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Los mundos imaginarios

Por 21 de diciembre de 2007 Sin comentarios

Basilio Baltasar

Conserva un buen recuerdo de aquellas cenas de Navidad. Encuentros familiares a los que asistía con impaciente curiosidad. Era precoz, tímido y espabilado: entendía el mundo de los adultos y sus complejas estratagemas. Ampulosas muestras de afecto dejaban paso a fatigadas banalidades. Onerosos silencios prolongaban el eco de frases impertinentes pronunciadas cada año con la misma regularidad. No siempre acertaba a descubrir a la víctima de las alusiones inocentemente aireadas, pero creía ver el rastro humeante que su trayectoria dejaba al cruzar de lado a lado la mesa del banquete.

Su resistencia al sopor era rara en un niño de su edad pero sólo él sabía cuánto deseaba asistir al torneo de todos los años. El enfrentamiento entre su padre, austero y devoto conservador, y su tío, un locuaz y didáctico izquierdista, se demoraba hasta que cada uno consideraba agotadas las dilaciones de cortesía. Entonces, cuando sus respectivas esposas habían bebido lo suficiente y relajado su severa recriminación, había llegado la hora de dar rienda suelta a sus ideas.

Esta destartalada universidad de invierno, con las copas vacías y la mesa cubierta de migas, le permitió atesorar bellísimos recursos dialécticos y un no menos interesante catálogo de expresiones tan groseras como ingeniosas.

Lo mejor, sin embargo, fue el mapa que pudo hacer sobre el mundo que iba a heredar.

Su padre no consentía oír hablar de las reformas justicieras ni de las promesas que el género humano espera ver cumplidas. Le parecían quimeras puestas a la venta por estafadores. Cuando su cuñado enumeraba las tareas pendientes de la Humanidad se comportaba como un inflexible escéptico y trataba con acritud tales ilusiones. Toda su capacidad para confiar la tenía depositada en Dios y en el mundo que al parecer le estuvo esperando en el más allá.

Estas creencias le parecían al tío un desperdicio de la imaginación y un rastro arcaico de la irracional veneración del hombre con las tormentas y los extraños fenómenos naturales. Sabía denostar a los creyentes y dar un displicente trato a sus ilusiones religiosas.

Cuando le llegaba el turno de exponer sus teorías, el tío hablaba con emotivo entusiasmo de un gran hombre destinado a beneficiar al pueblo de su país y conducirlo hasta el paraíso ecológico y laboral que había conseguido levantar. Nunca visitó Rusia y murió pronunciando con devoción el nombre de Stalin.

Al niño le parecía admirable que los dos cuñados supieran hablar con tanta elocuencia de lugares que nunca habían visto. Y poco a poco fue comprendiendo la importancia que en esta tierra tienen los mundos imaginarios.

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Basilio Baltasar

Basilio Baltasar (Palma de Mallorca, 1955) es escritor y editor. Autor de Todos los días del mundo (Bitzoc, 1994), Críticas ejemplares (BB ed; Bitzoc), Pastoral iraquí (Alfaguara), El intelectual rampante (KRK), El Apocalipsis según San Goliat (KRK) y Crítica de la razón maquinal (KRK). Ha sido director editorial de Bitzoc y de Seix Barral. Fue director del periódico El día del Mundo, de la Fundación Bartolomé March y de la Fundación Santillana. Dirigió el programa de exposiciones de arte y antropología Culturas del mundo (1989-1996). Colabora con La Vanguardia y con Jot Down. Preside el jurado del Prix Formentor y es director de la Fundación Formentor.

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