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Singularidades

Por 1 de febrero de 2014 Sin comentarios

Eder. Óleo de Irene Gracia

Eduardo Gil Bera

Una leyenda herodotea narra que el faraón Psamético se preguntó cuál era el lenguaje más antiguo del mundo y él mismo concluyó que el frigio era anterior a todos, porque un niño, al que nunca se había hablado, emitió espontáneamente un sonido semejante a “bekos”, que en frigio significaba “pan”. 
Aparte del antecedente de Rousseau y Chomsky que parece latir en semejante indagación, quizá valga la pena preguntarse por qué tenía el faraón ese miramiento y consideración por la lengua frigia.
El egipcio, la lengua del faraón, tenía escritura propia. El asirio, lengua del imperio más poderoso, tenía escritura propia. Y el griego, la lengua de los inquietos viajeros y comerciantes a los que el faraón permitió fundar Naucratis en el delta, tenía escritura propia. El frigio, en cambio, no tenía escritura propia, pero adoptó el alfabeto griego. 
El rey de Frigia, como el faraón Psamético, fue simpatizante de los griegos, se alió con ellos contra los asirios, envió presentes a sus dioses, acogió a sus poetas y favoreció la fundación de sus colonias. No por azar, la Cipríada y la Ilíada “suceden” en Frigia.
El faraón Psamético se sabía cómplice y continuador del rey de Frigia: sin el trigo egipcio, Mileto no habría resistido frente a Lidia, y tampoco habrían existido el foco intelectual jonio, ni el alejandrino.
De las singularidades, más allá de los autores, que han sido necesarias para que haya esta literatura y no otra, o ninguna, la primera sería el milagro griego, que imprimió carácter a la literatura y el pensamiento conocidos hoy, y se debió al patrocinio de dos soberanos bárbaros.
También fueron importantes las minúsculas latinas inventadas en la corte carolingia. Esa novedad trajo la redacción de corrido y facilitó la mecánica escribidora, aquel muñequeo aplicado que conocimos antes del teclado. Sin la escritura ligada, la literatura habría sido otra.
  Y qué diremos de la ley. El grabador Hogarth impulsó y consiguió la aprobación de una ley que vinculaba a las copias con el autor, cosa que hasta entonces se pasaba por alto, porque las copias eran cosa del editor. Esa ley hizo que se redactaran los primeros contratos modernos entre autor y editor. El modelo no tardó en aplicarse al libro. Desde Licurgo, que prohibió a los actores escribir morcillas en los textos originales e inventó el depósito legal, nadie hizo tanto como Hogarth por la legislación literaria.
Ahora, yendo al origen mismo de la literatura, es preciso recordar que el hígado era la primera víscera y principal en todas las culturas. Luego, a lo largo del siglo XVI, se empezó a hablar del cerebro, al principio lo hacían solo algunos médicos visionarios. Desde entonces, la literatura es una producción del hígado que se finge cerebral.

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Eduardo Gil Bera

Eduardo Gil Bera (Tudela, 1957), es escritor. Ha publicado las novelas Cuando el mundo era mío (Alianza, 2012), Sobre la marcha, Os quiero a todos, Todo pasa, y Torralba. De sus ensayos, destacan El carro de heno, Paisaje con fisuras, Baroja o el miedo, Historia de las malas ideas y La sentencia de las armas. Su ensayo más reciente es Ninguno es mi nombre. Sumario del caso Homero (Pretextos, 2012).

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