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Escrito por

Edmundo Paz Soldán

Edmundo Paz Soldán (Cochacamba, Bolivia, 1967) es escritor, profesor de literatura latinoamericana en la Universidad de Cornell y columnista en medios como El País, The New York Times o Time. Se convirtió en uno de los autores más representativos de la generación latinoamericana de los 90 conocida como McOndo gracias al éxito de Días de papel, su primera novela, con la que ganó el premio Erich Guttentag. Es autor de las novelas Río Fugitivo (1998), La materia del deseo (2001), Palacio quemado (2006), Los vivos y los muertos (2009), Norte (2011), Iris (2014) y Los días de la peste (2017); así como de varios libros de cuentos: Las máscaras de la nada (1990), Desapariciones (1994) y Amores imperfectos (1988).Sus obras han sido traducidas a ocho idiomas y ha recibido galardones tan prestigiosos como el Juan Rulfo de cuento (1997) o el Naciones de Novela de Bolivia (2002).

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Algunos lugares comunes sobre Richard Ford (II)

Uno de los lugares comunes más equivocados acerca de Richard Ford es que es un "insuperable retratista del americano medio", un creador de "un personaje tan próximo como nuestros vecinos". Lo cierto es que la riqueza emocional de Frank Bascombe está muy alejada no sólo del americano medio, sino de cualquier ciudadano medio de planeta. La claridad con que Bascombe percibe su entorno, la capacidad de detalle a la hora de describir paisajes, la manera en que las revelaciones lo visitan, les han sido dadas a muy pocos. Graham Greene decía que no era bueno para la botánica y cuando debía describir un árbol o una planta, a veces se iba al máximo común denominador y escribía "a lo lejos se veían varios árboles". En Ford no hay generalizaciones; hay rododendros, hay azaleas...

En los veinte años que van de la publicación de El periodista deportivo a Acción de Gracias, Bascombe deja atrás la crisis de la edad madura y se asoma a los sobresaltos de la vejez temprana; se ha vuelto a casar, ha renunciado a su querido trabajo de periodista deportivo y se convertido en agente inmobiliario, tiene problemas con uno de sus hijos adolescentes, una enfermedad le ha hecho descubrir que es mortal. Sí, puede entenderse como la vida de un norteamericano promedio, excepto por la manera en que Bascombe es capaz de verse desde afuera y entenderse.

Otro lugar común: "La ficción de Ford está casi totalmente despojada de abstracciones, de flechas que apuntan a los significados o a las conclusiones que deben ser extraídas. Ford nos entrega con absoluta precisión la textura de la experiencia, no las lecciones aprendidas..." Eso lo escribió alguna vez Paul Gray, crítico de la revista Time. Los cuentos de Ford, sin embargo, están llenos de lecciones aprendidas, momentos en los que el protagonista comprende, de pronto, algo fundamental acerca de la vida, y hay un antes y un después de ese instante. En cuanto a la trilogía de Bascombe, el periodista deportivo convertido en agente inmobiliario es una fuente constante de revelaciones. Una, al azar: "Y sin embargo, en las últimas semanas, por motivos que no consigo explicarme, ha surgido entre nosotros algo que sólo puedo llamar una extraña incomodidad... es como si los lazos que unen nuestras atenciones y afectos estuvieran cambiando y aflojándose, y ahora nos tocara establecer unos lazos nuevos, para una relación más seria, pero ninguno de los dos hemos demostrado todavía ser capaces de ellos y este fracaso nos deja perplejos".

En las primeras dos novelas de la trilogía, hay una íntima conexión entre la importancia de los hechos narrados y la voz de Bascombe; en la última, la voz parece desprenderse de los hechos y tiene algo de manierista. Todos los acontecimientos se inflan, y Bascombe encuentra portentos no sólo en su enfermedad sino en sus visitas al baño o cualquier conversación con sus vecinos. Es una novela lenta, me dijo un amigo piadoso; la inmisericorde Michiko Kakutani, crítica principal del New York Times, dijo que se trataba de una novela soporífera (Juan Manuel de Prada coincide con ella en su reseña en ABC). Con todo, quien no quiera perderse algunas de las mejores páginas de la ficción contemporánea, tendrá que poner a Acción de Gracias en su lista de libros imprescindibles. Y quien no ha leído todavía a Ford haría bien en comenzar. Y desear, claro, que no se llegue a destiempo.

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21 de mayo de 2008
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Richard Ford a destiempo (I)

Cuando llegué a los Estados Unidos a fines de los ochenta, el concepto de moda en literatura era el de "realismo sucio". La revista Granta había dedicado todo un número a explorar el tema, los suplementos culturales de los periódicos abundaban en indagaciones sociológicas en un intento de explicar por qué en la década optimista de Reagan aparecían escritores como Raymond Carver, Richard Ford, Tobias Wolff, Amy Hempel, Ann Beattie, Bobbie Ann Mason (como si la literatura tuviera que ir de la mano de la política o los cambios sociales).

Quise enterarme de qué iba esta literatura, y me puse a leerlos a casi todos. Así, entendí por qué al periodismo cultural le era fácil etiquetar a estos escritores tan diversos con un solo nombre. Los protagonistas de los cuentos -porque lo mejor del "realismo sucio" estaba en el cuento- eran de clase media baja, divorciados o separados que tenían un empleo flojo o estaban desempleados, casados no felices que vivían en los suburbios o en las ciudades deprimentes de "middle America" (esa gran extensión de territorio entre California y Nueva York), y ahogaban sus miserias y frustraciones en el alcohol o las drogas o aventuras sentimentales que conducían a más alcohol y drogas. Era los Estados Unidos que iba a contrapelo de la famosa propaganda de Reagan, "Amanecer en América", que hablaba de recuperar el optimismo, la fuerza y el orgullo de ser norteamericanos después de la década turbia de Vietnam y Watergate. Para los personajes del "realismo sucio", la mañana no había llegado. De hecho, la mañana solía encontrarlos durmiendo la borrachera de la noche anterior.

De todos estos escritores, el que menos me conmovió fue Richard Ford. Había poesía en el laconismo de la prosa de Carver, vitalidad en el universo literario de Wolff, humor corrosivo en los cuentos minimalistas de Hempel; Ford me parecía, en sus cuentos, una radicalización del proyecto narrativo de Hemingway. Personajes muy viriles, muy estoicos, en contacto con la naturaleza hostil. Traté de leer Rock Springs (1987), su celebrado libro de cuentos, y fracasé; no lo terminé, y no recuerdo de qué iban los cuentos que llegué a concluir. Un amigo escritor me sugirió que intentara leer El periodista deportivo (1986), la primera novela en la saga de Frank Bascombe --a la que luego continuarían El día de la Independencia (1995), ganadora del Pulitzer, y Acción de Gracias (2006)--, pero cuando ví de qué iba, no me llamó la atención. Pensé que no era "realismo sucio" sino "realismo doméstico", en el peor sentido de la palabra. Personajes con un universo emocional muy reducido, norteamericanos de clase media que vivían a espaldas de la historia (por eso tampoco me interesaba buena parte de la obra de Updike, sobre todo la saga de Rabbit, uno de los modelos de Bascombe; por eso siempre me interesó la obra de Philip Roth).

A veces, sin embargo, no se trata de que una obra sea buena o mala; simplemente, ocurre que uno llega a un autor a destiempo. Eso me pasó con Ford; a los veintitantos años, no tenía la experiencia de vida suficiente para entender de qué hablaba. Cuando se trataba de literatura, yo buscaba tramas que me cautivaran, relatos épicos que tuvieran que ver con, digamos, una rebelión en Canudos, y no con la visita de un padre atribulado a la casa de su novia para pasar las pascuas. Con respecto al lenguaje, quise leer a Ford en inglés, y en ese entonces mi dominio de la lengua no era el suficiente como para captar los matices, la complejidad de la prosa de este escritor nacido en Mississippi (1944). Pasaron los años, y yo fui cambiando, hasta que un día descubrí que podía entender a Richard Ford. El periodista deportivo, leída no hace mucho, supuso toda una revelación; qué lejos quedaban términos como "realismo sucio" o "doméstico". La comparación con Hemingway tampoco le hacía justicia, porque Frank Bascombe es cualquier cosa menos austero o lacónico o viril.

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20 de mayo de 2008
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Breaking Bad

American Movie Chanel, dedicado a películas clásicas, solía ser el canal preferido de nuestros padres y abuelos. Algo cambió con Mad Men: el canal demostró que podía crear una serie original con la calidad de las de HBO. Ahora, con Breaking Bad, está claro que Mad Men no fue una anomalía. Si la serie Weeds ya se interesó por explorar la relación entre la clase media respetable y las drogas (la televisión ha llegado algo tarde a mostrar que no todos los que se dedican al narcotráfico en los Estados Unidos son pandilleros desalmados y/o negros/latinos con mucha mala leche), Breaking Bad profundiza en lo mismo: esta vez, el hombre que se armará un laboratorio ilegal para la producción de droga es un profesor de Química de colegio, desesperado porque le acaban de avisar que tiene una cáncer terminal, y, ya saben, las deudas, los deseos de dejar a la familia con un cómodo futuro económico... El tono de Weeds es cómico-satírico; Breaking Bad es dramática, comienza muy en serio y poco a poco se decanta por el delirio total: Kerouac pasado por Hunter Thompson. Bryan Cranston es notable en el papel del maestro Walter White.

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19 de mayo de 2008
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Ronaldo Menéndez, narrador caníbal

Conocí a Ronaldo Menéndez hace casi diez años, en un congreso organizado por a editorial Lengua de Trapo en Madrid. Me parecía algo exótico, un escritor cubano que llegaba de Lima. Recuerdo que me cayó bien su pinta de despistado, su despreocupada manera de andar por el mundo. Me regaló su libro de cuentos, El derecho al pataleo de los ahorcados; Ronaldo me pareció un cuentista magistral. Luego leí La piel de Inesa, novela con partes muy logradas, aunque no terminaba de convencerme del todo. Había algo de la más tradicional literatura cubana en esa obra, esa prosa a veces nada transparente, esa obsesión por el simbolismo y la alegoría; bien encaminadas, esas cualidades han producido y pueden producir grandes obras, pero también son capaces de perder a un escritor joven.

La nueva novela de Ronaldo, Río Quibú (Lengua de Trapo), demuestra que los peligros han sido sorteados, y que este escritor ha dado un gran salto de madurez literaria. Río Quibú comienza con tintes de policial: ¿Quién violó y mató a la bella Julia? La policía se halla detrás de la verdad, pero también el hijo de catorce años, Júnior, intenta esclarecer lo ocurrido. Por ahí acecha un padrastro que puede o no ser el culpable. La narración es intensa, vertiginosa, posee un humor desenfadado y su tono satírico da en el blanco con frecuencia; hay momentos complejos, relacionados con la desenfrenada sexualidad de Julia, que a más de un crítico políticamente correcto le ocasionarán problemas.

Hace una semana, Gustavo Faverón escribía en su blog acerca de cómo el tema del canibalismo ha sido muy estudiado en las cartas de viaje y en las crónicas del período colonial, pero que falta explorarlo en la literatura latinoamericana del siglo XX hasta hoy. Gustavo menciona a algunos autores clave en este corpus: Saer y Vargas Llosa en la novela; Wilcock, Cortázar, Valenzuela, Caicedo, Ribeyro, entre otros en el cuento. Cuando leí el post, añadí a la lista a Piñera y a Alcides Arguedas. Por esas coincidencias afortunadas, al día siguiente cayó en mis manos Río Quibú, texto fundamental para analizar el tema de las "narraciones caníbales" contemporáneas.

Por un lado, está la obvia metáfora de Ronaldo como un narrador caníbal: en su novela, textos de Cortázar, Borges, Monterroso y de muchos otros, son "devorados" para dar lugar a otro texto. Por otro lado, lo que Junior encuentra en los arrabales del río -un descampado con restos humanos, la constatación de que los habitantes del Quibú comen carne humana--, añadido a la obsesión de los isleños por encontrar un famoso Menú Insular ("¿Existe ese Menú en lo íntimo de mi alma? ¿Lo he visto cuando esta tarde miré dentro de mí y ya lo he olvidado? Nuestra memoria insular -huelga decirlo- es porosa para el olvido. Yo mismo estoy falseando y perdiendo, bajo la trágica erosión de los años, el justo sabor del huevo y del pan de cada día"), llevan a una sorprendente constatación: Ronaldo se ha convertido en un afilado escritor político. En Río Quibú, el canibalismo y su relación con el hambre de los isleños, sirve para una devastadora crítica de un sistema político en el que el líder ha muerto después de "una contrarrevolucionaria enfermedad" a la que se ha enfrentado "sin flaquear aunque adelgazara". Todo parecido con la realidad es pura, asombrosa literatura.

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14 de mayo de 2008
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Más referendos en Bolivia

Evo Morales ha aprobado el referendo revocatorio para el 10 de agosto de este año. De acuerdo a esta ley, tanto el presidente como el vicepresidente y los prefectos elegidos por elecciones deberán someter su cargo a elecciones; se queda el que logra que los votos en contra sean menos que los que obtuvo para llegar al cargo. Por dar un ejemplo: como Evo logró, en grueso, un millón trescientos mil votos en las elecciones del 2005, dejará de ser presidente si en este referendo recibe más de un millón trescientos mil votos en contra.

Como dice la analista Jimena Costa en un artículo periodístico, este referendo no resuelve la crisis de gobierno y de Estado que vive Bolivia; lo único que hace es postergarla por algunos meses, lograr que los actores principales ganen algo de tiempo. Una vez más, los bolivianos, en vez de encontrar una solución de fondo a los problemas, se contentan con una salida transitoria. Y así vamos...

Jimena Costa nota la abrumadora cantidad de elecciones y referendos que se vienen en Bolivia:

"Prepárense, vienen ocho referendos revocatorios departamentales -el Prefecto chuquisaqueño ya renunció-, uno revocatorio nacional a Presidente, tres referendos sobre estatutos autonómicos (Beni, Pando, Tarija), dos referendos sobre autonomías en Cochabamba y Chuquisaca -que ya están juntando firmas-, una elección de Prefecto en Chuquisaca, un referéndum dirimidor y un referéndum constitucional -que seguro irán en combo con el revocatorio-, dos o tres elecciones de nuevos prefectos donde sean revocados, una elección general si pierde el presidente Morales -¡claro que puede perder!- que ganó con esa clase media a la que hoy estupidiza. Van 21, todos en los próximos nueve meses".

Crecí en Bolivia bajo dictaduras y me acostumbré a pensar que la descomposición del sistema democrático tenía que ver con la imposibilidad de que los ciudadanos pudieran votar libremente. La actual crisis de gobierno y Estado en Bolivia, sin embargo, muestra una arista fascinante: la descomposición del sistema democrático también ocurre cuando hay un exceso de elecciones. Tanta democracia no es lo mismo, claro, que su ausencia durante una dictadura. Pero quien crea que veintiún elecciones y referendos demuestran una gran madurez del pueblo boliviano y sus líderes, está equivocado.

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13 de mayo de 2008
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El divorcio del terror

Después de The Commisariat of Enlightenment (2003), su magnífica novela sobre la muerte de Tolstoi, el escritor norteamericano Ken Kalfus se ha sumado, con Un trastorno propio de este país, al numeroso grupo de escritores dispuestos a narrar la tragedia del once de septiembre y sus secuelas traumáticas. A estas alturas, hay para escoger en la forma en que los novelistas han entramado los hechos: el arco dramático va desde la versión trágica de Don DeLillo (El hombre del salto) hasta la ingenua de Jonathan Safran Foer (Tan fuerte, tan cerca). En buena parte de estas novelas, lo que predomina es el tratamiento reverencial, solemne del tema; quizás no se tiene la perspectiva suficiente para ser irreverente. Quizás hace falta que pase un buen tiempo para que alguien haga con lo ocurrido lo que hizo Joseph Heller con la segunda guerra mundial en Catch-22. Hasta ahora, el mejor ejemplo es The Zero (2006), la brillante sátira de Jess Walter. Se agradece, entonces, que Kalfus se haya decidido por la "comedia negra".

Un trastorno propio de este país tiene un comienzo prometedor: Joyce se entera de que dos aviones se estrellan contra el World Trade Center, y, como su marido Marshall tiene su despacho en el piso ochenta y seis de una de las torres, se alegra ante la posibilidad de que él haya muerto; en ese momento, ella y Marshall se hallan enzarzados en un divorcio feroz. Pero Marshall se salva, y a partir de ese momento asistimos, de manera paralela, a la lucha a muerte entre Joyce y Marshall -con sus dos hijos pequeños, Vic y Viola, en el medio--, y a los intentos desesperados de los Estados Unidos por lidiar con el ataque terrorista. Son muchas las novelas que han extraviado el camino intentando una analogía fácil entre lo que ocurre en un microcosmos y lo que significa para toda una sociedad (digamos, las luchas de una familia como sinécdoque de la desintegración de un país); por eso, la perspectiva elegida por Kalfus es peligrosa: ¿debe el lector encontrar una relación directa entre el divorcio de una pareja y la relación de Estados Unidos con el mundo?

Por suerte, Kalfus no carga las tintas, y si bien el divorcio y "la guerra contra el terror" siguen su propia, retorcida lógica, la fuerza de la analogía se debe a que ésta se mantiene implícita durante casi toda la novela. A veces, estos mundos se tocan y todo se torna explícito, como cuando, en una de las escenas más cómicas, Marshall sigue las instrucciones de un sitio web en árabe y se convierte en un "hombre bomba" dispuesto a detonarse junto a Joyce y sus hijos; los cartuchos de dinamita no explotan y Joyce, solícita, trata de ayudarlo; al fracasar en su intento, ella convierte eso en una razón más para su desprecio: "Nunca llegas hasta el final en nada; eso es lo que te pasa".

Kalfus tiene una mirada aguda para captar la atmósfera de un país confundido por el ataque. Joyce se viste de gris y negro porque ahora los estadounidenses viven en "tiempos serios" y "la moda no se llevaba esos días". Los restaurantes afganos en Nueva York cuelgan banderas estadounidenses a la entrada para demostrar su patriotismo. Los agentes del FBI están por todas partes, revisando bolsos y carnés de conducir; uno de ellos dice: "No hay que quedarse de brazos cruzados, tiene que parecer que hacemos algo". Una amiga de una amiga de Joyce se acuesta con desconocidos; es el "'sexo del terror'. Ahora, todo el mundo necesitaba algo: liberación o restitución, o tan sólo un reconocimiento de que sus vidas habían cambiado". En ese clima, sí se pueden entender las diversas estratagemas urdidas por Joyce y Marshall para hacer daño al otro como parte inevitable del ‘divorcio del terror'.

A medida que avanza la novela, el tono de comedia se entremezcla con una narración más solemne. Con la inminencia de la guerra en Irak llega la inminencia del divorcio. Joyce, una vez divorciada, ya no puede acordarse cuáles eran las razones que habían motivado la separación. La guerra se gana con facilidad, Marshall comienza a trabajar en otra empresa. Y Kalfus, entonces, decide abandonar su tono satírico y demuestra, en un final deplorable, que a él también la reverencia ante el dolor le puede ganar la partida. Uno entonces recuerda a Safran Foer, que hace que en su novela Tan fuerte, tan cerca Oskar Schell, el niño protagonista, quiera, sentimental él, que la flecha del tiempo cambie de dirección para que los muertos del World Trade Center vuelvan a la vida. A la hora de narrar los hechos relacionados con el once de septiembre, a los novelistas norteamericanos, incluso a los de "comedia negra", todavía les tiembla el pulso: resulta tentador que tanta tragedia desemboque en una muy obvia y freudiana fantasía de cumplimiento de un deseo.

(Letras Libres-España, mayo 2008) 

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12 de mayo de 2008
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La España de Manuel Vilas

No sé si es pura coincidencia o si se trata de mis gustos actuales a la hora de escoger libros, pero lo cierto es que los últimos libros de narradores españoles que he leído y me han interesado no son novelas. La lista de escritores es larga: Fernández Mallo, Lolita Bosch, Félix Romeo y Manuel Vilas. Manuel Vilas y/o sus editores (DVD) se ha/n empeñado llamar novela a ese magnífico libro de cuentos que es España (2008). Todavía no entiendo por qué. No creo que sea una razón comercial, porque lo que publica DVD no apunta precisamente a eso. Tampoco creo que sea una cuestión experimental, porque esto de llamar novela a un engarzamiento de historias sueltas, en las que hay una misma atmósfera temática pero personajes distintos de una relato a otro, se ha hecho muchas veces. Ya lo dijo Tobias Wolff -y lo recuerda Juan Gabriel Vásquez en una nota en Los amantes de Todos los Santos--, un buen libro de cuentos es como una novela en la que los personajes no se conocen. Definición perfecta para el libro de Vilas.

Pero igual, lo que importa es que Vilas es un enorme cuentista, y sus juegos con la perspectiva del narrador y con personajes llamados Manuel Vilas logran insuflar vida nueva a estrategias posmo que ya se habían gastado por culpa del repetitivo Paul Auster. En España respiran Bolaño y Ballard y en el fondo se escucha la música de Johnny Cash (y algo de Nino Bravo y Paulina Rubio), al servicio de una lectura irónica y alucinada del pasado, el presente y el futuro de España. Las antologías del cuento contemporáneo deben guardar espacio para textos como "El cadáver encendido", "Póker", "El pintor Zaragozano Víctor Mira se suicida en Alemania", "El esplendor en la hierba", etc. Los cuentos no son políticos de una manera obvia, pero queda claro que, como señala Diego Salazar en su reseña en Letras Libres, Vilas es un escritor político, que ha logrado profundizar en el tema de una manera muy atractiva gracias a "la conjunción entre política y tecnología".

Una nota al pie de página: hace un buen tiempo que trato de escribir una novela sobre inmigrantes latinoamericanos en los Estados Unidos. Las veces que lo he intentado, no he llegado a pasar de las cincuenta páginas. Me faltaba, supongo, la estructura narrativa. Y de pronto, una noche mientras leía España, se me vino entero toda la estructura de mi futura novela. Los escritores que los escritores admiramos son aquellos que nos abren puertas para nuestra propia obra, los que nos permiten saquear a nuestro antojo para crear algo propio.

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9 de mayo de 2008
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Un gran premio para Etiqueta Negra

No es una exageración decir que los National Magazine Awards son los premios más importantes que existen en el mundo de las revistas. Estos premios, establecidos por la ASME (American Society of Magazine Editors) y con el coauspicio de la universidad de Columbia, tienen una limitación: sólo son para revistas publicadas en inglés en los Estados Unidos. Entre los ganadores de este año: GQ, The New Yorker, National Geographic y... Etiqueta Negra. ¿Cómo hace una revista latinoamericana para ganar este premio? Hace más de un año, la prestigiosa VQR (Virginia Quarterly Review) le encargó al escritor Daniel Alarcón coeditar, junto a Ted Genoways (editor principal de VQR), todo un número dedicado a América del Sur. Daniel, uno de los editores asociados de Etiqueta Negra, pensó que sería interesante que VQR coordinara este número junto a la revista peruana. El número sería publicado por VQR en el otoño del 2007; algunos artículos los publicaría Etiqueta Negra. Ese número, "South America in the 21st Century", acaba de ganar el premio a "revista dedicada a un solo tema" (single-topic issue). Los jueces han dicho: "En su provocativo y conmovedor número dedicado a Sud América, VQR presenta un retrato multiforme de un continente que cambia. Creado por algunos de los artistas visuales y escritores más arriesgados de Sud América, esta reveladora colección de ficción y no ficción es a la vez completa y sorpresiva, y va desde el fútbol en la calle y la violencia política hasta un comic con un viaje a la Antártica y la nueva especie de Madonnas del siglo XXI".

Entre los colaboradores de este número se encuentran Julio Villanueva Chang, Gabriela Wiener, Toño Angulo Daneri, Santiago Roncagliolo, Juan Pablo Meneses, Sergio Vilela, Liniers, Daniel Alarcón, Roberto Bolaño y quien esto escribe.

El premio es oficialmente para VQR, pero Etiqueta Negra lo festeja con todos los merecimientos como suyo.

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8 de mayo de 2008
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Santa Cruz: del orgullo regional al liderazgo nacional

Durante mi adolescencia en Bolivia, a fines de los años setenta y principios de los ochenta, mis vacaciones favoritas del verano eran a Santa Cruz. Mi madre, mis hermanos y yo íbamos en bus por una carretera tortuosa, en un viaje que duraba ocho horas. Me gustaba ver cómo el paisaje del valle -los colores terrosos y azulinos de sus montañas-- iba dando paso al verde intenso del trópico. Descendíamos de los dos mil quinientos metros de Cochabamba a los cuatrocientos de Santa Cruz. Nos alojábamos en casa de unos tíos cerca del monumento al Cristo Redentor; mis primas me presentaban a sus amigas y me sorprendía ante su carácter abierto, la forma en la que me decían las cosas sin reservas. Por las noches, yo leía en una habitación con las ventanas abiertas por donde ingresaban los mosquitos que no nos dejaban dormir. En la televisión se podían ver canales brasileños.

Por ese entonces, nosotros, los collas del valle y Occidente del país, veíamos en menos a Santa Cruz. Decían nuestros lugares comunes que los cruceños eran flojos y superficiales: gente que vivía para los concursos de misses y los Carnavales. Podíamos pasar las vacaciones en ese pueblo grande con pocas calles asfaltadas, podían algunos avezados emigrar al oriente, podíamos admirar la belleza de sus mujeres, pero estaba claro que si uno quería progresar debía irse a la capital, La Paz. La ciudad crecía en forma de anillos concéntricos, había en la gente un admirable orgullo regional y un gesto natural de hospitalidad hacia los visitantes, pero, para un país que todavía insistía en verse sólo como "andino", Santa Cruz era una especie de anomalía a la que no podía verse seriamente como un polo de desarrollo, mucho menos como el eje dinámico de una nueva Bolivia.

Y sin embargo, algo pasó en las últimas décadas del siglo XX. Santa Cruz continuó creciendo de manera imparable, al punto que, mientras el resto del país sufría un estancamiento angustiante, un tercio del PIB comenzó a generarse en ese departamento; la inmigración interna dejó de pensar en La Paz como la opción principal, y trasladó su destino hacia Santa Cruz (si en 1950 sólo el 9% de la población nacional vivía en Santa Cruz, hoy uno de cada cuatro bolivianos vive allí). De pronto, apareció un dicho en Bolivia: "Santa Cruz es otro país". Era y no era Bolivia: era el futuro del país, pero un futuro que ya era presente y en el que no nos reconocíamos del todo: estábamos acostumbrados a que Bolivia no funcionara, y en Santa Cruz nos encontrábamos con una Bolivia que progresaba.

El regionalismo de Santa Cruz se deriva del hecho de que, al hallarse lejos de los centros de poder en Bolivia, fue ignorado sistemáticamente por los gobiernos centrales. Cuando, en la segunda mitad del siglo XIX, se planeó unir al país a través del ferrocarril, no se tomó en cuenta a Santa Cruz; una línea de ferrocarriles con destino hacia este departamento comenzó a construirse en 1904, y recién llegó al departamento en 1954. Aislados, los cruceños aprendieron a desarrollarse por sí mismos, sin depender del poder central. Pese a la indiferencia del gobierno, los cruceños nunca dejaron de sentirse bolivianos. Andrés Ibañez, uno de sus caudillos decimonónicos, no peleó por la independencia sino por un sistema federalista que pusiera a Santa Cruz al mismo nivel de las principales ciudades de Bolivia. Los proyectos autonomistas, que aparecieron a fines del siglo XX y llegaron a un momento decisivo con el referendo autonómico el pasado domingo, nunca han enarbolado una bandera separatista, aunque el gobierno de Evo Morales ha hecho todo lo posible por demonizar el deseo cruceño de autonomía.

En la pulseada actual entre el gobierno central y Santa Cruz, arriesgo un pronóstico: ganará Santa Cruz. El dinamismo de ese "otro país" de Bolivia no puede ser frenado por el error histórico de Evo. Pronto, ya no se hablará de "otro país": Santa Cruz es la nueva Bolivia y le corresponde proyectar su orgullo regional a un liderazgo nacional. De hecho, ya lo está haciendo: en cinco de los otros ocho departamentos del país se vienen concibiendo diferentes proyectos autonómicos.

(Reportajes, La Tercera, 4 de mayo 2008)


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7 de mayo de 2008
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Referendo autonómico en Santa Cruz: algunos apuntes

• Los resultados del referendo no tienen validez legal pero sí legitiman, de manera arrolladora, la voluntad autonomista del pueblo cruceño. Y dan pie a que los otros departamentos de la "media luna"-Tarija, Beni y Pando-, con referendos autonómicos por celebrar en el próximo mes y medio, consoliden esta victoria. Cochabamba y Sucre están dispuestos a sumarse; así, seis de los nueve departamentos del país estarían diciendo que es hora de acabar con el centralismo (y, a la vez, se opondrían al deseo de Evo de "refundar" del país). Aunque los analistas extranjeros siguen viendo a Santa Cruz como la excepción en Bolivia, pronto aprenderán a ver a este departamento como la regla. Y La Paz, la capital centralista, tendrá que asumir que es furgón de cola en este proceso.
 
• Si Evo fuera capaz de reconocer su derrota y hacer suyo el proyecto autonómico, podría volver a tomar las riendas de un momento histórico que se le escapa de las manos. Pero Evo, en su discurso del domingo por la noche, habló más bien del fracaso del referendo (el 85% votó a favor del sí)... Los últimos dos años nos han enseñado a no subestimar la capacidad de Evo para tornar grandes triunfos en amargas derrotas.
 
• "Empate catastrófico", dijo alguna vez el vicepresidente García Linera. "Empate estratégico", ha escrito el analista Michael Reid. En todo caso, empate. El proyecto de país de Evo y el autonómico no son irreconciliables. Las dos partes deben sentarse a dialogar, a concertar. Deben volver a confiar en el otro. La exacerbada polarización política de los últimos dos años ha hecho que se desperdicie un buen momento para la economía nacional. Ojalá que el gobierno de Evo no continúe con, como dice un editorial del periódico La Razón, su "incapacidad para ver lo evidente". Ojalá que deje de demonizar al movimiento autonomista como "separatista", y deje de entender el sentir de una región como el de "unas cuantas familias"(si El Alto se levanta, es "el pueblo", pero si Santa Cruz protesta, es "la oligarquía"). ¿Es mucho pedir? Quizás.
 
• Hacia fines del siglo XIX, La Paz se había convertido en el motor de la economía boliviana; una de las razones por las que se embarcó en una guerra civil contra Sucre fue el objetivo de lograr el poder político. Como resultado de esa guerra, La Paz se convirtió en la capital del país. Más de un siglo después, el motor de la economía nacional se ha desplazado a Santa Cruz. Las luchas de estos días exceden a las personas (Evo contra el prefecto cruceño Rubén Costas) y nos están demostrando que la política en Bolivia es siempre regional. Así, Santa Cruz hoy estaría haciendo con La Paz lo que algún día esta ciudad hizo con Sucre.
 
• "Bolivia es un país en el que pasa de todo y no pasa nada", dijo alguna vez Víctor Paz Estenssoro. Llevamos esta frase tan en la piel que nos hemos acostumbrado a bailar al borde del precipicio. Confiamos en que, a la corta o a la larga, todo se resolverá. No encontraremos la solución, pero si la salida capaz de postergar durante algunos meses o años el lidiar con el problema. Pero, ¿y si esta vez no se resuelven las cosas? ¿Tenemos líderes a la altura de la situación?

 

 

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6 de mayo de 2008
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