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Un tercer camino

Por 21 de diciembre de 2007 Sin comentarios

Rafael Argullol

Rafael Argullol: El artista juega con una materia prima que comparte con los demás y con algo que él mismo va construyendo, con su propia sombra personal.

Delfín Agudelo: ¿Cómo vería el sabio esa sombra?

R.A.: La figura del sabio que tenemos -que tiene una raíz muy platónica-, es de aquel que se coloca más allá de toda sospecha, que conquista un espacio más allá de toda sombra. Donde Platón mejor relata esto es en El banquete, en la intervención de Sócrates. Explica un erotismo en que pasa del erotismo concreto del cuerpo al erotismo de varios cuerpos, al erotismo de las normas de conducta, y finalmente acaba con un erotismo esencial, que es el de la belleza en sí misma, que prescinde de toda pasión particular. Hemos heredado con mucha fuerza esa figura, creemos que el sabio es el que se coloca más allá de toda sospecha y más allá de toda sombra, mientras que el artista es aquél que se pasa el tiempo trabajando entre las sombras y entre las sospechas. Por eso hemos tendido a otorgar al sabio una especie de figura musical de equilibrio y armonía, mientras que hemos tendido a otorgar al artista una silueta mucho más desequilibrada, mucho más apasionada, mucho más de ángel caído. Esas son herencias que podemos compartir o no, ya que están muy presentes. Yo, por ejemplo, no las comparto. Pero a nuestro alrededor esos dos arquetipos funcionan continuamente. Los malos profesores y malas facultades de filosofía enseñan una filosofía que está más allá de todas las pasiones. Y los malos artistas creen que el arte está más allá de toda idea, o que tiene que prescindir de las ideas. El autodenominado filósofo cree detentar un mundo de purezas conceptuales que no está para nada contaminado por las sensaciones. El autodenominado artista, el que va de artista, cree que es alguien que siente de una manera muy especial, y que goza del privilegio de ese sentir especial, y que no tiene que dar ninguna explicación de ese sentir. Es muy habitual encontrarse un artista que dice: "Yo no explico lo que hago; mi obra habla por mí". A mí no me resulta del todo convincente. A mí me gusta el artista que es capaz de explicar aquello que realiza, de la misma manera que me gusta el filósofo que es capaz de partir del propio cuerpo, de las sensaciones. Por lo tanto, personalmente me declaro contrario a esa escisión, pero a menudo he tenido que padecer los prejuicios desde uno y otro lado. Y ese prejuicio es de una raíz muy antigua: al menos desde que se ha atribuido a Platón el hecho de que los artistas no pueden educar a la juventud porque están corroídos por las pasiones, maleducando así a la juventud. Y al contrario: cuando los filósofos han creído que eran los educadores por excelencia, eran educadores abstractos y han hecho caer a la filosofía moderna en una especie de jerga completamente críptica, abstracta, alejada de la propia experiencia de la vida. Este es un tema fundamental de nuestra cultura porque lo seguimos padeciendo. Aún ahora en el mundo de las letras tiene gran prestigio el escritor que parece ser incapaz de explicar racionalmente aquello que está haciendo; y entre los filósofos aún tiene un gran prestigio académico el filósofo, por así decirlo, inconmovible ante las emociones. Siempre he intentado luchar, no sé si con éxito o no, por un tercer camino, por un camino intermedio.

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Rafael Argullol

Rafael Argullol Murgadas (Barcelona, 1949), narrador, poeta y ensayista, es catedrático de Estética y Teoría de las Artes en la Facultad de Humanidades de la Universidad Pompeu Fabra. Es autor de treinta libros en distintos ámbitos literarios. Entre ellos: poesía (Disturbios del conocimiento, Duelo en el Valle de la Muerte, El afilador de cuchillos), novela (Lampedusa, El asalto del cielo, Desciende, río invisible, La razón del mal, Transeuropa, Davalú o el dolor) y ensayo (La atracción del abismo, El Héroe y el Único, El fin del mundo como obra de arte, Aventura: Una filosofía nómada, Manifiesto contra la servidumbre). Como escritura transversal más allá de los géneros literarios ha publicado: Cazador de instantes, El puente del fuego, Enciclopedia del crepúsculo, Breviario de la aurora, Visión desde el fondo del mar. Recientemente, ha publicado Moisès Broggi, cirurgià, l'any 104 de la seva vida (2013) y Maldita perfección. Escritos sobre el sacrificio y la celebración de la belleza (2013). Ha estudiado Filosofía, Economía y Ciencias de la Información en la Universidad de Barcelona. Estudió también en la Universidad de Roma, en el Warburg Institute de Londres y en la Universidad Libre de Berlín, doctorándose en Filosofía (1979) en su ciudad natal. Fue profesor visitante en la Universidad de Berkeley. Ha impartido docencia en universidades europeas y americanas y ha dado conferencias en ciudades de Europa, América y Asia. Colaborador habitual de diarios y revistas, ha vinculado con frecuencia su faceta de viajero y su estética literaria. Ha intervenido en diversos proyectos teatrales y cinematográficos. Ha ganado el Premio Nadal con su novela La razón del mal (1993), el Premio Ensayo de Fondo de Cultura Económica con Una educación sensorial (2002), y los premios Cálamo (2010), Ciudad de Barcelona (2010) con Visión desde el fondo del mar y el Observatorio Achtall de Ensayo en 2015. Acantilado ha emprendido la publicación de toda su obra.

 

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