoria la forma de hablar urbana. Pero notemos que Quintiliano dice que las palabras y el acento “huelan”. Las acepciones de oleo (“oler”) con sentido intelectual, o sea proustiano avant lui son muy reveladoras: adivinar, indagar, desenterrar un tesoro, recordar. El vasco tomó del latín ese sentido figurado de recordar vinculado al olfato (olui, olitu > oroitu). La ecuación entre olor e indagación también es patente en checo antiguo, donde jadati (literalmente “oler”) significa “buscar”.
Una semántica histórica demostraría que esa ecuación no sólo existió en indoeuropeo, sino que también se renueva sin cesar. Por ejemplo, el griego osmé (olor) que pasó del bizantino al latín tardío, y cuya acepción indagatoria está presente en todos los romances: husmear, osma, humer, ormare, osmer, usmar, urmà… y también en vasco usnatu, somatu, susmatu… Lo que Proust llama à la recherche, se decía a la osma (al acecho, en busca, venteando el rastro) en romance navarro. 
 
Cuando decimos “evocar una atmósfera”, apelamos al mismo mecanismo intelectual que (de)construye olores. A la hora de descifrar y asociar olores, nuestro cerebro opera de manera mucho más rápida, precisa y honda en nuestro ánimo que el entendimiento hablante. Por eso hay un mérito específico en Proust, cuando muestra la complejidad de lo nimio y aplica la morosidad literaria a un fenómeno instantáneo y crucial de la memoria que, en sí, se sustrae a la fijación verbal, porque es anterior y más “natural” que el habla.


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3 de enero de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Witz el verde

El domingo 10 de agosto de 1535, a la hora de misa, se abolió la misa, y los fieles procedieron al pateo, incendio y destrucción de los cuadros y estatuas por heréticos, malignos y contrarios a la verdadera religión.
 

Del cuadro reproducido arriba, panel de un tríptico del altar mayor de la catedral de Ginebra, los hugonotes rasparon piadosamente a cuchilla las caras de las figuras, por falsas. En cambio, el lago Tiberíades les debió de parecer auténtico. En todo caso, este panel se salvó, aunque las caras que se ven ahora en el museo de arte e historia son resultado de al menos cuatro intervenciones mayores, la primera antes de 1689, luego en 1835, en 1915-1917, y por fin, en 2011-2012. 
 

Esta obra está reputada como la primera pintura de un paisaje natural. Hasta entonces, los artistas sólo había reproducido ciudades y monumentos. Ahí puede contemplarse una vista del lago Lemán en 1444 (el gran surtidor quedaría a la izquierda, tras el último remero).
 

El autor es Konrad Witz (el cuadro está firmado en el marco por “conradus sapientis” traducción latina de su nombre), que era en efecto un chistoso que pintó Ginebra sin Ginebra, puso a la derecha esa torre arruinada que parece nada, pero oculta cuidadosamente la urbe, la muralla y la catedral, y se centró en los verdes, la refracción, la atmósfera, y esas minucias.
 

¿Por qué un paisaje real? Faltaban cuatro siglos para la invención del paisaje como categoría mística. Éste se pintó pensando en quienes lo iban a reconocer, y pone en escena la paz, riqueza y orden del gobierno encargante de la obra. Hay, por ejemplo, unas mujeres que lavan y tienden la ropa en la orilla del lago, cosa sólo posible en una ciudad segura.

Es como esa parte del escudo de Aquiles en la Ilíada, donde se describen las afueras y campos de una ciudad laboriosa y pacífica, una ciudad que sus habitantes reconocerían, y cuyo gobierno les regalaba epopeyas.


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28 de diciembre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Para qué poetas

En el poema Pan y vino, de Hölderlin, hay un verso famoso que se ha estilizado como pregunta retórica, usada como muletilla previa a cualquier ocurrencia. Por ejemplo, “así como Hölderlin se preguntaba ¿para qué poetas?, nos preguntamos ¿para qué un campo de golf en Villaplasta?” o bien “¿para qué pensadores en tiempos de sandez?” o “¿para qué políticos en tiempos de memez?” Pero es que Hölderlin jamás preguntó para qué poetas, todo es una leyenda existencialoide.
Si leemos ese verso famoso en su contexto (7, 13-16):
 
 […] was zu tun indes und zu sagen,
Weiß ich nicht, und wozu Dichter in dürftiger Zeit.
Aber sie sind, sagst du, wie des Weingotts heilige Priester, 
Welche von Lande zu Land zogen in heiliger Nacht.
 
[…] mientras no sé qué hacer, ni qué decir,
ni para qué poetas en tiempo de escasez.
Aunque tú dices que son como aquellos benditos sacerdotes
del dios de vino, que andaban de país en país por la noche santa.
Vemos que el poeta dice no saber tres cosas —qué hacer, qué decir, para qué poetas—, gramaticalmente son tres subordinadas, y estilísticamente la última aparece separada de las otros dos por el verbo, de modo que es el culmen del pasaje, resaltado por la adversativa “Aunque tú dices…”
Pero la tendencia a no leer una subordinada, sino una pregunta lanzada al gallinero, una voluta pseudoangustiada, no viene de los traductores, ni de los editores alemanes que unas veces han omitido y otras multiplicado el signo de interrogación. Significadas tesis sobre Hölderlin —a cuál más vacua, Heidegger me perdone— parten de la creencia de que en ese verso el poeta plantea al universo una pregunta existencial y supramunicipal.
Al aislar de manera arbitraria y para su empleo multiuoso las dos palabras Wozu Dichter ("para qué poetas", o "para qué un poeta", porque el alemán no distingue el número en este caso, si bien el resto de la estrofa sugiere que es plural), se atribuye una pregunta fantasma a Hölderlin, se le achaca una ansiedad inventada, y se distorsiona su intención, que era replicar y matizar al poeta Heinse. Porque, para entender este verso y toda la estrofa, es crucial reparar en el contexto que completa la adversativa final:
Aunque tú dices que son como aquellos benditos sacerdotes
del dios del vino, que andaban de país en país por la noche santa.
“Tú” se refiere al poeta Heinse, a quien está dedicado Pan y vino, cuya primera versión se tituló Dios del vino. Nos hallamos en el centro de gravedad del poema, la réplica de Hölderlin a Heinse, el poeta que decía saber para qué poetas.


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15 de diciembre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Ríos avergonzados

El río Mediavilla de Tudela, que no llegará a los cuatro kilómetros de largo desde su nacimiento en Canraso hasta el Ebro, es casi protagonista de un cuento de Iribarren que nos gustaba mucho, donde dos chavales lo exploran bajo las calles y edificios urbanos para no ir a la escuela. Durante años, vivimos en una casa desde donde veíamos su cauce mínimo y exangüe, todavía sin cubrir, antes de que fluyera por debajo de la iglesia de san Nicolás. Según los  historiadores, el río Mediavilla se llamó antes Merdancho que, por lo visto, no sonaba bien.
 
En Nájera también hubo un río Merdancho, igualmente llamado Merdánix, Merdaniel o Sórdido, en busca del eufemismo perdido. Pasaba por el centro de Nájera, se adentraba en la ciudad por el sur y corría entre las casas de la calle Santiago y las de la plaza del Mercado, hasta la iglesia de San Miguel y la calle las Parras, hasta desembocar en el Najerilla.
 
El río y la calle Merdacho en Sorzano mantuvieron el nombre hasta casi este siglo. También lo hizo el río Merdancho, que excavó con paciencia fluvial el  celebrado desfiladero de Pancorvo, y ahora lo llaman Oroncillo. 
 
Entre los Merdanchos que aún mantienen el nombre, está el que fluye al pie de  la famosa Numancia antes desembocar en el Duero, el arroyo Merdancho en Albacete, y el generoso Merancho que riega Murcia y Alicante.
 
Casi siempre se trata de arroyos y riachuelos. En la documentación de la abadía de Cluny se describe un lugar en ripa rivuli, qui Merdantius dicitur, y otro como rivum quæ appellatur Merdanzonum, que recuerda la antigua riera Merdança en Barcelona, que corría ante Santa María del Mar. A propósito del río Merder en Vic, en el pasmoso Orígenes históricos de Cataluña, se informa que “la pureza del agua se significó (en catalán) por medio de la palabra merder” y así explica riera Merdança, riuo Merdario, riuo Merdero, riunculo Merdanciano, torrente Merdancio, rinulum Merdançano y otros muchos.
 
También en Livorno disfrutan de un río Merdancio. Y, si nos asomamos al Hérault y la comarca de Montpellier, encontramos repetido el arroyo Merdanson, el Merdoux, el Merdeaux, el Merdols, el Merdantio, el Merdalon y otras variantes. Muchos arroyos y corrientes con nombre parecido han cambiado su denominación original por un eufemismo.
 
Lo cual hace pensar que se trató de un hidrónimo frecuentísimo. Las explicaciones, quitando la de la pureza catalana, suelen ser del estilo de “la calle Merdacho se llamaba sí de cuando no había desagües ni alcantarillas” o bien “c’étaient des ruisseaus collecteurs d’immondices”.
 
Pero ya toca saber que no fue así. El origen del Merdancho y sus incontables primos es la divinidad celta Smertatius, (cfr. smertatius > merdatius > merdancio > merdacio ) de cuyas funciones poco sabemos, pero  una vez establecido su empleo como hidrónimo, habrá que revisar las alegres conclusiones, como la del celtólogo Vendryes, que lo asimilan con el dios Marte.
 
La presencia de un derivado de Smertatius en la hidronomía es un marcador seguro de la  presencia de un asentamiento celta. En el caso de Tudela, el origen celta del nombre de la ciudad está reforzado por el testimonio de Marcial (IV, 55) que enumera Tutela entre los nombres más ásperos de nuestra tierra (nostrae nomina duriora terrae) que “nosotros, nacidos de celtas e íberos, no nos avergonzamos de introducir en nuestros versos”. De la serie de nombres celtas enumerada por Marcial, hay dos de identificación segura, Tutela (Tudela) y Turasia (Tarazona), y otros dos, Cardua y Rixama, que están acreditados en otras fuentes epigráficas. El caso de Tutela tiene de singular que es una palabra de apariencia latina, pero en realidad se trata de una divinidad celta que presidía los manantiales y cursos de agua. 


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1 de diciembre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Manzanas traigo

 
Aunque Proust no vivió para ver impresa la traducción al inglés de su À la recherche, sí tuvo el disgusto de verse mal traducido en los títulos, que sabe peor. La versión inglesa de À la recherche por Scott Moncrieff ha sido celebrada como la mejor traducción al inglés de cualquier obra extranjera de todos los tiempos. Hasta 1992, se tituló Remembrance of Things Past, que es el final del segundo verso del soneto 30 de Shakespeare. Cuando un traductor se enamora de una solución así, se empeñará a costa de todo. Y en efecto, À la recherche se tituló de esa manera en inglés durante casi todo el siglo XX, antes de pasar a ser In Search of Lost Time. El hemistiquio shakespeariano  será lindo pero, aún peor que no tradujera el título original, es que contradecía la idea proustiana de la memoria como investigación, y sugería un memorador pasivo, frente al indagador proustiano que redescubre, analiza, comprende y recrea su propia indagación. Era como si Salinas se hubiera prendado del manriqueño Recuerde el alma dormida y hubiera titulado con él su traducción de Proust, y su prestigio hubiera impuesto ese título en español durante casi un siglo. 
 
Proust, ya muy enfermo, se quejó a Gallimard porque el título shakespeariano  no sólo eliminaba la idea de tiempo perdido, sino que malograba su alusión al final de la obra como tiempo vuelto a ganar. También hizo saber su disgusto con la traducción de Du côté de chez Swann como Swann’s Way, que Proust interpretaba como a la manera de Swann, y recordó a Gallimard que Du côté de chez Swann y Le Côté de Guermantes se refieren en la novela a los dos paseos diferentes de Cambray. Gallimard contestó que su agente para América e Inglaterra había valorado el título Swann’s Way como “bastante bueno”, y así quedó.
 
Otro caso de traducción desafortunada y pertinaz es la de El corazón aventurero de Jünger en francés. En una de las piezas, el autor narra su estancia en un local del barrio de los ciegos, donde un joven hace de reclamo filosófico dando conversación a los clientes sobre el tema que ellos proponen. Como la ceguera del joven hace que tome posiciones extravagantes e inesperadas que, a su vez, provocan el sentimento de superioridad y la burla de los clientes, el narrador delibera dar con un tema que efectivamente sitúe a ambos en pie de igualdad, y propone “lo imprevisto”. El traductor francés  traslada  das Unvorhergesehene del original como l’invisible, y con ello hace polvo, no sólo el final, sino toda la ingeniosa pieza que, desde luego, no ha entendido. Esto prueba, de paso, que Jünger jamás leyó esta traducción, pese a datar de 1942 y haber sido renovada en 1969 y 1995. Aparte de traducir mal palabras cruciales, el traductor ignora alegremente párrafos y frases completas. Más que una traducción cabal, la versión francesa parece una serie de apuntes previos. Pero ahí está ella,  bien flamante en el escaparate gallimardiano.
 
Con todo, ni el título desafortunado ni la traducción nefasta han impedido que Proust fuera saludado como maestro por Scott Fitzgerald o Harold Bloom, ni que Jünger fuera tempranamente valorado en su singularidad por los lectores franceses. Es admirable y digno de meditación que sea mucho más fácil para los grandes autores ser engrandecidos por los buenos traductores, que arruinados por los malos. Cualquier intrahistoria de las traducciones de un clásico lo demostraría.
 
Ahí está Proust en 1891, con veinte años, en la pista de tenis del boulevard Bineau en Neuilly-sur-Seine, haciendo que tañe el laúd y da la serenata a su amada Jeanne Pouquet, subida a una silla. Más de veinte años después, en 1912, Proust le escribía sobre su proyecto literario, donde “verás amalgamado algo de aquella emoción que yo sentía cuando me preguntaba si estarías en el tenis”. Los aficionados recordarán que Jeanne Pouquet es la contrafigura de Gilberte Swann.


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27 de noviembre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Curioso Disraeli

La literatura miscelánea, un clásico grecorromano y medieval, tuvo un repunte dorado en el siglo XVI, cuando Silva de varia lección, de Mejía, o Reloj de príncipes, de Guevara, fueron bestsellers europeos e inspiradores de   otras obras compilatorias como los Ensayos de Montaigne, cumbre del género, y el Jardín de flores curiosas, de Torquemada, éxito simultáneo en francés, inglés, alemán e italiano, que Cervantes denigró en el Quijote y luego saqueó en Persiles. El género compilatorio aún tuvo a lo largo de la Ilustración autores de prestigio decantado, como Bayle, autor del Diccionario histórico-crítico, Feijoo con su Teatro crítico, Chamfort, con sus Caracteres y anécdotas, y Disraeli, el curioso epígono de todos ellos, y no el menos influyente, porque lo leyeron todos los autores ingleses decimonónicos, y su huella es perceptible desde Carlyle a Chesterton, pasando por Byron y Scott. 
 
El poeta Luis María Marina ha sido quizá quien más ha reclamado la necesidad de traer a Disraeli al castellano y ha traducido, a su vez, diversos fragmentos de Curiosidades de la literatura. Ahora, por fin, hay que felicitarse porque Isaac Disraeli ha sido traducido y publicado en un hermoso volumen titulado Un lector inglés por la distinguida editorial chilena Ediciones UDP. El honor es del narrador y traductor Ariel Magnus, que ha llevado a cabo por primera vez la tarea de preparar un libro con una selección de ensayos disraelianos. 
 
A lo largo de cincuenta años, Disraeli fue engrosando la singular cornucopia de ensayos literarios que tituló Curiosidades de literatura, anécdotas, caracteres, croquis y observaciones literarias, críticas e históricas. La primera edición data de 1791 y contiene 279 ensayos. La última, un año después de la muerte de Disraeli, es de 1849, con 276 piezas. El número parece estable y engaña respecto a la gran flexibilidad en la selección y naturaleza de los temas; sí es indicativo, en cambio, observar que una cincuentena de ensayos de la primera edición ya no aparecieron en las siguientes. Las ediciones posteriores dependen de la publicada por su hijo Benjamin Disraeli en 1881, donde se hallan también las noticias biográficas más conocidas del autor.
 
Magnus ha preparado un volumen con cinco ensayos disraelianos, sobre Shakespeare, Tomás Moro, Bacon, Hobbes y Sterne, y tres curiosidades literarias. La selección da una idea del particular bosquete ajardinado que cultivó y urbanizó Disraeli. La mayor parte deriva de su conocimiento libresco, siendo él principalmente estudioso y bibliófilo, y, en efecto, su obra ha sido repetidamente descrita como “biblioteca en miniatura”, pero en la amplitud y variedad de sus temas no se limitó al mundo de sus libros, de otro modo, no habría tenido una popularidad tan dilatada en un período tan largo. 
 
Por otra parte, el trasfondo cultural de Disraeli, preclaro descendiente de sefardíes, alcanza también Toledo, Italia, Holanda y París, no menos que Londres. Su punto de vista siempre añade un matiz y una perspectiva inéditas —Moro el utópico también era bromista y tenía más ganas de quemar herejes que Tertuliano; Bacon creía tan poco en la viabilidad literaria de la lengua inglesa como Federico II en la alemana; Hobbes se recreaba en ignorar las convenciones matemáticas más elementales…— y más allá del placer y la novedad de cada ensayo, se bosqueja una panorámica de curioso encanto: para Disraeli, curiosidad significa tanto investigación caracterizada por su especial solicitud, como inquisitivo deseo de informacion.
 
El género compilatorio, que en su origen podría llamarse simposíaco por su apoyo en el diálogo, derivó hacia la rareza, la curiosidad y la literatura del yo como fondo motriz. En Disraeli son visibles todas las fases del género, de modo que en esta biblioteca, cuya llegada a las letras en español hay que celebrar, siempre hay algo curioso para cada cosa.


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18 de noviembre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Hojaldre

Hubo un tiempo en que la ciencia se transmitía en hexámetros dactílicos. Así expresaban sus pensamientos los presocráticos, los estoicos y hasta los cínicos. Era la manera de asegurar la portabilidad de su mensaje. El poeta Arato fue un estoico de primera generación, uno de aquellos chipriotas geniales que conquistaron Atenas y el mundo desde su escenario del pórtico pintado. Zenón lo envió a conquistar Macedonia armado con sus hexámetros dactílicos hacia el 280 a. C. En su primera incursión, compuso un himno a Pan con ocasión de las bodas entre el rey Antígono Gónatas, señalado estoico, y la reina Fila. Una vez conseguido el puesto de poeta de corte en Macedonia, Arato emprendió su gran obra, Phaenomena, “las cosas que se ven”, un poema de 1154 versos, que trata de todas las cosas visibles en el cielo. Es un tratado de astronomía para campesinos y navegantes, una lección de filosofía para estoicos, un manual para no perderse en el cielo estrellado, y la última hora de la ciencia sideral, pero sus apariencias no se agotan tan fácil y un ojo avezado enseguida empieza a percibir homenajes y reminiscencias homéricas y hesiódicas, y sutiles palabras entrecruzadas, anagramas y acrósticos de triple fondo, y una firma secreta y patente, el colmo del virtuosismo versificador, donde Arato se llama a sí mismo “inmencionado” y homenajea el pasaje de Ulises que se innombra ante el cíclope. El texto hojaldrado hasta lo incontable hace que podamos admirar el calendario zaragozano y la noche de Hölderlin en el mismo poema. ¡Y el censo de acrósticos, anagramas y reverberos sigue abierto!
Arato editó la Odisea y compuso otros poemas, pero nada le hizo tan famoso como sus Phaenomena, objeto de veneración para todos los autores romanos de la edad de oro. El profesor Gallego Real se doctoró en 2003 con una tesis excelente sobre el hipotexto hesiódico en los Phaenomena de Arato. Lástima que no se dedique a la investigación, estoy seguro de que aliviaría la sequía que, de Fernández-Galiano a esta parte, aflige al ramo. Sólo se me ocurre apuntarle un detalle: el carácter pseudooral que Arato imprime a Phaenomena es característico de toda la épica griega antigua: el sistema formular épico hace como si fuera oral. La épica griega pudo ser oral, es incluso probable que lo fuera in illo tempore; pero nada de cuanto conocemos de ella lo es.


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11 de noviembre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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De pastores y rebaños

El dominio de la masa y el absolutismo del número no es algo moderno ni, por decirlo en términos insulsos, un peligro de la democracia. Es más bien algo sabido de siempre. En la épica griega ya se trata la cuestión del sufragio,  y aparece la falacia del mérito y el pasado oficial establecido por sufragio en la controversia entre Ayax y Ulises, donde se ve la bajeza de la plebe que, voto mediante, accede a la magia de decidir que la memoria sea lo que no fue pero les gustaría que fuera, porque un demagogo les ha adulado. La oposición a que se hagan censos por parte del dios de la Biblia encierra la misma advertencia y prevención contra referéndums. Yo mismo, sin ser dios, estoy con ese amigo baztandarra que escribe una carta al director en una revista local donde abomina de toda suerte de sondeos y preguntas de la superioridad, tanto si inquieren sobre los usos del polideportivo como sobre las fechas de las fiestas patronales,  porque son “alcahueterías”.
 
En origen, Volk, o sea pueblo en godo, significa “muchos”, y ya está dicho todo. Por su parte, populus, con su recua populachera de pueblo, people y demás, viene de un radical indoeuropeo pelh que significa dar impulso, por ejemplo, arrear un rebaño, o esgrimir una lanza. De hecho, populus (“pueblo”, en latín) y polemos (“guerra”, en griego), significan lo mismo al pie de la letra: “manada que empuña lanzas”. O sea, en la sapiencia indoeuropea, el rebaño pastando aún no es populus, pero el rebaño en marcha, sea en estampida o manso borregueo, para tirarse por el barranco o ser estabulado, ése ya es populus.
 
En fin, que todo el sentido común, desde que hay entendederas, está contra los referéndums por aquello que dijo Heráclito: uno vale por diez mil, si es el mejor,  o sea, si quieres reducir y conducir a diez mil como si fueran menos uno, pregúntales en referéndum. De ahí que Caja o Navarro sean aún más cortos que Mas, porque el sufragista demagogo desprecia a su plebe, en lo cual no se equivoca, por tramposo y cínico que sea, pero el asentidor sobrevenido la tiene por sensata, en lo cual se ve que es obtuso sin remedio.


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7 de octubre de 2013
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