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Escrito por

Basilio Baltasar

Basilio Baltasar (Palma de Mallorca, 1955) es escritor y editor. Autor de Todos los días del mundo (Bitzoc, 1994), Críticas ejemplares (BB ed; Bitzoc), Pastoral iraquí (Alfaguara), El intelectual rampante (KRK), El Apocalipsis según San Goliat (KRK) y Crítica de la razón maquinal (KRK). Ha sido director editorial de Bitzoc y de Seix Barral. Fue director del periódico El día del Mundo, de la Fundación Bartolomé March y de la Fundación Santillana. Dirigió el programa de exposiciones de arte y antropología Culturas del mundo (1989-1996). Colabora con La Vanguardia y con Jot Down. Preside el jurado del Prix Formentor y es director de la Fundación Formentor.

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(Un paréntesis)

Imre Kertész y Péter Esterházy relatan su accidental encuentro con una popular figura literaria. Hoy parece inevitable que la alusión nos remita al modelo que sólo Kafka supo llevar a su más alta perfección teológica e ineludible que leyendo a los escritores húngaros nos resulte fácil imaginar al autoritario y sombrío funcionario. Cuando los autores reconstruyen el miedo que impone el aduanero, nos impresiona la vigencia de esta maquinaria de humillación espiritual. (Una historia: dos relatos. Galaxia Gutenberg).

/upload/fotos/blogs_entradas/diario_de_un_genio_med.jpgAntes de su desagradable tropiezo con el revisor, sentado en el vagón del tren que lo conduce a Viena, Kertész lee el Diario de un genio y medita el vínculo que Salvador Dalí dice haber descubierto entre el oro y las heces. Kertész sigue con dificultad el razonamiento del artista ampurdanés pero cree intuir el alcance de su hallazgo. Y es justo en el preciso momento en que el autor menciona a Dalí cuando siento un desagradable malestar, como si el nombre del pintor removiera antiguas aprensiones.

Y es en verdad muy extraño pues siempre he sentido simpatía por la avezada familia de los surrealistas. ¿A qué debo atribuir un rechazo que va en aumento hasta aflorar como declarada hostilidad? Lo cierto es que la inesperada reacción de mi organismo me produce al mismo tiempo un placentero alivio. Como si me hubiera quitado de encima un estorbo insufrible.

Molesto por haber ignorado durante quién sabe cuánto tiempo mi secreta aversión por Dalí, no me queda más remedio que averiguar de dónde procede tan furiosa manía. Aunque hace años organicé una exposición con grabados y pinturas de Dalí, no recuerdo haberlo hecho a regañadientes. ¿Tan hábil puede llegar a ser nuestra diligencia profesional?

Siguiendo la pista de mi animosidad me remonto, ¡nada menos!, a mis lejanos tiempos de estudiante en la universidad de Barcelona, cuando además de empeñarme en mil tareas me ganaba unas pesetas dando clases a obreros en paro. No necesariamente debía entusiasmarles escuchar mis disertaciones pero era un requisito de obligado cumplimiento que asistieran pues de otro modo no cobraban el exiguo subsidio que el Ministerio de turno les proporcionaba.

Entre los aburridos alumnos, todos ellos emigrantes procedentes de Andalucía, camareros y albañiles sometidos al capricho de la contratación temporal, había un catalán malcarado con gafas de aumento y cristales oscuros, un tipo alto de mejillas rosadas, un pagés del Pirineo.

Aquellos hombres curtidos, ridículamente sentados en pupitres de escuela primaria, me contemplaban con una sonrisa sardónica mientras yo me devanaba los sesos haciendo interesantes unas estúpidas lecciones de alfabetización obligatoria.

Yo firmaba las cartillas que cada semana los alumnos entregaban en la oficina de empleo, por irregular que hubiera sido su asistencia o escaso su interés por la cultura general. Pero mi buena disposición a engañar a los burócratas del Sindicato Vertical -causa de mi posterior despido- no fomentaba la complicidad que un joven lector de Gorki consideraba inherente a la condición humana. En realidad, a los contratados eventuales les parecía muy bien que yo cumpliera mi verdadera obligación. Algo que no merecía ningún comentario.

El único que demostró tener suficiente sentido del humor para detectar mi desconcierto fue el corpulento campesino pirenaico. Mientras tomamos una cerveza en el bar de la esquina, me contó afablemente su vida y los enrevesados episodios de un lamentable drama familiar. Revivió con lánguida resignación la pérdida de sus tierras de labranza y la apenada subsistencia que desde entonces llevaban él y su hermano gemelo. Iban tirando mientras se ganaban los garbanzos trabajando en la industria hotelera de la costa catalana.

En cierta ocasión, durante una de sus frecuentes temporadas sin empleo, se encontraron junto a la casa de Dalí en Figueras y decidieron probar suerte y entrar a pedir limosna. Tocaron la puerta y le explicaron al mayordomo su intención. Dalí les hizo pasar al salón y escuchó la desdichada historia de los gemelos haciendo divertidos comentarios sobre la precisión geométrica de sus rostros. Expresaba su admiración con entusiasmo y le maravillaba la sincronía cósmica que creía reconocer en la accidental aparición de los dos mendigos, a los que consideró como la encarnación de los extraviados Cástor y Pólux. Con fruición les explicó el significado del origen onírico del dinero que imploraban y la razón por la que no merecían recibir pura mierda. Esto es lo que dijo Dalí mientras los sacaba a la calle sin darles un duro.

El encuentro había tenido lugar un par de días antes. Los gemelos hacían auto stop por las carreteras de la comarca catalana cuando un coche atropelló por despiste al hermano y lo mató.

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9 de marzo de 2008
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A Isaías, que en el 2009 no cumplirá los 43 años

El pistolero vasco que campa ejecutando las órdenes recibidas vive bajo la protección de una autoridad ancestral.

El pistolero no teme por su piel y no le afecta la incertidumbre del futuro. Por duras que sean las condenas recibidas en el caso de ser detenido y juzgado, y por larga que parezca la pena de reclusión, las tiene todas consigo: es miembro de una comunidad solidaria que le ofrece calor humano y reconocimiento social.

Al pistolero vasco no sólo se le garantiza el salario de subsistencia que lo exime de preocupaciones mundanas, sino que recibe algo muchísimo más importante: la absolución. Una absolución religiosa y civil.

Al caer en acto de servicio, la comunidad patriótica sacraliza al pistolero en el panteón de los héroes nacionales.

De ahí procede la osadía criminal del pistolero, pues para la comunidad patriótica religiosamente unida por el yugo sacramental del más antiguo de los mandamientos, matar no es pecado.

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7 de marzo de 2008
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Desesperación

La nueva jefa de campaña de Hillary Clinton ha sustituido a la anterior, recientemente despedida, con una fulgurante puesta en escena: rechaza que las insidias lanzadas contra Obama sean parte de la guerra sucia. Para Maggie Williams las aparentemente malévolas insinuaciones no pretenden manchar la reputación de su adversario sino aportar a los votantes "nuevos elementos de decisión".

El jefe de campaña de Mariano Rajoy podría decir algo parecido: si el líder del Partido Popular insulta a Zapatero y denigra su imagen pública, si reitera sus zafias y groseras imputaciones, si insiste recitando sus desagradables ofensas, y divulga sin cesar su hosca difamación contra el Presidente del gobierno, es para informar al ciudadano y ayudarle a entender mejor el plan de Rajoy: conquistar el poder sin respetar las normas de la decencia.

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7 de marzo de 2008
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Todo saldrá a la luz

Los gobiernos creen manejar en exclusiva la información privilegiada que tienen sobre el estado del mundo. Y los gobernantes apelan a este antiguo prestigio para justificar su impunidad. Como si hoy bastara la grave gestualidad del mandatario para convencer al auditorio.

Resulta muy evidente el origen de las dificultades que atraviesan los líderes democráticos para sostener su credibilidad y sorprende que se resistan a entender la transparencia, a veces brutal, que impone la sociedad de la información. Los representantes institucionales se mueven y hablan como si su público fuera cautivo de una seducción duradera.

Es cierto que los procesos electorales, incluso los que no se ven sometidos como el nuestro a la violenta diatriba del sabotaje, movilizan fervores grupales y los someten a estrechísimas disyuntivas. O haces esto o lo otro. Tú verás.

Pero el proceso de la información integra a un número cada vez mayor de ciudadanos y la Red los convierte no sólo en consumidores de información sino en gestores y productores activos que modifican con sus preferencias el futuro de los líderes políticos.

Véase el caso Sarkozy no sólo como un ejemplo de desventurada petulancia sino como la intervención severísima de una sociedad, la francesa, irritada con los excesos del que mientras se creía amparado por las viejas murallas del poder, se exponía alegremente a la intemperie.

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6 de marzo de 2008
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La política al desnudo

Acostumbrado a desconfiar de los discursos elaborados para darme satisfacción, he sentido siempre una natural inclinación por la crítica que los deja al desnudo.

Creo que ha sido esta sana costumbre la que me ha salvado de padecer la más común de las dolencias intelectuales de nuestro tiempo: la credulidad. Esa tendencia emocional a dar por bueno lo que se oye. Ya sea para elogiarlo o denostarlo.

Sin embargo, me veo obligado a reconocer mi reciente desconcierto. He leído las declaraciones de Barack Obama en la edición española de la revista Esquire y me pregunto con asombro de dónde procede la similitud entre su discurso y el de Zapatero.

Las figuras retóricas de nuestro presidente, que tanto me irritan por su aspecto de sermón moral, las maneja el candidato Obama con la misma desenvoltura, fuerza y convicción.

"Aprendí de mi madre el disgusto por la crueldad, la falta de consideración y el abuso de poder", "a nadie le gusta vivir con miedo", "quiero acabar con la guerra de Irak y cerrar Guantánamo", "los caminos del corazón son tan variados y mi vida tan imperfecta que no me siento cualificado para ser el arbitro moral de nadie", "hay que hablar con el enemigo directamente"...

Los motivos personales de Obama coinciden exactamente con las razones que hacen deseable su victoria como nuevo presidente de los USA.

Pero sigue vigente el origen de la sospecha que nos hace ser tan injustamente agrios con estos oradores: ¿puede una bondad programática corregir los vicios y abusos del poder?

Lo que uno se teme, cuando rechaza la benéfica invitación a la sinceridad colectiva no es la farragosa ínfula religiosa que agita sobre nuestras cabezas, sino que la convocatoria de los buenos sentimientos, en lugar de organizar la regeneración social, sólo haga más llevadera la hipnosis institucional y disfrace de nuevo la descarnada realidad de la corrupción.

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28 de febrero de 2008
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El falso debate de los candidatos

Si en medio de Zapatero y Rajoy hubieran sentado a un periodista dispuesto a ejercer de tal cosa, en lugar de resignarse a ser el amable cronómetro que vimos en pantalla, el televidente habría aprovechado mejor su tiempo, y su paciencia.

El falso debate de ayer por la noche, anunciado a bombo y platillo como el éxito cívico que todos debíamos celebrar con entusiasmo, fue en realidad un pequeño fracaso. No se cumplieron las reglas que hacen interesante un programa de televisión.

Sorprende que los asesores de nuestros líderes no tuvieran tiempo de adiestrarles a manejar lo que la industria del entretenimiento ha convertido en preceptivo: la habilidad de comportarse como si uno fuera real.

La televisión es ficción y su éxito consiste en haber remozado y triturado la realidad hasta darle un aspecto de gran verosimilitud. Lo que nos hemos acostumbrado a ver en televisión es algo que se parece terriblemente a lo real. Pero este efecto escénico requiere un tratamiento profesional depuradísimo: intervienen escenógrafos, estilistas, maquilladores, guionistas y directores de escena.

El miedo de los líderes políticos a lo real -esto es: un plató con varios periodistas conduciendo un debate sin condiciones- les hizo exigir un tratamiento en el que todo era previsible menos una cosa: ellos mismos, carentes de la pericia propia de los actores.

Si se medían los temas, los tiempos y las pausas, habría sido necesario medir también la calidad de la interpretación. Pues en el medio televisivo no hay término medio: o se retransmite una conversación -con todo lo que tiene de imprevisible y espontánea- o todo es (mal) teatro.

A esto les conduce su miedo escénico: a desconfiar de sí mismos.

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26 de febrero de 2008
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Fidel Castro, escritor

Podemos leer la carta de Fidel Castro a los cubanos como el testamento de un hombre al que siempre le resultó más fácil hablar que escribir. Nada queda en el texto divulgado por Granma de la grandiosa teatralidad de sus actuaciones públicas; muy poco subsiste de la elocuencia que conmovía a las masas hipnotizadas.

Pero la brevísima disertación autobiográfica tiene su interés y no vale la pena conformarse llamándola "carta de dimisión". Lo sustancial se esconde detrás de algunas frases y leyéndolas uno debe preguntarse ¿a quién se dirige Fidel? ¿A quién dedica las sutiles consideraciones de su mensaje?

Quizás a los fervorosos partidarios del régimen, que hace tiempo temen sufrir la soledad de los huérfanos.

A lo mejor a los más razonables de sus herederos, conscientes del declive que aguarda a un régimen hecho a imagen y semejanza de su paternal tutor.

Sin duda la carta quiere consolar el corazón entristecido de sus admiradores y, en cierto modo, paliar la furia de sus detractores. Varias veces apela a la inteligencia.

En cualquier caso, la carta se dirige al único interlocutor que importa a Fidel Castro: la posteridad. Es un tuteo que mantiene desde hace tiempo.

El dictador derrotó a sus enemigos, sedujo a sus adversarios, humilló a sus contrincantes. Se elevó por encima de los traidores, de los taimados, de los dubitativos. Fue el fuerte, el único, el gran Yo de su yo, mientras la mayoría de sus contemporáneos, incluso los que presumían de ser sus amigos, caían aniquilados por la decadencia o la confusión.

Fidel Castro no cede ante nadie. Tan sólo en un lugar existe la potestad de dar por concluida su Historia: y este lugar es la muerte. Sólo con la muerte negocia Fidel. Y esto es lo que está haciendo.

"Mi deber -dice Fidel desde la clínica y a sus años- es no aferrarme al cargo ni mucho menos obstruir el paso a personas más jóvenes". No aclara por qué le costó tanto tiempo cumplir su deber.

¿Un inesperado rasgo de humor en boca del comandante?

Un par de párrafos antes había dicho: "mi deseo es cumplir el deber hasta el último aliento".

Ningún lector debe sentirse defraudado pues a pesar de la brevedad, el género epistolar resuelve sus cábalas: Fidel renuncia pero permanece.

El último párrafo de la carta es una sorprendente promesa: "seguiré escribiendo". Y anuncia el título elegido para su libro:"Reflexiones del compañero Fidel".

Pero la "autobiografía" del comandante ya la escribió un cubano exiliado, Norberto Fuentes. El segundo tomo apareció el año pasado, en la editorial Destino, de Barcelona. Ya les contaré.

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20 de febrero de 2008
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Credulidad y buena fe

La búsqueda del eslogan perfecto, el que comprime en una sola frase la oferta electoral, el carisma del candidato y el estilo corporativo de su partido, dejará agotados a los publicistas.

Elaborar frases que convenzan al electorado, transmitan entusiasmo y fulminen al adversario no es tarea fácil cuando el efecto de las mejores ocurrencias apenas dura unas horas. Aunque los discursos de los candidatos denotan el empeño puesto en imitar el lenguaje coloquial y espontáneo de los grandes oradores, no siempre se tendrá la pericia de los buenos actores. 

Zapatero afirma que "sólo gana quién está seguro de ganar". Y de este modo transmite la imagen medular de su liderazgo: la de un hombre que sabe a dónde va; la de un optimista "inasequible al desaliento".

Rajoy, después de capitanear durante casi cuatro años una insidiosa y envenenada campaña sobre el 11-M y la supuesta conspiración del Estado contra sus propios ciudadanos, se revela como un enérgico abogado de los desposeídos: "estoy con los currantes".

Sea cual sea el resultado, las elecciones nos ofrecerán un balance revelador sobre el poder de la publicidad y el alcance de la seducción. El 9 de marzo tendremos el detallado mapa emocional de una nación, efectivamente, dispuesta a creer lo que oye decir.

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18 de febrero de 2008
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Prerrogativas vaticanas

La publicidad de los productos bancarios en los medios y espacios de comunicación es la misma en todos los países. Los anuncios difunden sin cesar el inconfundible estilo que tan familiar se ha hecho para todos nosotros: la jovialidad y el paternalismo de una entidad dispuesta a facilitar nuestros deseos. El mensaje que las autoridades bancarias envían a los ciudadanos es una invitación a confiar en su capacidad para entender las necesidades del cliente y dar a cada uno su correspondiente línea de crédito.

La descomunal sonrisa abierta en los decorados urbanos de medio mundo es la cara amable de un sistema de endeudamiento al que todos acuden alegremente. Unos con prudencia, otros con insensatez. Se da por supuesto que vivir en sociedad es consumir y que fuera del circuito abierto por el dinero que pasa por nuestras manos se carece del rango que nos permite ser reconocidos. Más que andar como ciudadanos, actuamos como clientes.

Todo el mundo sabe, por lo tanto, que la amabilidad del sistema bancario se dirige tan solo a los paseantes cuyos bienes están a la altura de lo esperado. La publicidad escenifica el trato entre seres que sonríen y se dan la mano, pero se da por entendido que en la oficina bancaria tan sólo se atiende a los que, a cambio del préstamo, empeñan sus bienes.

Una publicidad que explicitara las condiciones del trato que anuncian los bancos -por ejemplo: "si no tienes donde caerte muerto ni te atrevas a entrar"- haría insoportable el paisaje urbano y muy molesta la inevitable gestión de nuestros pagos y cobros, hipotecas y préstamos.

La ilusión no modifica la verdad pero es un insustituible ingrediente de nuestra condición: por hoscas que sean las relaciones sociales es mejor camuflarlas con el discurso que las hace aceptables. 

Con la Iglesia Católica de Roma ocurre algo parecido: el Estado Vaticano mantiene delegaciones en las ciudades y aldeas de todo el mundo, se inmiscuye en los asuntos internos de los países en los que se le consiente hacerlo, administra inversiones en la Bolsa, se declara reacio a admitir la Declaración Universal de los Derechos Humanos, actúa decisivamente como apoyo a corrientes políticas reaccionarias y contribuye desde los púlpitos sagrados a las campañas electorales mundanas. Sin embargo, tan evidente participación en la lucha por el poder y la influencia, no le impide presentarse como delegado de la divinidad, árbitro espiritual de la condición humana y fuente de inspiración para la bondad universal. Y es que para el Estado Vaticano la caridad y la religión son lo mismo que la amabilidad para las corporaciones bancarias: un reclamo.

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15 de febrero de 2008
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Voz de alarma

Este es el más perturbador de nuestros interrogantes: si la tarea legislativa de Zapatero ha sido un impecable ejercicio de sensibilidad social (ley de asistencia a los dependientes, ley de igualdad, derechos de los homosexuales...), si ha puesto un admirable empeño en renovar los principios cívicos de la democracia (Educación para la Ciudadanía) y ha sentado los fundamentos jurídicos de una obligada retribución moral (Ley de la Memoria Histórica), ¿a qué debemos atribuir la pujanza que las recientes encuestas atribuyen al iracundo Partido Popular?

Si durante más de tres años el Partido Popular se ha empecinado en agitar el espantajo de una mentira (la del 11-M y sus secuelas), si sus insidiosos portavoces fueron derrotados por las urnas, si la balbuciente figura de Rajoy no ha despejado la sospecha de ser tan solo el hombre elegido para obedecer a José María Aznar, ¿a qué debemos imputar las dificultades de Zapatero para distanciarse claramente de su agrio competidor?

Durante casi cuatro años el Partido Popular ha hecho todo lo posible para injuriar a Zapatero y sin cesar comete a diario todo género de felonías: ¡le acusa de ser amigo de los terroristas! Tienen razón los socialistas cuando se lamentan: jamás se vio semejante alarde de deslealtad en el principal partido de la oposición.

Hasta ahora han sido muchos los que confiaban en el suicidio político de la derecha española: se suponía que su estulticia y flagrante derechización la alejaría definitivamente del centro moderado, de los ciudadanos sensatos, los que más allá de posibles afinidades doctrinales, conservan intacto un sentido de la mesura y repudian el extremismo de los demagogos.

Pero esta confianza ciega en el país real, la que al parecer ha sido la principal convicción de Zapatero, ¿se verá justificada por los hechos? ¿Saldrán las cuentas el 9 de marzo?

Con un escalofrío va tomando cuerpo la inquietud: ¿y si el país real en el que hoy vivimos no fuera más que la proyección del país virtual construido por los enemigos de Zapatero? ¿Y si la operación de embuste y propaganda puesta en marcha por la gran coalición política, mediática y eclesiástica diera finalmente sus frutos?

 

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13 de febrero de 2008
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