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Escrito por

Andrés Ortega

Andrés Ortega Klein nació en Madrid en 1954. Es hijo de español (José Ortega Spottorno fundador de Alianza Editorial y de El País e hijo a su vez de José Ortega y Gasset) y francesa (Simone Ortega, autora de 1.080 recetas de cocina). Estudió bachillerato francés en Madrid, se licenció en Ciencias Políticas por la Universidad Complutense y posteriormente realizó un Master en Relaciones Internacionales en la London School of Economic (LSE) con una beca de la Fundación March. En Londres inició su carrera periodística como corresponsal para El País, pasando posteriormente a Bruselas donde cubrió el final de las negociaciones de ingreso de España en la hoy Unión Europea.  Durante la primera Presidencia española del Consejo comunitario en 1989, trabajó como asesor ejecutivo para el entonces ministro de Asuntos Exteriores, Francisco Fernández Ordóñez. A principios de 1990, pasó al recién creado Departamento de Estudios de la Presidencia del Gobierno encabezado por Felipe González, que dirigió entre 1995 y 1996. Se incorporó entonces a la sección de Opinión de El País como editorialista y columnista. En 2004, se convirtió en el primer director de Foreign Policy Edición Española (FP), publica por la Fundación FRIDE.  Junto a su labor de análisis de la realidad internacional en El País y en FP, ha publicado en numerosos medios especializados en España y otros países y participado en los principales foros. Ha publicado cuatro libros: El purgatorio de la OTAN (1986), La razón de Europa (1994); Horizontes cercanos: Guía para un mundo en cambio (2000) y La fuerza de los pocos (primavera de 2007). En 2002 fue galardonado con el Premio Madariaga de Periodismo Europeo (prensa escrita).

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Orientalismo y occidentalismo

Manuel Montobbio, poeta, diplomático y actual embajador en Albania, acaba de publicar un libro bajo un título que puede despistar: Salir del Callejón del Gato: La deconstrucción de Oriente y Occidente y la gobernanza global  (Icaria 2008). El paso jueves lo presentó en Madrid. El Callejón del Gato se refiere al juego de espejos cóncavos y convexos cuya imagen se acaba de confundir con la realidad, que planteara Valle Inclán, y que en este caso se refiere a  nuestro planeta Tierra, en un momento en que "la tierra es finalmente redonda", como dijo otro autor.

Los conceptos de Orientalismo y Occidentalismo han sido objeto de análisis y críticas por, entre otros, Edward Said o por Ian Buruma, citados en este libro que trata de las relaciones inter-nacionales e inter-societales. Es un intento de hacer frente  paradigma de Samuel Huntington del choque de civilizaciones y superarlo, con ideas universalitas. Este choque tenía, sin embargo, mucho de proyección no de los conflictos externos de EE UU, o no sólo de ellos, sino también de los internos, los de una sociedad multicultural. Por eso pienso que la dicotomía Orientalismo/Occidentalismo guarda cierta validez no ya como manera de aborda las relaciones inter-nacionales, sino las intra-nacionales, especial, pero no únicamente en Occidente y en nuestra Europa actual. En macro y micro enfrentamientos.

/upload/fotos/blogs_entradas/salir_del_callejn_del_gato_med.jpgLeer este libro nos lleva a considerar el fin del predominio de la cultura y el poder occidentales. A diferenciar entre modernización y occidentalización. O a pensar que dentro del Oriente hay también una especificidad árabe, antes que musulmana, que es la que más problemas plantea. Orientalismo significa también que Oriente Próximo no se puede ver ya sólo como tal, sino también, visto desde por ejemplo la India o Malaisia, como "Asia Occidental". Quizás en su intento de salir del Callejón se basa excesivamente en el concepto de tolerancia, que tiene que ser superado por el de una convivencia que nos cambiará a unos y otros, o incluso el de concordia. El concepto de universalidad hay que verlo, como el filósofo Slavoj Zizek (Bienvenue dans le désert du réel, Flammarion París 2007) como "un trabajo infinito de traducción". Lo que hace que en el curso de este esfuerzo se modifique el propio texto. Lean a Manuel Montobbio que al final nos ofrece unas "ideas cimiento", unas "ideas cemento" y unas propuestas para la gobernabilidad global. No es una lectura fácil, pero sí estimulante pues, se esté de acuerdo o no con sus postulados, aporta una caja de herramientas intelectuales sumamente útiles.

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11 de abril de 2008
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Sobre el consenso

El consenso. Muy en uso, pero realmente ¿qué significa en términos de política práctica? La Real Academia de la Lengua lo define como "acuerdo producido por consentimiento entre todos los miembros de un grupo o entre varios grupos". La transición a la democracia en España se centró en el consenso. Por varias razones, entre otras, porque había un equilibrio de fuerzas (entre el antiguo régimen y el naciente) y porque los españoles sabían qué querían ser: democráticos y como nuestros vecinos europeos e integrados en lo que hoy llamamos UE.

El consenso más básico es sobre las reglas del juego, y su base (y producto dentral de la transición, fue la Constitución). La idea del consenso, que se ha vuelto a poner en circulación tras la crispación política de la legislatura pasada, y ahora tras el discurso de investidura de Zapatero y las ofertas de Pactos de Estado que ha presentado. Y hay una demanda social de consenso. Pero con límites, como bien ha expuesto Juan José Laborda. El consenso en materia de política antiterrorista, es absolutamente necesario. Sin consenso no es posible una reforma constitucional o de la ley electoral (que hoy por hoy no está sobre la mesa). Tampoco es bueno cambiar de leyes educativas con cada Gobierno.

En cuanto a política exterior, el consenso interno, evidentemente, fortalece a un país de cara al resto del mundo. Es bueno que la política exterior se base en un consenso lo más amplio posible. Pero no es una tragedia que no se alcance (de hecho en muchos países no es así) y menos ahora cuando la forma de abordar lo exterior influyen en el interior. Los giros en política exterior (dentro de ciertos parámetros, claro) se dan en muchos países, desde EE UU, como hemos visto en las diferencia entre Bill Clinton y George W. Bush, o en Francia. El Reino Unido es de los más estables a este respecto. Lo importante, en democracia, sin mermar el liderazgo, es que la política exterior también refleje la opinión pública. Si consenso hay, también debe ser desde la sociedad.

Pero en política exterior (y en otras materias), en España, el consenso se referiría a dos cosas muy diferentes: 1) al acuerdo sobre contenido la de propia política exterior, y 2) a la actitud de la oposición de no socavar públicamente las posiciones del Gobierno ¿Cabe recordar a Aznar llamando pedigüeño al Gobierno de Felipe González en plenas negociaciones presupuestarias sobre la UE, o las dudas sobre el ingreso en la moneda única, o las críticas al PP por el apoyo a la guerra de Irak? En España no hubo consenso sobre la OTAN cuando el Gobierno de la UCD presentó la solicitud de adhesión. Eso sí, hubo y hay un consenso básico sobre la política europea que debe seguir España, pero también con diferencias. Ahora Zapatero ha ofrecido consensuar con la oposición las grandes líneas de la Presidencia española de la UE en el primer semestre de 2010. De hecho, es algo que se ha venido casi siempre consensuado.

Dada la estrechez de márgenes de maniobra que ha generado para los Gobiernos la mayor integración en la UE (especialmente en la zona euro) y las presiones de la propia globalización, no conviene exagerar los consensos pues nos quedaríamos sin democracia, que necesita de la apertura del sistema en su cima, con el juego entre Gobierno y oposición.

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10 de abril de 2008
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Recesión democrática

Cuando en el curso de los debates en la reunión sobre "Gobernanza Progresista"(qué nombre más feo), el pasado fin de semana en Waltford, cerca de Londres, el sociólogo de la Tercera Vía Anthony Giddens preguntó a la presidente de Chile, Michelle Bachelet, si en América Latina había lo que ahora los politólogos llaman una "recesión democrática global", ésta recordó que por primera vez en América Latina todos los gobiernos han sido elegidos en las urnas. Reconoció que la democracia no consiste sólo en ganar elecciones, sino también en equilibrios de poderes y otros aspectos, y que un grave problema actual puede ser en "la falta de capacidad de los gobiernos para suministrar los bienes públicos que la gente demanda". Pues la democracia no debe consistir sólo en recibir el poder del demos sino también en generar estos bienes públicos desde el poder (nacional e internacional), y, cabría añadir, luchar contra los males públicos, entre los que se incluyen, por ejemplo, la pobreza y el terrorismo.

Las urnas pesan. Hemos visto cómo, aunque falten aún muchos países por pasar por ellas (como China), las elecciones se han generalizado. Y la disputa por la contabilidad de los resultados ha llevado en algunas ocasiones a impulsar la democratización del país. Ocurrió, por ejemplo, en su día en Ucrania. Puede estar ocurriendo, en Zimbabue. Pero la democratización en el mundo, tras la década de los 90, ha sufrido no sólo un parón, sino un retroceso. El crecimiento económico, cuando no va acompañado de políticas de equidad -que proporcionan esos bienes públicos de los que habla Bachelet y que van desde la educación a la sanidad pasando por la infraestructuras o cuestiones más básicas en muchos casos como el acceso al agua potable y a alimentos, o lo que la presidenta chilena llama un "ágora" (lugar de debate público)- no genera necesariamente democracia. Lo vemos por ejemplo en Guinea Ecuatorial donde la riqueza del petróleo reciente no se ha repartido entre la población.

Según el último estudio de Freedom House, ha habido efectivamente un retroceso en las libertades en el mundo. Y cabría añadir que la crisis financiera, económica y alimentaria en la que estamos entrando, aunque tenga efectos desiguales según las regiones, también ahondará esta recesión democrática.

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9 de abril de 2008
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Del riesgo al miedo, y vuelta

Con los dos muertos en Castilla y León van a rebrotar las preocupaciones por la enfermedad de las vacas locas. Era un mal olvidado. Uno de esos elementos de lo que el sociólogo Ulrich Beck llamó la "sociedad del riesgo" justo antes del accidente en la central nuclear de Chernóbil en 1986, del que se van a cumplir 22 años y que confirmó de forma trágica su teoría. Las vacas locas -que en buena parte es una enfermedad que se contagia al hombre pero impulsada por algunos hábitos de alimentación impuestos por los hombres a estos animales- llegaron poco después, y entonces empezó a cundir el rechazo a comer carne de vaca por toda Europa. Duró bastante, y, casi de repente, desapareció no la enfermedad ni las costosas medidas para evitar su propagación, sino la cuestión en sí como preocupación. ¿Cuándo? Los atentados del 11 de septiembre de 2001 borraron esos temores de un plumazo para dar paso a la sociedad del miedo, en la que vivimos desde entonces, fruto de la situación, pero también de la política, esencialmente de la Administración de Bush y del Gobierno de Blair que hicieron del miedo su centro. El filósofo esloveno Slavoj ZiZek habla de "la facilidad con la cual la ideología dominante se apropió de la tragedia del 11-S". La cuestión de las vacas locas dejó de ser objeto de las conversaciones. Y la gente volvió a comer carne. Del temor al riesgo se pasó al miedo ante el terrorismo yihadista, a menudo suicida. Pero el miedo empezaba a disiparse (¿hasta cuándo?) y ahora volvemos quizás al temor al riesgo, al de las consecuencias indeseadas de las acciones humanas.

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8 de abril de 2008
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El coste de los precios

La subida de los precios de los alimentos en el mundo no parece, desgraciadamente, un fenómeno coyuntural, sino estructural, que puede tener graves consecuencias y generar más conflictos sociales. Se vio en México hace unos meses con el maíz; o posteriormente en Argentina. Ya ha provocado disturbios en varias partes de África. En Etiopía, ya aquejada por hambrunas hace 25 años, el Gobierno ha tenido que instalar centros de distribución de cereales. Ahora llega la subida del arroz de un 42% en un trimestre, y en algunos casos de un 50% en dos semanas. A diferencia de hace décadas, estas subidas afectan directamente a los llamados nuevos pobres urbanos, en las barriadas del Tercer Mundo que, con el éxodo del campo a las ciudades, ya no disponen de ningún terruño en el que cultivar (lo que no quita para que la mayoría, dos terceras partes, de los 1.000 millones de más pobres de la Tierra sigan estando en zonas rurales). La situación se agrava con la cantidad de jóvenes africanos urbanos y en paro. El crecimiento, sin más, no equivale a la equidad. En África no se ha traducido en una mayor distribución de esta riqueza que hubiera puesto en manos de más gente más dinero para pagar estos alimentos.

El encarecimiento del petróleo y de los carburantes, el aumento de la población, algunas malas cosechas en Asia y en África , el cambio climático y las sequías en África y las inundaciones en Asia,  o la dedicación de algunas cosechas de cereales a los biocarburantes, entre otros factores, han contribuido a esta tragedia que alimenta una inflación que afecta más a los más pobres, ya sean países o capas de población, y que en buena parte ha anulado el impacto de la ayuda exterior en África. Es un drama que parece tener pocas soluciones a corto plazo. Al menos no se atisbaron en la cumbre sobre gobernanza progresista de este fin de semana en Watford (Inglaterra), organizada por Gordon Brown y Policy Network. El presidente del Banco Mundial, Robert Zoellick, por su parte, ha propuesto "un nuevo pacto (new deal) para la política alimentaria global" y un fondo de emergencia de los donantes, una inyección urgente de dinero de los países ricos a las poblaciones más afectadas de los pobres para que puedan comprar alimentos, sin esperar al lento goteo de la ayuda oficial.

Para el ex primer ministro portugués y actual presidente de la agencia de refugiados de la ONU (ACNUR), António Guterres, la mayoría de los países más afectados no tiene la capacidad de financiar un subsidio de estos alimentos. Donlad Kaberuka, presidente del Grupo del Banco de Desarrollo Africano, csonidera que si hay una crisis financiera internacional, "para muchos lo que hay es una crisis en el mercado alimentario", agravada por las migraciones internas en esos países. En 2007 por primera vez en la historia vivían más personas en las urbes que en zonas rurales. En África subsahariana esta proporción se sitúa entre un 35 y un 50% y sigue creciendo rápidamente. En las actuales condiciones, es una garantía para el desastre y los disturbios sociales y geográficos.

Para garantizar el suministro interno, Vietnam, India, China y Egipto, entre otros,  han recortado sus exportaciones de alimentos, con lo que supone de merma de ingresos. Y mientras, se sigue hablando de la necesidad de liberalizar el comercio. Los países africanos están rebajando los aranceles a la importación de estos productos, y endeudándose más para pagar los cereales u otros alimentos que importan (cuya factura ha doblado para los Estados más pobres en los últimos cinco años), según la FAO (organización de la ONU para los alimentos y la agricultura). Si la Ronda Doha de la Organización Mundial del Comercia tuviera el éxito que se busca, y que podría estar cercano,  y si por ejemplo, EE UU suprimiera las subvenciones a su agricultura, los precios de los alimentos subirían como recordaba el Financial Times,  que añadía que la supresión general de los subsidios y los aranceles podría incluso ser negativa para los países más pobres de África subsahariana, importadores netos de alimentos.

Una vez más, ha fallado la prevención, y no hay cura a la vista. Esta crisis alimentaria global castiga a los más castigados, y requiere soluciones de urgencia. Eso realmente sería política progresista. Mientras, el espectro de las hambrunas vuelve a África y a otros lugares del mundo, esta vez de la mano de la subida de precios de los alimentos, no de la falta de ellos, aunque algo tiene de "regreso a la escasez".

Publicado en El País el 6 de abril de 2008

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7 de abril de 2008
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El ‘memo’ de Yoo

/upload/fotos/blogs_entradas/johnyoo_med.jpgDebió ser en 2002 o 2003 cuando un destacado liberal europeo regresó asustado de lo que le había escuchado en la famosa (pero venida a menos) conferencia transatlántica de Bilderberg a John Yoo, a la sazón número dos de la asesoría jurídica (que actúa como tal para el conjunto de la Administración) del Departamento de Justicia de EE UU bajo la batuta del fiscal general John Ashcroft. "Ese Yoo de origen vietnamita debería ser enviado a Vietnam", comentó este intelectual ante los recortes a las libertades y la nada disimulada aprobación de métodos de interrogación a prisioneros que constituyen claramente tortura.

Pues bien, aunque el contenido del memorándo que escribió Yoo en 2003 era conocido (así como de otro paralelo de la CIA en 2002, parte de una serie de tomas de posición sobre este asunto), el texto (partes 1, 2, 3 y 4, una lectura que vale la pena por los horrores que pone de manifiesto) sólo ha salido ahora a la luz pública, tras verse forzado a publicarlo el Departamento de Justicia. En su intento de regular estás técnicas a presos en Guantánamo y en otras cárceles secretas  se salta por la borda todas las convenciones internacionales y incluso las limitaciones internas de EE UU en aras de "la guerra contra el terrorismo".

La definición de tortura que aportaba -el límite que no se debía sobrepasar- es la siguiente: "La víctima debe experimentar un dolor o sufrimiento intensos del tipo equivalente al dolor que estaría asociado con daños físicos tan severos que de ellos derivaran muerte, fallo de órganos o daños permanentes resultantes en una pérdida de funciones corporales  significativas". Era un intento de definir lo que podía constituir una tortura aceptable. Y de poner por encima de la ley a los interrogadores que se verían "protegidos por una versión nacional e internacional del derecho a la defensa propia".

Todo lo demás, es decir, casi todo, valía y en buena parte sigue valiendo. Incluidos el uso de drogas que alteran la mente o la llamada técnica de la bañera (waterborading) por la que se hace sentir al interrogado que se está ahogando, cuya posibilidad de uso ha reservado Bush para casos extremos. Es decir, que aunque la Administración acabó rescindiendo este memorándum, siguió alentando la aplicación de la tortura. Así no se gana la lucha contra el terrorismo, sino que se acaba alimentando aún más a la bestia, como ya hemos explicado en otras ocasiones. Por cierto, como ya mencioné en este blog, Yoo vive tranquilamente dando clases de Derecho en la Universidad de Berkeley.  

 

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4 de abril de 2008
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Lucha de clases en Turquía

El establishment laicista turco, que en parte es lo que en España calificábamos del búnker hace algunos años en referencia al franquismo,  le ha lanzado un órdago al gobierno de raíces islámicas de Erdogan, al presidente Gul y a su partido, el AKP, utilizando para ello el Tribunal Constitucional que ha admitido a trámite la acusación del fiscal general contra ellos por "actividades antilaicas" contrarias al carácter estrictamente secular del Estado. Para ello la acusación se basa en que 107 acusaciones, siendo la central que el Gobierno ha autorizado en febrero a las estudiantes universitarias que lo deseen a llevar el pañuelo islámico en la universidad (lo que estaba prohibido en Turquía en una interpretación estricta del laicismo, pero no en el resto de los países europeos). Las demás responden más a un juicio de intenciones que de hechos.

Aunque el Constitucional tardará varios meses en pronunciarse, este paso es muy serio y equivale a una intentona de golpe, vía judicial, contra Erdogan por parte del llamado Estado profundo. El Constitucional en teoría podría declarar ilegal el AKP y condenar a Erdogan a no ejercer cargo político alguno, algo que ya le ocurrió en el pasado al popular ex alcalde de Istanbul que ganó de calle las últimas elecciones generales.

Bajo este pulso entre conservadores islamistas que han ganado las elecciones y los laicistas en la oposición (entre lo que se encuentra ese Estado dentro del Estado que son los militares) hay no sólo un enfrentamiento por la cuestión del papel público de la religión, sino también una lucha entre estamentos sociales, lo que cabría llamar una lucha de clases. No se trata del proletariado contra la burguesía. Erdogan y el AKP se apoyan, efectivamente, en los sectores más pobres e islamizados en un país de mayoría musulmana, especialmente en zonas rurales pero también en Estanbul, y también en estamentos cuya situación económica ha mejorado mucho en los últimos años de crecimiento económico. Una nueva burguesía urbana, conservadora en términos morales y de usos, y que ve con buenos ojos una cierta reducción del laicismo estricto del régimen turco desde Atatürk, del que el Ejército se considera garante, y que pretende acabar con los privilegios del sector que ha venido controlando Turquía desde hace décadas.

Éste era anteriormente partidario de ingresar en la UE. Ahora se opone, pues tendrá que ceder poder. Mientras, Erdogan se ha convertido en el más ferviente partidario de ingresar en la Unión como mejor camino para impulsar la modernización de Turquía, a la que Francia y Alemania, no dejan de darle portazos. Más allá de las claras palabras críticas del comisario de la Ampliación, Olli Rehn, Europa debe lanzar un claro mensaje de apoyo al Gobierno de  Erdogan.

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3 de abril de 2008
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Lo que va en un nombre: Macedonia

"El temor a un nombre aumenta el temor a la cosa", decía un personaje de Harry Potter. En este caso se trata de Macedonia. La última cumbre de la OTAN para el presidente George W. Bush que se inicia hoy en Bucarest, puede tropezar sobre varias piedras. Una de ellas es ese nombre. Y no hay que remontarse a Alejandro el Grande, sino que la cuestión es relativamente reciente. Los griegos llevan esperando 13 años, desde la disolución de la antigua Yugoslavia, a que la llamada "Antigua República Yugoslavia de Macedonia" (ARYM, o más conocida como FYROM en sus siglas en inglés) busque un nombre que, aún recogiendo la palabra "Macedonia" -pues una parte, la más pequeña, de la Macedonia histórica está allí mientras la más importante es una región de Grecia- indique que no hay reivindicación alguna por parte de Skopje (la capital de la FYROM) sobre el sur.

El International Herald Tribune recogía ayer en sus páginas de Opinión un interesante debate sobre la cuestión. Dora Bakoyannis, ministro de Asuntos Exteriores de Grecia, explicaba cómo en 1944, en un intento de seguir el avance del comunismo hacia Grecia en plena guerra civil helénica, el mariscal Tito de Yugoslavia cambió el nombre de esa provincia sureña de Vardar Banovina por el de República Social de Macedonia y lanzó desde allí ataques contra Grecia, conflicto que forzó que decenas de miles de macedonios téncios tuvieran que huir de sus casas y refugiarse en Grecia, como recuerda Edward Joseph del International Crisis Group.. Es decir, que tras un nombre, hay también mucha historia y rencor. Y mucho en juego. La versión contraria la ofrece Misha Glenny (autor de un libro recomendable, McMafia: Crímenes sin fronteras de inminente publicación en España).

Tras la disolución de Yugoslavia, en 1995, en un gesto constructivo, Grecia aceptó temporalmente que aquella República adoptara el nombre de FYROM prometiendo a Naciones Unidas que lo cambiaría. Hasta ahora no lo ha hecho. Se ha negado en redondo pese a que Grecia sí ha aceptado algunas propuestas del mediador de la ONU, como Alta Macedonia o Macedonia del Norte, pero no otras formas como República de Macedonia (Skopje) o Macedonia-Skopje. Grecia, que tiene un gobierno con una mayoría exigua, ha amenazado con vetar la invitación a la FYROM a entrar en la OTAN, junto con Croacia y Albania, lo que debía ser una de las guindas de esta cumbre para Bush.

Imaginemos lo inimaginable: que Francia se partiera. Y el País Vasco francés, incluso con una zona más amplia que integrase otros territorios del Suroeste francés decidiera adoptar, como Estado independiente, el nombre de País Vasco o Euskadi, a secas. ¿Lo permitiría España o los vascos de este lado de la frontera? Lo mismo se podría decir de la Cataluña norte. La comparación se para ahí, pero vale. Los griegos temen que si la FYROM pasase a llamarse República de Macedonia a secas, alimentase así la desestabilización de la zona. Para no importar un nuevo problema a la Alianza, es necesario que ambos cedan, y lo que ofrece a la ONU no es mala solución. Para empezar para la propia estabilidad interna de Macedonia -con su gobierno al borde del abismo y una sociedad de la que no se ha alejado el espectro de una guerra civil- y sus dos millones de habitantes, otro microestado en Europa que impide la estabilización de los Balcanes, una crisis que , por lo que se ve, no está cerrada.

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2 de abril de 2008
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Presidencia de transición

Estados Unidos está en cambio, como reza el lema de Barack Obama. Parece estar viviendo el final de una etapa, la que empezó con Ronald Reagan y que se definió como revolución conservadora, con su política económica neoliberal y su visión social. Algunos ven las raíces de esta situación en Administraciones anteriores, como la de Nixon. Es verdad que la guerra de Vietnam fue responsabilidad primera de los demócratas y abrió paso a los neocons. Pero, en realidad, el ideario de este conservadurismo revolucionario (aunque parezca contradictorio unir estos términos) empezó a calar políticamente en 1981 con la llegada de Reagan a la Casa Blanca. (...)

Esta nueva embestida conservadora fue, sobre todo, un ataque desde la política contra el Estado, un intento de socavar la política desde la política. Sus bases doctrinales esenciales están en un interesante libro publicado en 1974 en defensa del Estado mínimo, que  sigue imprimiéndose y vendiéndose: Anarquía, Estado y utopía, del filósofo de la política Robert Nozick, fallecido en 2002. Se trataba de jibarizar lo público. (....) Puede considerarse que la época de Clinton fue un paréntesis, pero en realidad continuó en esta línea, entre otras razones porque los demócratas perdieron el control del Congreso a los dos años y el presidente tuvo que navegar pactando con una mayoría republicana, cada vez más neoliberal y neoconservadora.

Clinton fue un globalizador. Bush ha intentado ser un emperador. Pero si el final de la guerra fría sirvió de acicate a los neocons, el conflicto de Irak ha frenado las ansias imperiales. Los ciudadanos estadounidenses descubrieron una realidad social escondida en el centro de Nueva Orleans, que el huracán Katrina sacó a la luz, y quieren un cambio. ¿En qué sentido? Previsiblemente hacia una mayor política social, más gasto público en infraestructuras, más multilateralismo, pero también proteccionismo. Un cambio, unas variaciones, más que una ruptura.

Pues el conservadurismo y el neoliberalismo en Estados Unidos han dado pruebas de agotamiento. Por eso el próximo presidente puede ser de transición. El republicano John McCain es una cara de esa posible transición; Hillary Clinton, otra. Barack Obama también, aunque es de otra generación, más participativa, más Web 2.0. (...) De hecho, Obama no se presenta como un liberal (en sentido americano, de izquierdas). Incluso ha llegado a considerar que Reagan respondió al deseo de orden y sentido de dirección de su país, que los liberales no aportaban. (...)

La transición en la Presidencia del país más poderoso de la Tierra coincide con la que tiene lugar a escala mundial, cuyo comienzo suele fecharse en 1989 con la caída del muro de Berlín y el posterior fin de la Unión Soviética y la guerra fría. Esta transición durará en total tres décadas, como otras anteriores. La última y decisiva empieza en 2009 con un nuevo inquilino en la Casa Blanca, aunque el nuevo mundo ya no se forje sólo en Washington, sino también en Chindia (China más India), Europa y lo que Parag Khanna llama Segundo Mundo. Este último va a resultar crucial en la fase final -junto a una sociedad civil global mucho más poderosa (con sus lados oscuros)- a medida que sus países vayan decantándose hacia unos y otros polos. (...)

El texto completo de este artículo ha sido publicado en el número de abril-mayo de 2008 de Foreign Policy Edición Española.

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1 de abril de 2008
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¿Dónde debe estar Ucrania?

La demanda de adhesión a la OTAN de Ucrania, impulsada por Estados Unidos, ha caído como otro jarro de agua fría sobre los europeos, algunos de los cuales, como Alemania y Francia, la consideran, como poco, prematura. Pero ni Europa, ni Ucrania ni Rusia han realmente contestado a la pregunta de ¿dónde debe estar Ucrania? Europa no estará unificada, como indica el secretario general de la OTAN, Jaap de Hoop, mientras no coincidan "donde están los países y donde quieren estar".

La cumbre de la OTAN en Bucarest esta semana debe dar el visto bueno a la ampliación a tres nuevos miembros: Albania (¿importará el problema de Kosovo?), Croacia  y Macedonia (si se resuelve la cuestión de su nombre con Grecia). Pero de repente, el presidente y la primera ministra de Ucrania,  Yúshenko y Timoshenko, han puesto sobre la mesa su aspiración, aunque prometiendo que no habrá bases extranjeras (lo que prohíbe su constitución). En lo que será su última cumbre atlántica, Bush, como parte de su legado, quiere dejar encarrilada esta cuestión, con una hoja de ruta o  MAP (plan de acción, en sus siglas inglesas)  para el ingreso. Durante los mandatos de Bush, la OTAN se habrá ampliado a diez nuevos miembros: Bulgaria, Eslovenia, Eslovaquia, Estonia, Letonia, Lituania y Rumania, a los que hay que sumar ahora los tres apresurados nuevos invitados. Pero con Ucrania (y Georgia que plantea una problemática propia y enrevesada)  "el tiro le puede salir por la culata", señalan fuentes europeas.

Bucarest será la primera cumbre de la OTAN a la que asistirá el aún presidente ruso Vladimir Putin. La cuestión ucraniana eleva la temperatura. Las relaciones entre Rusia y Ucrania son demasiado íntimas como para que la perspectiva del ingreso de Kiev en la OTAN no plantee serios problemas. Hay centenares de kilómetros de contacto entre ambos países que no tienen delimitación. El ingreso obligaría a definir estas fronteras, y a separar algunas ciudades y e industrias militares.

Pero no se trata únicamente de que la OTAN se meta en una senda que aliene a los rusos -o que les otorgue un inaceptable derecho de veto- , sino que los propios ucranianos, están abrumadoramente en contra del ingreso en la Alianza Atlántica. Más de la mitad lo rechaza y sólo menos de un 20% está a favor, según diversos sondeos. Tanto que la iniciativa oficial provocó un boicoteo parlamentario por la  oposición que sólo se resolvió con la aprobación del compromiso de un eventual referéndum. Ucrania debe hacerse una idea de lo que quiere ser, y está aún dividida al respecto.

Para lo que habría una mayoría es para la entrada en la Unión Europea, pero dada la "fatiga de ampliación", y esta perspectiva está en estos momentos fuera del horizonte vital de la UE y de Ucrania. Algunos europeos, como los alemanes y los franceses, son contrarios al discurso anti-ruso que emana de Washington y de otras capitales. En todo caso, piensan que antes de plantear la cuestión de Ucrania y Georgia hay que reducir las tensiones en la región.

La Alianza no sólo se amplía, sino que también gravitan en su derredor posibles socios que no miembros, como Australia, Japón (y para algunos Israel). Es la conversión de la Alianza en una red de seguridad internacional. China aún no ha planteado objeciones, pero si la ampliación de la Alianza empieza a acercarla a sus fronteras querrá tener algo que decir. También la OTAN, que en 2009 cumplirá 60 años, debe pensar qué quiere ser y qué quiere hacer, pues quizás esté demostrando en Afganistán que no vale para la tarea que se le ha encomendado. La cumbre de Bucarest debe producir un concepto estratégico sobre Afganistán que sea convincente al explicar por qué, cómo, con qué fines y con qué estrategias actúa la  OTAN en aquel país, pues va creciendo la oposición en algunas sociedades europeas a la participación en aquella guerra lejana.

La OTAN no ha decidido aún si Rusia "pertenece a Occidente o al resto" (the West or the rest). Con la ampliación de la OTAN -percibida como anti-rusa desde Moscú por el régimen y la población-, "la Alianza gana territorio pero está perdiendo Rusia", observan algunos responsables rusos. Y efectivamente, con cada ampliación de la OTAN parecen perder fuerzas los movimientos pro-occidentales en Rusia, aunque la Alianza no se presente como una amenaza contra Rusia. De hecho,  la amenaza occidental contra Rusia es la más baja desde Napoléon. Pero a menudo las percepciones cuentan más que la realidad.

 Publicado en El País, 31 de marzo de 2008

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31 de marzo de 2008
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