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Escrito por

Basilio Baltasar

Basilio Baltasar (Palma de Mallorca, 1955) es escritor y editor. Autor de Todos los días del mundo (Bitzoc, 1994), Críticas ejemplares (BB ed; Bitzoc), Pastoral iraquí (Alfaguara), El intelectual rampante (KRK), El Apocalipsis según San Goliat (KRK) y Crítica de la razón maquinal (KRK). Ha sido director editorial de Bitzoc y de Seix Barral. Fue director del periódico El día del Mundo, de la Fundación Bartolomé March y de la Fundación Santillana. Dirigió el programa de exposiciones de arte y antropología Culturas del mundo (1989-1996). Colabora con La Vanguardia y con Jot Down. Preside el jurado del Prix Formentor y es director de la Fundación Formentor.

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Fiebre y temblor

Hay que pedir disculpas al habitual lector de este bloc y darle la explicación que justifica nuestra ausencia. No en balde nos debemos a lo que prometemos y, aunque no haya por en medio deudas mayores, cumplir sigue siendo un gesto de cortesía.

Como está en juego el motivo principal de estas notas sueltas –dar noticia de lo que se va leyendo y observando- convendrá contarle cómo nos hemos visto envueltos en un tedioso episodio de febril convalecencia, apartados y recluidos, fuera del trasiego que, al fin y al cabo, de motu propio hemos elegido.

Al parecer, un virulento virus de la gripe cogido en las calles de Manhattan cuando empezaban a soplar los fuertes y helados vientos del norte fue debilitando nuestro organismo hasta hacernos declinar y desfallecer. Apenas sin fuerzas para nada, abandonamos nuestro bloc. Estrangulada por la fiebre la percepción sutil de nuestros sentidos, no supimos cómo ordenar el caos de los hechos. Y poco podíamos hacer salvo resignarnos a contemplar entre temblores y delirios la absurda y ridícula decadencia del mundo.

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26 de febrero de 2007
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Quién ha sido

El saludable escepticismo de los tiempos modernos ha moderado las aspiraciones heroicas de la condición humana y mediante un informado ejercicio de buen humor ha conseguido sosegar la ansiedad de los hombres inclinados a sentir la llamada del destino.

Pero del mismo modo que formas vegetales arcaicas perduran gracias a casi extinguidos sistemas de fecundación, subsisten en nuestras sociedades individuos dispuestos a resucitar caducas maneras de conducir a los hombres.

El anhelo que distingue a los héroes imbuidos por este furtivo instinto de predestinación suele ser un irreprochable fervor altruista, pues la ambición de poner un poco de orden en la sociedad es la única que alienta sus generosos desvelos.

Thomas Carlyle creyó que un solo hombre puede enderezar el rumbo del mundo y dedicó a este héroe su elegía: "Al capitán, al superior, al que asume el mando, al que está por encima de los demás hombres; aquél a cuya voluntad se someten los otros, a éste debe considerársele como el más importante entre los grandes hombres".

No hace falta indagar en las profundidades psicológicas del personaje para comprender la influencia que esta escuela de pensamiento político ha tenido en la formación de José María Aznar. Ya en el congreso de Sevilla, cuando en 1990 conquistó la jefatura del Partido Popular, Aznar se presentó como portador de las cualidades que adornan al héroe: "Abnegación, entrega, hombría de bien y sufrimiento".

Muchos de sus colaboradores creyeron seguir al actor de los discursos que allanan el camino de La Moncloa, pero poco a poco hasta los más incautos adivinaron lo que estaba sucediendo: Aznar se precipitaba a fundir en una única figura su imaginación y su identidad.

La modesta y tímida incubación del espíritu providencial fue dando sus frutos y procurándole la elocuencia que tronaría más allá de nuestras fronteras: "los débiles gobiernos de las democracias occidentales cederán al chantaje de los cuerpos mutilados y sus frágiles sociedades terminarán derrumbándose como naipes".

Los gestos autoritarios y las declaraciones intempestivas podían parecer consecuencia del satisfecho mandato alcanzado en dos citas electorales, pero en realidad pertenecían a un género más elevado de impaciencia. Su mímica delataba sin cesar esa irritación que distingue a los grandes hombres conscientes de estar perdiendo el tiempo. "Hacen falta", decía en Jerusalén, "líderes fuertes y firmes con un claro sentido de su misión".

Sólo un combativo altruismo transmuta el sacrificio personal en la más duradera fuente de placer. Pero comprender la figura heroica de Aznar requiere además saber cómo se propuso pasar a la Historia.

No era suficiente haber salido ileso de un atentado ni entrar en guerra contra Irak. Para dotarse con los rasgos de una personalidad admirable, Aznar debía escenificar la envergadura mítica de su gallardía y mostrarnos el camino que toma un hombre destinado a convertirse en héroe: la renuncia al poder.

Ya en 1996 especulaba sobre sí mismo indirectamente preguntándose en público: "¿Cómo será España cuando la deje dentro de ocho años?".

Con la singular determinación de abandonar el poder, Aznar no sólo quiso asombrar a una población resignada al duradero empecinamiento de los políticos profesionales, sino elevarse por encima de sus colegas y avergonzar a sus adversarios con una grandilocuente lección moral.

Que la ingeniería financiera del Partido Popular garantizara este atajo a la gloria sin cerrar la puerta de su retorno triunfal, no empañaba el lustre que su figura paseó por medio mundo.

En declaraciones al diario francés Le Monde, hechas poco antes de las elecciones de 2004, José María Aznar citaba las dos grandes figuras históricas a las que puede compararse un gobernante sin apego al poder: el emperador romano Cincinnatus y el emperador Carlos V.

Teniendo como antepasados tan ilustres precedentes, es fácil caer en la angustiada desazón, la perturbada confusión y el inquieto desánimo que sufrirá el hombre empujado a ser de nuevo un simple mortal. Pero el acontecimiento que desmoronó la heroica complacencia de su figura, tan disciplinadamente tallada, no fue la bomba de los integristas en Atocha ni la catástrofe electoral del 14-M.

El carisma de la figura a la que Aznar había conseguido insuflar vida propia no provenía tan solo de la abnegada renuncia al mando sino del constante alarde de una rara cualidad: el valor de la palabra dada.

En un mundo sometido a la frivolidad de los charlatanes, hete aquí que surge con orgullo el que habiendo dicho "me voy", añade: "El arte de gobernar no es sólo tomar decisiones y saber mantenerse en el timón cuando soplan vientos huracanados en contra, sino también saber dejarlo".

Cetro diamantino de la misión trascendente que aceptó cumplir, la palabra del presidente Aznar fue la más temible amenaza que podía dirigir contra sus enemigos y el más fiable de los pendones ofrecidos a sus partidarios. ¿No era acaso esta palabra dada y cumplida un motivo de temor y reverencia?

Pero la voluble fortuna altera con crueldad los sueños de los hombres. Explotó la bomba en Atocha, murieron los ciudadanos de Madrid y el temor a perder el poder que había prometido entregar a su sucesor -"para no aprovechar las tendencias caudillistas de España"- le obligó a empeñar su palabra de honor ante los más fidedignos testigos de su confidencia. Durante los tensos momentos posteriores a las explosiones del 11-M, el presidente Aznar telefoneó a los directores de los principales periódicos españoles para hacerles partícipes de su documentada convicción: ha sido ETA, vino a decir.

Temeraria declaración, como comprobaron luego los que no quisieron desconfiar de la palabra de honor dada por un presidente en tan aciagas circunstancias.

Fue suficiente un dramático encontronazo con el destino adverso para que Aznar perdiera el temple propio de los héroes.

Pocas horas después, el presidente en funciones entraba con su esposa en el colegio electoral de Nuestra Señora del Buen Consejo de Madrid y frunciendo el ceño atravesó el tumulto ciudadano reunido para abuchearle. Quién ha sido, quién ha sido, gritaba igualmente furiosa la muchedumbre.

Ahora da comienzo el juicio que sentenciará la autoría de los brutales atentados de Atocha. Después de meses de descabellada polémica, el Partido Popular redoblará sus esfuerzos de agitación, será insistente el despliegue de sus periódicos y vocinglero el oratorio radiofónico contra los jueces y policías responsables de la investigación.

Pero una más completa comprensión del proceso judicial nos exigirá no perder de vista el origen de esta infatigable campaña de sospechas, bagatelas y clamores: el arrojo que un héroe caído puso en rehabilitar su fama.

Artículo publicado en: El País, 16 de febrero de 2007

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16 de febrero de 2007
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Interrogarse de vez en cuando

Cuando Bogart encañona al policía francés de Casablanca, en el aeropuerto, poco antes de emprender juntos esa gran amistad que no vimos representar en la pantalla del cine, el gendarme, esbozando una leve sonrisa, le dice: “estoy seguro de que sabe lo que hace, pero ¿sabe lo que significa?”.

Sin nos detuviéramos de vez en cuando a meditar con seriedad el alcance de esta pregunta, es probable que llegásemos a descubrir en nuestros actos el sentido que hasta entonces nos había pasado desapercibido.

El habitual orgullo de la voluntad suele tratar con desdén el verdadero significado de lo que hace, pero con una adecuada interrogación podría aprovechar la oportunidad que a diario desperdicia. Pues pocas veces llegamos a saber qué significa lo que hacemos.

Masako Ishibashi es una periodista japonesa coautora de Vaya país (Aguilar, 2006) un ensayo colectivo con los juicios, opiniones, chascos y entusiasmos que nos dedican los corresponsales destacados en España.

Con una escueta sutileza, la periodista nos introduce en la tensión dramática que padeció cuando se propuso viajar a España. Su padre, un descendiente de samurais, le tenía reservado un futuro de buena esposa pero ella eligió abandonar Japón. Masako alude a la decepción del padre y a la cortesía que tuvo con su hija evitando todo reproche.

En el avión, durante el largo vuelo hacia Madrid, Masako dejó por descuido en el lavabo la sortija con una perla que le había regalado el padre. A pesar de las reclamaciones a los pasajeros, ninguno devolvió el anillo. El gesto accidental ya hubiera sido suficiente para entender lo que estaba ocurriendo pero, por si acaso, Masako cometió otro descuido revelador: perdió bajo los asientos del avión la pluma que le había regalado su padre.

Con ternura, la periodista nos cuenta que el hombre murió poco después sin que ella hubiera podido decirle cuánto lo amaba.

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13 de febrero de 2007
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Un hombre observador

El pelo rizado que enervaba el aspecto de su cabeza le obligó a usar un potente fijador de cabello. Al parecer fue una condición para conseguir la plaza vacante en Las Cortes. Según comentaba su jefe, no conviene descuidar la apariencia de un bedel pues su oficio es estar disponible y, al mismo tiempo, pasar desapercibido.

Es un arte –añadió.

Fijándose en los habituales miembros del hemiciclo, el bedel recién contratado comprendió que el arte lo cultivan también los diputados españoles.

Se sorprendió muchas veces a sí mismo, mientras llevaba un vaso de agua a la tribuna, contando cuántos de aquellos representantes se habían dado a conocer.

Quizá –pensaba- su misión se parezca a la mía: no llamar la atención y acudir cuando se nos necesita.

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12 de febrero de 2007
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La prisión judía

Media humanidad jura o promete poniendo su mano derecha sobre la Biblia. La mayoría ha leído o ha oído recitar sus historias y de algún modo sostiene el prestigio de sus figuras sagradas. No hace tener una vara de medir para calibrar la influencia que el libro de los judíos ha tenido en la historia del mundo. Y, sin embargo, la autoridad patriarcal de sus autores ha sido la más incisiva causa del odio cerril llamado antisemitismo.

Abrumado por la persistencia de esta maldición, el periodista y ensayista francés Jean Daniel ha escrito una breve y profunda suma crítica sobre la cuestión judía. “La prisión identitaria –dice Juan Goytisolo en el prólogo- es el eje de este libro”.

Encabezando cada capítulo de La prisión judía (Tusquets) con un deslumbrante fragmento del Libro de Job, Jean Daniel ya nos dice qué estado de ánimo ha guiado sus meditaciones intempestivas y cuánta soliviantada indignación le inspira el estado de guerra perpetuo en que se ha instalado el estado de Israel.

De este modo, el muchacho judío educado por progenitores ilustrados y republicanos, reacios a encerrarse en los estrechos límites de una tradición, el joven resistente y combatiente de la División Leclerc, el intelectual decisivo en tantas batallas políticas, se ve obligado a reconocer el fracaso de la razón o, al menos, la insuficiencia anémica que le impide dar cuenta del trágico cul de sac en que se han metido israelíes y palestinos.

Consciente de encontrarse en el centro de una perturbada disyuntiva de la condición humana, y no sólo en medio de un conflicto regional, Jean Daniel quiere “buscar en los textos sagrados la explicación de los conflictos”. Su disertación transcurre en un contenido clima de estupor y concluye en una disimulada desesperación. Pues por mucho que uno confíe en los artilugios de la conspiración política, no hay modo de imaginar la derrota de los “fanáticos idólatras” que en Israel y Palestina se han adueñado de la situación.

La ilusión mesiánica del pueblo elegido, la mayoría de edad estrenada por la Alianza con el Dios único, la constante inspiración de su Libro, la matriz, en fin, que nos dio a Spinoza, Freud o Einstein, se ha transformado en el doloroso estrépito de una inconcebible humillación. Pues lo que está en juego no es la ficción religiosa de los creyentes, sino el espantoso sendero que nos lleva de nuevo y constantemente a los campos de exterminio nazis.

Para Jean Daniel,que lamenta su utilidad como excusa nacional de los desmanes israelíes, el Holocausto no es un accidente sino una fractura en la historia humana: como si la atrocidad concebida por un pequeño grupo de hombres nos hubiera arrojado a todos, y definitivamente, a la fatalidad del mal.

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9 de febrero de 2007
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Al Gore en Madrid

Las agoreras profecías ecologistas han sonado durante el último medio siglo como si sus autores desearan ver estallar el planeta en mil pedazos. Pero la malévola acusación reiterada para desprestigiarlos –alarmistas místicos, saboteadores, marginados- ha sido desmentida por un repentino consenso mundial.

Científicos, políticos y empresarios reconocen ya como insoportables las consecuencias del previsible e inminente cambio climático y aunque en privado pongan en duda la eficacia de las tibias medidas que el mundo está en condiciones de aplicar, intentan corregir el rumbo fatal de nuestro tiempo.

Sin embargo su poder no es todavía suficiente. El torbellino que amenaza con arrancar de cuajo los cimientos de nuestra cultura, causando traumáticas convulsiones colectivas, es abrumador pero no altera la extraña tranquilidad de los que se resisten a temer lo peor y actuar en consecuencia.

Que a pesar de los razonados informes científicos –admítase la redundancia enfática- sobre la malaise del mundo, haya agentes de la industria empeñados en corromper la maquinaria legislativa de las naciones, nos ilustra sobre los mecanismos morbosos que conducen a una sociedad al suicidio.

Pero más allá de la patética inversión de la compañía ExxonMobil para desacreditar con sobornos el informe de Paris, está el entramado de necesidades, intereses y dependencias que sostiene el actual estado de cosas. El miedo a una brutal recesión mundial –este sería el coste de ralentizar la maquinaria depredadora de la civilización- explica el comportamiento errático de los altos dignatarios gubernamentales: compungido reconocimiento de una gravedad que no pueden remediar.

El documental de Al Gore –Una verdad incómoda- es una pedagógica disertación sobre el emponzoñamiento de la atmósfera por los gases de CO2, aunque en todo momento su discurso intenta excitar el optimismo que hace falta para racionalizar la enloquecida maquinaria industrial.

Lo notable del film es además la habilidad autobiográfica del autor: Una verdad incómoda no sólo es una advertencia sobre las catastróficas consecuencias del cambio climático sino la denuncia testimonial del fraude que le robó la Presidencia de los Estados Unidos.

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7 de febrero de 2007
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Reparto de papeles

Si De Juana Chaos consuma su suicidio los militantes del Movimiento Vasco de Liberación Nacional (los terroristas al que The Times llama separatistas, el mote que les puso Franco) prometen una oleada de fuego, destrucción y muerte. Auguran un verdadero caos si su gudari fallece, como si nos tocara purgar las desdichas del que presume por haber matado a unas decenas de pacíficos españoles.

A pesar de las manifestaciones convocadas con irregular desánimo para airear la indignación ciudadana, lo cierto es que subsiste inmaculado el estupor original. El asombro inconmensurable que sentimos ante el magistral y perverso reparto de papeles cometido ante nuestras narices.

Unos pistoleros vocacionales se alistan para cazar indefensos transeúntes y auspiciados por un numeroso coro de admiradores se encaraman al heroico rango de una epopeya majestuosa. Se acercan por la espalda, disparan un tiro en la nuca del confiado paseante y huyen con sigilo. Sin embargo, un relato grandilocuente los retrata como valerosos soldados enfrentados a feroces enemigos.

Cuanto más resignada ha sido la mansedumbre de los perseguidos, más escondida su pena, más avergonzadas sus silenciosas omisiones, más furibundo ha sido el exultante grito de guerra aullado por los arrojados combatientes.

Como en tantas ocasiones, son simples ideas las que están en liza. Por un lado, la evidencia de una realidad exenta de relatos épicos: ciudadanos condenados a muerte sin saberlo, se pasean indiferentes por la acera de su ciudad. Por otro, los que aprietan el gatillo se preguntan quién será el próximo.

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6 de febrero de 2007
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Cuando éramos jóvenes

La edición española de la revista Granta ofrece a sus lectores una selecta colección de piezas literarias y variados motivos para practicar de nuevo el arte de la lectura. Una pericia que suele atribuirse sin más a todo el que consigue abrir un libro y deletrear sus párrafos.

Si por azar uno se entretuviera en el cuento de Paul Theroux y sigue hasta el final la espeluznante historia del protagonista llegará a la conclusión de haber saboreado un inconfundible episodio autobiográfico. No porque conozca los disturbios padecidos por el autor de La costa de los mosquitos, sino por la inconfundible semejanza entre los terrores que atenazan la mocedad de los hombres de buena voluntad.

Un muchacho resignado a soportar los aburridos episodios de una predecible adolescencia, ve sacudida su modesta fantasía de estudiante por el minúsculo fruto de unas inexpertas actuaciones sexuales. Su novia se queda embarazada.

Con Theroux, el lector avispado recordará el intrincado berenjenal de complicaciones que debió atravesar hasta desembocar exhausto en la edad adulta.

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6 de febrero de 2007
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Ella no sale de su asombro

Cuando nos encontramos con amigos extranjeros y nos sentamos a charlar suele darse a menudo la misma escena. Ellos nos cuentan qué ocurre en su país. Nosotros nos vemos obligados a explicarles qué pasa en el nuestro.

Ahora es una destacada líder conservadora americana la que confiesa su estupor. No entiende a Mariano Rajoy. Pertenece a sus propias filas ideológicas y no debería costarle tanto apuro entender mejor su actitud. Sin embargo, hay algo que le parece incomprensible.

Obviamente surge el controvertido asunto del terrorismo. Se deslizan críticas contra la gestión de Zapatero pero no llegan a justificar la hostilidad declarada por el Partido Popular al gobierno socialista. En casos de emergencia nacional, se dice, cabría esperar un pudoroso y astuto consenso.

La verdad es que resulta complicado explicárselo todo de una vez a nuestra amiga. La militancia de la Conferencia Episcopal, el enloquecido libelo radiofónico, la furiosa inquina mediática, el dinamismo económico de las órdenes religiosas seglares, la intoxicación policial, la conspiración judicial, la ambigua lealtad constitucional, las sangrantes llagas abiertas durante casi tres años por su inesperada derrota en las urnas…

Será mejor optar por la imagen que mejor retrata a la derecha española. Imagine, señora, que el líder de la derecha francesa Sarkozy, en lugar de fundamentar su legitimidad política en la gesta republicana de De Gaulle, fomentara con guiños sutiles pero explícitos un poderoso vínculo con la figura del Mariscal Petain. Por impecables que parecieran sus discursos, por  irreprochables que fueran sus actuaciones, cada palabra dicha, cada gesto escenificado ante la opinión pública, cada silencio, sería la estruendosa invocación de un pasado condenado.

Este es el pecado no confesado por la derecha española: su doble filiación. No hace mucho, uno de sus periódicos afectos ha puesto a la venta una colección de sellos, monedas y billetes del antiguo régimen. Se ha presentado como una ocurrencia comercial pero en realidad la circulación de la efigie del Caudillo en papeles de curso legal pretende agitar los sentimientos aletargados de la extrema derecha española.

Ella no sale de su asombro.

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5 de febrero de 2007
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Los demonios sueltos de la crítica

Ahora que Jorge Herralde ha publicado la segunda parte de la biografía de Vladimir Nabokov (Los años americanos, Brian Boyd) podemos lamentar que tan minuciosa inspección no haya aparecido un poco antes, durante la celebración del Año del Quijote. La coincidencia habría permitido recuperar la diatriba que Nabokov dedicó a Cervantes y con ella una de las piezas ejemplares que la historia crítica de la crítica literaria debe conservar como un valioso objeto de meditación.

En España fue Bruguera la que publicó las lecciones dadas por Nabokov en Harvard a una aplicada aula de alumnos convencionalmente enamorados de las novelas consagradas por la admiración académica. En el ambiente reverencial de esta universidad apareció la figura de un Nabokov energúmeno, enervado por la obligación de comentar una literatura que no conocía. Sintiéndose vejado por el sueldo impropio que le ofrecían por dar las clases, el gran Nabokov dio rienda suelta a sus arbitrarios juicios mostrándose extrañamente desagradable con Cervantes y su libro.

“Don Quijote –anuncia Nabokov a sus estudiantes- es un cuento de hadas con sus ridículos mesones llenos de trasnochados personajes y con ridículas montañas repletas de poetastros disfrazados de pastores de la Arcadia”. En un interminable pliego de enojadas acusaciones, Nabokov se dedica a denunciar las escenas en que “todo es de una comicidad muy medieval, grosera y estúpida, como es toda la comicidad que viene del demonio”.

Brian Boyd, el autor de la biografía, nos recuerda que Nabokov comenzó a preparar las clases “basándose en remotos recuerdos de la novela” y que “disfrutaba bramando contra El Quijote delante de sus estudiantes”.

Francisco Márquez Villanueva, cátedro en la misma universidad de Harvard, se propuso en uno de sus eruditos y elegantes artículos denunciar “la fechoría crítica cometida por Nabokov”, el “pestífero revoltillo de errores” y “el diluvio de ignorancia y crudos prejuicios” esparcido por el malhumorado profesor ruso entre sus alumnos.

Quizá Nabokov no habría sido tan severo consigo mismo pero lo cierto es que años más tarde, en 1972, al leer las lecciones dadas en Harvard se escandalizó gravemente: “mis clases –escribió- son caóticas y descuidadas y no deben publicarse nunca. ¡Ni una sola de ellas!”.

Es evidente, como ya viene siendo habitual, que las voluntades de Nabokov no se respetaron. Pero la irónica venganza por el caprichoso maltrato dado a Cervantes, al que constantemente acusa de alcanzar con su obra “cimas atroces de crueldad”, le llegó antes de largarse al otro barrio.

Una escritora rusa, Zinaida Shajovskaia, a la que Nabokov despreció en un cóctel dado por el editor Gallimard, publicó un descarnado artículo contra el autor de Lolita: “en su mundo la bondad no existe, todo son pesadillas y engaños. Los engaños producen en Nabokov el mismo placer que siente su más cruel villano”.

La influencia de esta dama en la fama de Nabokov ha sido insignificante pero quizá su ataque permitió al furioso juez literario verse por una vez como víctima de sus procedimientos. Pues de poco sirve usar la crítica literaria para espantar los demonios que, tarde o temprano, regresan a hacer de las suyas.

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2 de febrero de 2007
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