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Dioses cautivos

Por 12 de julio de 2010 Sin comentarios

Eduardo Gil Bera

 Entre los rasgos divinos poco explicados, está el caso de las imágenes atadas para que no escaparan. La estatua de Dioniso en Quíos, la de Artemisa en Eritrea, y la de Afrodita en Esparta, tenían un gran prestigio porque era preciso sujetarlas con sogas y cadenas. Todo fue a causa de la introducción en escultura de la técnica del trépano, que permitía trasladar al mármol los modelos fabricados en arcilla o madera, y esculpir unas estatuas divinas nunca vistas. Una vez pulida y emplazada la pieza, el dios era invocado, y no tardaba nada en enviar su daimon para ocupar la efigie y recrearse en su belleza.

Pero entonces los dioses quedaban expuestos a la escasez de adoración, los celos, y otras desdichas propias de quien trabaja cara al público, porque mucha gente creía que ellos estaban allá para pedirles cosas, y a saber qué impertinencias tendrían que oír. Con todo, aunque deseaban retirarse, los dioses no se resolvían a abandonar sus bellas estatuas, y hacían por llevarlas consigo. Se les había extendido el ego al mármol. Eran como aquel señor que tenía el "moi étendu" y se metía en las cartas de madame de Sevigné. Desde luego, hubo que atar las estatuas.

También se llevó la variedad del dios enredado, consistente en recubrir la escultura con una red para que no saliera volando, y con esa traza recibía a las visitas Apolo en Delfos. Alrededor de la estatua, se construía un templo para impedir la fuga del dios enmarmorado.

 

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Eduardo Gil Bera

Eduardo Gil Bera (Tudela, 1957), es escritor. Ha publicado las novelas Cuando el mundo era mío (Alianza, 2012), Sobre la marcha, Os quiero a todos, Todo pasa, y Torralba. De sus ensayos, destacan El carro de heno, Paisaje con fisuras, Baroja o el miedo, Historia de las malas ideas y La sentencia de las armas. Su ensayo más reciente es Ninguno es mi nombre. Sumario del caso Homero (Pretextos, 2012).

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