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¿Dónde debe estar Ucrania?

Por 31 de marzo de 2008 Sin comentarios

Andrés Ortega

La demanda de adhesión a la OTAN de Ucrania, impulsada por Estados Unidos, ha caído como otro jarro de agua fría sobre los europeos, algunos de los cuales, como Alemania y Francia, la consideran, como poco, prematura. Pero ni Europa, ni Ucrania ni Rusia han realmente contestado a la pregunta de ¿dónde debe estar Ucrania? Europa no estará unificada, como indica el secretario general de la OTAN, Jaap de Hoop, mientras no coincidan "donde están los países y donde quieren estar".

La cumbre de la OTAN en Bucarest esta semana debe dar el visto bueno a la ampliación a tres nuevos miembros: Albania (¿importará el problema de Kosovo?), Croacia  y Macedonia (si se resuelve la cuestión de su nombre con Grecia). Pero de repente, el presidente y la primera ministra de Ucrania,  Yúshenko y Timoshenko, han puesto sobre la mesa su aspiración, aunque prometiendo que no habrá bases extranjeras (lo que prohíbe su constitución). En lo que será su última cumbre atlántica, Bush, como parte de su legado, quiere dejar encarrilada esta cuestión, con una hoja de ruta o  MAP (plan de acción, en sus siglas inglesas)  para el ingreso. Durante los mandatos de Bush, la OTAN se habrá ampliado a diez nuevos miembros: Bulgaria, Eslovenia, Eslovaquia, Estonia, Letonia, Lituania y Rumania, a los que hay que sumar ahora los tres apresurados nuevos invitados. Pero con Ucrania (y Georgia que plantea una problemática propia y enrevesada)  "el tiro le puede salir por la culata", señalan fuentes europeas.

Bucarest será la primera cumbre de la OTAN a la que asistirá el aún presidente ruso Vladimir Putin. La cuestión ucraniana eleva la temperatura. Las relaciones entre Rusia y Ucrania son demasiado íntimas como para que la perspectiva del ingreso de Kiev en la OTAN no plantee serios problemas. Hay centenares de kilómetros de contacto entre ambos países que no tienen delimitación. El ingreso obligaría a definir estas fronteras, y a separar algunas ciudades y e industrias militares.

Pero no se trata únicamente de que la OTAN se meta en una senda que aliene a los rusos -o que les otorgue un inaceptable derecho de veto- , sino que los propios ucranianos, están abrumadoramente en contra del ingreso en la Alianza Atlántica. Más de la mitad lo rechaza y sólo menos de un 20% está a favor, según diversos sondeos. Tanto que la iniciativa oficial provocó un boicoteo parlamentario por la  oposición que sólo se resolvió con la aprobación del compromiso de un eventual referéndum. Ucrania debe hacerse una idea de lo que quiere ser, y está aún dividida al respecto.

Para lo que habría una mayoría es para la entrada en la Unión Europea, pero dada la "fatiga de ampliación", y esta perspectiva está en estos momentos fuera del horizonte vital de la UE y de Ucrania. Algunos europeos, como los alemanes y los franceses, son contrarios al discurso anti-ruso que emana de Washington y de otras capitales. En todo caso, piensan que antes de plantear la cuestión de Ucrania y Georgia hay que reducir las tensiones en la región.

La Alianza no sólo se amplía, sino que también gravitan en su derredor posibles socios que no miembros, como Australia, Japón (y para algunos Israel). Es la conversión de la Alianza en una red de seguridad internacional. China aún no ha planteado objeciones, pero si la ampliación de la Alianza empieza a acercarla a sus fronteras querrá tener algo que decir. También la OTAN, que en 2009 cumplirá 60 años, debe pensar qué quiere ser y qué quiere hacer, pues quizás esté demostrando en Afganistán que no vale para la tarea que se le ha encomendado. La cumbre de Bucarest debe producir un concepto estratégico sobre Afganistán que sea convincente al explicar por qué, cómo, con qué fines y con qué estrategias actúa la  OTAN en aquel país, pues va creciendo la oposición en algunas sociedades europeas a la participación en aquella guerra lejana.

La OTAN no ha decidido aún si Rusia "pertenece a Occidente o al resto" (the West or the rest). Con la ampliación de la OTAN -percibida como anti-rusa desde Moscú por el régimen y la población-, "la Alianza gana territorio pero está perdiendo Rusia", observan algunos responsables rusos. Y efectivamente, con cada ampliación de la OTAN parecen perder fuerzas los movimientos pro-occidentales en Rusia, aunque la Alianza no se presente como una amenaza contra Rusia. De hecho,  la amenaza occidental contra Rusia es la más baja desde Napoléon. Pero a menudo las percepciones cuentan más que la realidad.

 Publicado en El País, 31 de marzo de 2008

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Andrés Ortega

Andrés Ortega Klein nació en Madrid en 1954. Es hijo de español (José Ortega Spottorno fundador de Alianza Editorial y de El País e hijo a su vez de José Ortega y Gasset) y francesa (Simone Ortega, autora de 1.080 recetas de cocina). Estudió bachillerato francés en Madrid, se licenció en Ciencias Políticas por la Universidad Complutense y posteriormente realizó un Master en Relaciones Internacionales en la London School of Economic (LSE) con una beca de la Fundación March. En Londres inició su carrera periodística como corresponsal para El País, pasando posteriormente a Bruselas donde cubrió el final de las negociaciones de ingreso de España en la hoy Unión Europea.  Durante la primera Presidencia española del Consejo comunitario en 1989, trabajó como asesor ejecutivo para el entonces ministro de Asuntos Exteriores, Francisco Fernández Ordóñez. A principios de 1990, pasó al recién creado Departamento de Estudios de la Presidencia del Gobierno encabezado por Felipe González, que dirigió entre 1995 y 1996. Se incorporó entonces a la sección de Opinión de El País como editorialista y columnista. En 2004, se convirtió en el primer director de Foreign Policy Edición Española (FP), publica por la Fundación FRIDE.  Junto a su labor de análisis de la realidad internacional en El País y en FP, ha publicado en numerosos medios especializados en España y otros países y participado en los principales foros. Ha publicado cuatro libros: El purgatorio de la OTAN (1986), La razón de Europa (1994); Horizontes cercanos: Guía para un mundo en cambio (2000) y La fuerza de los pocos (primavera de 2007). En 2002 fue galardonado con el Premio Madariaga de Periodismo Europeo (prensa escrita).

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