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Escrito por

Basilio Baltasar

Basilio Baltasar (Palma de Mallorca, 1955) es escritor y editor. Autor de Todos los días del mundo (Bitzoc, 1994), Críticas ejemplares (BB ed; Bitzoc), Pastoral iraquí (Alfaguara), El intelectual rampante (KRK), El Apocalipsis según San Goliat (KRK) y Crítica de la razón maquinal (KRK). Ha sido director editorial de Bitzoc y de Seix Barral. Fue director del periódico El día del Mundo, de la Fundación Bartolomé March y de la Fundación Santillana. Dirigió el programa de exposiciones de arte y antropología Culturas del mundo (1989-1996). Colabora con La Vanguardia y con Jot Down. Preside el jurado del Prix Formentor y es director de la Fundación Formentor.

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Crónica espiritual de una nación

El cronista perfecto de la campaña electoral española debería renunciar a contar lo que sucede y limitarse a dar cuenta de lo que le sucede.

Esto es, describir los estados de ánimo que cada nueva noticia le impone con estruendo.

Cuando el cronista contempla la entrevista que Iñaki Gabilondo le hace a Mariano Rajoy en Cuatro, debe compartir el estupor del presentador ante las insólitas respuestas de Mariano Rajoy.

Será inolvidable la mueca de asombro que puso el periodista Gabilondo: se ve que hace lo posible por creer en su interlocutor pero a duras penas llega a vencer la tentación de llevarse las manos a la cabeza y decir: ¡pero, hombre de dios! ¿a dónde va usted con eso?

Poco después, la plana mayor del Partido Popular hace suyas las maniobras incendiarias de la extrema derecha europea, las arrastra hacia España y se pone al frente de la ignorancia popular española.

Rajoy da forma política al miedo, modula el resquemor, organiza los prejuicios y agita la cabeza del nuevo enemigo.  Para el candidato Rajoy no hay duda: el latente rechazo al emigrante galvanizará las confusas propuestas de su Partido. No le importa que su oportunismo populista inyecte virulencia a la hostilidad racista, desinhiba la agresividad clasista. Qué más le da. Lo que Rajoy quiere es la Presidencia del Gobierno.

Si los fenómenos residuales de xenofobia adquieren gracias a su decisiva intervención el rango de alarma social, si los elementos violentos de la sociedad se organizan gracias a su guiño amoral, si el desdén de los ciudadanos por los extranjeros se confunde con los motivos de la pesadumbre social (agobios económicos, incertidumbre laboral, cansancio vital en barrios maltratados por el diseño urbano), el candidato Rajoy verá de este modo confirmado el acierto que sus asesores tuvieron al recomendarle que perdiera la vergüenza.

 

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12 de febrero de 2008
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La baraka del candidato Zapatero

En nuestra democracia televisada, en donde tanto importa el impacto de las noticias fugaces y tanto cuenta el aspecto de los candidatos, el ganador se acerca a su victoria cuando aprovecha bien los defectos del adversario.

Aunque del candidato ejemplar se espera la modélica elegancia de los oradores -que publicite sus propias virtudes y reitere hasta la saciedad las desmesuradas promesas de campaña- lo cierto es que a veces parece inevitable el uso malévolo de los vicios que la moral censura.

La befa, por ejemplo. O la difamación, sin ir más lejos.

Si Zapatero fuera un rival salvaje no dejaría pasar de largo, como incomprensiblemente hace, los numerosos motivos que le brinda el Partido Popular.

Pero Zapatero prefiere el estilo pedagógico que le distingue y apenas se detiene a considerar las infaustas circunstancias en que anda enredado Mariano Rajoy. Cualquier otro se relamería los labios de gusto y pegaría dentelladas inolvidables al consternado enemigo.

La mímica de Rajoy delata los agobios de un hombre apesadumbrado por el peso que le ha tocado llevar encima. Sin duda, comparte el ideario extremista que hoy domina a su partido y se identifica con el tremendismo que agita en sus mítines. Pero hay algo revelador en la forzada impostura que arrastra con pesar. El anonadamiento de un hombre que está seguro de haberse equivocado y sin embargo no consigue averiguar ni cuándo ni en qué.

Rajoy se deja derrotar en público cuando Esperanza Aguirre, la Presidenta de la Comunidad de Madrid, le exigió cerrar el paso apresurado de Alberto Ruiz Gallardón, Alcalde de Madrid, hacia la jefatura del partido. A cambio de nada, Rajoy ha perdido el activo que le permitiría reforzar su candidatura entre los centristas reticentes.

Si Zapatero dejara suelto su instinto asesino haría trizas al pobre Rajoy. Lo presentaría como un calzonazos acosado por Aguirre, Zaplana y Acebes, como un empleado de José María Aznar, y se preguntaría en público tantas veces como fuera necesario ¿qué cabe esperar de un candidato que ni siquiera manda en su partido?

Sin embargo, Zapatero prefiere confiar en su buena suerte en lugar de explotar la mala suerte de los demás.

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29 de enero de 2008
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Ambiente electoral

Los políticos españoles no confían en el dios de sus padres ni en el destino que los tutela con capricho. A ninguna fuerza superior dedican sus plegarias pues les basta el amparo de la ignorancia popular.

¿Qué tienen en común Rajoy, Aznar, Solbes, Joan Saura, Ibarretxe? Acudamos a sus recientes discursos, por no ir más lejos ni caer más bajo, y veamos cómo excitan y rinden disimulado homenaje a la irritante pero arraigada incultura política de la sociedad española.

Rajoy enhebra su verborreica admonición catastrofista confiando en que ninguno de sus interlocutores la cotejará con la realidad.

Aznar señala a la izquierda española como la más radical de Europa, dando por supuesto que nada le importa a su público la falsa imputación.

Solbes ensaya su expresión profesoral ante las cámaras para transmitir aplomo mientras, a su espalda, las Bolsas de medio mundo se hunden con estrépito.

Joan Saura aparece en su podio para despreocupar a los ciudadanos y relativizar los indicios acerca de una red yihadista en Barcelona.

Ibarretxe se azota la espalda como víctima inmolada en el altar de la Constitución española, dando por seguro el fervor de sus fieles seguidores.

Ni el más mínimo rubor en sus semblantes, ninguna vergüenza oculta en el tono de su voz. Tanto les da.

La exasperante pobreza de los discursos y declaraciones públicas, dirigidas a un auditorio intelectualmente minusválido, acostumbrado a maltratar los datos, despreciar los hechos, son la más fehaciente prueba de nuestra indigencia política. El más pesado lastre de nuestra ilusión democrática.

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28 de enero de 2008
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La buena voluntad de poder

El sarcasmo que los voceros de la derecha española le dedican no revela nada sobre el extraño proceder del Presidente español. ¿Hará falta un experto que nos ayude a discernir las claves ocultas de su pensamiento político?

Antes del pasado verano los íntimos colaboradores de Zapatero en la Moncloa le aconsejaron adelantar la fecha de las elecciones generales. Se trataba de evitar el riesgo de la crisis económica que, ya entonces, los más lúcidos se atrevían a temer. Un vuelco inesperado en la boyante tendencia económica haría temblar la columna vertebral del discurso político. Y era preciso proteger el más destacado rasgo de identidad acuñado por Zapatero: el optimismo, el vigor de la buena voluntad de poder.

Al parecer, Zapatero se opuso vehementemente a aprovecharse de las prerrogativas del cargo. Como su doctrina le impele a ejercer a toda costa una ejemplar actitud de principios, decidió respetar el plazo máximo y convocar las elecciones el 9 de marzo. Lo hizo -dicen que dijo- por "pedagogía política". Esto es, para enseñar a los ciudadanos cómo deben hacerse las cosas.

Esta preocupación del Presidente por la didáctica pública adopta modos y expresiones que no siempre llegan a entenderse. Pero permite identificar iniciativas que de otro modo parecerían caprichos personales.

La Alianza de las Civilizaciones, por ejemplo. Que se haya celebrado en Madrid y en período electoral esta esperada cumbre no se debe a que la agenda intercultural del Presidente forme parte de las preocupaciones urgentes del ciudadano español. De hecho, por loable que sea el esfuerzo invertido en construir espacios de diálogo y reconocimiento, resulta que al ciudadano convocado a las urnas le parece ornamental e indescifrable la propuesta liderada por Zapatero en la escena internacional.

El podio prestado a Erdogan para ensalzar la paz entre culturas y religiones contrasta vivamente con las incursiones del ejército turco en el norte de Iraq -con el permiso de Estados Unidos y de la OTAN- persiguiendo a guerrilleros kurdos pero acribillando al que se ponga por delante.

Tampoco se entiende, por buena que sea la voluntad puesta en ello, el significado de la tolerancia proclamada por la Alianza cuando las señoras invitadas deben asistir a las sesiones embozadas con un velo, cumpliendo así las normas que ordenan el lugar de la mujer en este extraño mundo de patriarcas airados.

Pero si todo comportamiento gubernamental es pedagogía política no debe rechazarse de un plumazo la contradicción del que nos convoca a compartir una política de buenos sentimientos.

Al día siguiente de clausurarse las rimbombantes sesiones de la Alianza de Civilizaciones, la primera medida del consejo de ministros del gobierno de España fue venderle a Marruecos un artefacto que, según dicen los periódicos, consta de "ocho juegos de lanzadores de bombas de aviación". La venta se considera una "prueba de hermandad" dada por España a Marruecos pues en lugar de cobrar 86.848 euros -su precio de mercado- se facturará un euro simbólico.

La proximidad entre las dos operaciones gubernamentales -la cumbre de la Alianza de Civilizaciones y el obsequio de armamento al vecino marroquí- podría considerarse una exagerada muestra de desfachatez, pero hoy nos sentimos obligados a descifrar el significado de una pedagogía política más astuta de lo previsto.

¿Qué pretende decir con tan sutiles gestos el gobernante?

Al escéptico que no comulga con fervores utópicos le descubrirá el anverso de la retórica publicitaria gubernamental: los buenos deseos no nos eximen de cumplir complicidades temporales.

Al adversario que ridiculiza el alarde de las buenas intenciones le da una lección de realismo político: soy más de lo que imaginas.

Al ingenuo que no acaba de creérselo le da un par de palmaditas en la espalda: algún día lo entenderás todo.

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23 de enero de 2008
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El estilo de Zapatero

Que los procesos electorales en España y USA coincidan en el tiempo nos permitirá apreciar semejanzas no siempre tranquilizadoras.

Los que atizan con recelo la mercadotecnia de los publicistas americanos tienen a tratar con indulgencia a los candidatos españoles, como si su fervor doctrinal fuera una garantía de pureza política.

Lo habitual hasta ahora ha sido creer que entre nosotros predomina el énfasis ideológico y que ellos son más propicios a cultivar el alarde sentimental.

La lágrima de Hillary Clinton en el estado de New Hampshire confirma el alcance que la astucia teatral adquiere en una sociedad caracterizada por la credulidad. Su sollozo alteró los resultados previstos y se alzó con la victoria.

La ingenuidad como rasgo nacional típicamente americano es perfectamente compatible con cualquier vicio pero caracteriza los actos institucionales de una sociedad dispuesta a entregar su confianza a los que se suben al podio a reclamarla.

La estafa sentimental, sin embargo, es más ofensiva que la estafa ideológica, pues remueve en su beneficio ámbitos que deberían quedar fuera del litigio público. No cumplir el programa electoral prometido a los votantes no es tan grave como conducirlos por la senda del engaño a creer en el candidato.

El contrato que promete medidas incumplidas ofende menos. El contrato que reclama confianza ciega defrauda más.

El primero se dirige a la razón deficiente. El segundo, al corazón confundido.

Es precisamente en esta dicotomía en donde encontramos claramente destacada la novedad que el candidato Zapatero incorpora al panorama electoral español. El empeño con que pone de relieve la naturaleza épica de su YO es una sorpresa a la que debemos prestar atención.

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15 de enero de 2008
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Carla Bruni se queda en casa

Aunque no debería parecernos una imputación ofensiva, lo cierto es que Sarkozy sigue los pasos de George Bush. Los dos están de gira en Oriente Medio.

En la imagen distribuida por Reuters, el presidente norteamericano sostiene en su brazo la figura regia de un halcón al que mira con una mezcla de curiosidad y respeto. Su agenda de actividades incluye estos episodios folklóricos pero lo prioritario es consolar a las tropas americanas acuarteladas en la zona de guerra, anunciar la reducción de los efectivos humanos destinados a luchar (y morir) en Iraq y pronunciar algunas arengas y estimulantes bravatas.

A sus anfitriones árabes, tratados siempre como aliados, les dedica tartamudas proposiciones diplomáticas. Ahora se trata de convencerlos para organizar un frente común contra los persas. Hace unas semanas USA reconoció que Irán no tiene el programa nuclear que tanto nos alarmó meses antes de Navidad. Ahora, Bush, el pato cojo, vuelve a la carga: Irán es el santuario del terrorismo internacional. ¿Debemos creerle? ¿Servirá de algo a partir de ahora la palabra de honor de un presidente norteamericano? No hubo armas de destrucción masiva en Iraq, no hubo programa de armamento nuclear en Irán... ¿O nos conducirá nuestra adocenada ingenuidad europea a un nuevo bochorno?

La visita de Sarkozy pertenece al protocolo de la grandeur que imagina para su Francia, aunque eso suponga compartir con los norteamericanos un antiguo propósito: postergar indefinidamente la puesta en marcha de una política exterior europea.

La visita de Sarkozy a Arabia Saudí -como consejero delegado de la coalición nacional de empresas energéticas francesas- será eficaz, aunque para ello deba dejarnos a todos en ridículo: Sarkozy, que considera a Arabia Saudí un "aliado ineludible, moderado y estable", acepta que su querida Carla Bruni se quede en casa. ¡Cuánta alegría debe sentir Benedicto XVI, el Papa preconciliar que mira con mala cara a los divorciados!

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14 de enero de 2008
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Nápoles como augurio

La verdad realmente incómoda no es la que Al Gore denuncia en su película y en sus discursos. No es la que hasta ahora se han negado a mirar de cara los gestores de la industria mundial y los administradores institucionales. Más que incómoda, la verdad de la que hablamos es insoportable.

Por devastadores que vayan a ser los efectos del cambio climático, por traumáticas que sean ya sus consecuencias, lo cierto es que tras la alarmada profecía ecologista se oculta una certeza todavía más terrible. Una verdad más hiriente, descarada y ofensiva. Una verdad que colapsará nuestras últimas ilusiones.

La verdad insoportable es que no podemos hacer nada para evitar la catástrofe. La maquinaria de envenenamiento ambiental que hemos edificado sólo podría corregirse imponiendo a la población una brutal recesión económica. El dilema entonces no consiste en ir a peor o rectificar a tiempo sino en elegir qué tipo de catástrofe estamos dispuestos a soportar: la crisis social derivada del fin de la sociedad del bienestar o la crisis ecológica. Cerrar las fábricas de automóviles, por ejemplo, para evitar nuestra individual contribución al más contaminante de los venenos, obligaría a dejar en el paro a millones de trabajadores en todo el mundo.

En Nápoles podemos ver las primeras representaciones de la tragedia: una multitud furiosa descubre a su alrededor el detritus que ha generado y con gran espanto contempla el incendio de las montañas de basura, las ratas cebadas por sus restos orgánicos, las epidemias a flor de piel, los tumores reproduciéndose en sus entrañas y la neblina permanente de los malos olores. La Camorra italiana forma parte de la obra, desde luego. Pero la queja de los políticos sobornados o amenazados por la delincuencia organizada no vale como excusa.

La ciudad ha descubierto demasiado tarde los síntomas de su impotencia.

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12 de enero de 2008
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Los mundos imaginarios

Conserva un buen recuerdo de aquellas cenas de Navidad. Encuentros familiares a los que asistía con impaciente curiosidad. Era precoz, tímido y espabilado: entendía el mundo de los adultos y sus complejas estratagemas. Ampulosas muestras de afecto dejaban paso a fatigadas banalidades. Onerosos silencios prolongaban el eco de frases impertinentes pronunciadas cada año con la misma regularidad. No siempre acertaba a descubrir a la víctima de las alusiones inocentemente aireadas, pero creía ver el rastro humeante que su trayectoria dejaba al cruzar de lado a lado la mesa del banquete.

Su resistencia al sopor era rara en un niño de su edad pero sólo él sabía cuánto deseaba asistir al torneo de todos los años. El enfrentamiento entre su padre, austero y devoto conservador, y su tío, un locuaz y didáctico izquierdista, se demoraba hasta que cada uno consideraba agotadas las dilaciones de cortesía. Entonces, cuando sus respectivas esposas habían bebido lo suficiente y relajado su severa recriminación, había llegado la hora de dar rienda suelta a sus ideas.

Esta destartalada universidad de invierno, con las copas vacías y la mesa cubierta de migas, le permitió atesorar bellísimos recursos dialécticos y un no menos interesante catálogo de expresiones tan groseras como ingeniosas.

Lo mejor, sin embargo, fue el mapa que pudo hacer sobre el mundo que iba a heredar.

Su padre no consentía oír hablar de las reformas justicieras ni de las promesas que el género humano espera ver cumplidas. Le parecían quimeras puestas a la venta por estafadores. Cuando su cuñado enumeraba las tareas pendientes de la Humanidad se comportaba como un inflexible escéptico y trataba con acritud tales ilusiones. Toda su capacidad para confiar la tenía depositada en Dios y en el mundo que al parecer le estuvo esperando en el más allá.

Estas creencias le parecían al tío un desperdicio de la imaginación y un rastro arcaico de la irracional veneración del hombre con las tormentas y los extraños fenómenos naturales. Sabía denostar a los creyentes y dar un displicente trato a sus ilusiones religiosas.

Cuando le llegaba el turno de exponer sus teorías, el tío hablaba con emotivo entusiasmo de un gran hombre destinado a beneficiar al pueblo de su país y conducirlo hasta el paraíso ecológico y laboral que había conseguido levantar. Nunca visitó Rusia y murió pronunciando con devoción el nombre de Stalin.

Al niño le parecía admirable que los dos cuñados supieran hablar con tanta elocuencia de lugares que nunca habían visto. Y poco a poco fue comprendiendo la importancia que en esta tierra tienen los mundos imaginarios.

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21 de diciembre de 2007
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Liberté, Egalité et Frivolité

 

Cuántos milenios habrán sido necesarios para educar el hábito del pudor. Cuántos hombres avergonzados por haber hecho el ridículo han caído de bruces. Y por ello: cuánta sorna entusiasmada destruyendo reputaciones.

No podemos evaluar el coste de la adaptación evolutiva a un medio tan equívoco como el nuestro: feroz y oportunista. El hombre es una maquinaria perceptiva sometida a incertidumbres desesperanzadas. ¿Qué consecuencias tiene lo que hago? ¿Qué significa lo que veo? El esfuerzo sostenido por educar al cuerpo y su desordenado magma de instintos y deseos nos ha hecho ser lo que somos. No es gran cosa, desde luego, pero la pérdida del pudor -la contención elegante- nos augura una vulgar decadencia.

El idilio de Sarkozy con la bella cantante y modelo Carla Bruni pertenece al orden del espectáculo social: trozos de la vida privada puestos a merced del contribuyente. Para Sarkozy es una maniobra publicitaria, otra más de sus promociones entre el gran público. Aunque para ésta masa inquieta y anónima, el alarde donjuanesco del Presidente de la República Francesa es un ejemplo de lo que hoy permite el triunfo, el poder y la fama: presumir de todo aquello que antes sólo podía gozarse en la intimidad. Pues la reprobación moral era insalvable.

Aunque la más firme restricción al impudor no procede de los vigilantes de la moral ajena sino, precisamente, de un cierto género de convicciones republicanas: la noción que un ciudadano tiene de la dignidad pública y de la austeridad con que debe administrarse el poder. ¿Tolerarán los republicanos franceses tanta frivolidad a su Presidente?

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19 de diciembre de 2007
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Han caído en la cuenta

 

La abolición de la pena de muerte en algunos estados norteamericanos ha sido festejada a bombo y platillo por unos pletóricos congresistas. Por lo visto han comprendido, después de tantas sentadas a la intemperie y de los airados libelos que han clamado justicia al cielo, la conveniencia de acabar con la bárbara costumbre de ajusticiar al reo.

Sin embargo no ha sido la convicción moral el motor de su nuevo rumbo político ni la sensibilidad por el sufrimiento ajeno el que les ha llevado a avergonzarse por las vidas truncadas en la silla eléctrica. Tampoco ha sido el temor a incurrir en el mismo delito que dicen perseguir, ni el remordimiento por tanta dureza de corazón.

Al parecer, la súbita compasión por los condenados a muerte y la alarma por los errores judiciales que las pruebas de ADN dejan al descubierto, procede del sencillo balance que han hecho los contables. El gasto del proceso legal al que todo condenado tiene derecho -una pléyade de abogados, fiscales, forenses y funcionarios enredados en apelaciones y peticiones de indulto- empezaba a salir muy caro a las arcas del Estado.

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14 de diciembre de 2007
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