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Escrito por

Eduardo Gil Bera

Eduardo Gil Bera (Tudela, 1957), es escritor. Ha publicado las novelas Cuando el mundo era mío (Alianza, 2012), Sobre la marcha, Os quiero a todos, Todo pasa, y Torralba. De sus ensayos, destacan El carro de heno, Paisaje con fisuras, Baroja o el miedo, Historia de las malas ideas y La sentencia de las armas. Su ensayo más reciente es Ninguno es mi nombre. Sumario del caso Homero (Pretextos, 2012).

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Cualquiera que haya sido rey de Babilonia

 

convendrá que la más acre humillación es ver raído el nombre propio de las inscripciones y estelas que el rey enemigo arranca y hace transportar, en triunfo y a costa de grandes trabajos, a su capital.

Cuando los arqueólogos franceses descubrieron en 1902 la estela del Código de Hammurabi en las ruinas de Susa, no sólo había sido llevada hasta allá por los conquistadores de Babilonia, sino que secciones enteras de los casi trescientos párrafos habían sido raspadas para ser sustituidas por una nueva inscripción de los vencedores. Todo un caso de corrección histórica y jurídica.

La estela de Hammurabi valdría para icono patrón de los grafiteros, historiadores, juristas, revolucionarios y demás correctores, que debieran peregrinar al Louvre una vez en la vida para rendirle pleitesía.

Y no era que Hammurabi se hiciera ilusiones con los miramientos de los públicos venideros. La estela ostenta un completo surtido de maldiciones contra aquél que “ignore las palabras que he escrito”, “revoque las leyes que he dado”, “destruya mis caracteres”, “cambie mis palabras”, “borre mi nombre escrito”, “escriba su propio nombre”. Las diversas secciones amenazantes muestran una casuística minuciosa y tienen presente a quien “induzca a otro, a un sordo, a un idiota, a un ciego, a un pérfido, a un hombre de idioma extraño, o la muestre a un rey enemigo diciendo borra su nombre y pon el mío sobre él”. No sólo están previstos delitos de comisión, sino también de omisión culpable por parte de quien “cambie de sitio la estatua, no obre conforme a las palabras de esta inscripción, destruya esta imagen, la oculte, la embadurne con pez, la sepulte en tierra, queme, o arroje al agua, la exponga a ser pisada por las bestias o el ganado, impida a las gentes contemplarla o leer mis palabras”. Eso indica que todos esos casos se habían dado, había memoria y jurisprudencia sobre el particular. A la vez que aspira a la eternidad, la pieza literaria hamurábica describe y anticipa su final en las maldiciones protectoras que debían asegurar su duración.

Pero había otra forma de asegurar el renombre, y era escribir, no en una estela vistosa y aspirante a la máxima publicidad en el tiempo y el espacio, sino  bajo tierra, con la posteridad como única lectora.

Bajo los cimientos del templo, se colocaba un depósito fundacional, según una costumbre que una tradición ininterrumpida ha transmitido hasta hoy desde tiempos inmemoriales. Uno de los más antiguos que se ha encontrado intacto es el depósito fundacional del rey Ur-Nammu (c. 2050 a. C.), descubierto en Uruk, y publicado en Berlín en 1939, que contiene una caja con tabletas de arcilla puestas en betún, una lámina de oro, una figura del rey en bronce, con forma de clavo, llevando sobre la cabeza la espuerta con el primer ladrillo, y una tableta de piedra con el documento fundacional.

Las tabletas inscritas solían relatar el currículo excavador del rey constructor del templo. Nabonides se jactaba de haber logrado hallar el documento fundacional de Naram-sin “que durante 2.300 años ninguno de mis predecesores pudo contemplar”. Allá donde fracasaron los intentos de los reyes Kurigalzu, Asarhaddon y Nabucodonosor II, el tenaz Nabonides hizo excavar a 18 codos por debajo de los cimientos y alcanzó el documento. También en Larsa consiguió el mismo Nabonides encontrar el documento fundacional de Hammurabi, que le precedió en más de mil años. Y luego, “modelé una imagen de mi persona real  que transporta una espuerta de ladrillos, y la puse sobre el documento fundacional.”

A veces, la imagen del rey con la espuerta sobre la cabeza es sustituida por la de un dios hundiendo en el suelo un clavo cubierto de inscripciones. Es el símbolo de la construcción, que en sumerio no conlleva la idea de levantar o erigir, sino la de cimentar, ensamblar, clavar y machumbrar, y se representa en la escritura ideográfica con el mismo símbolo que el dedo, el clavo y la cuña.

Las tabletas fundacionales solían tener instrucciones dirigidas al rey autor del hallazgo para que las ungiera con óleos, les dedicara unas líneas, y las enterrara cual venerables testimonios con el nuevo documento fundacional.

El cono o prisma de arcilla con inscripciones que se enterraba en los cimientos se llamaba en sumerio “temen”, que también era por extensión la denominación del templo. Los acadios, que veneraban el sumerio como nosotros el griego o el latín, llamaban “temenu” al documento fundacional de un templo. 

Y por tan egregias vías llegó al griego “témenos”, que es el terreno o recinto dedicado a un dios o un héroe. Y el “témenos” era de temer, porque al poeta Hesíodo le avisó el oráculo que se guardara de ir a uno —el de Zeus  Nemeo—, pero como no entendió bien, fue a parar fatalmente allá, donde le aguardaba un linchamiento en la intimidad.

La foto de arriba reproduce la imagen broncínea del rey Sulgi, que vivió sus felices días hacia 2030 a. C. Estaba depositada en los documentos fundacionales del templo de Ur, y presenta al rey en el gesto tradicional del peón que aporta los primeros ladrillos para la construcción. Se lee el nombre del rey en la tercera columna del registro superior. Los expertos notarán que la efigie no tiene extremidades inferiores, sino que acaba en punta, como una clavija, porque simboliza la acción de edificar, que en sumerio se escribía con ese signo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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26 de julio de 2010
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Di que eres mi hermana

Los aficionados recordarán la historia de Abraham y Sara, en el Génesis, donde un lance de los que antes llamaban escabrosos se repite tres veces. Se ve que el pasaje era apreciado por el público, y los sucesivos redactores tuvieron la preocupación de suavizarlo y darle colorido moral. La primera vez, Abraham pide a su mujer, antes de entrar en Egipto, que diga ser su hermana, para que a él no lo maten, y en cambio obtenga beneficio de ella. El faraón se apodera de la mujer de Abraham, queda satisfecho de sus prestaciones, y compensa al pretendido hermano con esclavos y ganados en abundancia. Pero el dios de Abraham castiga al faraón con grandes plagas, y entonces éste echa del país al profeta, su señora, y sus pertenencias. En la segunda versión, el rey de los filisteos se queda con la pretendida hermana, pero el dios de Abraham interviene antes de que la toque, le avisa en sueños que restituya la mujer al profeta, y lo castiga con impotencia y esterilidad a él, a su esposa, y a todas sus concubinas, hasta que devuelve la mujer, y paga una fuerte indemnización. En la tercera versión, cambian los protagonistas, ahora es Isaac quien va al país de los filisteos y dice que su mujer Rebeca es su hermana, pero el rey ve por una ventana que no se conducen como hermanos, y los declara intocables.
En las tres versiones se celebra la astucia a costa del honor convencional. El profeta miente y se desentiende con facilidad de su mujer y de su papel de marido.  Eso remite a un época donde el marido como dueño y señor de su mujer era una moda reciente, y todavía era concebible volver al estilo anterior. En la sociedad matrilineal, el  marido tenía una categoría efímera, subordinada y no exclusiva. 
En el famoso Diálogo de almohada entre la reina irlandesa Medb y su marido Ailil, que transcribió el celtólogo Thurneysen, se pueden leer los rasgos principales de su relación. Es ella quien lo ha elegido a él; pero antes escogió a otros, y él tuvo que matar a uno de ellos para ascender a marido rey. Ella tiene “amistad de muslo” con otros y, si él tiene celos, puede vengarse matando alguno, pero es inconcebible que levante la mano sobre la reina, a la que debe su estatus. 
También Tácito narra con  algún asombro el caso de la reina Cartismandua, que repudió a su esposo el rey Venutius por una diferencia en política exterior, y tomó como esposo y rey a un escudero.
La forma de herencia patrilineal y la preeminencia del padre y marido se fueron imponiendo desde oriente hacia occidente, con vacilaciones, y a lo largo de muchas generaciones. Por ejemplo, todos los reyes romanos anteriores a la era republicana accedieron al trono por haberse casado con la reina. En la transmisión del poder romano rigió la herencia matrilineal hasta la era consular. 
Y milenios antes, en las tierras entre el Tigris y el Eufrates, ser marido de la diosa de la fertilidad era el título más preciado de los reyes. “Esposo amado de la diosa Inanna” es el apelativo supremo del rey Eannatum (c. 2500 a. C.). Lo cual no es una pretensión de divinización y apoteosis del rey, sino un vestigio de la herencia matrilineal, donde la reina hace rey.
El autor bíblico de la segunda versión de la mujer hermanada estaba molesto con dos problemas de honor que planteaba la primera versión: la mentira de Abraham y que la mujer del patriarca hubiese estado con el rey pagano. Para lo primero, explica que Sara era hermana de padre, pero no de madre, de su marido Abraham. Es decir, no era hermana según el parentesco matrilineal, donde sólo merece ese nombre la hermana de madre, y no importa quién sea el padre. Para aquello de si rozaron o no, aclara que el rey filisteo no tuvo tiempo de acercarse a su nueva adquisición, y que Sara recibió de él esta explicación: “Mira, le he dado a tu hermano mil monedas de plata. Serán para ti como un velo en los ojos de los que están contigo, y de todo esto quedarás justificada”. 
Por más archipatriarcal que parezca la Biblia, en el caso de la mujer hermanada hay ecos de la antigua moda matrilineal, y sugiere que el cambio no pudo ser muy anterior al momento en que se puso por escrito.
La herencia matrilineal tambien está en el fondo de las peripecias de los héroes griegos. Igual que los reyes romanos, todos ellos debían su estatus a estar casados con una reina. Menelao es rey de Esparta gracias a su matrimonio con Helena, y Agamenón reina sobre Micenas por ser el marido de Clitemestra. Las reinas son ellas; y ellos, por más que ejerzan la función de déspota, no poseen ni transmiten derecho alguno al trono.
En Itaca reina Penélope, a la que Ulises debe el haber sido rey. Ni Laertes, padre del héroe ausente, ni Telémaco, su hijo, han sido ni serán reyes de Itaca, porque sólo es posible serlo si uno se casa con la reina. En cuanto Penélope elija cualquiera de los pretendientes, lo convertirá en rey. Nunca se habla de los derechos de Ulises al trono, sino de que los pretendientes se esfuerzan por obtener el favor de Penélope y adquirir de su mano la dignidad real. El marido de Penélope reinará en Itaca, como lo hizo Ulises mientras fue su marido.
En tanto no regresa, Ulises no es un rey exiliado, sino un don nadie. Sólo si Penélope lo acepta, volverá a ser marido y rey. Por eso se disfraza al llegar a Itaca, debe asegurarse de si la reina querrá o no. 
La versión medieval irlandesa de las aventuras de Ulises, como más sensible al problema que la herencia matrilineal supone para el héroe, porque en Irlanda rigió hasta mucho más tarde que en otros sitios, pone esta reflexión en su boca, cuando ve las montañas de Itaca: “Duro será lo que encontraremos, otro hombre tendrá a la bella y dulce reina que dejamos, otro rey nuestro territorio…”
Agamenón, pastor de pueblos y rey de Micenas, es asesinado por Egisto quien de inmediato es reconocido rey de Micenas por la reina Clitemestra. Orestes, hijo de  la reina y del rey liquidado, no mata siete años después a Egisto y Clitemestra en desempeño del papel de pretendiente al trono, sino como ciudadano particular que arregla sus asuntos y, como tal, debe huir del país. Y si, un par de siglos más tarde, Eurípides lo hace rey de Micenas, nos ofrece justamente una prueba del cambio teatral que supuso la implantación de la herencia patrilineal.
Edipo hará los aparatos que quiera, pero bien sabe que sólo puede acceder a la dignidad real si se casa con la reina. Porque los hijos de reina tienen claro el repertorio de heroicidades; o hacen un mammy end, como Orestes, o se casan con su madre haciendo que no sabían, como Edipo. De lo contrario, les pasa como a Telémaco que, como no va a matar a su madre, ni a casarse con ella, está condenado a la insignificancia.
Ahora anuncian la abolición del marido dueño y señor. Hay modas que vuelven, pero nunca son del todo iguales.
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19 de julio de 2010
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¿Qué es daimon?

¿Qué es daimon? dices mientras clavas en mi pupila tu mochila azul. Lo primero, que en griego significa “el que reparte”, “el distribuidor”. Y después, que en los poemas homéricos, un daimon es una intervención sobrenatural invocada como causa de lo inexplicablemente humano. Muchas veces no se sabe si un daimon viene de un dios, anda por libre, o qué giro lleva. Por ejemplo, en la Odisea, Menelao le recuerda a Helena su insidioso comportamiento durante la aventura del caballo de madera, y le dice: “entonces viniste tú; y te debió traer algún daimon que deseaba dar la victoria a los troyanos”. Se refiere a Afrodita, que un momento antes Helena ha mencionado como la diosa que le infligió la locura, pero Menelao no la quiere nombrar.
Los “daimones” en general son destinatarios de ofrendas, como temibles poderes que es preciso aplacar. Y “daimonios” es quien actúa bajo la guía o el impulso de un daimon, lo cual se entendía como “desgraciado” o “infeliz”, dicho de manera admonitoria. Así llama Antinoo a los pretendientes de Penélope, y les avisa: “evitad los discursos arrogantes”. Se ve que el daimon conduce a cierta soberbia, arrogancia, lujuria, ira —en al caso de Sócrates, a una particular elocuencia— y, en general, al punto de enajenación necesario para la perdición de alguien. También los dioses pueden ser instigados por un daimon;  Zeus se lo dice a su esposa Hera, obsesionada con ver la perdición de los troyanos.
La idea de rechazar al daimon de la estatua, o sea, el reverso de la intención griega, está presente en la escultura de Rodin, con sus desproporciones estudiadas y su utilización aparentemente negligente del trépano, haciendo vaciar piezas con la superficie perdida de agujeros, restos del proceso de punteado. Los griegos procuraban borrar todas las huellas del trépano; Rodin, en cambio, las exhibía. Aquéllos querían atraer al daimon, distribuidor de lo perdidamente divino; éste perseguía la imagen fieramente humana, que no hacía falta sujetar con amarras, porque quedaba presa en la materia sin desbastar. Ningún daimon en sus cabales codiciaría el bailarín sin cabeza o el Balzac de Rodin, que más bien parecen hechos para disuadir a los dioses de meterse en humanidades.
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15 de julio de 2010
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Dioses cautivos

 Entre los rasgos divinos poco explicados, está el caso de las imágenes atadas para que no escaparan. La estatua de Dioniso en Quíos, la de Artemisa en Eritrea, y la de Afrodita en Esparta, tenían un gran prestigio porque era preciso sujetarlas con sogas y cadenas. Todo fue a causa de la introducción en escultura de la técnica del trépano, que permitía trasladar al mármol los modelos fabricados en arcilla o madera, y esculpir unas estatuas divinas nunca vistas. Una vez pulida y emplazada la pieza, el dios era invocado, y no tardaba nada en enviar su daimon para ocupar la efigie y recrearse en su belleza.

Pero entonces los dioses quedaban expuestos a la escasez de adoración, los celos, y otras desdichas propias de quien trabaja cara al público, porque mucha gente creía que ellos estaban allá para pedirles cosas, y a saber qué impertinencias tendrían que oír. Con todo, aunque deseaban retirarse, los dioses no se resolvían a abandonar sus bellas estatuas, y hacían por llevarlas consigo. Se les había extendido el ego al mármol. Eran como aquel señor que tenía el "moi étendu" y se metía en las cartas de madame de Sevigné. Desde luego, hubo que atar las estatuas.

También se llevó la variedad del dios enredado, consistente en recubrir la escultura con una red para que no saliera volando, y con esa traza recibía a las visitas Apolo en Delfos. Alrededor de la estatua, se construía un templo para impedir la fuga del dios enmarmorado.

 

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12 de julio de 2010
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