Skip to main content
Escrito por

Basilio Baltasar

Basilio Baltasar (Palma de Mallorca, 1955) es escritor y editor. Autor de Todos los días del mundo (Bitzoc, 1994), Críticas ejemplares (BB ed; Bitzoc), Pastoral iraquí (Alfaguara), El intelectual rampante (KRK), El Apocalipsis según San Goliat (KRK) y Crítica de la razón maquinal (KRK). Ha sido director editorial de Bitzoc y de Seix Barral. Fue director del periódico El día del Mundo, de la Fundación Bartolomé March y de la Fundación Santillana. Dirigió el programa de exposiciones de arte y antropología Culturas del mundo (1989-1996). Colabora con La Vanguardia y con Jot Down. Preside el jurado del Prix Formentor y es director de la Fundación Formentor.

Blogs de autor

Los amos de la tierra

En el noticiero de la segunda cadena de Televisión Española dan paso a la crónica de una cacería. La corresponsal enviada al país centroafricano nos advierte que la caza de grandes mamíferos se ha puesto otra vez de moda por un módico precio. Ya no son potentados acompañados de bellas señoritas los que otean el horizonte de la sabana sino jóvenes nerviosos los que contratan los servicios de las modernas agencias de viaje.

Vemos a un gran elefante plantarse en seco, como si recordara algo, y caer de lado agitando las orejas. Un enorme hipopótamo con las mandíbulas sujetas por gruesas cuerdas de esparto es arrastrado entre los árboles por esforzados porteadores. Un búfalo solemne resopla, hinca su hocico en el suelo y deja de respirar. A su lado, orgullosos cazadores de raza blanca agitan en el aire su fusil y muestran a la cámara una entusiasta sonrisa.

La periodista localiza al propietario de la agencia que ha descubierto este filón. Es un muchacho joven y bien plantado, un español amable que mira a la periodista con gran interés. La estancia en la que hablan está decorada como la casa de Robert Redford en Memorias de África. Por lo visto su negocio es un éxito del que está muy orgulloso y aprovecha la ocasión para hurgar en el corazón de sus clientes.

“Cuando disparas y ves caer ante ti al animal que has perseguido sientes algo muy profundo. No te lo puedes imaginar. Es una emoción que no se puede expresar con palabras”.

Como qué no se puede expresar con palabras, muchacho. Estás muy equivocado. Al contrario. Se nota que no tienes tiempo para leer, a pesar de los libros de Hemingway, el gran macho, que veo delicadamente desordenados sobre tu mesa de café.

Yo sí puedo imaginar lo que sientes cuando apuntas a tu presa, sorprendida rumiando sus hojas de hierba. Un inaudible zumbido atraviesa tus tímpanos hasta provocar una agradable sensación de vértigo. El sudor mana a raudales por tu piel y poderosos olores excitan tu sentido del placer. Las dudas sobre el alcance de tu hombría han desaparecido. Y los hombres que a tu espalda murmuran se han extinguido como un mal sueño al amanecer. La risa maliciosa de las mujeres que te han abandonado sonará durante algún tiempo, hasta que te parezca un murmullo de admiración. Eres más alto y fuerte que el día que llegaste al Continente Negro y eso es una increíble manifestación del poder que llevas dentro. Ahora se trata de demostrar quién eres y lo vas a conseguir haciendo frente al herbívoro que pace junto a su manada. Míralo, no tiene ni idea de lo que le va a pasar. La voluntad y el coraje que sientes empuñando tu formidable rifle de gran calibre transforman tu rostro aniñado. Se acabaron las ambiguas transacciones del mundo que has padecido. Aquí todo vuelve a ser claro y rotundo, como al principio de los tiempos. Los amos de la tierra han vencido de nuevo y tú disparas en su nombre. La victoria sobre el hipopótamo que toma el sol en la orilla de la charca será inolvidable.

Cuando la muerte corroa tus huesos y el semen se te haya podrido en tus flácidos testículos, desdentado y tembloroso, querrás recordar este momento. Y todo aparecerá nítidamente ante tus ojos. Aprietas el gatillo y antes de caer al suelo, el majestuoso elefante, cuyos colmillos querías ver colgados en el salón de tu casa, te dirije una última y extraña mirada.

Leer más
profile avatar
27 de julio de 2007
Blogs de autor

El arte de saber estar en el mundo

El ensayista, filósofo y director de la revista Critical Inquiry, Arnold I. Davidson, es presentado en La Vanguardia como la antiimagen del filósofo engolado. La entrevista que le hacen en París los enviados del periódico catalán lleva su fotografía: un rapero con barba, el cráneo rapado, sonriente y contemplativo.

La entrevista podría haber discurrido por cualquier derrotero –tan amplias son las referencias literarias, cinematográficas y musicales manejadas por el autor- pero en cualquier caso nos habría conducido a la misma proposición: la filosofía es una actividad académica sólo en la medida en que ha perdido su razón de ser.

En el sofisticado alarde conceptual de los actuales maestros de filosofía debemos identificar, además, algo que se parece mucho a la traición. Como si el prestigio administrado por el gremio profesoral de generación en generación no fuera más que un intento por ocultar el verdadero origen y sentido del pensar.

Davidson quiere subrayar el vínculo existencial que acuñó la actividad filosófica: no una opción intelectual separada de la vida, no una institución cultural del Estado, no el inventario histórico de la biblioteca universal. Se trata más bien de un infatigable diálogo entre el individuo y la palpitante y huidiza experiencia de sí mismo.

Dice Davidson que la filosofía es un ejercicio espiritual, una práctica tan recomendable, urgente y necesaria como lo fue hace 2.500 años. Que probablemente resulte hoy en día extraño el comportamiento de un filósofo dispuesto a forjar un estilo de vida y un arte personal, un íntimo y quizá secreto modo de entender el mundo, pero que ningún otro anhelo puede considerarse “amor a la sabiduría”.

Para distanciarse de los ejercicios de ampulosa erudición ensalzados por la tradición institucional europea, Davidson comenta dos ejemplos cercanos a la figura del verdadero filósofo: Francisco de Asís, con su sandalia gastada, rascándose la barba y frecuentando la compañía de los desgraciados y los perros, y John Coltrane, el músico de jazz que nos enseñó a improvisar con virtuosismo inspirado.

Los personajes citados por Davidson ayudan a imaginar cómo se puede sostener a salvo de tanta inclemencia social la sutilísima conciencia de un yo silente, un sí mismo que conoce pero no atrapa, sabe pero no asegura, sospecha pero no teme. Desde este punto de vista, estos dos hombres -el místico de este mundo y el jazzman del otro- son indicios de una habilidad posible.

La acertada expresión arte de vivir -pues no parece quedar en pie ninguna respuesta doctrinal a nuestras preocupaciones- alude a ese vivir  con destreza, sorteando las trampas tendidas, practicado por los filósofos que, pese a todo, como dijo al final Wittgenstein, dicen poco y muestran mucho.

Davidson nos propone una filosofía entendida como un saber estar en el mundo, una ética atenta a los imperceptibles instantes que conforman la totalidad del ser, una estética de la nobleza, una cínica y muy aguda simpleza.

No sé dónde leí la sentencia pero se corresponde bien con lo que propone Davidson. Una norma sencilla a modo de manual de instrucciones sobre la vida y el mundo: estate atento, recuerda quién eres y sé agradecido.

Leer más
profile avatar
17 de julio de 2007
Blogs de autor

El refugio de los fracasados

Un difuso pero extendido temor estremece a la sociedad europea: ¿y si la clase política aprendiera a ponerse a salvo de la periódica renovación que le imponen las citas electorales? ¿A dónde iríamos a parar entonces? ¿Podremos cargar en nuestros hombros con una casta dispuesta a ser útil toda la vida?

No deja de tener cierto sustento el resquemor. Se expresa con tímida torpeza pues los críticos del sistema no desean confundirse con los enemigos del sistema. (Se trata de perfeccionar el invento histórico de la democracia –disolver, diluir, vigilar a los poderes- no de impugnar el más notable de sus logros).

Hay motivos para sospechar que alguien puede estar soñando con la quimera de albergar en las instituciones europeas a los políticos que fracasan en sus países de procedencia. Como si fuera un premio de consolación del que se hubieran hecho merecedores.

Véase el caso de Tony Blair, por ejemplo. Debe salir huyendo del gobierno inglés para no conducir a su partido a la debacle y encuentra rápido acomodo en las altas esferas europeas. Después de contribuir decisivamente a montar el Cristo de Irak, se le encomienda armar la paz entre Israel y Palestina.

Como si fuera la recompensa a unos servicios de dudoso mérito, y pasando por encima del refrendo popular que los ingleses probablemente le habrían negado, alguien se apresura a contar con sus servicios para poner orden en Oriente Medio.

Como promesa a la clase política europea no está mal: aunque hayas organizado una guerra ilegal, aunque hayas propiciado una sangrienta y masiva matanza de inocentes ciudadanos iraquíes, aunque te hayas burlado de la opinión pública y engañado a todo el que tuvo la simpleza de creer en ti, aunque hayas hecho de nuestro mundo un mundo más peligroso, no importa, ven, sube, date prisa, aquí entre nosotros te encontrarás mejor.

Por si tuviéramos dudas, y no bastara el nombramiento auspiciado por los miembros del club más exclusivo de la tierra, un grupo de ministros de Asuntos Exteriores se apresura a darle la bienvenida en un artículo que reproducen los principales periódicos europeos.

El comienzo de esta Carta abierta a Tony Blair no tiene desperdicio: “el mundo se entristece por verle abandonar el primer plano”. ¿El mundo se entristece de ver dimitir a un político cansado, repudiado, chamuscado, quemado por la irritada opinión pública británica?

Después de homenajear sus años de servicio al Reino Unido, los ministros de los Estados Mediterráneos miembros de la Unión Europea, quizá pensando en su propio futuro, celebran que Blair haya aceptado “una misión más compleja, más imposible que todas aquellas a las que se ha consagrado hasta el momento”.

¿Consagrado? ¿Es este el lenguaje de los ministros de la Europa laica? El lector duda por un momento pues quizá está leyendo una diatriba cínica contra el hombre que viaja a Roma para despedirse del Papa de los católicos. Pero no, no hay ninguna broma a lo largo del texto. Se trata de un verdadero panegírico. Y así lo admite sin rubor Moratinos, Kouchner y sus colegas: “conocemos su inventiva y su determinación”.

(Mañana seguiré)

Leer más
profile avatar
10 de julio de 2007
Blogs de autor

La isla devorada por el delirio de grandeza

Cuando tú, lector, vayas a subir algún día al monte de Randa, dejando atrás la pequeña aldea del mismo nombre, atraído quizá por la ilusión de estar a solas con tus pensamientos, podrás vislumbrar desde la cumbre un paisaje insólito: orfebres holandeses repujan con láminas de oro las chimeneas de la ciudad, ebanistas egipcios tallan gárgolas en los aleros de las casas, majestuosos caparazones de nácar cubren los estadios de los atletas, un asombroso bucle de titanio sostiene el elíptico puente tendido entre las islas, transparentes redes diamantinas filtran los rayos del sol, las naves de los potentados hibernan en astilleros subterráneos... O al menos eso es lo que verías si estuvieras intoxicado por los delirios de grandeza que hoy gobiernan el archipiélago.

Por el momento, sin embargo, lo único que alcanzarás a ver desde Randa es un paisaje maltratado: penosas colmenas de ladrillo cuelgan de las escarpadas laderas del litoral, murallas hoteleras se erigen en la orilla de las playas, apretadas divisiones de adosados avanzan por los llanos, anchas autopistas desdoblan sus tentáculos de asfalto.

No es algo de lo que un gobernante pueda sentirse muy orgulloso pero en contra de lo que cabría esperar este paisaje es un motivo de celebración.

Los carteles electorales muestran el rostro risueño de los candidatos, los informativos de la televisión autonómica emiten sus declaraciones triunfales y la prensa comenta su agenda de inauguraciones sin llegar a encontrar en su rostro la más mínima arruga de remordimiento. Ninguna mueca de reflexión estropea el eslogan elegido por el gobernante Partido Popular para atraer a sus simpatizantes: Funciona". Esto funciona, viene a decir el mensaje.

Y no les falta razón. El presidente del Consell Consultiu, máximo órgano jurídico de la Comunidad, una especie de Consejo de Estado en miniatura, no dimite después de ser detenido e interrogado por la policía como sospechoso de tráfico de influencias. Uno de los miembros del mismo consejo es el abogado particular del famosísimo alcalde de Andratx, enviado a prisión por el juez y ahora en libertad bajo fianza. El consejero de Interior que presumiblemente delató la operación de la Guardia Civil contra el alcalde de Andratx tampoco dimite ni sabe por qué debería hacerlo. La aureola de la expedición oficial al club moscovita Rasputín -a cargo de los fondos parlamentarios- no se ha disipado y un guiño de complicidad evoca lo que debió ser una inolvidable jornada de confraternización. El jefe de todos ellos, Jaume Matas, activísimo aforado a salvo de los fiscales, no ha sido juzgado por espiar a los parlamentarios socialistas ni por dirigir la trama de empadronamientos furtivos en Formentera. Su palacete, rehabilitado como vivienda particular, se encuentra, puerta por puerta y tabique por tabique, junto a la sede del organismo encargado de vigilar las finanzas autonómicas: el Síndic de Comptes.

Evidentemente, la cosa funciona. Mientras la policía registra los despachos de notarios y los bufetes de abogados, y los fiscales se queman las pestañas rastreando sus transacciones bancarias, Jaume Matas, actual presidente de la Comunidad y candidato del Partido Popular, convoca a la prensa. Quiere anunciar, junto al arquitecto Calatrava, el Palacio de la Ópera que ha mandado construir en el centro de la bahía de Palma, en el espigón que se alzará sobre las aguas como una monumental consagración valenciana de sí mismo. La Junta Electoral le prohíbe esta flagrante malversación publicitaria y Matas -sólo por esta vez- se muerde los labios.

El candidato Matas mantiene un locuaz diálogo con los famosos y como si creyera en la unción carismática, en la transferencia mágica del prestigio, se fotografía con todos los que puede: el tenista Nadal, el pintor Barceló, el actor Douglas, la modelo Schiffer. Rosa Estarás, su actual vicepresidenta y candidata a presidir el Consell de Mallorca, una institución de rango protocolario inferior, se fotografía con Antonio Ozores.

Una brisa perfumada por el tomillo, un golpe de aire cálido y húmedo, te hará abrir los ojos en el monte de los tres templos, y desde Randa, elevándote sobre el infernal bullicio de los candidatos, comprobarás, lector, que no se puede hablar de las elecciones en Baleares sin hacer un balance de la devastadora maquinaria de la corrupción urbanística en su prepotente plenitud institucional. Pero los adefesios inmobiliarios, los paisajes hociqueados, las urbanizaciones salvajes, la recalificación concelebrada y el reparto clandestino de los beneficios de la especulación entre servidores públicos son una minucia insignificante si lo comparas con el verdadero desastre oculto tras el telón de la evidencia delictiva.

Cada negocio consumado al margen de la ley, cada ganancia ilícita embolsada, acentúa el agravio de las víctimas humilladas. Ni las ves ni las oyes desde Randa, pero están ahí, desperdigadas entre los pueblos de la isla, avergonzadas de lo que ven y del miedo que sienten por saber. Secretarios municipales obligados a transigir, secretarias inducidas a colaborar, funcionarios asustados, pasantes de abogados que teclean cláusulas inteligentes, celadores, guardias municipales, empleados de banca, albañiles; son los testigos inevitables de las operaciones furtivas y lo saben todo. También se han familiarizado con el alarde de impunidad que ostentan sus jefazos, tan displicentes con las cautelosas diligencias judiciales.

Pero necesitarías el olfato místico de Ramón Llull, aquél esteta ermitaño en las cuevas del Puig de Randa, para descifrar el secreto de los avergonzados. Deberías embriagarte con su fe de misionero para adivinar en qué momento el hombre humillado por la corrupción comprende el mensaje electoral. Te haría falta su arrebato de locura divina para descubrir cómo se transmuta el rubor en complicidad. Pues a pesar de tanto oprobio no les falta imaginación para preguntarse: "¿Te imaginas, el día que los inspectores y archivos de la Agencia Tributaria estén en manos de esta gente? ¿Te imaginas, el día que reciban las transferencias de Interior?".

Una joven pareja compra en Andratx un terreno pero no consigue la licencia para construir su casa. Un día encuentra por casualidad a un desconocido, alentado por la autoridad municipal, levantando en su solar un edificio con piscina. Insaciables en su apetito subversivo, los cómplices del desmán urbanístico "no respetan ni la propiedad privada". Así funciona.

Además de ser un templo destinado a ceremonias mayúsculas, la Catedral de Palma es un espléndido negocio por el que cada año pasan -pagando- centenares de miles de visitantes. La nueva capilla de Miquel Barceló se convertirá con el paso del tiempo en un icono universal, en un lugar abierto al culto de la peregrinación mundana. Ante los ojos extasiados del turista se levantan las agrietadas paredes de una caverna submarina decorada con las figuras de una suprema sinfonía sensual: quizás la más descarada obra de arte instalada nunca en un recinto religioso. Con deslumbrante inspiración, con el formidable talento del que ha hecho gala, el artista ha concebido una monumental epifanía erótica. Evocando deleites inequívocamente paganos, convocando los placeres de la joie de vivre, pulsando las emociones de un mundo ya redimido, libre al fin del circunspecto cilicio gótico, Barceló ha derramado los estimulantes frutos del mar -escurridizas lampugas, pulpos ansiosos, caracolas y erizos- y de la tierra -higos, racimos de uvas y sandías- a los pies de un Cristo resucitado, desnudo y feo. La única concesión que negoció el artista fue disimular los cojones que obviamente debían colgar de su entrepierna.

Si el obispo encargado de custodiar la Catedral fuera un fiel intérprete de las revitalizadas esencias cristianas de la Conferencia Episcopal Española pondría el grito en el cielo y clausuraría, con un ardiente entusiasmo integrista, la capilla de Barceló. Pero a su manera también él comparte el relativismo acomodaticio de la derecha mallorquina, impresionada por la eficacia pragmática del esto funciona.

Sí, lector, son muchas las cosas que verás si subes a Randa. Lástima que la estatua de Ramón Llull, tan golpeada como lo estuvo el herético beato antes de morir, no pueda parodiar con nosotros al poeta Villon: ¿dónde están los ladrones de antaño? ¡Qué tiempos aquellos, verdaderamente! Cuando un hombre podía ser víctima de un atraco sin padecer además el desprecio de sus amigos...

Ajenos a la ruina moral que corroe las entrañas de la isla, los publicistas pulen las versiones del mensaje electoral y enseñan a la ciudadanía consternada el botín de la menstrual y carnicera avaricia. A fin de superar el miedo a la ley -un estorbo para que esto siga funcionando- ventean su hostilidad contra jueces, guardias y fiscales y dedican una pletórica ristra de elogios al club ser alguien en Mallorca.

Toma nota, lector, ahora que todavía estás en Randa, pues todos hemos sido invitados a este festín. En el bien entendido de que los primeros en llegar serán los primeros en comer.

Artículo publicado en: El País, 26 de mayo de 2007.

Leer más
profile avatar
28 de mayo de 2007
Blogs de autor

El condenado anhelo de vivir

No creo que el título elegido por el autor sea el más recomendable, pero sin duda lo es la lectura de su libro. Pankaj Mishra se ha propuesto estudiar la huella del budismo en el mundo y a ciencia cierta que, a juzgar por lo que cuenta en las páginas de Para no sufrir más (Anagrama), ha conseguido seguir su rastro y averiguar dónde se encuentra ahora.

Educado en el seno de una familia hinduista empobrecida, ciertamente cansado de la agobiante tradición nacional, el escritor indio buscó refugio y tranquilidad en una pequeña aldea de los Himalayas con ánimo de sentarse a leer y estudiar todo cuanto se ha escrito sobre el fundador de la única religión sin dios de cuya existencia tenemos noticia.

El resultado es una atractiva y nada piadosa narración sobre la influencia intelectual de un príncipe que hace 2.500 años se parecía más a Sócrates que a Jesús. La investigación llevada a cabo por Mishra considera las formas de religiosidad popular suscitadas por la doctrina budista, pero su agudeza reflexiva se detiene en la esencial contribución del budismo a la filosofía y a la psicología.

El autor adopta la exigencia racionalista anunciada por el Buda y se mantiene escépticamente ajeno a las fantasías mistéricas del temperamento humano. Enjuicia con severidad a los creyentes y no da más crédito a los devotos fascinados por el prestigio oriental –esos vagabundos del Dharma que deambulan con frivolidad típicamente occidental- pues los considera igualmente caídos en el espejismo de la ilusión.

El argumento expuesto por el Sócrates de Oriente –más parecido sin embargo a un médico que a un maestro- se limita a reiterar una nada complaciente consideración: el engaño de los sentidos nos empuja a una inevitable decepción, el ansia defrauda las expectativas, el desengaño produce dolor, propicia el íntimo abatimiento y, finalmente, la silenciosa desesperación que corroe a los hombres.

Guerra, debacle y espanto en un mundo sometido al disturbio permanente ofrecen un penoso espectáculo pero lo único que por el momento parece mitigar su perturbadora influencia es considerar la paradoja del sufrimiento: a más miedo, más dolor.

La propia metamorfosis de Mishra a lo largo de su dúctil y preciso relato, en el que veremos dibujadas las convulsiones anímicas que alteran insistentemente la débil conciencia de su yo, constata este extraño rumor.

Obviamente, el libro concluye, pero el interrogante hilvanado a lo largo de sus 390 páginas queda en el aire. Como todo lo dicho y repetido por los racionalistas de aquél tiempo: la existencia es decepción y el mundo arde por los cuatro costados.

Leer más
profile avatar
24 de mayo de 2007
Blogs de autor

El miedo al pasado

Günter Grass adopta una distinción sin la que no podría atreverse a pelar la cebolla de su larga vida, pues entre el recuerdo y la memoria finalmente cumplida media la voluntad de ser, la terca y orgullosa voluntad de saber qué fue, pese a todo, lo que ocurrió mientras vivimos. No a nuestro alrededor, tan solo, sino en uno mismo. Estancia a veces tan velada.

No en balde la escritura es el más decidido acto de la conciencia y ésta noble actividad de la mente, la única fuente de certeza razonable sobre el enigma del yo en el vasto océano del tiempo pasado.

Ser un severo observador de sí mismo y prestar a tu país la oportunidad de contemplarse a través de un ciudadano audaz, atrevido, inmisericorde.

Simultáneamente, mientras Grass presenta en Madrid su autobiografía, Pelando la cebolla (Alfaguara), la editorial Taurus publica las memorias de Joachim Fest, Yo no. El testimonio de la resistencia de su familia ante el acoso de los jerarcas nazis.

El historiador y periodista alemán, fallecido el año pasado, autor de la más completa biografía de Hitler, comienza su relato declarando “me he propuesto recordar”. Un nuevo gesto de la ejemplar voluntad desplegada por ilustres alemanes capaces de enfrentarse al vergonzoso pasado de su país.

Los dos libros, el de Grass y el de Fest, contrastan con la tacaña y miope cobardía española, tan reacia a juzgarse como a comprenderse. Escondida aún tras los supuestos logros de la glorificada Transición política. Un pacto que poco a poco, sobre todo desde la renovada y flagrante negativa de amplios sectores de la población a exhumar los cuerpos de los fusilados y enterrados furtivamente ¡en 1936!, se revela como un vulgar juramento de castas empeñadas en poner a buen recaudo sus propios secretos familiares.

Leer más
profile avatar
22 de mayo de 2007
Blogs de autor

A vueltas con Carlos Monsivais

En el semisótano de la Casa de América.

La conversación fluye, alegremente inconsecuente. Se nos aparecen las caras de los escritores ausentes -impávidas-, el verbo florido de los diletantes -inquietos-, el genio burlón de los maliciosos -expectantes-, el ímpetu erótico de algunas cantantes -tacaño-, las mejores e inolvidables anécdotas del ingenio popular -admirables.

Son menciones que surgen por azar. Las hay que se extinguen por si solas. Otras sin embargo, nos hacen dudar. ¿No habrá detrás de esta charla de restaurante una intención, después de todo?
¡Ah, si entre los hombres fuera tan sencillo! Comentar los hechos, o los libros, como si no nos importaran. ¡Cuánta prudencia!

El que delibera sin ánimo de convencer merece agradecimiento. ¡Quién se resiste a charlar con estos hombres! A escucharlos, sobre todo.

Como la predisposición de Monsivais es la misma, a veces se incurre en un benefactor silencio. La pausa que la conciencia necesita para comprender la escena en la que se ha metido. Cuando las palabras no surgen abrasadas por la exaltada pasión de los arrebatados, ¡cuánta complacencia se respira!

Monsivais, al menos el Monsivais que ahora trato, se limita a mencionar, aludir, sugerir. No sólo una pedagogía de la conversación, sino una filosofía de la resignación. ¿Vale la pena hablar tanto? Si de vez en cuando nos hiciéramos esta pregunta, nos salvaríamos de un inútil despilfarro.

Monsivais no agota los asuntos que cita. Los deja discurrir, como si fueran parte de nosotros, comensales en tránsito hacia quién sabe dónde.

Leer más
profile avatar
21 de mayo de 2007
Blogs de autor

El humor de Monsiváis

Aunque no suelo echarla en falta, el encuentro con Carlos Monsiváis en Madrid me recuerda aquella esencial certeza: el humor como la más alta expresión de la inteligencia.

Obviamente, su ejercicio provoca sonrisas y, a veces, hilaridad. Pero conviene no dejarse confundir. Hay muchas cosas que nos hacen reír y no todas son producto de la sagacidad que admiro en Monsiváis. Un hombre ridículo, por ejemplo, inspira una inconfundible carcajada cruel. Y nada hay en ella de elogioso. Al contrario.

La cualidad del humor, de tan elevada elegancia por otro lado, nada tiene que ver con el chiste ni con el humorismo terapéutico de los que están hartos y no saben cómo zafarse.

En el humor de Monsiváis hay ternura, aunque sería imperdonable que hubiera misericordia. De hecho, el origen de ese humor divino hay que buscarlo en la mirada que lo ve todo a su pesar. La mirada del que, además, no sale de su asombro.

Monsiváis habla de la crónica, el género periodístico y literario que sólo puede practicar un hombre sorprendido. Monsiváis se pasea por la descomunal ciudad de México y no deja de contemplar la metamorfosis de un milagro en perpetua ebullición. Dice: “...y entonces me encomiendo a los dioses en los que en ese momento creo”.

El humor de Monsiváis es un benevolente juicio: una apostilla y una sentencia, pero no una losa. Uno puede seguir vagando alrededor de sí mismo mientras el humor lo absuelve por anticipado.

Leer más
profile avatar
18 de mayo de 2007
Blogs de autor

Los curas de Vallecas

No sé hasta qué punto es lícito entrometerse en los conflictos internos de una iglesia, ahora que los laicos les invitan cordialmente a recluirse en los asuntos de su exclusiva incumbencia.

Pero en este período de tránsito, dominado todavía por la reticencia eclesiástica a abandonar los fastos de la política, nos vemos obligados a considerar la alarma social que provocan algunas de sus decisiones.

Lo hemos visto estos días en la televisión: una aglomeración de vecinos inquietos en las puertas de su parroquia, en el distrito madrileño de Vallecas, apoyan a los sacerdotes amenazados de desahucio y expulsión por su obispo.

Por lo visto, y esto lo hemos podido averiguar escuchando el enfado de los parroquianos, los curas repudiados por el obispado madrileño han llevado su vocación evangélica hasta un extremo que la jerarquía considera impertinente.

La parroquia, las cuatro paredes de un modesto edificio de barriada, se ha convertido en el refugio permanente de una corte de miserables: drogados, emigrantes, mujeres apaleadas, desarraigados y borrachos; probablemente, algunos de ellos delincuentes habituales.

La protesta ha sido enérgica y los vecinos han prometido levantar, si fuera preciso, barricadas y, desde luego, la voz, que la tienen la gruesa. Les parece intolerable el trato destemplado que la Iglesia de Madrid da a los más sacrificados y heroicos intérpretes de su Evangelio.

Los portavoces del cardenal Rouco Varela han publicado sus razones, aunque muy molestos con la injerencia mediática en asuntos que, efectivamente, consideran privados. Estos inconvenientes, afirman, no deben ser aireados pues el tumulto no contribuye a resolver conflictos tan delicados.

Aún así, al final ha salido a la luz la acusación. Por lo visto, las normas litúrgicas vigentes en la Iglesia española deben cumplirse a rajatabla y la jerarquía exige a sus miembros el estricto cumplimiento de la ordenanza.

El conflicto parece inevitable: los curas de Vallecas no tienen tiempo para lindezas. Con las manos sucias de cuidar a desgraciados, no pueden contribuir a la majestuosa escenografía episcopal. Además, para más INRI, resulta que, por su cuenta y riesgo, han llegado a conclusiones que a los obispos les parecen escalofriantes. El confesionario, por ejemplo.

Rodeados de seres sufrientes y después de contemplar durante casi cuatro décadas a los que parecen nacidos para llevar en sus espaldas el particular martirio de su cruz, no saben cómo podrían sentarse a escuchar la confesión de sus pecados. Consideran que bastante penitencia llevan a cuestas y les parece ridículo administrar un perdón que no se consideran autorizados a conceder. ¿Cómo perdonar a la esposa de un borracho cuyo hijo con Sida le roba para comprar heroína adulterada a los traficantes de las chabolas?

Leer más
profile avatar
20 de abril de 2007
Blogs de autor

Antes de fundar Macondo

Antes de contarnos cómo se fragua la confundida rabia de vivir, en Cien años de soledad se nos dice dónde empezó todo. Un crimen de honor y el fantasma del remordimiento, como todos saben, empujan a José Arcadio Buendía al destierro y lo arrastran durante veintiséis meses por la selva hasta que oye en un sueño el nombre de Macondo. Alentado por el agüero, y cansado de andar dando tumbos, Buendía clava la primera estaca de la nueva aldea.

Antes de que Gabriel García Márquez escribiera la epopeya de los Buendía hubo, sin embargo, otros hombres resueltos a buscar en la misma Sierra Nevada de Santa Marta un lugar donde empezar de nuevo y fundar esa ciudad libre de los males que fustigan al hombre.

El geógrafo francés Eliseo Reclus fue uno de ellos y vivió en una época en la que, con la adecuada confianza en las propias fuerzas, todo parecía posible.

A causa del golpe de Estado de Luis Bonaparte -al que Víctor Hugo, también exilado, llamó Napoleon le Petit- Reclus abandona Francia y emprende un viaje por Inglaterra, Irlanda y Estados Unidos que acaba en las costas de Nueva Granada.

No son tiempos propicios al amargo desaliento y el geógrafo, que tiene veinticinco años, está henchido por el entusiasmo de su generación. Instruido con las infalibles previsiones de La Edad de la Razón -probablemente con el libro de Tom Paine en el macuto-, el joven Reclus se deja llevar por la poderosa corriente ilustrada que todavía ilumina la imaginación europea. En la cubierta de la goleta El Narciso que lo lleva desde Portobelo hacia Cartagena de Indias, Reclus tiene como único equipaje el colorista catálogo de ideas -la Ciencia, la Industria, el Trabajo, la Dignidad- destinadas a cambiar la faz de la Tierra.

El viajero posee las formidables dotes de observación que Flaubert prestaba a sus personajes -Reclus hubiera sido un buen compañero para Bouvard et Pécuchet- y con insaciable afán contempla el aspecto de los fenómenos que a su alrededor confirman la vasta extensión del mundo. En la orilla caribeña de Colombia empieza a practicar su oficio el geógrafo cuya obra admiraría con tanto fervor su contemporáneo Julio Verne pero antes de entregarse en cuerpo y alma a redactar el enciclopédico inventario de la Tierra, Reclus creyó haber encontrado en los valles vírgenes de la Sierra la oportunidad para un nuevo contrato social.

Su libro -Viaje a la Sierra Nevada de Santa Marta- es la minuciosa rememoración de aquel desengaño pero así como el fracaso de la república no hace mella en su optimismo político, tampoco el intento frustrado de fundar una nueva tierra debilita la esperanza ilustrada que hasta su muerte siguió cultivando.

"Yo he visto en acción al antiguo caos en los pantanos en que pulula sordamente toda una vida inferior". Y desde ahí Reclus asciende a las cumbres de la montaña, baja a los barrancos, sortea las marismas y recorre los confusos senderos de la ciénaga. Se enfrenta a jaurías de perros salvajes y a la picadura de insectos y garrapatas. Bordea riscos, salta torrentes impetuosos y se deja la piel en la maraña de espinos que hacen impenetrables los remotos rincones de la Sierra.

Busca un lugar para fundar su innovadora colonia de productores, calcula los costes de la explotación agrícola, imagina la red de canales necesarios a la exportación de los productos cosechados y enumera las utilidades de la riqueza de este modo conseguida.

En la Sierra Nevada que ha elegido como patria futura, Reclus se regocija con el esplendor que una Naturaleza pletórica pone a sus pies. Los higos, las papayas, los nísperos que brotan espontáneamente de la tierra le inclinan a ser frugívoro y a abandonar el régimen de carne y sangre de los mataderos de reses. Celebra la armonía indescriptible que le rodea -aunque el inmenso lienzo de la prosa retiene los frutos de su entusiasta mirada- y siente el pálpito de las nuevas emociones: el vago centelleo de la Vía Láctea a través del tembloroso follaje, el aire voluptuoso que respira, la exuberante fertilidad y la cortesía enteramente castellana de sus nuevos amigos. La dicha de contemplar el espectáculo de la Sierra sólo se interrumpe cuando millares de mariposas blancas revolotean a su alrededor ocultando la grandiosidad del paisaje.

El júbilo del explorador, sin embargo, no se libra de las sombras que aparecen en su camino. Lo primero que recuerda haber encontrado al llegar a Cartagena de Indias es a dos hombres de mirada feroz con sus machetes en alto, arengados por una multitud ebria que grita "¡Mátalo! ¡Mátalo!" y una corte de mendigos cuya miseria le espanta. El olor fétido de los pantanos -"cubiertos de una eterna nata vegetal" se dice en Cien años de soledad-, los tufos pestilenciales y los miasmas palúdicos le revelan esa otra cara de la naturaleza "pérfida y encantadora de los trópicos". La picardía de los tratantes y mercaderes le desconcierta y al final aprende a desconfiar de la absurda palabrería y de las promesas hechas sin intención de ser cumplidas. "Llaga de las sociedades en que domina la influencia castellana".

Gracias a su formación científica Reclus conserva el estado de ánimo a salvo de las contrariedades. El contratiempo que hubiera sido causa de un enojado malestar, contribuye a estimular su curiosidad y lo ayuda a comportarse como un observador desapasionado. Pero antes de abandonar para siempre su sueño americano, Reclus se demora recordando a los indios de la Sierra que tanta hospitalidad le ofrecieron.

La mirada arrogante de los aborígenes, la altiva y radiante belleza de sus mujeres y el andar imponente de todos ellos, hace más espléndida la amabilidad que impresiona a Reclus. Los indios le nombran persona sagrada y ésta parece ser la única imagen que su memoria retiene libre de reproches. Para los guajiros, recuerda Reclus con admiración, "la verdadera aristocracia es la de la belleza".

Sin embargo, las penalidades se suceden y mientras va perdiendo por los caminos de la Sierra Nevada de Santa Marta socios heridos, monturas despeñadas, perros muertos de cansancio, víveres y mercancías, Reclus agota sus energías y cae enfermo. Las fiebres lo debilitan hasta el delirio y sin más ayuda que sus exiguas fuerzas se pierde por la selva hasta llegar medio muerto a una aldea de leprosos. Son estos desamparados los que comparten con el extranjero de aspecto moribundo sus plátanos y lo salvan dejándole beber en la vasija común.

Después de dos años de empecinada travesía por la Sierra Nevada de Santa Marta, Eliseo Reclus da su brazo a torcer, renuncia a levantar la ciudad igualitaria y regresa a Europa. Pero su empeño baldío se transforma tiempo después en el hermoso relato de una doble aventura. Su crónica es la evocación nostálgica de un viaje de iniciación a la vida y el testimonio de un ensayo fallido cuya lección tardaría mucho en comprenderse. A mediados del siglo XIX no se podía adivinar la concordancia entre el fracaso de Reclus y nuestras más recientes desilusiones. En el epílogo de su libro, el autor lo confiesa con franca caballerosidad: "vi oprimido mi corazón por una verdadera angustia, pues la naturaleza virgen es bella pero de una tristeza infinita".

Haber intuido la existencia de una desoladora amenaza en el corazón de la tierra anhelada, como si fuera un maleficio aguardando la llegada de los ilusionados viajeros, y disimular la decepción con el optimista temple de los revolucionarios del siglo XIX, hace de Reclus uno de esos profetas menores al que su época no puede descifrar y al que las generaciones futuras sólo pueden olvidar.

Imaginar al autor del gran corpus descriptivo del mundo, sentado en su gabinete, rememorando los días en que siendo un joven geógrafo ya era un viejo pionero de sueños condenados, verlo escribir su metódico inventario entre astrolabios, brújulas y sextantes, conservando vívida en su memoria la sensación de aquella insondable tristeza, hallada cuando en un último y revelador vistazo descubrió lo que en verdad está oculto tras la belleza del Paraíso, puede ayudarnos a entender el desengaño de nuestro tiempo. ¿A quién se le ocurriría hoy la feliz idea de empezar de nuevo?

Ahora, cuando tantos indicios nos abruman con el presagio de una fatigada y violenta decadencia, en lo que parece ser el inicio de un lento y desorientado ocaso cultural, quizá haya llegado el momento de reconocer que, como aquella estirpe condenada a cien años de soledad, tampoco nosotros tendremos una segunda oportunidad sobre la tierra.

Artículo publicado en: El País, 13 de abril de 2007

Leer más
profile avatar
13 de abril de 2007
Close Menu