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Escrito por

Edmundo Paz Soldán

Edmundo Paz Soldán (Cochacamba, Bolivia, 1967) es escritor, profesor de literatura latinoamericana en la Universidad de Cornell y columnista en medios como El País, The New York Times o Time. Se convirtió en uno de los autores más representativos de la generación latinoamericana de los 90 conocida como McOndo gracias al éxito de Días de papel, su primera novela, con la que ganó el premio Erich Guttentag. Es autor de las novelas Río Fugitivo (1998), La materia del deseo (2001), Palacio quemado (2006), Los vivos y los muertos (2009), Norte (2011), Iris (2014) y Los días de la peste (2017); así como de varios libros de cuentos: Las máscaras de la nada (1990), Desapariciones (1994) y Amores imperfectos (1988).Sus obras han sido traducidas a ocho idiomas y ha recibido galardones tan prestigiosos como el Juan Rulfo de cuento (1997) o el Naciones de Novela de Bolivia (2002).

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Regreso a Río Fugitivo

A principios de los noventa, intenté escribir una novela sobre el último año del colegio. Pensaba que era un año clave, de transición --el fin simbólico de la adolescencia, el principio de los desafíos del mundo adulto--, que merecía ser mitificado en una novela. La novela se titulaba Fin de fiesta y de ella apenas escribí setenta páginas antes de abandonarla; descubrí, mientras la escribía, que no estaba listo porque todavía me dominaba el pudor: me avergonzaba de algunas experiencias juveniles que servían de base autobiográfica a la novela. Y ya lo sabemos, uno de los requisitos esenciales para ser escritor es la capacidad de poder escribir cosas de las que uno se avergonzaría si las contara en público.

A mediados de los noventa, volví al proyecto, que constaba, esta vez, de otros ingredientes: tenía como texto modélico La ciudad y los perros (soñaba con hacer con un colegio católico lo que Vargas Llosa había hecho con el colegio militar); creía haber aprendido, bajo el influjo de dos novelas de Javier Marías -Mañana en la batalla piensa en mí, Corazón tan blanco--, el arte de la digresión, de poder hablar de otros temas sin perder de vista el eje narrativo central; quería homenajear a y despedirme del género policial, que tanto me había acompañado durante la adolescencia. La novela se llamaba ahora Una estela blanca en Chinatown (sólo leyendo el libro se entiende el porqué de ese título).

La novela fue terminada en 1997. En ese entonces no lo veía así, pero ahora está muy claro que para la creación de mi ciudad imaginaria, el Río Fugitivo en el que después transcurrirían tres novelas -Sueños digitales, La materia del deseo, El delirio de Turing- fue fundamental el Onetti de La vida breve. Gracias a la intermediación de Ana Merino y de su padre, el gran José María Merino, Río Fugitivo -así se llamaba ahora la novela-- fue publicada en 1998 por Alfaguara en Bolivia (con esta novela, yo iniciaría mi relación con Alfaguara, editorial que considero mi casa). El libro sólo circuló de verdad en Bolivia y Perú. La edición se agotó, y luego no hubo una segunda edición. Con los años, se fue convirtiendo en un libro fantasma: la gente me lo mencionaba, pero eran cada vez menos los que lo habían leído.

Diez años después, Libros del Asteroide reedita en España una versión corregida y revisada de la novela. Descubro que pocas cosas conmueven tanto como que un editor se interese por un libro tuyo publicado hace mucho y ya muy encaminado hacia el olvido. De pronto, la novela revive, y tiene, quizás, la oportunidad de encontrar otros lectores, y de que otros lectores la mantengan viva por algunos años más, hasta que, como quería Borges, el tiempo haga su antología. Quienes han hecho posible esta edición son, en primer lugar, Luis Miguel Solano, editor de Libros del Asteroide; Eduardo Jordá y Dani Capó, defensores a rajatabla de la novela; Diego Salazar y Álvaro Martínez, lectores minuciosos que ayudaron a que esta versión no tenga las redundancias, los giros estilísticos innecesarios de la anterior; Juan Gabriel Vásquez, un escritor que admiro y que escribió un prólogo muy generoso.

Este jueves 12, a las 8 de la noche en Casa de América, Diego y yo conversaremos sobre la novela como parte del ciclo Ciudades imaginadas. Están invitados.

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9 de junio de 2008
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Kevin Johansen: Logo

 

Hay cosas que uno debe saber sobre Kevin Johansen:

Es americano en el mejor sentido de la palabra (nació en Alaska en 1964, su familia se mudó a Buenos Aires cuando él tenía doce años, vivió la década de los noventa en Nueva York, volvió a Buenos Aires el 2000 y se quedó allí).

Le gustan los compacts de al menos quince canciones, le da igual cantar en inglés, español o portugués, y también es promiscuo a la hora de los ritmos: balada pop, milonga, cumbia, reggae, bossa nova.

Al igual que Calamaro, la portada de su último compact ha sido dibujada por Liniers.

Sus letras abundan en ironías (ver la canción que da título al compact) y tienen un fino sentido del humor que a ratos parece derivado de Les Luthiers.

Tiene facilidad para la canción pegajosa: "Logo", "Anoche soñé contigo", "Por las ruas pelas calles", "S.O.S. tan fashion" y "Son del MP3" dan amplia prueba de ello.

Es grande.

 

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6 de junio de 2008
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En el reino de Candaya

La semana pasada fui a Blanes a presentar Bolaño salvaje, el libro que coedité junto a Gustavo Faverón. Fue una experiencia fascinante, conocer a Carolina, y a muchos amigos que tuvo Bolaño en Blanes. La sala donde presentamos el libro, en el segundo piso de la fundación Planells, estaba llena de gente. Asistimos a la primera presentación pública del documental de Eric Hasnoot que acompaña al libro. Escuché a uno de los asistentes comentar que no habían prosperado las gestiones para que la nueva biblioteca de Blanes se llamara Roberto Bolaño; en el ayuntamiento habían decidido que sólo una sala de lectura de la biblioteca se llamara así. No había todavía una placa que indicara el nombre de la sala de lectura; ante las quejas, uno de los responsables del ayuntamiento respondió: "ahora todo el mundo habla de Bolaño, pero en diez años nadie se acordará de el".

Fui a Blanes junto a Paco Robles y Olga Martínez, responsables de la editorial Candaya, que publicó el libro. A ellos los conocí hace unos cuatro años por correo electrónico, cuando me enteré que Paco se hacía cargo de sololiteratura, uno de los sitios web más visitados de literatura latinoamericana (de hecho, incluso ahora que el sitio está descuidado, ocupa el lugar veintidós en visitas en el mundo virtual en internet; toda una proeza, tomando en cuenta que diez de los primeros veinte lugares son sitios porno). Luego nos conocimos en persona en Lleida. Paco y Olga tienen una mirada romántica sobre la literatura que desarma a cualquiera. Son profesores de colegio y vendieron una casa para cumplir su sueño de editores; no tienen secretaria, ellos lo hacen todo, y a veces envían libros a lugares remotos a pesar que la tarjeta de crédito del cliente todavía no ha sido aceptada. Candaya publica pocos libros y se arriesga con autores desconocidos en el mercado español. Publica a novelistas venezolanos, a poetas paraguayos. Ha tenido un éxito comercial notable con Nocilla dream, la novela de Agustín Fernández Mallo que se ha convertido en todo un emblema de la generación Nocilla (van por la quinta edición, más de diez mil ejemplares vendidos).

Esa noche me quedé a dormir en el piso de Paco y Olga en Arenys de Mar, un pueblito de la Costa Brava a media hora de Blanes. A pesar de que eran las dos de la mañana, nos pusimos a curiosear en su biblioteca: me mostraron, orgullosos, toda la colección que tenían de libros de Juan Villoro, muchos de ellos de editoriales pequeñas en Colombia, Argentina, México (ni Juan debe tener tantos libros suyos). También descubrí una admirable colección de libros de Vila-Matas, y una serie de libros recién adquiridos en Buenos Aires. Me contaron, orgullosos, que pronto comenzarían a publicar a Sergio Chejfec en España. Me fui a acostar a las cuatro.

Me advirtieron que el piso era modesto pero que todo lo compensaba la vista del pueblo y el mar que tenían desde su balcón. Esa noche, hurgando en su biblioteca, sentí que no era necesario nada más. A la mañana siguiente, antes de partir (deja la puerta abierta que no pasará nada), me asomé al balcón. Lo que vi fue prodigioso. Estaba en el reino de Candaya.

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3 de junio de 2008
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¿Qué deberían leer los jóvenes?

Feria del libro de Madrid, lunes por la noche en Casa de América. Una mesa moderada por Arturo García Ramos y con siete ponentes siete: ¿qué deberían leer los jóvenes? Escucho nombres por ahí: Andrés Neuman sugiere a Cortázar y Monterroso, Consuelo Treviño a Sábato, Gulliver, La isla del tesoro. Alonso Cueto menciona la importancia que tiene para los jóvenes que los protagonistas principales sean jóvenes como ellos, y cuenta que en el Perú son emblemáticos Un mundo para Julius y Los cachorros. Yo sugiero uno de José Emilio Pacheco, Las batallas en el desierto, y uno de Cortázar, Historias de Cronopios y de Famas. Alguien menciona los libros sagrados. El poeta y filosófo venezolano Josu Landa señala que, más que hablar de títulos, deberíamos preocuparnos por la recepción de la literatura -hoy hay mediaciones que no se conocían antes- pide una mayor atención a la poesía. Neuman lee un cuento breve de Piñera. Anoto una frase de Alonso: "los sueños son las historias que nos contamos a nosotros mismos".

Recuerdo: comencé a leer de verdad a los diez años, gracias a un profesor que todos los viernes nos daba dos horas de lectura en el curso y nos ponía en la mesa todas las novelas de Salgari. Así quedé fascinado por primera vez por un personaje literario, el pirata Morgan. Después descubrí en la biblioteca de mi padre su colección de novelas policiales, y tuve tres años intensos de Agatha Christie, Erle Stanley Gardner, Ellery Queen, John Dickson Carr. Mi madre se preocupó (había mucha sangre en esas lecturas, podían crearme una mente morbosa), y me compró las obras completas de Shakespeare, autor que leí con entusiasmo: había más sangre y morbo en él que en todos los escritores de policiales que había leído. Luego, a los catorce, la suerte de otro profesor, que puso en mis manos a Borges, Kafka, Cervantes.

Ahora el desafío es que mis hijos descubran el placer de la lectura. Gabriel tiene siete años y está enganchado con el Nintendo DS. Yo también fui de videojuegos, pero, claro, una cosa es ser hijo y otra ser padre. Descubro que a veces caigo en las cosas que solía criticar de los mayores: me molesta que Gabriel ignore los libros, y más de una vez le he hecho apagar el Nintendo. También he negociado: si lees media hora, puedes volver a jugar con el Nintendo. Sé que es una pésima estrategia: puede comenzar a asociar la lectura con el castigo. Luego me digo que lo mejor es relajarme: Gabriel tiene sólo siete años, yo recién me puse a leer a los diez. Además, no es que él no lea: ha terminado dos libros de cien páginas con las historias de los muñecos de Lego que son su pasión. Y el otro día, en el parque, para mi sorpresa, se puso a recitar unos versos que me sonaban familiares. Le pregunté de quién eran. De Machado, papi, me dijo. Los había leído en el colegio.

Por último, ¿y qué si a Gabriel no le interesa la lectura? Ya me ha dicho que quiere hacer películas para contar las historias de sus muñecos de Lego. Eso, creo, es más importante que mi insistencia en que lea, porque nace de él.

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3 de junio de 2008
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Una poética de los fragmentos

Renata, la narradora de Naturaleza infiel, la primera novela de Cristina Grande (Huesca, 1962), es una mujer de pocas palabras. La historia que cuenta llega apenas a las ciento cuarenta páginas; sus capítulos fluctúan entre las dos y tres páginas, y tienen títulos, lo que les da un aire de microficciones. La novela puede entenderse como una sumatoria de relatos. "La ruptura, la fragmentación, la discontinuidad, la venta de propiedades y la muerte son los mayores pecados", dice Renata. En la novela, sin embargo, la poética de los fragmentos es una virtud, pues son estos los que construyen el mundo complejo, lleno de ambivalencia moral y resonancias inquietantes, de una familia española durante los años setenta y ochenta.

Renata puede no ser muy retórica, pero sí es elocuente. En el primer capítulo sitúa a los personajes principales de su historia: la madre y el padre, la hermana gemela, el hermano menor. En ese capítulo, se nos dice de un hecho fundamental: la muerte del padre, "de un infarto o algo parecido". Hay un antes y un después de esa muerte, pero esto sólo puede saberse con la perspectiva de los años: una vez que el período ha sido superado, Renata descubre que "han sido los peores años de nuestra vida". Naturaleza infiel es el relato de esos "peores años". No hay grandilocuencia, tampoco la mitificación del pasado o el condolerse del drama o la tragedia. Se trata de dejar que los hechos hablen por sí mismos. Por supuesto, para que eso ocurra se necesita talento para escoger los hechos, los detalles que darán cuenta de todo un universo: "El estante más alto era el de mi padre. Sus pares seguían allí bien aparcados, con el morro hacia adentro. En todos ellos el tacón del zapato izquierdo estaba mucho más desgastado que el derecho... era fácil reconocer sus pisadas porque, siendo una más débil que la otra, se asemejaban al sonido cardiaco de sístole y diástole. Era como si caminara con el corazón".

Cristina Grande es capaz de hacer lo que pocos escritores que escriben en castellano hacen: dejar que las elipsis, los silencios, lo implícito, digan más, mucho más que las palabras. Cuenta lo que se ve, pero importa más lo que no se ve. Así, nos vamos enterando del paso de la provincia a la capital; de hechos históricos importantes que jalonan la vida íntima de los personajes (Renata pierde la virginidad un 23-F); de cómo, a la muerte del padre, la madre decide no volver a casarse, y las hermanas se entregan a diferentes adicciones: Renata, al sexo casual con desconocidos; María, a las drogas (que la llevan a un centro de rehabilitación y a un final nada feliz). Este desenfreno tiene su sentido, al menos para Renata. Los hombres con los que se acuesta suelen ser mayores: "Creía que resucitaba a mi padre con cada cuarentón borracho que me ligaba alguna que otra noche". Aunque Jorge, el novio del que ella ha estado más enamorada, la deja debido a su "naturaleza infiel", lo cierto es que Renata es más bien muy fiel a su naturaleza: lo que ocurre es que lo que ella persigue escapa a la comprensión de Jorge (y también de Renata, por lo menos mientras lo vive; la escritura de la experiencia será el momento de la lucidez).

En la novela asistimos a la expansión progresiva de un mundo. La España franquista da paso a la España de la transición. El país se moderniza, y los medios dan cuenta de ello. La familia de Renata es de las primeras del pueblo en tener televisión en casa. La Philips de madera cede su lugar a la Vanguard de fórmica, "en la que vimos la llegada del hombre a la luna". Luego aparece una Grundig en color. Un día, un primo llega a casa con el CD de Madame Butterfly, "el primer CD que vimos". De todos los medios y tecnologías que aparecen en Naturaleza infiel, el más importante es la fotografía, pues no sólo identifica al padre, fotógrafo compulsivo, sino que puede entenderse como una metáfora de la forma que toma la novela: un álbum de fotografías en el que no vemos todo; debemos, a partir de unos fragmentos, de unas cuantas fotos, armar la historia. Más interesante aún: aquí también importan las fotos no tomadas. Renata dice que a veces no lleva la máquina fotográfica "para no perpetuar unos recuerdos que con el tiempo nos empeñaríamos en borrar infructuosamente". La novela se construye, entonces, sobre fragmentos (las fotos que se tomaron) y ausencias (las fotos no tomadas).

¿Algo que se pueda reprochar? Ciertas frases de efecto, que chirrian dentro de una prosa tan poco dada a llamar la atención sobre sí misma: "Yo sólo creía en el café por las mañanas y en el amor por las noches"; "la verdad es que mientras ella se metía picos en el brazo yo metía hombres entre mis piernas". Por lo demás, Naturaleza infiel es una muy buena primera novela.

(Letras Libres-España, junio 2008)

 

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2 de junio de 2008
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Feria del Libro de Madrid

Hoy comienza la feria del libro de Madrid. Día nublado, pronóstico de lluvias hasta el lunes. Dos semanas de actividades en la que se podrá encontrar desde presentaciones de libros hasta lecturas para niños y firmas de autores. Estarán los grandes nombres comerciales (Ken Follet, Ruiz Zafón), los consagrados (Monzó, Rosa Montero, Piglia), y los nuevos (Fernández Mallo, Menéndez Salmón).

La feria está dedicada, de manera muy ambiciosa, a la literatura latinoamericana. Selecciono una lista de frases destacadas de algunos de los escritores latinoamericanos entrevistados esta semana por el suplemento El Cultural de El Mundo:

Alejandro Zambra: "Admiro a varios narradores y poetas, pero no sé si ando a la moda, y ahora último he pensado que la literatura gravita muy poco, casi nada, a la hora de escribir".

Wendy Guerra: "Sobre el imperio, ya estoy harta de bregar con esas guerras, así que prefiero penetrarlo y ser bien traducida de vez en cuando".

Daniel Samper: "Los nuevos narradores latinoamericanos [tienen] notas comunes como el humor, la antirretórica, algunos fenómenos urbanos y de consumo (la música popular, el fútbol), una renovada pasión por la crónica y, en no pocos casos, cierta curiosidad por la Historia".

Alan Pauls: "No podría contestar en nombre de una generación, una categoría que en general sólo sirve para disimular un déficit de criterios estéticos".

Jorge Volpi: "Hay guerras pero han desaparecido las batallas estéticas. La mayoría critica la perversidad del mercado al tiempo que publica en las grandes editoriales españolas. Los apocalípticos se asimilan al mainstream más rápido que nunca".

Juan Carlos Méndez Guedez: "Somos una lengua en expansión. Por eso no me planteo escribir en español como un acto de resistencia ante el Imperio. Me lo planteo como una fiesta'.

Juan Gabriel Vásquez: "El boom, entre otras cosas, nos enseñó que con la experiencia latinoamericana se podían hacer grandes novelas de vocación universal".

Guillermo Martínez: "Aira, y sus ideas sobre la felicidad y la liberación creativa del escritor mediocre que ya no necesita preocuparse por escribir obras maestras, dieron lugar a una catarata de novela una igual a la otra de seguidores más jóvenes que sustituyen la literatura por la libreta de apuntes y toman demasiado en serio la nueva misión de exhibir su mediocridad".

Alonso Cueto: "El nuevo grupo de jóvenes escritores, conforman la primera generación de narradores peruanos que se paarta del realismo y propone una narrativa basada en las imágenes oníricas y fantásticas".

Iván Thays: "Me fascina escribir en una lengua dinámica, que no le teme aceptar palabras extranjeras, anglicismos obviamente la mayoría".

Yo firmaré ejemplares de la nueva edición de mi novela Río Fugitivo este sábado de 12 a 1:30, en la caseta de Libros del Asteroide (161).

El programa completo de la feria se lo puede encontrar aquí.

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30 de mayo de 2008
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Najwajean

Por ahí leí que este grupo de música electrónica pop hace mejores canciones de Coldplay que el mismo Coldplay. Cualquiera que escuche Till It Breaks, su nuevo compact (sobre todo canciones como "Illness", "For me Tonight" o "Crime"), estará de acuerdo. El duo, formado en 1998 por Najwa Nimri y Carlos Jean, ha perfeccionado la fusión de la música electrónica con el formato pop: cuatro minutos ideales para la radio. Los que lo han visto en directo dicen que es aun mejor. La lánguida voz de Najwa Nimri (actriz nacida en Pamplona, padre jordano), y los arreglos de Carlos Jean (nacido en Galicia, padre haitiano), se complementan para crear este compact atmosférico que más gana mientras más se lo escucha.

¿Que no parecen españoles? Más bien, son la mejor muestra de la España multicultural de hoy. ¿Que Najwa Nimri canta en inglés? Pues sí. ¿Y?

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29 de mayo de 2008
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La ciudad ausente en versión gráfica

La ciudad ausente (1992) es la novela de Ricardo Piglia que nunca terminaré de entender del todo. Hay algo de literatura fantástica y de ciencia ficción en esta historia sobre una máquina de narrar, relacionada con Macedonio Fernandez y su deseo de mantener de algún modo viva a su mujer muerta. Hace poco, en un encuentro en Granada, le escuché al crítico y poeta Vicente Cerveza una magnífica interpretación de la novela, en el que jugaban un papel central tanto Dante como una película de Tarkovski (Solaris). La ciudad ausente es una novela-palimpsesto, en la que se repasa el canon rioplatense; la voz de Macedonio es la literatura argentina, y Eterna la máquina textual, cansada de la repetición, deseosa de perecer. Todo esto está en un libro de Cervera: El síndrome de Beatriz en la literatura hispanoamericana.

El 2000, Luis Scafati ilustró La ciudad ausente, y el escritor Pablo De Santis (La sexta lámpara, El enigma de París) la adaptó. La novela gráfica, reeditada ahora en España por Libros del Zorro Rojo, muestra que en el mundo de la adaptación literaria al comic no todo son dibujos con viñetas. Scafati ha optado por dibujos expresionistas, a veces de toda una página, y De Santis por acompañar esos dibujos con texto en los costados o en la parte inferior de la página, como si lo suyo hubiera sido más bien un trabajo de condensación de la novela de Piglia. El resultado es fascinante.

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28 de mayo de 2008
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El túnel a los sesenta años

El viernes pasado participé en la lectura pública de El túnel en la Casa de América de Madrid. Se cumplían sesenta años de la novela de Ernesto Sábato; el acto era un lindo homenaje a un texto canónico. La lectura comenzaría a las siete de la noche y duraría hasta las doce. Lamentablemente, la lluvia torrencial hizo que apenas asistieran quince personas.

A mí me tocó leer, a las diez y cuarto de la noche, el capítulo treinta, seis páginas de una discusión entre Juan Pablo Castel y una encargada de correo. Curiosa sensación, leer un capítulo de una novela leída hace casi dos décadas y olvidada de tan canónica (El túnel tiene la buena/mala suerte de ser obligatoria en el colegio: todos la leemos de adolescentes, y luego no nos molestamos en volver a ella). Lo que aprendí de ese capítulo es que Sábato tenía claro que el correo era "un medio de comunicación, no un medio de compulsión". Castel ha escrito una carta y la ha depositado en el correo; luego se arrepiente del contenido de la carta y quiere recuperarla, pero la encargada no se la quiere entregar. Castel se molesta: "el correo no puede obligar a mandar una carta si yo no quiero". De ahí, entonces, eso de la comunicación y no la compulsión. ¿Qué es lo que uno debe hacer? "Las cartas de importancia hay que retenerlas por lo menos un día hasta que se vean claramente todas las posibles consecuencias". Tendría que leer toda la novela para ver si ha envejecido; de la lectura de este capítulo, está claro que no sólo nuestra forma de comunicación ha cambiado, sino también el fondo. El correo electrónico es, evidentemente, un medio de compulsión, no un medio de comunicación. Nos evitaríamos muchos líos si hiciéramos caso a Castel y dejáramos pasar al menos un día antes de enviar todos nuestros correos electrónicos. Pero eso iría contra la naturaleza misma del nuevo medio.

Guardo de Sábato un muy buen recuerdo. Leí Abbadon el exterminador en un momento de crisis vocacional en la Argentina. Corría el año 1985, yo estudiaba ingeniería en petróleos en Mendoza (esa parte de mi biografía parece haberse borrado), pero me la pasaba leyendo novelas todo el día. No sabía que hacer. La novela de Sábato cayó entonces en mis manos. Llegué a la escena -esto lo reconstruye mi memoria a su conveniencia, no he vuelto a leer Abbadon desde entonces-- en que el físico, distraído en su laboratorio porque está pensando en cuestiones artísticas, comete un accidente durante un experimento; esto lo lleva a dejar la carrera y asumir su vocación. Me enteraría luego que todo era biográfico: Sábato era un físico prestigioso hasta que una crisis lo llevó a dejar la ciencia y dedicarse por completo a la literatura. Y yo, por supuesto, siempre muy influido por universos ficcionales, llegué a la conclusión de que debía seguir los pasos del personaje de la novela y dejar la carrera de ingeniería. Nunca me arrepentí.

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25 de mayo de 2008
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W (un relato)

W ha estado royendo los cables sin descanso. De pronto, se apaga la luz. Se escuchan chillidos.

¡No otra vez, por favor!, dice A, molesto.

Tienes que madurar, insinúa N desde un laberinto de ceros y unos.

En la oscuridad, W se frota sus patas diminutas. Piensa: tan fácil que opinen ellos así, tan cómoda su actitud. No saben lo que es aburrirse sin sosiego, caminar continuamente por estos túneles buscando en vano algo que hacer. No saben lo que es mirar a los otros trabajando minuto a minuto mientras uno se da de golpes contra las paredes. La A cualquier rato tendrá una crisis existencial, pero al menos le ocurrirá por falta de descanso y no por exceso de tiempo libre. No tiene ni siquiera un fin de semana para recuperar el aliento. Antes, allí adentro, podía jugar con con @, pero en los últimos años @ parece haber encontrado su laborioso destino, su vocación de servicio.

Hay que ver cómo sufrieron M, K y L cuando cayó sobre ellos ese líquido denso que los paralizó durante un par de días. Ah, si supieran que W sufre de esa manera todo el rato, entonces podrían entender sus ganas de roer los cables y hacer que, de pronto, alguien allá afuera apriete la T y no haya respuesta. Ah, qué satisfacción, una pequeña venganza, ver que a alguno de sus compañeros le toca sentir por instantes lo que a W toda su vida.

Vuelve la luz. Alguien, allá afuera, quiere escribir "Walter". W se alegra y corre a su puesto de trabajo. Está listo para ser útil.

La tecla es apretada. W se hace un ovillo, recibe el impacto eléctrico; las chispas producidas reaparecerán mágicamente un poco más lejos de donde W está, en la pantalla.

No pasa nada. Todo se ha congelado.

¡Es tu culpa!, le grita A a W. Ahora creerán que es un virus y nos llevarán al taller.

Una gran oportunidad desperciada, se dice W refunfuñando. ¿Cuándo volverán a usar la W?

W piensa que, al menos, todos sus compañeros estarán ahora tan libres como él. Volverán a esos juegos con los que solían disfrutar, correrán por pasillos oscuros jugando al escondite, a los fantasmas. En el corazón inerte del sistema, ellos estarán más vivos que nunca.

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22 de mayo de 2008
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