Edmundo Paz Soldán
Durante mi adolescencia en Bolivia, a fines de los años setenta y principios de los ochenta, mis vacaciones favoritas del verano eran a Santa Cruz. Mi madre, mis hermanos y yo íbamos en bus por una carretera tortuosa, en un viaje que duraba ocho horas. Me gustaba ver cómo el paisaje del valle -los colores terrosos y azulinos de sus montañas– iba dando paso al verde intenso del trópico. Descendíamos de los dos mil quinientos metros de Cochabamba a los cuatrocientos de Santa Cruz. Nos alojábamos en casa de unos tíos cerca del monumento al Cristo Redentor; mis primas me presentaban a sus amigas y me sorprendía ante su carácter abierto, la forma en la que me decían las cosas sin reservas. Por las noches, yo leía en una habitación con las ventanas abiertas por donde ingresaban los mosquitos que no nos dejaban dormir. En la televisión se podían ver canales brasileños.
Por ese entonces, nosotros, los collas del valle y Occidente del país, veíamos en menos a Santa Cruz. Decían nuestros lugares comunes que los cruceños eran flojos y superficiales: gente que vivía para los concursos de misses y los Carnavales. Podíamos pasar las vacaciones en ese pueblo grande con pocas calles asfaltadas, podían algunos avezados emigrar al oriente, podíamos admirar la belleza de sus mujeres, pero estaba claro que si uno quería progresar debía irse a la capital, La Paz. La ciudad crecía en forma de anillos concéntricos, había en la gente un admirable orgullo regional y un gesto natural de hospitalidad hacia los visitantes, pero, para un país que todavía insistía en verse sólo como "andino", Santa Cruz era una especie de anomalía a la que no podía verse seriamente como un polo de desarrollo, mucho menos como el eje dinámico de una nueva Bolivia.
Y sin embargo, algo pasó en las últimas décadas del siglo XX. Santa Cruz continuó creciendo de manera imparable, al punto que, mientras el resto del país sufría un estancamiento angustiante, un tercio del PIB comenzó a generarse en ese departamento; la inmigración interna dejó de pensar en La Paz como la opción principal, y trasladó su destino hacia Santa Cruz (si en 1950 sólo el 9% de la población nacional vivía en Santa Cruz, hoy uno de cada cuatro bolivianos vive allí). De pronto, apareció un dicho en Bolivia: "Santa Cruz es otro país". Era y no era Bolivia: era el futuro del país, pero un futuro que ya era presente y en el que no nos reconocíamos del todo: estábamos acostumbrados a que Bolivia no funcionara, y en Santa Cruz nos encontrábamos con una Bolivia que progresaba.
El regionalismo de Santa Cruz se deriva del hecho de que, al hallarse lejos de los centros de poder en Bolivia, fue ignorado sistemáticamente por los gobiernos centrales. Cuando, en la segunda mitad del siglo XIX, se planeó unir al país a través del ferrocarril, no se tomó en cuenta a Santa Cruz; una línea de ferrocarriles con destino hacia este departamento comenzó a construirse en 1904, y recién llegó al departamento en 1954. Aislados, los cruceños aprendieron a desarrollarse por sí mismos, sin depender del poder central. Pese a la indiferencia del gobierno, los cruceños nunca dejaron de sentirse bolivianos. Andrés Ibañez, uno de sus caudillos decimonónicos, no peleó por la independencia sino por un sistema federalista que pusiera a Santa Cruz al mismo nivel de las principales ciudades de Bolivia. Los proyectos autonomistas, que aparecieron a fines del siglo XX y llegaron a un momento decisivo con el referendo autonómico el pasado domingo, nunca han enarbolado una bandera separatista, aunque el gobierno de Evo Morales ha hecho todo lo posible por demonizar el deseo cruceño de autonomía.
En la pulseada actual entre el gobierno central y Santa Cruz, arriesgo un pronóstico: ganará Santa Cruz. El dinamismo de ese "otro país" de Bolivia no puede ser frenado por el error histórico de Evo. Pronto, ya no se hablará de "otro país": Santa Cruz es la nueva Bolivia y le corresponde proyectar su orgullo regional a un liderazgo nacional. De hecho, ya lo está haciendo: en cinco de los otros ocho departamentos del país se vienen concibiendo diferentes proyectos autonómicos.
(Reportajes, La Tercera, 4 de mayo 2008)